–¿Te he hecho daño? –preguntó él–. ¿Es algo que he dicho?
Carley no se había sentido tan tonta en toda su vida. No sabía qué podía decir. No podía decir que acababa de hacer el amor con un desconocido, que Houston Smith no se comportaba como Witt Davidson antes de perder la memoria. No podía decir que se había enamorado de un hombre que no era el mismo al que había amado.
–Estoy bien –dijo al final–, pero deja que me incorpore un poco.
–Háblame, por favor, cariño…
Carley se sentó, sin poder dejar de llorar, y se mordió el labio inferior.
–Está bien. Si no puedes contármelo, deja que hable yo y limítate a escuchar –declaró el vaquero mientras la besaba con dulzura.
Carley probó el sabor de sus propias lágrimas y se estremeció. No sabía cómo explicar todo lo que tenía que contar. Solo quería estar con él, mantenerlo a su lado.
–Cuando desperté después de que me atacaran, el mundo me parecía terrible y peligroso. No podía confiar en nadie –dijo Houston de repente–. Pensaba que alguien aparecería para terminar el trabajo o que una mañana despertaría y descubriría que todo había sido un mal sueño. Los días se transformaron en semanas, las semanas en meses, y el sentimiento de soledad sustituyó al miedo. Necesitaba encontrar algo que me ligara a mi pasado, cualquier cosa.
Houston respiró profundamente y sonrió.
–No puedes imaginar la soledad que se llega a sentir cuando todo el mundo tiene una historia que contar sobre su familia o su infancia y tú no puedes. Es como si no fueras una persona, como si no tuvieras ni amor ni odio, como si no fueras nada.
Carley lo miró. Estaba hablando de un modo tan dulce y sincero, que no pudo hacer otra cosa. Podía sentir su angustia y desesperación.
–Entonces apareciste tú y todo me pareció familiar. Al principio tenía miedo de confiar en ti, pero cada vez que sonreías, iluminabas mi vida. Después tuve miedo de mis sentimientos. Pero la conexión que existe entre nosotros es tan fuerte, que es obvio que debí amarte mucho en el pasado, Charleston Mills.
Las lágrimas de Carley desaparecieron. Witt nunca le había dicho que la amara. Witt nunca hablaba de sus sentimientos, ni discutía sobre ellos. De hecho, nunca habría admitido lo que sentía por ella.
–Cuando estás conmigo no me importa la amnesia. Quiero empezar de nuevo contigo. Eres mi amor, un afrodisiaco al que no puedo resistirme. No puedo estar dos minutos contigo sin querer acariciar tu cabello o hacerte el amor. Pero, a pesar de eso, no voy a presionarte. Sé que te perdí en el pasado y no quiero que pienses en ello. No quiero asustarte ni herirte. Quiero que esta vez estés segura de mí. No volveré a dejarte, te lo prometo.
Carley estaba muy confundida. Por una parte, se sentía profundamente amada. La trataba como si fuera una princesa, con delicadeza, ternura y preocupación sincera. Pero Witt nunca había sido así.
Houston puso entonces las manos en su cintura y la sentó sobre su regazo, de espaldas. Ella se inclinó ante él y, al notar su excitación entre las piernas, volvió a sentirse dominada por el deseo. Quiso darse la vuelta para tenerlo de frente, pero él se lo impidió.
–Háblame. Cuéntame más sobre nosotros. ¿Mis dedos son los mismos de siempre? –preguntó mientras comenzaba a acariciarla.
–Yo…
–¿Mis labios queman tu piel como siempre? –preguntó, besándole los hombros y el cuello.
Carley se echó hacia atrás y se arqueó.
–¿Tu cuerpo cobra vida cuando te toco, como antes?
La mujer gimió, disfrutando segundo a segundo de aquella tortura.
–¿Te gusta que te toque, mi amor?
–Sí.
Houston introdujo una mano entre sus piernas.
–¿Te gustaba que te excitase? ¿Me amabas entonces?
Carley quería darse la vuelta para abrazarlo, pero él no se lo permitía. Quería decirle que el pasado no existía, que solo existía el ahora. Y decidió contarle la verdad.
–No quiero mentirte, Houston. Pensé que te amaba, pero tú…
–No, no quiero que me lo cuentes. Acabo de decir que no te presionaría y, sin embargo, lo estoy haciendo.
–No lo entiendes. Si me das la oportunidad de explicarme…
–Lo entiendo perfectamente, pero quiero que empecemos de nuevo, con una cita. Quiero llevarte flores, bailar contigo, tal vez aparcar junto al río y besarnos a solas.
–Suena bien…
–¿Bien? ¿Solo bien? Quiero que sea maravilloso, apasionado. Quiero que creemos juntos nuevos sueños. No pretendo que sea simplemente algo bueno.
Entonces él la levantó y comenzó a caminar hacia la laguna.
–¿Qué haces? ¿Adónde me llevas?
–Creo que ha llegado el momento de que enfriemos un poco nuestra relación, para empezar bien frescos.
Ella intentó escapar, pero no pudo.
–No hagas lo que tienes intención de hacer. Soy una mujer madura, incluso una madre. Detente o tendré que hablar con…
Houston no hizo ningún caso. La llevó hacia el borde de la laguna, la miró con inmensa alegría y se arrojaron juntos al agua.
Mantener las manos lejos de Carley era lo más difícil que había hecho en su vida. Al menos, en la parte de su vida que recordaba.
Cuando salieron del agua, se puso los vaqueros y la secó con su camisa. Entonces comprendió que volver a empezar de nuevo era más fácil que intentar controlar su cuerpo; así que renunció a seguir secándola.
