No me había gustado nada la respuesta que nos había dado el profesor de Antoine. Me dio la impresión de que era una de esas personas a las que les cuesta expresar sus sentimientos y por eso creí que no había dado señales de preocuparse en absoluto por él. Pero la forma en la que trató a Eloise distaba mucho de lo que se esperaba de un adulto acostumbrado a hablar con estudiantes.
En el camino de vuelta casi no hablamos. La emoción de mi amiga se había reducido a un ligero mohín en su boca torcida. En algún momento hasta se puso sus auriculares, dándome a entender que no quería hablar. Pero a veces me miraba como pidiéndome disculpas.
Estaba ya medio dormido en el último tramo del viaje, cuando noté a Eloise saltar a mi lado.
—Ian, deberíamos habernos quedado en la biblioteca. —Parecía un poco irritada.
—¿Para qué? —pregunté abriendo los ojos.
—Si él encontró toda la documentación allí, quizá nosotros también podríamos hacerlo.
Medité sobre sus palabras, que poco a poco fueron cobrando sentido en mi mente.
—Podemos volver otro día, incluso un fin de semana si abren los sábados, para que no tengas que negociar más con Conrado. —Sonreí inseguro, intentando calmarla—. De hecho, creo que deberíamos volver y buscar los apuntes de tu hermano. Si no encontramos nada, entonces regresamos a la biblioteca, ¿te parece bien?
—Tienes razón… —Se volvió a sentar, apoyando la espalda en el respaldo del incómodo asiento.
—No te desanimes, Eloise, descubriremos la verdad.
No se giró para mirarme, pero supe que quería creerme.
Cuando llegamos a la parada de guaguas del pueblo, continuamos un rato juntos hasta que nuestros caminos se separaron. Bajé andando a mi casa, aunque sentí la necesidad de desviarme antes hacia el puerto. Había gente que andaba de un lado para otro, incluso me crucé con algún compañero de mi padre que volvía de trabajar, pero no dejaba de pensar en Antoine. En que lo que pudiera haber descubierto fuera tan importante como para condenarlo de esa forma.
Al llegar al muelle 41, observé con cautela la cueva, que vigilaba la playa desde el otro extremo de aquella bahía que era mi hogar. Siempre me había resultado aterradora y fascinante, pero en ese instante la vi como la había mirado Eloise alguna vez. Como un pozo de misterio y tristeza.
Una imagen perfecta que dibujar.
***
Ya en casa, salí al patio de atrás, donde mis padres me esperaban con la comida casi preparada. Naira se arrojó a mis brazos.
—¿Dónde has estado? Llevo todo el día buscándote porque quería que me ayudases con un dibujo.
—Lo siento, renacuaja —le dije revolviéndole el pelo—. Pero he ido de excursión con Eloise.
—¿Han descubierto algo? —me preguntó mi madre, al tiempo que daba un golpecito en la mano de mi padre, extendida hacia el cuenco de la ensalada.
—Nada en realidad, pero seguiremos con ello.
—¿En qué andan metidos? —preguntó mi padre.
Todos nos sentamos a la mesa en ese momento y, aprovechando que nos despistamos mientras cogíamos nuestros platos y nos servíamos, ignoré su pregunta.
—Mamá, papá… ¿Qué hacía la gente cuando escapaba de las guerras?
Me miraron como si acabara de anunciar que existía la vida en Marte.
—Creo que es fácil de deducir —dijo mi madre, bastante seria—. Los refugiados son civiles que se ven obligados a marcharse, pero también hay personas que, bien por su cargo político, militar o público, deben huir por temas ideológicos y para evitar ser juzgados y condenados. También hay gente que simplemente lo pierde todo y decide empezar de nuevo en otro lugar. Supongo que hay historias de todo tipo.
—Entiendo…
—¿Para qué quieres saber eso? —preguntó mi padre de nuevo.
—Es posible que tenga relación con la muerte de Antoine.
Tanto Naira como mis padres se quedaron quietos de nuevo, mirándome atentamente y sin saber qué contestar a eso.
—Hijo, lo que le sucedió al hermano de tu amiga fue un accidente. No creo que haga falta que se pongan a investigar. —La voz de mi madre se había suavizado notablemente.
—Pero es importante para Eloise. Es posible que no tenga nada que ver, pero quiero ayudarla a comprenderlo. —Empezaba a sentirme un poco tenso.
