Capítulo Tres

 

Quince minutos después y tras docenas de instrucciones, Carley colgó el teléfono y respiró a fondo. Reid le había permitido que se quedara en el rancho de momento, pero aquella no era su mayor preocupación.

A pesar de lo que le había dicho a su jefe, temía que Witt no recobrara nunca la memoria. Cabía la posibilidad de que nunca volviera a sentir el calor de su cuerpo; se encontró tan angustiada, que estuvo a punto de ponerse a llorar.

Entonces vio que Cami se había incorporado en la cuna. La niña la miró y dijo:

–Mamá… ¿Casa?

Ella se acercó a su hija, la tomó en brazos y empezó a mecerla.

–No, no estamos en casa, pero este será nuestro hogar durante unos días. Será mejor que nos acostumbremos.

En ese instante alguien llamó a la puerta.

–¿Sí?

Rosie entreabrió la puerta y asomó la cabeza.

–¿Carley? Gabe me ha pedido que le diga que el personal cena a las nueve en punto. Por cierto, ¿crees que Cami me dará otra oportunidad para que seamos amigas?

Carley sonrió.

–Tendrás que preguntárselo a ella, pero sé que olvida con facilidad. Y creo que tanto a ella como a mí no nos vendría mal que ahora mismo tuviera una amiga.

Rosie la miró con seriedad, pero sonrió. Se acercó a la pequeña y preguntó:

–¿Quieres que seamos amigas?

La niña sonrió y casi estuvo a punto de saltar a los brazos de la joven; así que Carley la dejó en sus manos.

–¿Podrías darle de comer y sentarte un rato con ella mientras bajo a cenar?

–Por supuesto.

–Te lo agradezco mucho. De esa manera tendré ocasión de…

Carley no terminó la frase porque en aquel instante se oyó el sonido de un motor. Se asomó por la ventana y vio a un hombre en una motocicleta, trazando círculos a escasa distancia. Justo entonces apareció un jinete con su caballo, que se asustó y encabritó. La agente se quedó helada. El jinete era Witt.

Tuvo que hacer un esfuerzo para no gritar. Dio un par de instrucciones a toda prisa a Rosie, bajó las escaleras y salió al exterior. Se había responsabilizado de Witt y estaba obligada a hacer lo posible por mantenerlo a salvo.

Cuando se aproximaba al lugar de los hechos, observó una escena que no esperaba. Lejos del peligro que había imaginado, el hombre que se hacía llamar Houston había conseguido tranquilizar al caballo y estaba charlando amigablemente con el hombre de la motocicleta, vestido con cazadora y pantalones de cuero.

–¿Qué estás haciendo?

–¿Cómo?

Houston la miró con evidente sorpresa, confundido.

–Podrías haberte matado. No deberías montar a caballo –espetó–. Tendrías que caminar o ir en coche, nada más.

–No te entiendo…

Carley sintió la necesidad de darle un buen puñetazo para borrar de aquel rostro su preciosa sonrisa. Por desgracia, no podía explicarle la verdad; por tanto, no podía decirle por qué debía tener cuidado.

–El caballo ha estado a punto de tirarte. Eres demasiado importante en el rancho como para que te pongas en peligro de esa forma.

–¿Qué?

Esta vez, el tono de Houston ya no era tan cordial. Obviamente, no entendía aquella actitud en una persona que para él era una completa desconocida.

–Solo estoy diciendo que deberías tener más cuidado.

Entonces oyó una carcajada a su espalda. Era el hombre de la motocicleta. Llevaba unas gafas de sol y se las quitó para mirarla de arriba a abajo, con evidente admiración.

–¿Quieres darme consejos sobre los peligros de las motocicletas, nena? –pregunto el motorista con ironía.

–Mira, yo…

–No, escúchame tú a mí –intervino Houston–. No sé lo que creíste ver ni por qué te has preocupado, pero te aseguro que sé controlar a mi caballo y que no he estado a punto, en ningún momento, de caerme. Además, ¿tanto sabes de caballos como para llegar a esa conclusión?

–¿Yo? No, pero…

Houston se echó hacia delante el sombrero.

–Bueno, en ese caso tendremos que hacer algo al respecto. Creo que necesitas una lección para sentirte más cómoda en el rancho.

–Yo no lo creo. De hecho, iba a sugerir que realizaras tu trabajo montado en una camioneta. ¿No utilizan vehículos en los ranchos modernos?

Houston rio.

–No debes tener miedo a los caballos. Mira, este es Poncho. Trabaja como el mejor hombre y nunca se queja –dijo mientras acariciaba su cuello.

–No se queja si lo tratas bien –explicó el motorista–. Y Houston Smith es mejor con los animales que ninguna otra persona. No te preocupes por él. Los caballos lo respetan. Saben que moriría antes de permitir que les ocurriera algo malo.

Houston carraspeó entonces y dijo:

–Por cierto, Carley, ¿ya te habían presentado a Manny Sánchez?

Manny era el agente infiltrado del FBI, así que Carley se tranquilizó de inmediato.

–Encantado de conocerte, Manny. Me llamo Carley Mills y creo que tenemos un amigo común en Houston, Reid Sorrels. ¿Te acuerdas de él?

Manny se sorprendió.

–¿Carley Mills? ¿Tú eres Carley?

–Así es.

–Claro que me acuerdo de Reid Sorrels. ¿Qué tal está?

–La última vez que lo vi se encontraba bien –respondió con una sonrisa–. Aunque creo que le gustaría que lo llamaras. Deberías hacerlo alguna vez.