–Toma, sécate tú sola. Tenemos que volver al rancho.
–Tu camisa se va a quedar empapada –dijo ella, sonriendo.
Él se metió las manos en los bolsillos para no ceder a la tentación y ella se inclinó a recoger su ropa. Entonces tuvo una visión tan directa de cierta parte de su anatomía, que giró en redondo para alejarse cuando antes de allí y se dio un buen golpe con la rama de un árbol.
Mientras recogía las mantas y el resto de las cosas, tuvo tiempo para pensar un poco. A juzgar por las pesadillas que tenía con aquella otra mujer, supuso que había abandonado a Carley y que se había marchado con otra. Por eso no lo extrañaba que ella, a su vez, se hubiera acostado con otro hombre y se hubiera quedado embarazada.
La idea de que hubiera estado con otra persona se le hacía insoportable. Sin embargo, se dijo que no volvería a alejarse de ella. Tendría cuidado para no perderla otra vez.
–Gracias por la camisa –dijo ella mientras se la devolvía–. Pero como te he dicho, está empapada.
–Descuida, se habrá secado para cuando lleguemos al rancho. ¿Estás preparada para marcharnos?
–Sí…
Houston notó la duda en su respuesta y pensó que tal vez quería que dijera algo sobre lo que acababan de hacer. Pero el vaquero no se sentía seguro. Pensaba que tal vez fuera demasiado pronto. Entonces la miró y vio que estaba intentando montar a caballo.
–Así no es. Estás intentando montar con el pie equivocado. Mira a la yegua, mete el pie izquierdo en el estribo y sube agarrándote a las riendas. No te preocupes, yo me encargaré de que el animal no se asuste. Lo conseguirás.
Carley lo intentó y lo consiguió a la primera. Definitivamente, era una mujer espectacular.
Cabalgaron por la orilla del río, en silencio, disfrutando del sol de la tarde que poco a poco secaba su piel. Iban juntos y él deseaba que el resto de sus vidas fuera así. Pensó en ella y en Cami, y se dijo que enseñaría todas las cosas de un rancho a la pequeña mientras por las noches hacía el amor con su madre. Pero la idea lo excitó tanto, que se revolvió en su silla.
–Esperaba que me hicieras alguna pregunta sobre tu trabajo en el FBI. ¿No sientes curiosidad?
–Sí. De hecho, ahora algunas de mis pesadillas tienen más sentido. En una de ellas aparecía la placa del agente del FBI. Entonces no lo entendía, pero ahora está claro. Por cierto, ¿conoces a un hombre grande, de anchos hombros, nariz partida y ojos oscuros, sin alma?
Carley rio.
–Por supuesto. Es nuestro jefe, Reid Sorrels. Fue jugador de rugby en su juventud. Y tiene ojos negros y fríos, pero no sin alma. Es un hombre duro, pero de gran corazón.
–Pues siempre aparece en mis pesadillas.
–Reid es un buen amigo. Cuando desapareciste me ayudó mucho. Siempre ha sido un jefe justo, pero sé que no descansará hasta que averigüe lo que pasó.
–Créeme, a mí también me gustaría saberlo.
Houston se frotó la cabeza. Le había empezado a doler otra vez y sospechaba que le dolería hasta que recobrara la memoria.
–¿Necesitas ayuda, agente especial Mills? –preguntó la secretaria de Reid al otro lado del teléfono.
–No. ¿Sabes dónde puedo localizar a Reid?
–Me temo que no. Dijo que estaría fuera un par de días. Al parecer, tiene una pista sobre los traficantes de personas y cree que se encuentran cerca del rancho. Puedes intentar llamarlo a su busca, pero tal vez no pueda ponerse en contacto contigo.
Carley le dio las gracias y colgó frustrada. Su jefe había entrado en acción y eso podía significar varias cosas. Pero lo primero era lo primero y solo le quedaban dos días para conseguir que Houston recordara. Si decidía contarle toda la verdad, tendría que hacerlo pronto. Cuanto más tiempo esperara para decirle que era el padre de Cami, peor se lo tomaría.
Por otra parte, estaba preocupada porque Reid insistiría en que volviera al caso tan pronto como fuera posible. Pero no sabía qué pasaría entonces con Houston. Dudaba que su jefe permitiera que continuara trabajando en el rancho como si no hubiera pasado nada.
Además, Houston era muy vulnerable sin sus recuerdos. Alguien había intentado matarlo dieciocho meses atrás y, si descubría que seguía vivo, querría terminar el trabajo.
Se estremeció ante la idea de que una persona desconocida quisiera matarlo. Reid no lo permitiría, pero tampoco podía ponerlo bajo vigilancia de forma permanente. Todo era tan complicado, que Carley decidió no pensar más en ello por el momento. Además, su primer problema en aquel instante eran sus propios sentimientos hacia Houston. No estaba segura de amarlo tanto como creía. Y si era cierto que lo amaba tanto, no sabía en qué lugar quedaría entonces el viejo Witt Davidson.
Entonces, de repente, sintió un escalofrío. Reid se había marchado y se encontraba en algún lugar cerca de la frontera, lo que significaba que el peligro no se encontraba muy lejos.
De inmediato abrió el armario y sacó la maleta. Al día siguiente, por la noche, iban a dar una fiesta para celebrar la graduación en el instituto de algunos adolescentes. Houston le había pedido que lo acompañara más tarde, porque iban a la ciudad a bailar y debía ir con ellos.
Abrió la maleta y sacó la pistola, la cartuchera y la munición. Si iba a salir con Houston, sería mejor que estuviera preparada. Esta vez no iba a pasarle nada malo. Al menos, no mientras estuviera con él.