CAPÍTULO 22
ELOISE

El diario de Antoine esperaba frente a mí. Era una libreta negra sin anillas bastante insulsa, como las que usaba para mis propios textos, pero que resultaba muy intimidante al mismo tiempo.

No podía dejar de pensar en todo lo que nos había contado Gael, y la necesidad de saber y eliminar aquellas dudas que me abrumaban era suficiente para que me decidiera a leer las palabras de mi hermano. Sin embargo, seguía sintiéndome fatal al pensar que, de algún modo, estaría inmiscuyéndome en su intimidad.

Recordé aquella ocasión en la que entré en su cuarto, hacía varios meses, dispuesta a reconciliarme con el silencio y la ausencia de Antoine, más patentes en aquella estancia que en ninguna otra. El picaporte había girado con un crujido y un olor a cerrado, a polvo y a recuerdo me inundó. Había dado un par de pasos temerosos, procurando no hacer ruido para que mi padre no me descubriera.

La habitación se encontraba tal cual la había dejado mi hermano: la cama estaba hecha, con la colcha un poco arrugada, y los apuntes de la universidad se amontonaban en su escritorio, al lado de su máquina de escribir portátil. En las dos baldas de la pared, justo encima de su mesa, había muchísimos libros, cuadernos y álbumes de música. Se amontonaban en horizontal y vertical, como si hubiera ido llenando los huecos como podía. Sonreí con tristeza al encontrar su ejemplar de Fahrenheit 451, uno de sus libros favoritos. Había intentado convencerme de que lo leyera en muchas ocasiones. Debí hacerle caso.

Un cubo de Rubik descansaba encima de un montón en el que se mezclaban libros y libretas. Debajo de todo ello, había un cuaderno sin anillas. Recordé que me había llamado especialmente la atención porque daba la impresión de que lo hubiera puesto ahí con prisas, empujándolo un poco más que los demás, para que no se viera tan a simple vista. Lo había tomado en mis manos para después salir de la habitación, pero no me había atrevido a leerlo en todo aquel tiempo.

El marcador de tela estaba colocado casi al final de la libreta, señalando la que debería haber sido su próxima página escrita. Pero estaba en blanco. La entrada anterior era del 21 de octubre de 1987 y después, nada.

No pude leer, tomé el cuaderno y salí de ahí sin tocar nada más.

Pero aquella noche no logré dormir.

Habían pasado meses desde que encontré el diario, el que tenía frente a mí. Siguiendo el consejo de Ian, me salté todas las entradas anteriores a la primavera de 1987. Gael había comentado que fueron los últimos meses, así que busqué a partir de ahí. Efectivamente, había sido en mayo cuando Antoine mencionaba el trabajo por primera vez.

No le di más importancia y seguí leyendo, saltándome párrafos enteros, donde narraba cosas demasiado personales que no debían interesarme. A menudo, solo hablaba de las clases, de Yaiza y Gael, mencionando esporádicamente alguno de sus otros amigos, pero casi no hacía referencia a aquel controvertido trabajo. ¿Me habría mentido Gael?

No tardé en darme cuenta de que no había sido así.

 

Lunes 4 de mayo, 1987

Hoy ha sido un día terrible. Yaiza sigue teniendo una fiebre altísima, estaba agotada y casi no podía hablar por teléfono. Espero que se recupere pronto, está perdiéndose muchísimas clases. No me importa ir cada dos o tres días a su casa para pasarle los apuntes fotocopiados, o llamarla por teléfono para contarle las novedades más importantes, pero no es lo mismo que estar en clase. Hoy, por ejemplo, en clase de Historia Contemporánea, el profesor ha estado bromeando con lo mal que se nos daría explicar algo de la materia. Después de un debate interesante, ha decidido mandarnos como trabajo un reportaje de investigación, aunque no muy extenso, sobre algún tema interesante que haya ocurrido en el último siglo. Estoy seguro de que a Yaiza le hubiera encantado participar en el debate y se habría enfrentado a más de uno y de una con esa energía que a veces no sé de dónde la saca con lo pequeña que es. ¡Me da miedo! Le ha encantado el trabajo, pero dudo que pueda redactarlo y entregarlo a tiempo si sigue así de enferma. Yo aún estoy pensando en qué tema puedo investigar, así que iré a la biblioteca de la facultad a buscar información, a ver si encuentro algo interesante.

