–Gracias por encargarte de ella –dijo Carley–. Se escapó mientras estábamos cuidando del resto de los niños.
Houston las estaba observando a las dos con tal intensidad, que Carley sintió una oleada de calor. Estaba muy atractivo aquel día, cubierto de sudor y con los vaqueros ligeramente caídos. Deseó tocarlo, sin saber que él estaba sintiendo lo mismo.
Entraron en el establo. Varios niños estaban jugando con los animales y Cami quiso unirse a ellos. Entonces la pequeña se fijó en la yegua que había estado montando su padre, y que aún estaba ensillada, y gritó:
–¡Mía!
–Parece que le ha gustado tu caballo…
–No es un caballo, sino una yegua. Pero tiene buen gusto, porque es uno de los animales más tranquilos, inteligentes y cariñosos que tenemos.
Houston acercó a la pequeña al cuello de la yegua y Cami aferró las riendas.
–Va a ser una gran amazona. ¿Te parece bien que deje que se siente en la silla?
–Bueno, yo…
Houston la montó en el animal, a pesar de la evidente preocupación de su madre. Enseguida observaron que la pequeña parecía llevarse muy bien con la yegua. De hecho, les dio la impresión de que sabía, de algún modo, cómo manejarla.
Carley se situó al otro lado del caballo por si Cami se caía, pero no fue necesario. Al mirar a Houston, comprendió que él se estaba divirtiendo casi más que la pequeña, y lo deseó aún más.
–Es obvio que le encanta –dijo él–. Podría llevármela un día a cabalgar.
–Tal vez –dijo Carley–. Se ve que tienes mano con los niños. Es curioso, porque siempre pensé que no te gustaban.
–No creo que tuviera mucha experiencia con ellos. Te confieso que, durante este año y medio, no me he sentido muy cómodo con los niños. Pero Cami es distinta. Es un encanto, ¿no crees?
–Sí, se parece a su padre.
Los ojos de Houston se oscurecieron. Apretó los labios, mirando a madre e hija con detenimiento, antes de volver a hablar.
–Creo que me sentiría más cómodo llevando a Cami a cabalgar, si antes consiguiera demostrarte que no es nada peligroso. ¿Quieres que te enseñe?
–¿Cómo? ¿Ahora mismo?
–Claro, en cuanto estés preparada. No hay mejor tiempo que el presente.
–¿No dijiste que querías estar lejos de mí? ¿Estás seguro de esto?
Houston sonrió.
–No puedo imaginar nada más bello que estar contigo a solas. Además, creo que la otra noche me excedí contigo. Ahora comprendo que actuaste de ese modo por mi bien. Y por otra parte, eres la única que puede darme ciertas respuestas.
–Está bien. Pero antes tengo que dar de comer a la niña.
–No hay problema. Yo tengo que organizar los trabajos de los chicos y después ensillaré otro caballo. ¿Tienes botas de montar?
–No, solo botas normales. Pero el tacón es muy bajo.
–Entonces servirán. Póntelas y pasa por la cocina para recoger un par de manzanas. Así comeremos algo por el camino. Ah, y vuelve tan pronto como puedas. Tenemos que salir antes de que empiece a hacer más calor.
Houston pensó que quedarse a solas con una mujer tan seductora tal vez no fuera buena idea. Pero al oír el comentario de Carley sobre el padre de la niña, se había preguntado si en algún momento había sentido lo mismo por él. Y estaba desesperado por saber si lo sentía en ese momento.
Mientras ensillaba un caballo, pensó en las cosas que le había contado sobre su pasado y en las que no le había contado. Por ejemplo, no le había dicho qué tipo de policía era, ni por qué había ido a buscarlo, ni si alguien la había enviado. Pero cada vez que se preguntaba por ello, volvía a sentir aquel horrible dolor de cabeza.
Por primera vez, comenzaba a pensar que recobrar la memoria tal vez no fuera tan importante. A fin de cuentas, todos los días eran en realidad el primer día de la vida. Quería saber si podía tener un futuro con Carley y Cami; algo le decía que estaban ligados de algún modo. Confiaba en ella. Pero antes de hablar sobre el futuro, tenía que averiguar más cosas sobre el pasado.
Cuando Carley regresó, lo hizo con una cesta llena de comida. Houston la miró y se excitó de inmediato. Definitivamente, podía confiar en ella. Solo tenía que hacer las preguntas adecuadas.
–Has tardado mucho. ¿Qué llevas ahí? Parece como si Lloyd nos hubiera preparado un pavo entero…
–No es culpa suya. Cami empezó a llorar en cuanto te dejamos, y después se ha cogido uno de los peores berrinches de su vida.
–Es una niña encantadora y a mí también me gusta. En fin, ¿estás preparada para tu primera lección de monta?
–Supongo que no puedo estarlo más –respondió mientras miraba a la yegua que le había preparado–. ¿Qué hago ahora?
Houston rio.
–En primer lugar, relájate. No te va a hacer ningún daño. Es la misma yegua que montaba yo antes, la que le gustó a Cami. Y créeme, es el animal más dulce a este lado de Oklahoma.
–Y después de relajarme, ¿qué hago?
