Epílogo

 

Cuatro años más tarde.

 

–¡Mamá! Papá viene por la carretera con la tía Luisa.

Carley se secó las manos en el delantal.

–Sube arriba y di a los niños que se preparen. Quiero cambiar a los gemelos antes. Ah, y ponte tus zapatos de vestir.

–Sí, mamá.

–No me digas «sí, mamá», jovencita. Hazlo. Y no te manches el vestido nuevo.

Carley rio en cuanto la niña se alejó. A pesar de todos sus esfuerzos, Cami se había convertido en una niña terrible. Adoraba a su padre y era toda una vaquera como él.

Se quitó el delantal y alzó en brazos a uno de sus dos hijos, ambos de dieciocho meses de edad. Tanto Houston como Chess iban a ser exactamente iguales a su padre cuando crecieran, a pesar de que habían heredado los ojos verdes y el cabello rojizo de su madre. Pero se preguntó si les gustaría tanto el oeste como su hermana, o si preferirían cosas más urbanas.

Entonces entró en la cocina el hombre de sus sueños.

–¿Dónde está Luisa?

–Se ha detenido a echar un vistazo a los gatitos de Cami, pero vendrá enseguida. ¿No vas a darme un beso, esposa mía?

Carley lo abrazó sin soltar al pequeño y Witt la besó apasionadamente.

–Solo has estado fuera una hora. ¿Se puede saber a qué viene esto?

Él se encogió de hombros.

–¿Es que no puedo besar a mi esposa? Además, ahora que lo pienso, estás particularmente guapa hoy. ¿Te has cambiado el peinado o algo así?

Carley sonrió. Tenía que contarle un secreto, pero debería esperar hasta la noche.

–¡Papá!

Chess se acercó a Witt y le tiró de una pernera del pantalón mientras él intentaba cambiar los pañales a Houston, que se resistía. El vaquero pensó que todo aquello le encantaba. Adoraba criar a sus propios hijos entre los niños a los que cuidaban. Todos los días eran distintos y traían algo nuevo. Le gustaba mirar a sus hijos y disfrutar de sus diferencias en la casa que había construido con sus propias manos, no muy lejos del rancho.

Witt miró a su querida Carley. Era una mujer maravillosa. Madre, consejera, compañera y amante. La quería tanto, que se sintió dominado por una profunda ternura.

En aquel momento Luisa entró en la casa y, al oír los gritos de los niños, preguntó:

–¿Qué es todo este ruido?

Entonces miró a Carley y añadió:

–No me digas que te has quedado embarazada otra vez. Ya veo que tendré otro paciente dentro de pocos meses.

Witt se quedó boquiabierto y miró a su esposa, que se limitó a sonreír. Sí, definitivamente estaba embarazada. Se notaba en su figura y ni siquiera sabía cómo era posible que no se hubiera dado cuenta hasta entonces.

–¿Y cuándo pensabas informar al padre? –preguntó él, en un susurro.

–Esta noche, cuando estuviéramos a solas.

–¿Qué te parece si subimos ahora mismo al dormitorio? Estoy seguro de que Luisa podrá cuidar de los niños mientras tanto.

Carley negó con la cabeza.

–Más tarde. Carlos se enfadará si no vamos a su fiesta de graduación. No habría terminado la carrera de veterinaria de no haber sido por ti.

Witt apoyó la cabeza en la frente de su amada y se dejó llevar por su amor hacia ella. Sabía que, de vivir mil años, nunca se cansaría de Carley. Era su vida y la única razón de su existencia.

Carley rio, lo besó y se dirigió hacia la puerta.

Mientras subían a los niños a la furgoneta, Witt Davidson dio gracias por la felicidad de haber descubierto el amor de una mujer que lo había convertido en un hombre mejor.