Cuando Carley despertó, vio que el sol no brillaba aquella mañana. Estaba lloviendo y la lluvia golpeaba la ventana. Sabía que todo el mundo estaba deseando que lloviera. Sin embargo, ya era mala suerte que el tiempo hubiera cambiado justo el día de la fiesta.
Tuvo un mal presentimiento, pero no le dio importancia. Por desgracia, la sensación le volvió varias veces a lo largo del día. Esperaba ver a Houston durante el desayuno y se llevó un buen disgusto al comprobar que no aparecía por ninguna parte.
–Gabe, ¿sabes dónde está Houston?
–Ya veo que os lleváis muy bien –dijo él con una sonrisa.
–Sí, pero necesito saber dónde está.
–Empezó a diluviar hacia las cuatro de la mañana y salió con unos cuantos hombres. La tierra está muy seca y no se empapa bien, así que se forman riadas que destrozan las cosechas y pastos.
–¿Quieres decir que podría estar en peligro?
–Houston sabe cuidar de sí mismo. Estará bien, no te preocupes. Además, este lugar está en alto y nos encontramos a salvo. Solo siento que se haya puesto a llover precisamente hoy.
–¿Daremos la fiesta de todas formas?
–Por supuesto, no vamos a permitir que un poco de agua cambie los planes. Hay que estar acostumbrado a estas cosas cuando se vive cerca de la frontera. Además, algunos de nuestros antepasados lucharon con Santa Ana y Pancho Villa. Nos dejaron su fuerza y voluntad de hierro como herencia. Ya lo averiguarás con el tiempo.
Por desgracia, Carley sabía que no tenía mucho tiempo. Salió de la cocina y se dirigió a su despacho para hablar por teléfono. Aquel día había quedado a comer con la señora Fabrizio, pero decidió cambiar de planes porque notaba que estaban en peligro.
–¿Podríamos dejar la cita para otro día? –preguntó.
–Por supuesto. Es más, si quiere, podría hacer una excepción por usted y visitar el rancho personalmente la semana que viene. No he visto el sitio desde hace un par de años y podría ser interesante.
Carley se quedó muy sorprendida cuando colgó el teléfono. Aquella mujer le parecía muy extraña. Era cálida y muy fría a la vez. Pensó que debía pedirle a Reid que la investigara.
Houston tampoco apareció a la hora de comer y Carley se preocupó aún más. Tenía la sensación de que se encontraban al borde de la catástrofe.
A media tarde, Luisa llamó a la puerta de su despacho y entró.
–¿Qué estás haciendo aquí? El sol ya ha salido y el barro se ha secado. ¿Por qué no sales a ver cómo se prepara una verdadera barbacoa texana?
Carley estaba deseando hacer algo para aliviar su tensión, así que agradeció la invitación y acompañó a la doctora. Las dos mujeres se detuvieron en la sala de juegos para recuperar a Cami. Rosie y otra chica se iban a perder parte de la fiesta porque tenían que cuidar de otros niños, así que les prometieron que les llevarían algo de comer.
Salieron al exterior y Carley comprobó que casi todo se había secado. Había algún charco en la entrada de la casa; pero, por lo demás, parecía como si no hubiera llovido nunca.
–¿Ya le has contado a Houston lo de Cami? –preguntó la doctora.
–No, han surgido ciertas complicaciones.
–Últimamente he pensado que estaba a punto de recobrar la memoria. Pensé que podrías ayudarlo. Todo esto debe de ser muy frustrante para ti.
Carley no dijo nada, porque en aquel momento miró hacia la zona donde estaban preparando la barbacoa y vio que Houston se encontraba con un grupo de hombres. La pequeña se escapó de su madre entonces, y corrió hacia él tan deprisa como se lo permitieron sus pequeñas piernas. Pero Carley la siguió de cerca. Había demasiados peligros en aquel lugar como para dejarla sola.
