CAPÍTULO 13
ELOISE

Los días siguientes fueron realmente duros. Estaba agotada, sentía como si cada movimiento que hiciera con mi cuerpo me clavara cuchillos afilados en las articulaciones y la espalda. Pero no solo era una cuestión física, incluso pensar en Antoine me provocaba malestar.

No falté al acuerdo que había hecho con Conrado y me esforcé con gran esmero en la pastelería. El hombre me observaba con ojo crítico, evaluando sutilmente cada actividad que realizaba. Mis ojeras no le pasaron desapercibidas, pero no comentó nada al respecto. Lo único que hizo el viernes anterior fue darme unas palmaditas en un brazo.

—Sé que ahora no lo crees y que tienes una situación complicada en casa, Eloise. —Me miró con tristeza y sabiduría, y sus ojos azules se clavaron en mí con firmeza—. Pero estoy seguro de que tu futuro es prometedor. Eres trabajadora e inteligente. Más tarde o más temprano te darás cuenta de ello.

No supe por qué me lo dijo en aquel momento y tampoco contesté. Supuse que comprendía que sentía que no sabía qué hacer con mi futuro.

—Todos perdemos a personas que lo significan todo para nosotros —siguió hablando después de unos segundos de silencio—. Pero no querrían que nos quedáramos estancados, ni que dejáramos de avanzar nunca.

—Conrado, no se trata de eso. No sabes nada —repliqué.

—Hablé con tu padre el otro día. —Observó mi expresión atónita—. No sé qué pasa exactamente, pero sé que se trata de tu hermano. Entendí que no aceptaste trabajar aquí solo por gusto.

—Me gusta la repostería.

—No digo que no sea así. Pero necesitabas distraerte y estar ocupada.

—Y dinero. Si hablaste con mi padre, sabrás que las cosas no iban bien. —Sentía que me ponía cada vez más tensa, mis mejillas se encendieron inevitablemente—. No deja de revisar las facturas y de hacer cuentas.

—¿Y ahora cómo te sientes?

—¿Sobre qué?

—Sobre todo.

Se cruzó de brazos esperando realmente a que hablara.

—¿Por qué quieres saber todo esto? No soy más que una empleada.

—Eres más que eso, te conozco desde que naciste. —Una chispa de ternura pareció brillar en sus ojos por un momento—. Por eso te ofrecí a ti el trabajo. Así que dime, ¿cómo te sientes con ello?

—Aunque al principio viniera algo obligada por las circunstancias —confesé—, reconozco que me empezó a gustar. Siempre me ha interesado la repostería, así que trabajar aquí me ha permitido plantearme qué quiero hacer realmente.

Su sonrisa iluminó el obrador. Se le hinchó el pecho con algo parecido al orgullo.

—Tranquila, no pensaba despedirte si me respondías otra cosa —bromeó, aunque ambos sabíamos que no lo habría hecho de cualquier manera—. ¿Y sobre lo de tu hermano?

—Me preocupa que se hubiera metido en algún lío antes del accidente.

—¿Y por eso te estás metiendo en problemas también? —Lo miré sin comprender—. Ya te dije que te veía desubicada últimamente, así que lo hablé con tu padre, que está destrozado, por cierto. Me comentó que a veces te ibas y que él no sabía adónde. Ya le has pegado un par de sustos grandes… Ayer por la noche me llamó, por si sabía algo de ti o te había visto. Estaba bastante agitado.

—Pero acordamos que con que viniera a trabajar y me concentrara estaría bien, ¿no? —respondí enfurruñada.

—Únicamente quiero hacerte ver que tus acciones tienen consecuencias, Eloise —me regañó—. Y no solo para ti, sino para todos los que te rodean y que se preocupan por ti. Te conozco y sé cómo eres, pero te advierto de que, si trabajaras para otra persona, esta no habría dudado en despedirte en un abrir y cerrar de ojos.

