Carley se quedó muy quieta y susurró:
–¿La conoces? ¿Cómo es posible?
–No sé dónde ni cuándo la he visto. Pero es la mujer que aparece en mis pesadillas.
Carley se puso en tensión. No podía permitir que Houston se involucrara en aquel asunto.
–Márchate y llama por teléfono. Habla con el departamento local del FBI y pide que te pasen con Reid Sorrels. Dile que el agente Mills tiene una emergencia y que necesita ayuda de inmediato.
–No. No pienso dejarte aquí.
En la oscuridad no podía ver sus ojos, pero Carley notó la determinación en su voz. Por una parte le agradecía que estuviera a su lado, pero por otra, no quería ponerlo en peligro.
El hecho de que la señora Fabrizio hubiera llevado un niño al rancho sin avisar hacía que todo fuera particularmente sospechoso. Además, había elegido el viernes por la noche a sabiendas de que daban una fiesta. Y por último, estaba el hecho de que era la mujer que aparecía en las pesadillas de su amante.
Carley volvió a llevarse una mano a la pistola, pero no quería desenfundar en un lugar lleno de niños.
–¿Quién está ahí? –preguntó Fabrizio al notar su presencia.
La gente decidió actuar con naturalidad y salió de las sombras. Pero Houston la siguió.
–Solo soy yo, señora Fabrizio. Me sorprende verla aquí. Pensé que no vendría hasta la semana que viene.
Entonces Fabrizio se quedó clavada en el sitio, apuntó a Houston con un dedo y preguntó:
–¿Tú?
Houston se detuvo. El sonido de aquella voz abrió una puerta en su memoria y los recuerdos volvieron a él súbitamente. Todo ocurrió de un modo tan rápido, que ni siquiera pudo hablar. Pero Fabrizio no parecía tener tantos problemas para hablar.
–¡Alberto, ven aquí! ¿Quieres ver un fantasma?
Entonces la mujer sacó una pistola rápidamente y apuntó con ella a la cabeza de Houston. Un segundo después apareció un hombre alto.
–Ah, vaya, pero si es mi amigo muerto –dijo el recién llegado, sonriendo.
–Pensamos que te habíamos matado, pero ya veo que nos equivocamos –observó Fabrizio–. Dale un buen golpe y mételo en la furgoneta. Después mátalo y llévalo lejos de aquí. No cometas otro error.
La mujer se volvió entonces hacia Carley.
–Lo siento. Te has metido en algo que no era asunto tuyo –continuó–. Ahora no tenemos más remedio que proporcionarte el mismo destino que va a sufrir tu novio. Es una lástima. Esperaba llegar a algún tipo de acuerdo contigo. Habría sido muy beneficioso para las dos.
Segundos después, Houston sintió un profundo dolor. Alberto lo golpeó con una barra en la cabeza y cayó al suelo de rodillas. Pero Carley reaccionó de inmediato. Empujó al hombre hacia Fabrizio, que disparó el arma y alcanzó a su propio compinche en la espalda.
–¡Muévete! –ordenó Carley a Houston.
Houston intentó apartarse, pero le dolía tanto la cabeza que no pudo; así que Carley lo empujó contra una pared para cubrirlo y parapetarse de algún modo.
–Dios mío, estás sangrando… No debí permitir que vinieras conmigo.
–Carley…
–¿Puedes levantarte? Me parece que el gigante ya no nos molestará más. Pero Fabrizio está al otro lado de la furgoneta.
–¿Por qué no le has disparado cuando ha perdido el equilibrio?
–Porque no quería correr el riesgo de que te disparara a ti al caer. ¿Crees que podrías llegar hasta la puerta? Necesito que cierres por dentro y que llames a Reid. ¿Podrás?
Houston puso una mano sobre su hombro y lo apretó.
–Dame la pistola y haz tú la llamada. Puedes localizar a Reid más rápidamente que yo.
–No, de eso nada. Estaré bien. Dile a la operadora que te ponga directamente con el departamento.
Houston sonrió. Aquella mujer era definitivamente una diosa.
–Haz el favor de darme tu arma, agente especial Charleston Mills –ordenó.
–¿Witt? –preguntó ella, sorprendida.
–Sí, he empezado a recordar. De hecho, creo que ya lo recuerdo casi todo.