En ese momento Naira empezó a parlotear y pronto todos nos unimos a su alegría y terminamos riendo.
Cuando subí a mi cuarto un rato después, me puse a hojear algunos de mis libros de historia del instituto, intentando centrarme en todas las guerras de los últimos dos siglos. Había demasiadas. No se me ocurría por dónde empezar, porque podría no tener ningún tipo de relación con lo que fuera que quisiéramos averiguar.
No obstante, se me ocurrió la idea de comenzar por aquellos conflictos que hubieran tenido más impacto en Europa, por cercanía, y después ir desechando opciones. A no ser que encontráramos los apuntes de Antoine o alguna pista concreta...
Aun así, no dejaba de preguntarme si, en realidad, todo eso tendría algún sentido.
Estaba pensando en esas cosas cuando me fijé en la caracola que me había regalado Eloise. La había olvidado durante aquellos días y entonces recordé sus palabras, su intento de animarme. Sentía que al menos debía intentarlo.
Las acuarelas no servirían para colorearla, pero tenía unos pocos colores en acrílico que podía usar. Hice una pequeña mezcla de agua y alcohol en un vaso y tomé las cantidades que quería usar de cada tono, con cuidado. Me sorprendí a mí mismo, a pesar de estar desentrenado, obteniendo las combinaciones adecuadas. Deslicé el pincel con cuidado, siguiendo los surcos y la superficie desigual de aquel objeto tan preciado. Quería esforzarme por Eloise, así que intenté ignorar la primera sensación de incomodidad que me acompañó al tomar el pincel por primera vez en un año. Poco a poco fue cambiando y, al poco rato, se había convertido en una extensión de mi mano, en una sensación que ya me resultaba familiar. No estaba dibujando barcos, como había hecho antes, pero un cosquilleo de emoción me recorrió la columna.
***
Aquella tarde, Eloise y yo nos encontramos de nuevo en la playa. Llevaba el cabello recogido en una coleta medio deshecha y caminaba con una marcada determinación, aunque ligeramente indignada.
Cuando llegó a mi lado, sabía que estaba a punto de explotar.
—Maldito Conrado. Hoy me ha tenido pegada al horno la mitad del día. Ha llegado un momento en que no sabía si estaba elaborando pastelitos o quería hacer como en Hansel y Gretel. —Puso los ojos en blanco, pero no había acabado—. Y la otra mitad del día he tenido que atender a los clientes.
—¿Y qué tiene de malo atender a los clientes? A mí no me pusiste mala cara…
—No me gusta especialmente, pero hoy parece que todos los pesados se han puesto de acuerdo en venir.
Se cruzó de brazos y echó a andar hacia la cueva. No pude aguantar más y rompí a reír.
—¿Qué te hace tanta gracia? —La forma en la que se giró hacia mí, con el ceño fruncido, fue más que una amenaza. Reí todavía más.
—Tú. Cómo te enfadas. —Resopló y siguió andando, y yo me puse en marcha también—. Vamos, bastante bien se ha portado dejándote faltar al trabajo.
—No es excusa, ya quedamos en que trabajaría todo el fin de semana.
—¿Puedo ir a verte?
—Cuando acabe la jornada, debemos continuar investigando —dijo seriamente.
—¿Has encontrado algún apunte?
—No… —Suspiró mientras se aupaba y se sentaba en su roca, con seguridad y sin prestar mucha atención a lo que hacía, como si hubiera automatizado cada gesto—. No me atrevía a volver a entrar en su cuarto ayer. Siento que estoy entrometiéndome demasiado en su privacidad. Pero lo buscaré.
Su indecisión y el choque de todos esos sentimientos me llegó con la brisa costera.
—No te preocupes, Eloise. Tómate tu tiempo, yo voy a seguir ayudándote —dije y ella sonrió—. Vamos a ver qué encontramos y después buscamos en la biblioteca, ¿de acuerdo?
Asintió despacio.
—¿De verdad crees también que pudieron hacerle algo?
—Podría ser posible, por lo que escribió en el diario.
—Sí, y estoy segura de que algo tuvo que ver. Pero ¿y si me equivoco? ¿Y si también caigo en lo mismo y me obsesiono con todo esto? —Me miró preocupada.