Houston volvió a reír y la ayudó a montar. Pero fue un error, porque de inmediato notó su aroma y la deseó todavía más.
–En primer lugar, conviene que sepas su nombre. Se llama Lovey.
–¿Lovey?
–Sí. Ahora pon los pies en los estribos y siéntate bien derecha.
–¿Le pusiste el nombre tú?
–Sí. La compramos en una subasta y no tenía papeles. Su dueño anterior quería un caballo de tiro, no una yegua para montar. Ni siquiera se molestó en ponerle un nombre. Si no la hubiéramos comprado, probablemente la habría vendido para que la convirtieran en filetes.
–Oh, Dios mío, pobrecilla…
–No te preocupes. Ahora tendrá una larga y placentera vida entre nosotros. Se lleva muy bien con todo el mundo. Por eso le puse ese nombre, Lovey. Suena como «amor» en inglés.
–Tú solías decir lo mismo de mí. Que me llevaba muy bien con todo el mundo. Incluso me llamaste Lovey un par de veces.
–Ojalá pudiera recordarte, Carley, pero…
–Descuida. Ya recordarás. Ahora limítate a enseñarme a montar.
Houston montó en su caballo y le dio instrucciones a Carley acerca de cómo debía utilizar las riendas. Enseguida estuvieron en el exterior del rancho, cabalgando hacia el río. Carley se comportaba como si hubiera montado toda su vida.
Mientras avanzaban, Houston pensó en algo que le había dicho Gabe. Se rumoreaba que una banda de traficantes de personas actuaba en la zona. No le había comentado nada a Carley, pero pensó que podía aprovechar la salida para ver si encontraba huellas sospechosas. Sin embargo, fue un pensamiento inútil. No podía pensar en nada que no fuera aquella mujer.
Cuando llegaron al río, ella preguntó:
–¿Es Río Grande?
–En efecto. Pero en esta zona casi no tiene profundidad. Podrías lanzar una piedra al lado de México y cruzar tranquilamente para recogerla.
–¿Tenéis problemas en la zona con la emigración clandestina?
–Normalmente no. La patrulla fronteriza vigila la zona por la noche. El resto del día suelen estar en otras partes. Además, este lugar es tan desolado que nadie podría ocultarse en muchos kilómetros a la redonda.
–¿Y cómo pueden pasar niños por la frontera?
–Eso es muy fácil. Los niños son pequeños y caben en cualquier sitio. A veces los ocultan entre la ropa. Y a los más grandes los pasan por zonas poco profundas o a nado. ¿Ves la carretera que hay arriba?
–Sí.
–Allí es donde me encontró Luisa hace dieciocho meses. A pocos metros del río, pero a muchos kilómetros del primer lugar habitado.
–¿Y qué podías estar haciendo allí?
–No lo sé. Me gustaría tener una respuesta para esa pregunta.
Carley miró a su alrededor y vio una zona llena de árboles a poco menos de un kilómetro.
–Oh, mira, es un lugar precioso. ¿El río llega allí?
–No. Antes las crecidas inundaban toda la zona, pero ahora tiene un curso mucho más pequeño. Cuando el caudal sube y luego vuelve a bajar, deja pequeñas lagunas que los mexicanos llaman resaca, como en el mar.
Cuando llegaron a los árboles, Houston desmontó.
–Espera un momento, te ayudaré a bajar. No te he enseñado a desmontar… Pisa fuerte en el estribo izquierdo mientras pasas la pierna derecha por encima del caballo. Y no sueltes las riendas hasta el final.
Carley intentó seguir sus instrucciones, pero le daba tanto miedo que perdió el equilibrio y chocó contra Houston, de tal modo que quedó apoyada en él. Aquello fue la tortura más horrible que el vaquero había experimentado en toda su vida. Podía sentir su espalda y el trasero contra su cuerpo. La deseó tanto, que dijo:
–Será mejor que pongas los pies en el suelo. Porque, de lo contrario, no te garantizo que volvamos al rancho a tiempo para cenar.
Houston se apartó de ella aunque deseaba exactamente lo contrario. Se sentía dominado por un impulso primitivo y sexual que lo obligó a apretar los dientes y respirar a fondo en un intento por recuperar el control. Pensó que debían de haber compartido una relación muy intensa en el pasado.
Por fin Carley puso los pies en el suelo y lo miró con una sonrisa tímida. Entonces él supo que el deseo que sentía por ella era recíproco.
La mujer entreabrió los brazos, en gesto inequívoco de que quería que la abrazara. Houston sintió un nudo en la garganta y dio un paso hacia ella. Pero no quería hacerlo todavía. Había demasiadas cosas que debía averiguar antes; así que dejó que el deseo se diluyera un poco.
Abrió las alforjas y sacó un par de mantas. Después caminó bajo los sauces, junto al río, hasta que encontró un buen sitio para sentarse. Había elegido aquel lugar porque lo conocía y sabía que no serían atacados por hormigas o enjambres de abejas.
Antes de sucumbir al deseo por Carley, estaba decidido a interrogarla sobre su pasado. Pero se prometió que, cuando terminara aquel día, lo sabría todo sobre él y todo sobre ella.