Houston estaba preparando la carne mientras disfrutaba del sol, que calentaba su espalda. Tras un día terrible, el cielo se había despejado pero el ambiente seguía húmedo. Conocía bien la zona y sabía que aquel tiempo no tardaría en desaparecer; de modo que quería disfrutar de ello mientras pudiera. Le encantaba el olor a tierra mojada. Era como si el mundo empezara de nuevo.
Pensó en Carley y en la vida que tenían por delante. Se preguntó si terminarían viviendo en el rancho, aunque no estaba seguro de que quisiera renunciar a su trabajo en el FBI a cambio de una existencia entre vacas y niños. Entonces oyó un sonido muy familiar. Era Cami, que se acercaba a él.
Se dio la vuelta y la tomó en sus brazos.
–¡Arriba! –exclamó la niña.
–Ya te he subido.
–¡Más!
Houston miró a su alrededor, intentando localizar a su madre. La vio segundos después. Respiraba con dificultad, como si hubiera estado corriendo.
–Gracias por encargarte de ella. Estoy en buena forma, pero no tanto como para seguir a una niña de un año que sale corriendo detrás de todo lo que le gusta.
Houston rio.
–Sí, creo que le caigo bien. Pero ahora me está pidiendo algo que no entiendo.
–¡Arriba! –volvió a gritar.
–¿Qué quiere decir?
Carley sonrió.
–Mi abuelo siempre la arroja por los aires cuando la toma en brazos. Le encanta, te lo aseguro –dijo antes de volverse a la niña–. No, Cami, esta vez no. Hoy no volarás.
–Oh, vamos, por qué no. ¿Quiere volar? Pues vamos allá…
Houston la lanzó a los aires y la recogió un segundo después. Tenía miedo de que se le cayera, así que no alejó las manos de ella. La soltaba y volvía a atraparla enseguida.
Después de media docena de lanzamientos, Carley ya estaba cansada de las risas y los gritos de la niña. Pero sonrió de todos modos. Se llevaba muy bien con él y solo esperaba que pudieran pasar más tiempo juntos.
Al cabo de un rato, Houston pensó que ya había tenido bastante, la abrazó y la besó en la frente. Cuando miró a Carley, vio que sus ojos estaban llenos de lágrimas aunque no parecía triste. Entonces se acercó a ella y pasó un brazo por encima de sus hombros. Quería demostrarles que estaba dispuesto a cuidar de las dos, pero no estaba seguro de que a Carley le agradara el gesto protector. Al fin y al cabo, él mismo había sugerido que empezaran de nuevo.
Carley estaba sentada en una silla, contemplando la puesta de sol. La tarde había sido maravillosa. Lloyd había aparecido poco después de que encontraran a Houston, con un montón de comida.
El cocinero lo supervisó todo e incluso la enseñó a preparar comida mexicana. Comieron y rieron más de lo que había comido y reído en muchos años, pero estaba deseando que pasara el tiempo para poder estar a solas con Houston. Cami se había quedado dormida y su madre la había enviado de vuelta a la casa con una de las chicas.
Había sido un día tan maravilloso, que había olvidado el peligro que corrían. Y ahora, mientras anochecía, estaba sentada con Luisa, contemplando a los niños que jugaban al fútbol. Gabe hacía las veces de árbitro, y Lloyd y un par de hombres del rancho estaban limpiándolo todo.
–¿Has visto a Houston? –preguntó a la doctora.
–Sí, está allí, junto a esos árboles…
–Ah, sí, ahora lo veo. ¿Con quién está hablando? Parece una conversación muy seria.
–Con Carlos. Es uno de los jóvenes que se ha graduado esta semana. Houston ha intentado convencerlo para que trabaje en el rancho mientras sigue estudiando. Es un chico brillante y ha conseguido una beca.
–¿Houston le está aconsejando?
–Es muy bueno con los chicos. Tiene paciencia, es comprensivo y sabe escucharlos. Mientras les enseña las tareas del rancho, aprovecha la ocasión para convertirlos en adultos.
–¿Y cuál es el problema? ¿Es que Carlos no quiere estudiar?