—Tu obsesión la provocarían otras motivaciones, como comprender a tu hermano o lo que sucedió. Aunque no te sirva para solucionar nada, al menos sabrás la verdad, como dijiste.
Pasamos un par de horas allí, como acostumbrábamos a hacer aquel verano. Aunque hablábamos, había ratos que pasábamos en completo silencio, cada uno sumido en nuestros propios pensamientos.
Cuando decidimos volver al paseo, nos encontramos con Gael, que parecía bastante ajetreado.
—Anda, ustedes dos. Hace días que no los veo, ¿qué andan haciendo? —nos saludó.
—Habla el que menos debe, ¿dónde estás tú? —Eloise le dirigió un gesto burlón.
—Pues hoy estoy harto, la verdad. Mi padre me ha tenido de un lado para otro todo el día, estoy agotado. Creo que me merezco unas cañas. —Chocó las palmas, como si se le hubiera ocurrido una buena idea—. ¿Vienen? He quedado con Yaiza.
Eloise me miró y debió de pensar lo mismo que yo. Gael nos miró atento.
—Sí, claro.
Cuando llegamos a la terraza donde habían quedado, nos sorprendió encontrarnos a una chica pequeña y menuda, con los labios pintados de un rojo intenso, que contrastaba con su tez bronceada.
—Yaiza, te presento a Eloise. Y ese enano de ahí es mi amigo Ian.
—¡Encantada, Eloise! —La chica debía de ser al menos una cabeza más baja que mi amiga, pero la saludó con confianza y alegría, como si la conociera de siempre. Eloise se quedó quieta, mientras Yaiza se acercaba para darle dos besos—. Antoine me hablaba mucho de ti.
—En cambio, yo no sabía casi nada de ti. —Miré a Eloise con estupefacción. ¿Qué le pasaba?
Una sombra oscureció la mirada de Yaiza. Nadie habría pasado por alto el ligero temblor que sacudió su voz cuando había pronunciado el nombre de Antoine, pero había algo que enturbiaba los pensamientos de mi amiga.
Las dos chicas se miraron atentamente unos segundos. Una desafiante, la otra confusa.
—¡Bueno! Vamos a sentarnos y pedir algo, que no aguanto más —exclamó Gael, con quizá demasiado entusiasmo, mientras se sentaba en una de las sillas—. Ustedes dos —se dirigió a Eloise y a mí—, ni se les ocurra pedir una copa.
Empezamos a hablar de cosas sin mucha importancia, pero notaba a Eloise algo tensa a mi lado. Observaba a Yaiza, y sabía que estaba deseando preguntarle algunas cosas. La joven conseguía esquivar su hostilidad, e incluso ignorarla, mostrando una actitud risueña y despreocupada. Me fascinó la facilidad con la que se reía. En cierto momento, Gael y ella empezaron a hablar de unos trabajos de la universidad, y Eloise aprovechó la ocasión.
—Espero que no sean trabajos como el que tuvo que hacer Antoine.
Los dos se quedaron callados, mirándola con precaución.
—Eloise…
—Tranquilo, Gael. Lo sé más o menos todo. He leído su diario.
—¿Que has hecho qué? ¡Estás loca!
—Necesito comprender qué le sucedió a mi hermano y por qué era tan sumamente importante todo eso para él. —Su rostro impasible no aceptaba réplica, aunque sus ojos se fijaron en Yaiza—. Y, aunque no tengo ni idea aún de lo que estaba investigando, lo que he conseguido deducir es que, a pesar de lo que parecías importarle, le diste la espalda cuando ocurrió el accidente.
Quise añadir algo, pero Yaiza, para mi sorpresa, no me dejó abrir la boca.
—Si realmente has leído su diario, y ojalá hubiera escrito sobre todo lo que ocurrió el año pasado, sabrás que nosotros dos —movió la mano entre Gael y ella— fuimos los únicos que nos quedamos a su lado a pesar de que nos apartara sin dudarlo.
—¿Y después?
—Después fue demasiado duro como para enfrentarme a su familia —dijo con un aplomo y una sinceridad aplastantes, mirando a Eloise sin apenas parpadear—. No fue fácil para ninguno de nosotros asumir que había fallecido.