Jueves 18 de junio, 1987

Quedan menos de dos semanas para entregar el maldito trabajo de Historia y aún no sabía de qué narices hablar en el reportaje. Me estaba empezando a agobiar y ya estaba pensando en copiar algún trabajo interesante de otro autor, cambiarlo un poco y entregarlo como fuera. No me sentiría muy bien haciéndolo, pero era la primera vez que estaba tan bloqueado. Pero esto cambió el martes, cuando fui a la biblioteca para acompañar a Yaiza, que necesitaba documentarse para su propio reportaje. Va un poco ajustada con las fechas, o eso dice, pero es increíble lo pronto que ha remontado pese a que faltara tanto a clase. Le mentí y le dije que yo había acabado el mío prácticamente, pero que me quedaba darle unos retoques. Se fue tan feliz al rincón de la biblioteca donde esperaba encontrar más materiales interesantes y yo decidí darme otra vuelta por la hemeroteca.

Y encontré lo que necesitaba.

Era una noticia de hacía unos años, un juicio después de una guerra, personas de varios bandos implicadas en el supuesto delito, pruebas y secretos que salían a la luz después de llevar mucho tiempo escondidos a ojos de todos. Era perfecta.

Copié datos importantes, fotocopié la noticia y busqué varios periódicos más.

Estuve inmerso durante horas, hasta que Yaiza me encontró y tuve que confesarle lo que había ocurrido con el trabajo. ¡Menuda bronca me echó la tía!

No he podido regresar a la biblioteca estos dos días, pero mañana vuelvo sin falta.

 

No dejé de preguntarme qué habría encontrado, qué sería aquella noticia. Ojeé las siguientes entradas, pero no vi ningún dato a simple vista que pudiera darme más pistas del asunto. Miré el reloj y eran más de las tres de la madrugada; se suponía que me despertaba en dos horas para ir a trabajar. Tenía los ojos rojos de leer, la cabeza me zumbaba de emoción y nervios, y había llegado tarde por haber estado con Ian. Decidí que debía descansar, aunque fuera un poco, y en cuanto la almohada rozó mi cara, caí rendida, con el diario aún entre mis manos.

 

***

 

Mentiría si dijera que aquel lunes trabajé bien en la pastelería. Conrado no dejó de regañarme ni un momento y, de nuevo, me envió al obrador la mayor parte de la jornada. No por salvarme de los comentarios malintencionados de la gente, sino porque no paraba de tropezarme con mis propios pies. Preparar magdalenas y panes, manejando el horno y los utensilios de cocina metálicos, no ayudó mucho.

—Mira, Eloise, no puedo permitir que vengas a trabajar así. Estás agotada. —Fui a replicar, pero me hizo callar con un gesto severo—. No quiero excusas. Me da igual si estuviste de fiesta anoche…

—Estuve leyendo algo importante.

—Deberías haber dormido para venir hoy con energía a trabajar. Vete a casa y vuelve el sábado para recuperar lo que no has hecho hoy. —Me miró y añadió rápidamente—: Sin peros.

Me fui gruñendo por lo bajo, mientras Martín me miraba con indiferencia. Al menos él no se burlaba de mí como lo había hecho Paloma. Dejé el delantal y mi red del pelo en mi percha, y me fui a casa, como me había ordenado Conrado. Ni siquiera tenía fuerzas para pedalear y ni me acordé de encender el walkman. Cuando llegué, mi padre estaba en el patio trasero, sentado a la sombra, leyendo algún libro. Me sorprendió. Hacía un año que no le veía leer por gusto y mucho menos en aquel rincón de la casa.

Mi primer impulso fue acercarme a él y preguntarle. ¿Estaba intentando mejorar de alguna forma? Pero decidí que no podía verme, porque entonces se extrañaría de que no estuviera en la pastelería. O era posible que no, que no le importara en absoluto. En su estado, cualquiera de las dos opciones era válida.

Así que me alejé despacio y subí los escalones en silencio, me tumbé en mi cama y dejé que el sueño me abrazara. Creo que soñé con Antoine, con las palabras de su diario vivas en mi mente. Recordé su rostro, difuminado, su voz alegre y siempre alta, transmitiendo la energía que lo caracterizaba y que nunca parecía agotarse. No recuerdo qué decía, dónde estábamos o qué hacíamos, pero cuando me desperté, dos horas más tarde, decidí seguir leyendo aquel diario.

Me salté la comida, aunque tuve que bajar a por unas galletas en un momento dado. Seguí leyendo, empapándome de las palabras de mi hermano. Fui testigo de cómo el interés y la curiosidad por esa misteriosa noticia iban transformándolo y obsesionándolo. No daba detalles, no especificaba nunca de qué se trataba. Pero a través de lo que había escrito supe identificar que Gael solo me había dicho la verdad. Que mi hermano se había distanciado de todos sus amigos, de sus profesores. Incluso de mí, comprendí con cierta tristeza. Aunque en casa no parecía que las cosas hubieran cambiado, sus palabras decían lo contrario.

