CAPÍTULO 9
IAN

Me quedé como ensimismado. Aturdido.

Eloise parecía hecha de fuego. El cabello caía ondulado y desordenado a la altura de sus hombros y tenía un tono naranja algo desvaído, del que los rayos del sol parecían extraer chispas y luz. Como si ardiera. Como si no tuviera muy claro qué color adoptar exactamente. Se mecía ligeramente con la brisa de aquel día, que llevaba algunos mechones directos a su cara, aunque no parecían molestarla en absoluto. Sus auriculares negros enmarcaban un rostro alargado y pálido, en el que destacaba una mirada de curiosidad y determinación.

Yo me quedé quieto mirándola como si no supiera hacer otra cosa.

—Voy a hablar un rato con ella, ¿vienes? —«Gracias, Gael, por devolverme a la tierra», pensé.

Asentí sin mucho convencimiento con una cara de bobo que se negaba a abandonarme y los dos empezamos a andar hacia Eloise.

Su nombre resonaba en mi mente, haciendo eco y evocando algún tipo de recuerdo. El nombre me resultaba familiar, pero no lo ubicaba.

Eloise.

Sonaba extraño y, a medida que nos acercábamos a ella, parecía querer asomar alguna imagen, una idea o cualquier cosa que me ayudara a ubicar ese nombre y a esa chica. Estábamos ya a su altura. Casi tenía algo… Un diminuto destello que quiso dar un poco de luz a mi memoria, pero nunca adiviné de qué se trataba. En ese momento escuché una vocecilla que venía del paseo y que me llamaba como si le fuera la vida en ello. Todos nos giramos, sobresaltados, para ver a mi hermana pequeña corriendo directa hacia mí.

Cuando Naira llegó a nuestro lado, estaba casi sin aliento.

—¡Ian! —gritaba mientras boqueaba para conseguir todo el aire posible.

—Tranquila, enana, que te vas a ahogar. ¿Qué pasa? —le preguntó mi amigo, mientras nos miraba a los dos preocupado.

—Es que… me ha… dicho… mamá… —empezó a decir mi hermana, hasta que respiró profundamente, tragó saliva y pareció recuperarse un poco, para después continuar hablando atropelladamente—: Que vengas ya a casa porque los tíos y los abuelos están a punto de llegar y vamos a preparar una cena para todos en el patio.

—¡Relájate! No te he entendido nada —respondí riéndome.

Mientras Naira repetía sus palabras más despacio, Eloise fue acercándose a nosotros, sin que yo reparara en ello.

—Lo siento, Gael, no voy a poder quedarme —dije mientras me giraba.

Me sorprendió encontrar a Eloise tan cerca. Sus ojos verdes nos escrutaban con atención y curiosidad, aunque se había retirado los auriculares de las orejas, que ahora descansaban alrededor de su pálido cuello. Tenía todos los sentidos puestos sobre nosotros. Algo sobrecogido por su mirada, me despedí con un quedo «adiós» y eché a andar tras Naira, con mis zapatillas en la mano.

—Qué horror, estás hecho un asco, Ian. La abuela se va a enfadar mucho contigo cuando te vea así. Yo que tú me daría una ducha cuando llegues y me cambiaba de ropa. Y más te vale que no dejes rastros de arena por la casa…

Dejé de escuchar a mi hermana, cuya vocecilla aguda parecía tener preparada una perorata infinita acerca de mi estado (sobre el cual, por cierto, tenía razón: estaba hecho un desastre), la bronca que me caería al llegar a casa y lo engorrosa que era la arena de playa. No pude quitarme la sensación de que la mirada de Eloise seguía clavada en mi espalda y, sin ser capaz de frenarme a mí mismo, en cuanto llegué al paseo y terminé de calzarme, decidí girarme para comprobarlo. Me decepcionó encontrarla hablando tranquilamente con Gael, las dos figuras recortándose contra el horizonte, como si se conocieran desde siempre, y ninguno me prestaba la menor atención. Volví a darme la vuelta y me encontré con Naira, mirándome con el ceño fruncido.

—No me hacías ni caso, ¿verdad?

—Claro que sí. —Parpadeé confuso.

—Eres lo peor.

Lo dijo como si contrastara un hecho inevitable y tomó mi mano con fuerza. Comenzó a tirar de mí, arrastrándome, directa hacia nuestra casa. No volví a girarme, pero la sensación de que unos ojos verdes no dejaban de observarme no llegó a abandonarme.