–Oh, Dios mío, Witt…
–Venga, entra en la casa y cierra la puerta. Siempre he sido mejor tirador que tú y, además, tengo que ajustarle las cuentas a Fabrizio.
Carley abrió la boca para protestar, pero al final cedió.
–De acuerdo, pero debo comprobar que los niños están bien. Y por cierto, nunca has sido mejor tirador que yo. No lo olvides.
Witt rio mientras Carley se dirigía a la puerta de la cocina. En cuanto entró en la casa, se concentró en lo que debía hacer.
Fabrizio se había ocultado al otro lado de la furgoneta. Sabía que corría el peligro de que subiera al vehículo y se alejara antes de que pudiera evitarlo. O peor aún: que entrara en la casa antes de que Carley cerrara la puerta. Tenía que ganar tiempo de algún modo.
–FBI. Tire el arma y salga con los brazos en alto. Mantenga las manos donde pueda verlas…
–¿Bromeas? Cuando te escondiste la última vez en mi furgoneta, te llevaste tu merecido. Pero esta vez mereces que te torture por haber provocado que hiera a Alberto. No iré a ninguna parte sin ti.
Witt ya había recordado lo sucedido. Recordó la escena perfectamente. Ella lo había apuntado con una pistola mientras Alberto y otro hombre le daban una verdadera paliza.
Tenía que conseguir que Fabrizio saliera de su escondite, alejarla de la casa y de los niños. Estaba a punto de decirle otra vez que se rindiera, cuando aparecieron tres vehículos a toda velocidad y bloquearon la salida. Desde el lugar donde se encontraba, pudo ver a Reid Sorrels y a varios agentes más del FBI.
Fabrizio los apuntó con su arma, pero en cuanto se supo rodeada, arrojó la pistola y se levantó con los brazos en alto. Entonces Carley abrió la puerta de la cocina y la apuntó a la cabeza.
–Será mejor que no se mueva –dijo Carley–. Hasta ahora ha tenido suerte porque no queríamos disparar en un sitio lleno de niños. Pero le aseguro que me encantaría vengarme por todo el daño que ha provocado.
Carley suspiró. Las últimas horas habían sido muy tensas. Había tenido que dar un sinfín de explicaciones a Reid, a Gabe y a todos los demás; estaba muy cansada. Además, al día siguiente debía marcharse del rancho. Ni siquiera había tenido ocasión de charlar con Houston porque se lo habían llevado al hospital para hacerle unas pruebas.
Sin embargo, tampoco sabía si seguiría siendo Houston Smith. Había recobrado la memoria y volvía a ser Witt Davidson. Ya no la preocupaba su salud. Ahora le preocupaba otra cosa: que hubiera cambiado de nuevo, que el hombre que había amado hubiera desaparecido.
Empezó a hacer las maletas y dio una muñeca a su hija para que jugara con ella y no la molestara mientras tanto. Estaba decidida a contarle la verdad a Witt, aunque se dijo que probablemente no querría asumir la responsabilidad de tener una niña. Por no mencionar que no quería vivir con un hombre que no la amaba.
Comenzó a llorar de nuevo y pensó que iba a echar mucho de menos a Houston. Se había acostumbrado a su forma de tratarla y ya no podría acostumbrarse a la frialdad y distancia de Witt. Pero, por suerte, aún le quedaba Cami y podría concentrarse en ella.
Dejó la maleta sobre la cama y comenzó a llenarla. Reid había insistido en que volviera al trabajo en Houston al lunes siguiente. Además, se había comprometido a enviar al rancho a dos funcionarios de los servicios sociales y a un psicólogo infantil para que solucionaran el asunto de los documentos de los niños.
El FBI ya estaba buscando al psicólogo anterior, Dan Lattimer, que tendría que responder a muchas preguntas. Gracias él, Fabrizio había estado utilizando el lugar para introducir niños en el país, procedentes de redes mafiosas de todo el mundo.
–¿Puedo entrar?
Carley se sobresaltó al oír la voz. Era Witt.
Al ver la maleta sobre la cama, preguntó:
–¿Vas a alguna parte?
–Sí. Cami y yo volvemos a Houston pasado mañana. ¿Tú también vuelves o vas a tomarte unos días libres?
Witt dudó.
–Carey, ¿podrías detenerte un momento y escucharme?
