No podía creer nada de lo que había sucedido aquella tarde. Eloise, con su pelo oscurecido por el agua y las curvas suaves de su cuerpo marcadas por el sencillo bañador. Las gotitas húmedas en su rostro acentuaban sus pequeñas pecas y hacían que sus ojos brillaran con una luz nueva y emocionante.
Pero nada me había preparado para aquel beso.
No podía decir que no estuviera deseando que ocurriera, y aun así fue una sorpresa. Dudaba de que ella sintiera parte de esa atracción.
No sabía cómo interpretarla.
La imagen de su rostro pálido y levemente enrojecido por el sol, a pocos centímetros de mi propia cara, se grabó en mi memoria. Solo era capaz de ver sus ojos verdes, enmarcados por una maraña de cabello anaranjado, todavía húmedo y enredado.
Y sus labios finos entreabiertos.
Cuando quise darme cuenta, estaba besándolos, con una súbita emoción recorriendo mi cuerpo. En ese mismo instante supe, con una certeza que jamás había experimentado, que no quería estar en otro lugar más que sentado en aquel ridículo mantel verde, ni haciendo otra cosa que besando a Eloise.
Al llegar a casa, seguía teniendo aquella sonrisa de bobo adherida a los labios, algo que, para mi desgracia, no consiguió pasar desapercibido para mis padres.
—Parece que alguien ha tenido un buen día —dijo mi padre, en un tono socarrón muy elocuente.
—¿Lo han pasado bien? —preguntó mi madre, algo más discreta.
—Ya lo creo que sí. ¡Mira qué cara de bobo!
—Naira, para. —Mi hermana había empezado a revolotear a mi alrededor—. Sí, lo hemos pasado bien.
Mi madre asintió como si entendiese, aunque ni ella fue capaz de disimular la sonrisilla que había aflorado en su rostro.
—Me alegro, cariño.
Al poco rato, nos habíamos sentado alrededor de la mesa en el patio, como siempre, y estuvimos hablando animadamente.
—Por favor, hijo, no vuelvas a hacer lo de ayer —dijo mi madre—. Nos tuviste muy preocupados.
—Sobre todo, cuando apareció Gael buscando también a tu amiga Eloise —prosiguió mi padre—. La próxima vez avísanos, ¿quieres?
—Creo recordar que ya lo hice, ¿de verdad que no sabían nada? ¿Naira? —Los miré extrañado y mi hermana se hundió un poco en su asiento.
—Naira, ¿tú sabías algo?
—Bueno… —empezó a decir con timidez, sin dejar de mirar hacia su plato medio vacío—. Me acordaba a medias.
—¿Y por qué no dijiste nada? —La voz alarmada de mi madre me sorprendió.
—¡No me acordaba bien! Y cuando vino Gael, ya les dije que se había ido con Eloise —refunfuñó realmente indignada.
Recordé entonces que no habíamos vuelto a decirle nada a Gael, así que después de comer decidí ir a su casa.
—¿Por qué no me avisaron de su excursión? —replicó molesto, cuando nos sentamos a hablar en su habitación. Iba a formular una disculpa, cuando me interrumpió—. Da igual. Eloise me explicó que había encontrado algo raro, pero no me dijo qué era.
—Antoine encontró varias noticias interesantes en la biblioteca. Fuimos para saber qué podía haberle causado tanta impresión.
—¿Encontraron algo importante? —preguntó, entornando los ojos.
—Algún dato… Los comparamos con unas anotaciones que Antoine había dejado en otro cuaderno.
—¿Ahora se dedican a revolver en sus cosas? —Empezaba a estar realmente molesto.
—Eloise solo quiere entender a su hermano y saber qué sucedió —contesté, a la defensiva.
Gael se quedó callado unos momentos, como meditando sobre mis palabras.
—Es lo único que queremos todos. —Suspiró por fin—. Entonces, ¿encontraron algo?
—Poco. No hay muchas referencias en la biblioteca, pero no sabemos dónde más buscar, o qué otros pasos pudo haber seguido Antoine… —Lo miré atentamente—. Pero sí descubrimos unas noticias interesantes, algo acerca de unos juicios de un alemán nazi.
—¿Un nazi?
—Sí. Habría robado a alguna humilde familia judía.
—¿Y qué tiene que ver un nazi con Antoine?
—Eso es lo que queremos saber. —Abrió los ojos, completamente atento a lo que le decía—. Pero resulta que ese nazi huido vive en Gran Canaria.
Gael tardó unos segundos en asimilar y reaccionar ante lo que le había dicho.
—Así que se obsesionó con encontrar al nazi. ¿Es eso lo que insinúas?
—No insinúo nada. —Lo miré, molesto por su comentario—. Pero no creo que se quedara solo con ese dato. Debió de investigar más.
—No me gusta ni un pelo por dónde está yendo esto. —Se levantó y comenzó a moverse por la habitación, un poco inquieto—. Buscar información sobre la guerra y hacer un trabajo sobre ello tiene un pase. Lo que no puedo creer es que Antoine se dedicara a perseguir a personas con un pasado turbio. Más aún, si se trata de un jodido nazi.
