PRÓLOGO

Podría comenzar a narrar esta historia contando todo lo que me influyó y el giro tan sorprendente que dio mi vida desde los hechos que ocurrieron aquel lejano verano de 1988. Es algo imposible de negar, es cierto, puesto que todo lo sucedido en esos meses fue suficiente para cambiarme casi por completo. Me reencontré conmigo mismo de una forma en que jamás lo habría imaginado. Pero esto es solo una verdad a medias.

Muchas veces me descubrí a mí mismo pensando en cómo habría sido todo después si tan solo hubiera cambiado alguno de los acontecimientos. Y es que, aunque llegué a desear que así fuera, sabía que no tenía el poder para modificar ninguno de mis recuerdos.

Tampoco sería justo considerarme el protagonista de esta historia, cuando no había nada más lejos de la realidad. Le pesara a quien le pesara, la verdadera protagonista es otra persona. Una chica que creí conocer un día de ese verano en la playa, en ese precioso rincón de nuestro pequeño mundo donde el salitre se nos pegaba a la piel enrojecida por el sol. En ese instante, me miró con sus preciosos ojos verdes con una intensidad tal que parecía imposible que una persona tan menuda pudiera retenerla en su interior. Una mirada que transformó esa playa que conocía desde siempre, durante los escasos segundos que duró su contacto, volviendo mi vida del revés.

Qué ilusas e inocentes podemos llegar a ser las personas, que nos aferramos a cualquier esperanza, aun sabiendo que eso nos pueda consumir. Mi esperanza por aquel entonces era ella, Eloise, sus ojos, su pálida piel adornada con diminutas pecas y su cabello reluciendo bajo el sol de los atardeceres que compartimos, y que fueron el principal telón de fondo de aquel escenario, donde aprendimos tanto el uno del otro. Tan reluciente como la arena de la playa donde la vi por primera vez.

Todos cargamos con numerosos secretos y tormentos a la espalda, muchas veces de forma inconsciente. A pesar de ello, seguimos adelante e incluso esa carga parece aligerarse en determinados momentos. Aunque no sea así para todos. En algunas ocasiones, ese equipaje que debemos soportar se convierte en un lastre más pesado que nuestro propio cuerpo. Y nos impide avanzar con la ligereza que realmente deseamos. Eloise era de esas personas que, a pesar de su juventud, llevaba sobre su espalda un enorme saco repleto de oscuridad. Sin embargo, no se paraba nunca. Peleaba y salía a flote incluso cuando la carga era demasiado pesada, cuando la tristeza la abrazaba y amenazaba con hundirla hasta el fondo del mar, para no salir jamás. En todo momento, aunque nadie pudiera escuchar sus gritos, sus llantos o su llamada de socorro, ella pataleaba con todas sus fuerzas, se aferraba al mínimo atisbo de esperanza, cualquier pizca de ilusión o a una mano firme que la ayudara a salir.

Y desde el momento en que la conocí, en el instante justo en que sus ojos se quedaron clavados en los míos, supe que yo quería ser esa mano.

Siempre.