–Antes que nada, tengo algo que decirte.
–¿No puede esperar ni unos minutos? Tengo algo que decirte, te lo ruego… Necesito que sepas lo que pasó la noche que desaparecí.
–Está bien…
–Cuando descubrí a Fabrizio en los bosques, decidí ocultarme en su furgoneta. Pero en el fondo no lo hice por el caso, sino por alejarme de ti. No quiero herirte, pero me asustaste mucho aquella noche. Toda esa conversación sobre matrimonio y la forma en la que me mirabas… Te amaba, pero el amor siempre me había causado dolor y no quería sufrir de nuevo.
Carley lo miró y vio que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Sin embargo, esta vez no podía ayudarlo.
–Fabrizio y su compinche condujeron toda la noche hasta el valle de Río Grande. Estuve seis horas en la furgoneta, esperando el momento adecuado para pedir refuerzos. Cuando se detuvieron a echar gasolina, casi era de día. Entonces me descubrieron y me atraparon sin que pudiera hacer nada. Dos semanas más tarde, me desperté en una de las camas de Luisa.
–Witt…
–No, deja que termine. Al despertarme sin recuerdos, creo que inconscientemente decidí ser todo lo que siempre había admirado y me convertí en un buen hombre, en un hombre que pudiera aceptar y dar amor.
–Siempre has sido un buen hombre. Pero deja que hable ahora. Tengo algo que decirte.
–Solo un minuto más, por favor… Ahora que lo recuerdo todo, no quiero volver a ser el hombre que fui. Ni quiero ni puedo. No podría volver a ser el Witt del que te enamoraste. Ni aunque eso signifique perderte.
Witt la miró y, al contemplar sus ojos, pensó que no se había equivocado, que Carley seguía enamorada del viejo Witt Davidson. Pero a pesar de ello, decidió luchar por lo que quería.
–No me abandones, Carley. Dame una oportunidad. Quédate y aprende a conocer al nuevo Witt. Tal vez descubras que te gusta más que el anterior. Por favor, dime que no tendré que vivir sin ti.
Antes de poder detenerse, caminó hacia ella y la tomó entre sus brazos. Carley se quedó sin habla. El hombre que amaba no había desaparecido. Que hubiera recobrado la memoria no significaba que hubiera dejado de ser Houston Smith.
–Witt, antes de contestarte, hay algo que debo decirte.
–Está bien. Sé que quieres hablarme sobre el padre de Cami y lo aceptaré, porque lo que hicieras después de mi desaparición es culpa mía. No te culpo por haberte acostado con otro. Debió de ser horrible para ti.
Entonces la niña se puso a gritar y Witt se acercó a ella para tomarla en brazos.
–¿Qué haces despierta? –preguntó–. ¿Te encuentras bien?
La niña lo miró y, acto seguido, miró la fotografía que tenía en sus pequeñas manos.
–Papá –dijo.
Witt tomó la fotografía y la miró.
–Esta es la fotografía que me hicieron en la fiesta de Reid en Houston. ¿La has guardado todo este tiempo?
Carley no contestó. Pudo ver que Witt ya estaba llegando a sus propias conclusiones. Miró la fotografía, miró a la niña y lo supo.
–Cami. Camille. Es el nombre mi madre… Cami es hija mía, ¿verdad? No hubo ningún otro hombre.
–Witt, deja que te explique…
–¡Soy su padre! Soy el padre de Cami. No te obligué a acostarte con otro hombre… Dios mío, gracias.
Witt empezó a reír y a cantar con la niña en brazos. Carley se sintió inmensamente aliviada.
–¿Crees que podrás amarme tanto como amaste al viejo Witt?
–Más aún –respondió ella–. Nunca he amado a nadie tanto como te amo a ti. Te quiero tanto, que podría estallar.
–Entonces apiádate de mí y cásate conmigo mañana mismo.
–¿Mañana? ¿Dónde?
–En Las Vegas. Termina de hacer las maletas y déjalo todo en mis manos. Llamaré a tus abuelos y haré todos los preparativos necesarios.
Witt dejó a la pequeña en sus brazos y añadió:
–Recuerda: volveré pronto.
Esta vez, Carley supo que lo haría. Y que cuando volviera, empezaría una vida llena de amor, pasión y alegría.