Me estaba quedando literalmente dormido viendo la televisión con Naira, que había insistido en ver un documental de cetáceos que emitían ese día, cuando llamaron a la puerta.
Me levanté de golpe, completamente desubicado tras comprobar la hora en el reloj del salón. Las doce y media. ¿Quién podría llamar tan tarde un lunes por la noche? Supuse que era Gael, que había decidido dejarme hablar con él y disculparme, después de haberlo estado buscando y llamando todo el día.
Naira me miró algo alarmada, con sus ojitos oscuros cargados de cansancio. Mi padre dijo algo desde la cocina.
—¡Ya voy yo, papá, no te preocupes!
Fui al recibidor y abrí la puerta. Una silueta menuda y con el cabello alborotado se recortaba frente a la luz de las farolas. Tardé un rato en darme cuenta de que era Eloise. Iba a saludarla, todavía algo sorprendido, cuando me fijé en su expresión desencajada, sus ojos rojos e hinchados, el rostro húmedo. Respiraba entrecortadamente, como si hubiera corrido con todas sus fuerzas.
—Eloise, ¿qué ha pasado? —Ella sujetaba una libreta con fuerza, cuya cubierta parecía tener marcas, como si le hubiera clavado las uñas.
—Antoine… No fue un accidente. Lo mataron. Por un secreto.
Sus piernas temblaron y se doblaron, cayó a plomo.