—¿Y si fue así?
—¿De verdad quieren seguir por ahí si tanta certeza tienen de que sucedió algo más? —Detuvo sus pasos y me miró.
—No solo lo creo yo, también Eloise. Esto es importante para ella.
Gael sonrió tristemente, relajando un poco los hombros.
—Está bien. Si quieren seguir, dejen que los ayude. Pero si todo se complica lo más mínimo, se retiran. ¿Está claro?
—Está claro. —Sonreí y le apreté la mano en un gesto amistoso.
Durante un rato, estuve explicándole con más detalle acerca de las notas que habíamos encontrado, el cuaderno y las noticias.
—Pero no sabemos qué más buscar —dije despacio—. Eloise cree que podríamos indagar en otras noticias sobre Markdorf.
—¿Sobre qué?
—El pueblo donde viviría esa persona en Alemania. Al parecer, se menciona en otras noticias que vio de pasada. Yo no me fijé.
—Podría ser interesante —respondió Gael—. ¿Y si visitamos otra biblioteca?
—¿Cuál? La de la universidad no tiene medios suficientes.
—Estaba pensando, más bien, en alguna biblioteca de Madrid.
—Solamente podría ir en septiembre, cuando regrese para el segundo curso —repliqué.
Nos quedamos callados unos minutos, en los que la quietud estuvo solo interrumpida por los golpecitos de los pies de Gael en el suelo. De repente caí en la cuenta de que no tenía que esperar tanto para saber qué guardaban las bibliotecas de Madrid.
Rápidamente le expliqué a Gael mi idea y me fui directo a casa, donde me lancé al teléfono con una energía casi desesperada, ansioso por marcar.
Esperé rascándome la nuca, para variar, y pensé en que Eloise me habría apartado la mano de un empujón de haberme visto haciéndolo.
Una voz amortiguada sonó al otro lado de la línea.
—¿Diga?
—¿Víctor? Soy Ian.
—Maldito canario, ¿qué hay de ti? —Sonreí al escuchar su voz, súbitamente animada—. Parece que te hayas ido a otra dimensión: has desaparecido, tío.
—Ya, perdona. Sabes que no soy de los que suelen llamar. Y he estado bastante ocupado con unas cosas.
—Así que me llamas para pedirme un favor.
—Qué bien me conoces.
—Anda, dispara.
—¿Estás en Madrid? —pregunté ansioso.
—¿Dónde iba a estar si no? —Puse los ojos en blanco—. No, no me he ido de vacaciones.
—¿Podrías buscar unas noticias por mí? En periódicos nacionales o, al menos, que cubran más áreas que los de mi isla.
—Tu condenada isla podría estar más cerca, te oigo fatal. —Le oí refunfuñar y hablar con alguien que estaría con él—. Perdona. ¿Unas noticias? ¿Cuáles?
—Algo relacionado con nazis, robos y un pueblo llamado Markdorf en Alemania. Donde aparezcan las iniciales K. R. y S. Z. fundamentalmente, y que se publicaran entre 1978 y 1980.
—Tío, pareces Hacienda, pidiendo tanto.
—Por favor —inquirí, fingiendo un tono inocente.
—Vale, he tomado nota de todo. Déjame un par de días y te llamo. Has tenido suerte de que esté tan jodidamente aburrido en esta ciudad, ¡todo el mundo ha desaparecido! Aunque ya te vale. No he sabido nada de ti en todo el verano y solo me llamas para aprovecharte de mí.
—¿Te recuerdo que tampoco he recibido una llamada tuya? —Se quedó callado al otro lado—. Te prometo que te compensaré cuando vuelva.
—Tomo nota de eso también, porque pienso arrastrarte todos los jueves de cañas este curso.
Reí con ganas y, después de despedirnos, colgué emocionado, esperando que realmente me llamara con alguna buena noticia y un hilo más del que poder tirar. Si era así, podría ayudar a Eloise.
Eloise… Recordé nuevamente sus labios y me encontré de pronto deseando volver a verla. Pero también evoqué la estupefacción de su rostro, sus cejas alzadas y sus ojos bien abiertos, cuando vio la caracola adornada que había dejado entre sus dedos finos.
Sabía que la pintura no se podría adherir bien a la superficie de la caracola, pero había hecho un gran esfuerzo para que durara al menos todo lo posible. Aunque el color se fuera a los pocos días, el gesto y la reacción de Eloise habían merecido la pena.
Tampoco olvidaba la genuina sorpresa con la que me había mirado después de haber echado un vistazo a mis antiguos dibujos. No lograba comprender qué le había impresionado tanto, pero sabía que la emoción con la que había reaccionado era real.
Había sido esa emoción, precisamente, parte de la motivación que necesitaba para volver a coger, al menos de momento, los lápices. Así que aquella noche, mientras escuchaba a mis padres ir de un lado a otro de la casa preparándose para dormir, decidí rescatar aquella libreta que le había enseñado y cogí algunos lapiceros, gomas de borrar, reglas y afiladores, que introduje en un viejo estuche que llevaba siempre conmigo de pequeño.
Supongo que no solo quería sorprender a Eloise.