—¿Y tampoco pudieron pararle los pies o acompañarlo? Se quedó solo, investigando lo que fuera que lo mantenía tan ocupado. —Las pupilas de Eloise brillaban peligrosamente, fijas en Yaiza.
—Al empezar todo, yo estaba enferma. No sé cómo me contagié con una gripe muy fuerte que me tuvo prácticamente en la cama durante varias semanas. Cuando sentí que tenía fuerzas para algo más, Antoine ya estaba sumergido en ese jodido trabajo, ¿vale? —Sus labios temblaron ligeramente, pero su pequeña figura pareció agrandarse.
La miré con sorpresa. Esa chica había sufrido tanto como Gael, o incluso como la propia Eloise. Habría mil motivos que la hubieron obligado a estar separada de la familia de Antoine, pero intuía que el principal era que ella misma no lo habría soportado.
Gael las miraba alternativamente, entre enfadado y triste. Por una vez, se había quedado sin habla.
—Lo siento mucho, Yaiza. No imagino por lo que tuvieron que pasar, ninguno de los tres. —Dirigí mi mirada a todos ellos, aunque me detuve unos segundos más en Eloise—. Pero gracias por aclararlo.
La chica pareció ablandarse un poco y me miró con cariño.
—Gracias, Ian.
—En realidad, aunque nos apetecían estas cañas —intenté sonreír y sonar un poco más despreocupado—, Eloise y yo también queríamos preguntarte si sabías qué estaba investigando Antoine.
—Entiendo tus dudas… Pero él no le contaba nada a nadie.
—¿Nada de nada?
—De verdad que no. Ni siquiera nosotros lo comprendíamos —contestó Gael.
—Aunque, ahora que recuerdo —Yaiza lo miró frunciendo el ceño—, me suena que comentaba algo de una guerra. De un refugiado o algo así que había venido a España. Pero es algo más bien que interpreté yo, por comentarios que había ido soltando en algunas ocasiones, así que puede que me confundiera.
—¿Y no sabes de qué guerra se trataba? —pregunté con suavidad.
—¿La Segunda Guerra Mundial? —Yaiza abrió mucho los ojos, y Gael y ella intercambiaron una mirada de reconocimiento—. ¡Sí! ¡Eso es! —Se giró hacia nosotros, parecía que había recuperado la energía de antes—. Cuando empezamos a buscar información, acudimos un día a la biblioteca. El caso es que cada uno se fue por un lado y, unos minutos antes del cierre, decidí buscarlo. Me di cuenta de que habían pasado unas cuantas horas y no sabía dónde estaba. Lo encontré en la hemeroteca, buscando entre artículos de periódico. Aunque no me mostró nada de lo que leía, llegué a ver escrita la palabra «nazi».
—Sí, y también le mencionó algo a Carlos un día —recordó Gael, asintiendo.
Eloise me miró, el fuego resplandeciendo en sus ojos.
—¿Estuvieron en la biblioteca de la facultad?
—No, qué va —dijo Yaiza—. No había nada interesante allí. Fuimos a la Biblioteca Pública de Las Palmas.
—¡Muchísimas gracias, Yaiza! —exclamé. Eloise permaneció callada a mi lado, pero sentí su emoción—. Supongo que deberíamos empezar por ahí.
—De nada, espero que eso les sirva. Y si les digo la verdad, yo también quiero conocer en qué andaba metido Antoine. Así que si pueden ir contándome… —Miró a mi amiga, como si le pidiera permiso, pero esta no varió su expresión ni un ápice. Yaiza suspiró despacio—. Y si necesitan cualquier tipo de ayuda, llámenme, por favor.
Escribió su número de teléfono en una servilleta de papel con un bolígrafo que sacó de un enorme bolso y nos la tendió. Eloise tomó el papel con cierta brusquedad.
—Ojalá pudiera cambiar todo lo que sucedió, Eloise. Querría haberle ayudado más, pero no nos dejó —confesó Yaiza, después de levantarnos de nuestros asientos, cuando estábamos a punto de separarnos—. Pero si necesitas algo, aunque no tenga que ver con la investigación, también puedes llamarme y no dudaré en ayudarte.
Por cómo lo dijo, no me cupo la menor duda de que lo haría. Sé que a Eloise tampoco. Volvió a mantenerse en silencio, sin saber qué decir, observando cómo Yaiza y Gael se alejaban de nosotros, después de despedirse.