–No, no es eso. Cree que le iría mejor en la ciudad y quiere marcharse. Tiene amigos en la zona de Galveston que le han convencido de que puede ganar mucho dinero. Pero es listo y Houston cree que se dará cuenta de que todo es un fraude. Te aseguro que Houston puede ser muy persuasivo.
–Sí. Es un aspecto de él que ni siquiera sabía que existiera.
Entonces vieron que Rosie corría hacia ellas desde uno de los graneros y Carley se asustó.
–¿Qué ocurre, Rosie? ¿Es Cami? ¿Está bien?
–No, a Cami no le pasa nada, pero tengo que volver con los niños de inmediato. No puedo dejarlos más tiempo al cuidado de Rachel.
–¿Y por qué tienes tanta prisa? –preguntó Houston, que se acababa de acercar.
–No la agobies –dijo Carley–. Dinos lo que pasa, Rosie. Si los niños están bien y la casa no está ardiendo, seguro que sea lo que sea puede esperar.
–No puede ser, tengo que volver –dijo Rosie–. En la casa hay una mujer del servicio social. Se llama Fabrizio. Dijo que no os comentara nada porque no quería interrumpir la fiesta, pero…
–¿Fabrizio? ¿Qué está haciendo aquí a estas horas y en viernes? –preguntó Carley–. ¿Te ha dicho por qué ha venido?
Rosie asintió.
–Sí, a traer un niño. Aún no lo he visto, pero lo estaba sacando de la furgoneta en la que ha venido. ¿He hecho bien en venir a decírtelo, Carley?
–Por supuesto que sí. Ahora vete para que Rachel no esté sola. Pero manteneos lejos de la señora Fabrizio. Voy a hablar con ella. ¿Dónde estaba la última vez que la viste?
–Ha aparcado en el aparcamiento del personal, en la parte trasera de la casa, junto a las habitaciones de los más pequeños. ¿Quieres que avise a Gabe?
–No, ya se lo diré yo más tarde. Ahora vuelve y deja de preocuparte.
–De acuerdo.
La niña se marchó y Houston decidió intervenir.
–No lo permitiré.
–¿Cómo?
–No permitiré que pases por eso tú sola.
–No, quédate con los niños. Solo será una conversación. Nos veremos más tarde.
–De eso nada. No sé qué está pasando aquí, pero es evidente que estás preocupada. Y no pienso permitir que te alejes de mí sin asegurarme antes de que todo está bien.
Carley abrió la boca para protestar, pero no lo hizo. En el fondo quería que la acompañara. No pensaba que Fabrizio pudiera crearles ningún problema, pero lo prefería a su lado.
–De acuerdo, iremos juntos. ¿Puedes quedarte aquí y contarle a Gabe lo sucedido cuando termine el partido, Luisa?
–Por supuesto. Pero, ¿no prefieres que me encargue ahora del nuevo niño?
–No, ya habrá tiempo más tarde. Sin embargo, hazme un favor –dijo la mujer, que empezaba a sentir el peligro–. Asegúrate de que ninguno de los niños se acerca a la casa en un buen rato. Cuando nos aseguremos de que todo está bien, te avisaremos.
Luisa asintió, y Houston y Carley se dirigieron en busca de Fabrizio. Cuando llegaron al aparcamiento, vieron la furgoneta de la mujer y la agente tuvo la impresión de que estaba ocurriendo algo malo. Automáticamente, se llevó la mano a la funda de la pistola y la desabrochó. Cabía la posibilidad de que no pasara nada, pero prefería actuar con cautela.
Avanzaron hacia el vehículo, en la oscuridad. Entonces se abrió la puerta de la casa y la repentina luz que salía del interior los cegó durante un momento. Pero enseguida vieron a la mujer. Era alta, de pelo oscuro recogido con una coleta. Miró a su alrededor con ojos fríos, llenos de maldad.
Carley quiso dirigirse hacia ella, pero Houston se lo impidió.
–Aquí está pasando algo –dijo el vaquero–. Yo conozco a esa mujer.