Sabía, por supuesto, que tenía razón. Pero me dije a mí misma que todo acabaría en cuanto descubriera a K. R. y denunciara su secreto y el asesinato de Antoine.

—Lo tendré en cuenta —repliqué secamente.

—Mira que eres cabezota. —Muy a su pesar, volvió a dedicarme una de sus sonrisas características. Sabía que lo había escuchado, pero también comprendía que tenía que hacer algunas cosas a mi manera—. Recarga pilas este fin de semana. El lunes quiero verte a primera hora.

 

***

 

Aquellos días, mi padre me cuidó como cuando era pequeña. Se encargó de preparar todas las comidas, me llamaba por las mañanas e incluso limpió un poco la casa. Debía de tener una pinta horrible, más que de costumbre, para que lo hubiera hecho reaccionar. O quizá eran solo esas ganas de mejorar que parecían guiar sus pasos. En cualquier caso, lo agradecí profundamente.

No vi a Ian, aunque hablamos por teléfono. No es que no quisiera verlo, pero necesitaba estar a solas y pensar. Aproveché para disfrutar de toda esa música que no podía haber escuchado antes y para retomar mis cuadernos, de los que me había olvidado por completo.

Gael vino a verme aquel domingo. Y no estaba precisamente contento.

—¿Se puede saber en qué andan pensando el imbécil de Ian y tú? —me espetó nada más abrir la puerta de mi casa.

—Yo también me alegro de verte.

—No, joder, Eloise. Hablo en serio. —Entró en el recibidor y se fue al patio de atrás, mientras yo lo seguí poniendo los ojos en blanco—. Están tontos.

—Al parecer, K. R. vive en nuestro pueblo.

—Me lo ha contado Ian hace un rato. —Suspiró irritado—. Y me parece que todo esto se les ha ido de las manos. Se están metiendo en líos innecesarios.

—Si estoy en este lío, como dices, es por Antoine. —Él apreció el desafío en mi gesto, retándole a que me dijera algo en contra—. ¿Tú no quieres saber si fue asesinado?

—Pero ¿te estás oyendo? —Parpadeó con fuerza, se echó ligeramente hacia atrás y después se agachó hacia mí, poniendo sus manos en mis hombros—. Te estás obsesionando tanto como él. O algo peor.

Incliné mis hombros para que me soltara, dando un paso hacia atrás. Descubrí con tristeza que su enfado se había convertido en una profunda decepción.

—No creo que Antoine quisiera que te pusieras en peligro como lo estás haciendo.

En ese momento noté movimiento en la entrada del patio. Me giré bruscamente, deseando que no fuera mi padre, que no nos hubiera escuchado hablar. Pero respiré aliviada cuando vi a Ian, mirándonos con preocupación.

—Queremos descubrir a K. R. y denunciarlo. —Ian me tomó de la mano al colocarse a mi lado.

—¿Saben qué? Están locos. Los dos. —Gael nos señaló con el dedo—. Si de verdad me aprecian lo más mínimo, me dirán ahora mismo que van a parar.

—No podemos, Gael. ¿No querrías tú buscar justicia para Antoine?

—Sí, pero se están metiendo con un jodido nazi. No sabemos de qué habrá sido capaz ese degenerado.

—O degenerada —puntualicé.

—Lo que sea, me da igual. Sigo pensando que no es buena idea. Si quieren denunciarlo, háganlo ya y olvídense del tema. —Volvió a señalarme—. Tú ya tienes las respuestas que buscabas.

Los tres nos quedamos así un rato, mirándonos como si nos viéramos por primera vez. Jamás había visto a Gael sacar ese carácter y creía que a él también le había sorprendido mi actitud. Quizá consideraba que era una persona más sensata que Antoine, pero, a pesar de que mi hermano vivía las cosas con otra intensidad, yo no era menos cabezota que él.