–Sí, tienes razón, lo haré –afirmó antes de volverse hacia su amigo–. Bueno, Houston, tengo que marcharme. Te veré a primera hora de la mañana.

–Por supuesto. Pero, ¿no quieres quedarte a cenar? Gabe te ha invitado.

–No, gracias, tal vez en otro momento –dijo mientras montaba de nuevo en la moto–. Anda, aparta al caballo para que pueda arrancar.

Houston apartó el caballo, algo sorprendido por el repentino cambio de actitud de Manny. Su buen humor había desaparecido. Pero lo olvidó enseguida porque Carley y Manny empezaron a hablar en voz baja de algo que no pudo entender. Sintió algo totalmente inesperado: celos.

Acababa de conocer a aquella mujer y no era lógico que reaccionara de aquel modo. Aunque, ciertamente, era la mujer más atractiva que había visto. Se había puesto unos vaqueros ajustados y un jersey; por primera vez pudo ver lo largas que eran sus piernas. Por alguna razón, le afectaba de un modo muy intenso. Se sentía más vivo que durante el último año y medio.

Carley sonrió a Manny, y Houston tuvo que contenerse para no descabalgar y dar un buen puñetazo a su amigo. Apretó los dientes y se secó el sudor de la frente. Segundos después, Manny volvió a ponerse las gafas, se despidió de Houston y se alejó.

Entonces Carley dio un paso hacia él. Pero Houston ya había tomado una decisión; así que inclinó la cabeza a modo de despedida, tiró de las riendas de Poncho y también se marchó.

 

 

Carley se sentó frente a Houston durante la cena, algo que no gustó demasiado al vaquero. Su presencia lo incomodaba. No había probado bocado y estaba considerando la posibilidad de marcharse antes de los postres.

Cada vez que le sonreía, se le paraba el corazón. Y, por si fuera poco, no podía soportar la actitud del resto de los hombres. Gabe, que acababa de cortarse el pelo, le ofreció la silla para que se sentara. Frank Silva, el consejero jefe, se sentó a su lado y hacía lo posible por rozarla cada vez que tenía que pasarle la comida. Hasta el viejo Lloyd, el cocinero, la sirvió en primer lugar y acto seguido se sentó a su lado.

Houston no sabía qué hacer. Estaba enfadado con ellos y también consigo mismo porque su reacción no era lógica, no tenía sentido. Pensó en marcharse. Tal vez necesitaba estar solo para pensar en los acontecimientos del día.

–Una comida excelente, Lloyd –dijo ella–. El pollo estaba muy bueno.

–Es mi típico pollo al romero. Me alegra que te haya gustado. Haré algo verdaderamente especial mañana por la noche.

–Mi madre decía que el romero es el símbolo de los recuerdos y la fidelidad –intervino Gabe.

Frank Silva, un hombre que sobrepasaba con creces los cuarenta años, rechazó el postre que le ofrecía Lloyd y preguntó, para intentar llamar la atención de Carley:

–¿Qué tal ha sido tu primer día en el rancho? ¿Crees que te acostumbrarás a vivir aquí?

–Nunca había estado en un lugar como este. El paisaje es tan… llano. ¿No hay montañas por aquí?

Frank sonrió.

–No. Esta zona solía estar inundada por el río, pero desde que construyeron las presas en su curso superior, el cauce es más estable –declaró–. Pero al margen del paisaje, ¿has conocido a alguien a quien quieras conocer mejor?

Houston estuvo a punto de saltar para poner a Frank en su sitio.

–Todo el mundo ha sido encantador con Cami y conmigo.

En aquel momento apareció una joven en la sala. Era Rosie y llevaba a Cami en brazos.

–Perdonadme…

Obviamente, la joven no se atrevía a entrar en un lugar lleno de adultos. Así que Carley se levantó y tomó a su hija.

–¿Todo bien, Cami?

–Está casi dormida y me preguntaba si querías que la pusiera en su cuna…

Carley se volvió hacia los hombres y dijo:

–Creo que no os había presentado. Esta es Cami, mi hija. Perdonadme un momento. Voy a darle las buenas noches y a decirle a Rosie unas cuantas instrucciones.

Carley sonrió y se marchó. Houston miró su postre y se dijo que su apetito había desaparecido definitivamente. Cuando levantó la cabeza, notó que todos lo estaban mirando.

–¿Qué pasa? ¿He hecho algo malo?

Gabe carraspeó.

–No, no has hecho nada malo. Se está haciendo tarde –dijo mientras se levantaba de su silla–. Será mejor que hable con Carley antes de acostarme.

La mayoría de los presentes imitaron a Gabe, y dieron las gracias al cocinero por la cena antes de desaparecer. Houston también se levantó con intención de alcanzar a Gabe y charlar con él a solas, pero entonces apareció Luisa.

–¿Ya habéis terminado de cenar?

–¿Qué estás haciendo aquí a estas horas? ¿Está enfermo alguno de los niños?

–No. Solo he pasado para saludarte y charlar con Gabe.

–Pues tendrás que darte prisa. Acaba de ir a hablar con Carley y ha dicho que después se irá a dormir.

Houston se llevó una mano al sombrero y añadió:

–Buenas noches, Luisa.

Mientras se alejaba, el vaquero pensó que la gente se había comportado de forma muy extraña aquella noche. Pero tenía sus propias preocupaciones y no le dio demasiada importancia.

Salió al exterior del edificio, miró las estrellas y se preguntó por enésima vez si alguien estaría preocupado por él, en alguna parte. Ni siquiera sabía si alguna persona lo estaba echando de menos.