El reportaje se había convertido en su único objetivo. Confesaba que, como no iba a poder llegar a la fecha de entrega, habló con el profesor para que le dejara entregarlo en septiembre. Este accedió a regañadientes, después de reprenderlo.

 

Miércoles 1 de julio, 1987

Mujica no quería dejarme más plazo para entregar el reportaje. No entendía lo importante y crucial que era que siguiera investigando. Pero en cuanto le expliqué cuál era el tema, las personas que involucraba y el mensaje que podía extraer de todo ello… Es simplemente brutal. Ha comprendido que posiblemente esto vaya a ser algo más gordo que un simple trabajo de universidad, aunque tengo la sensación de que me ha creído a medias. No he querido darle más detalles para que no se apropie de la investigación, porque es demasiado importante.

Me doy miedo a mí mismo. Nunca me había sentido así con nada. Estoy deseando desentrañar todo, sacar a la luz lo sucedido y denunciar al cabrón en torno al cual gira todo esto. Es un asesino, un ladrón y un mentiroso. Y lo peor, como he descubierto hoy mismo, es que vive en esta isla. Está aquí, cerca de nosotros. Podría trabajar en la misma facultad, ser cualquier vecino o familiar de algún amigo mío. Tengo que investigar eso, todos los apellidos, los familiares extranjeros… Hay mucho trabajo por delante.

Yaiza y Gael se están empezando a preocupar. Hace días que no veo a Yaiza, ni salgo a comer con ella, porque en la facultad como solo la mayor parte de las veces y, cuando la busco, nuestros horarios no coinciden. Carlos y Gonzalo me ignoran la mayor parte del tiempo, porque, según ellos, he dejado de ser el de antes. Pues que les jodan. Papá me ha dicho hoy que me ve más delgado y me ha preguntado que si me preocupa algo. Le he dicho que tendré que estudiar todo el verano para entregar unos trabajos en septiembre y se ha mosqueado conmigo. Eloise se ha burlado de mí un rato, pero creo que ha comprendido, por cómo la he mirado, que no resulta gracioso. Tengo que disculparme con ella mañana sin falta.

 

Y sí, recordaba su disculpa. Me compró unos pastelitos en la pastelería de Conrado porque sabía que me encantaban los dulces. Fue el único al que le conté lo que me interesaba la repostería como futuro profesional. Me dijo que algún día haría dulces más ricos que esos, mientras encendía el tocadiscos y ponía su música de fondo. Me negué a aceptar su disculpa por orgullo, aunque me duró poco tiempo y terminó ganando él. Era imposible que nadie se resistiera a su encanto innato. Y, sin embargo, había conseguido perderlo fuera de aquella casa.

Seguí leyendo, cada vez más inmersa en sus palabras. Todo lo que Gael nos había contado cuadraba perfectamente con lo que había vivido mi hermano. Fui dejándome llevar por esos trazos movidos por una obsesión enfermiza, que me llegaba a través del papel y que me estaba levantando un dolor de cabeza horrible.

En un momento dado, la puerta de mi habitación se abrió de golpe.

—Eloise. —Mi padre me miró desde el umbral, preocupado. No dije nada y me quedé mirándolo, intentando ubicarme y salir de aquella atmósfera de irrealidad en la que me había sumido con la lectura del diario—. ¿Cuándo has llegado?

—Hace un rato.

—No te he oído.

—Perdona, olvidé avisarte.

—¿Estás bien? —Se acercó cauteloso, como si tuviera miedo de que me rompiera—. Pareces a punto de…

De llorar. Lo notaba.

—No es nada. Estoy bien.

—¿Qué lees? —Su mirada se posó en el diario, abierto entre mis manos, que estaba ahora encima de mis rodillas.

—Nada, unos apuntes que me he encontrado.

Me miró escéptico, pero no cuestionó mi respuesta. Parecía dispuesto a marcharse, estaba cerrando la puerta cuando pareció recordar algo y la abrió de nuevo. Abrió la boca para añadir algo más, supuse, pero jamás escuché lo que quería decirme. Se lo pensó mejor y, sacudiendo la cabeza, volvió a cerrar la puerta. A los pocos segundos escuché el eco de sus pisadas por el pasillo, que se perdieron escaleras abajo. No pude evitar sentir que realmente quería haberme dicho algo importante.

Decidí que podría hablar con él más adelante, pero antes quería saber qué más tenía que contarme Antoine.

No estaba preparada para encontrarme lo que leí.