—Hagan lo que quieran. —La resignación y la decepción de Gael me dolieron más que cualquier golpe, pero no di muestras de ello—. Pero no esperen que vuelva a buscarlos en mitad de una noche de tormenta.

—Estábamos bien —repliqué.

—Pero sus familias no —dijo, furibundo, y abrió mucho los brazos—. Por si no se dan cuenta, su actitud está afectando a todos los que los rodean.

Era lo mismo que me había dicho Conrado. ¿De verdad que todos lo veían así? Ian y yo nos miramos de soslayo, compartiendo los mismos pensamientos.

—Veo que no van a entrar en razón. Así que paso ya, los dejo.

—Espera, Gael…

Intenté tomar su mano antes de que se fuera, pero rechazó el contacto con un movimiento de su brazo, alejándose de mí. Se volvió y entró en la casa. Al segundo escuchamos la puerta de la entrada, dando un portazo.

—¿Crees que se le pasará?

—Imagino que sí. No es de las personas que pasen mucho tiempo enfadadas. —Ian intentó consolarme, sin mucho éxito. Debió de darse cuenta—. Aunque también es cierto que jamás lo había visto así.

—Yo tampoco —respondí con pesar—. Pero pasó mucho tiempo enfadado consigo mismo por lo de Antoine.

Ian asintió en silencio. Pensé que Gael, aunque quisiera descubrir la verdad tanto como nosotros, no podría permitirse el lujo de echar de menos a dos amigos más.

—Espero que consiga perdonarnos pronto. —Ian suspiró a mi lado—. ¿Y bien? ¿Se te ha ocurrido cómo buscar a K. R.?

—Estos días he estado bastante atascada. —Me senté en la mesa de hierro desconchado—. ¿Tienes alguna idea?

—Ninguna.

—No hay tanta gente en el pueblo, ¿de verdad que nunca nos hemos fijado en ningún detalle, o no hay nadie que sepamos que es extranjero?

Por un momento, Ian se quedó meditabundo, con su mano en la nuca, aunque quieta.

—No tengo ni idea —reflexioné.

—Podríamos preguntar un poco por el pueblo. A la gente le encanta hablar.

—Sí, pero suelen confundir las cosas, y con tal de chismorrear...

Ian asintió, de acuerdo con lo que decía, pero pareció caer en la cuenta de algo por un momento.

—¿Y en algún tipo de documento oficial? Es posible que, aunque se haya cambiado el nombre, siga recibiendo las facturas con su nombre original.

—¡Tienes razón! —exclamé, de pronto emocionada.

—Aunque parece complicado hallar algo así.

—¿Y si vamos a la oficina de correos? Quizá encontremos algo.

—De acuerdo, esta semana nos pasamos sin falta. —Al segundo, pareció preocupado—. Pero ¿y si ya no vive en el pueblo?

Sentía gran expectación y estaba muy emocionada. Sin embargo, no dejaba de preocuparme la idea de que no sabíamos cómo sería K. R., y era evidente que, como había dicho Gael, deberíamos tener cuidado. No obstante, mi objetivo principal en ese momento era conocer su identidad, descubrir quién era el asesino que se escondía y pasaba desapercibido entre todos los habitantes del pueblo.

A decir verdad, me extrañaba que nadie hubiera comentado nada nunca de K. R. Si fue un caso tan sonado como había dicho Víctor, ¿por qué seguía viviendo allí? Porque podría haberse ido a vivir a otro lado. Huir, como hizo al escapar de Alemania, con sus secretos cargados a la espalda. Pero, conociendo la obsesión que mi hermano había tenido con el trabajo, sabía que no podría haber sido así. Antoine estuvo en todo momento en el pueblo, no se había alejado de él más que para ir a la universidad o a la biblioteca. De algún modo supo que K. R. seguía aquí, entre nosotros. Y nadie se había mudado en todo aquel año.

No. Estaba claro que no podría haberse ido en todo aquel tiempo.

K. R. podría ser cualquiera.