Un ruido me sobresaltó y me sacó de mi duermevela. Llevaba despierta un rato, pero había sido incapaz de levantarme de la cama: mis huesos me pesaban al menos una tonelada cada uno, así que decidí quedarme un poco más escondida entre las sábanas. Tampoco tenía nada más que hacer, puesto que había comenzado las vacaciones hacía unos días y mis ganas de enfrentarme a la realidad eran mínimas. Pero aquel ruido me alertó, así que, haciendo un esfuerzo más grande del que podía, me desenredé de entre las sábanas y me vestí con unos vaqueros cortos y una blusa holgada. Bajé deprisa las escaleras, descalza y sin disimular mis pasos, hasta llegar a la planta principal. Me sentía extraña, sin saber el motivo. Desubicada y algo confusa, como si algo hubiera cambiado en el ambiente. Pero mi casa seguía siendo la misma. Además del sonido que me hubiera despertado, podía percibir el arrullo del campo que nos rodeaba a través de las ventanas abiertas, una calma inusitada y burlona que contrastaba con los latidos de mi corazón, aún acelerados a causa del sobresalto.
El pasillo estaba despejado, pero me llegó un murmullo desde la cocina, en la parte de atrás. Volví mi atención a aquel momento y, mientras olvidaba esa extraña sensación, me dirigí hacia el foco del ruido. Mi padre se encontraba agachado, buscando en un armario y revolviendo todos los utensilios de cocina. Un caos de cuencos, sartenes y platos se extendía por todo el suelo. Iba a dar un paso dentro de la habitación cuando vi los trocitos de cristal desparramados e inmediatamente supe qué era lo que me había despertado. Me quedé en el umbral de la puerta, cruzada de brazos, apoyé el hombro en el marco de madera y miré la espalda encorvada de mi padre, que cada vez buscaba con más entusiasmo.
—Como sigas así, vamos a tener que comer en las macetas sin flores que tenemos en el patio delantero.
Mi padre dio un respingo e intentó levantarse, golpeándose en la sien con el borde del armario. Después de murmurar y maldecir por lo bajo, pasándose la mano por la zona dolorida, se dio la vuelta y me miró con sorpresa.
—¿Tan mala pinta tengo? —inquirí.
—No… Pensaba que no estabas en casa. Quería preparar la comida. —Debió de apreciar el cambio de mi gesto a la extrañeza, porque añadió—: Son casi las dos de la tarde.
Fui incapaz de disimular la sorpresa que me provocó aquello.
—¿Otra vez te dormiste tarde? —preguntó mi padre en voz baja.
—No podía dormir.
Me miró con verdadera tristeza e hizo un gesto como si quisiera añadir algo más. Apenas tenía una pista de lo que me sucedía realmente; ya me había encargado yo de ocultárselo, porque no quería añadir más preocupaciones a su interminable lista. Pero hasta para él, ausente desde hacía tiempo, no pasaban desapercibidos mis desvelos. Llevaba meses arrastrando problemas de insomnio. Me costaba conciliar el sueño, por mucho esfuerzo que hiciera en dejar la mente en blanco.
—Eloise, si hay algo...
—Lo sé. No te preocupes. —Intenté sonreír, sin mucho éxito—. Me quedé escuchando música... hasta que se acabaron las pilas del walkman.
Su rostro pareció relajarse, aunque ambos sabíamos que era una verdad a medias. El insomnio no era consecuencia de que pasara las noches escuchando música; al contrario, lo hacía para poder relajarme, en un débil intento de arrastrarme hasta los brazos de Morfeo. No siempre lo conseguía con el éxito que esperaba.
—Quería ir hoy a comprar unas pilas nuevas —añadí.
Mi padre asintió, resignado, aún en cuclillas frente al armario abierto.
—¿Podrías ir después de que comamos juntos?
Aunque había perdido la mitad del día y eso lo odiaba, agradecí el esfuerzo que estaba haciendo. No siempre estaba receptivo ni era tan considerado; resultaba complicado sacarlo de su propia burbuja de desesperación y tristeza. Sentí cómo el malhumor se diluía dentro de mí, al pensar en lo mucho que le estaría costando aquello, aunque no lo pareciera.
—Voy a ponerme unas zapatillas y ahora vuelvo para preparar la comida. Ve recogiendo todo mientras tanto.
Me miró con sus ojos tristes y un poco ausentes, asintió y giró sobre sus talones.
No pude evitar suspirar ligeramente.
Sabía que no había sido el mismo desde el accidente, aunque yo era la menos indicada para reprocharle nada. Ninguno de los dos nos habíamos acostumbrado a nuestros silencios, porque ya nadie hablaba de lo que pensaba o sentía en aquella casa, que desde octubre estaba prácticamente vacía. No creía en el destino ni en ningún dios, pero, si alguno de los dos existiera, parecía que disfrutaba retorciendo nuestras vidas para dejarnos sin nada más que dos cuerpos que se consumían por dentro, de los que apenas quedaba ya una delicada carcasa, expuesta para romperse al mínimo roce. Incapaces de levantar la cabeza del suelo o de poner verdadero orden en sus vidas, tal y como mi padre intentaba hacer en la cocina en esos momentos.
Dejé a mi padre recogiendo el desastre mientras me ponía unas zapatillas de deporte algo viejas. El walkman me miraba desde el escritorio, lleno de papeles, cuadernos y mi máquina de escribir, una vieja Olivetti que había heredado de mi madre. Cuando volví a la cocina, me quedé de nuevo parada en el pasillo, haciendo caso omiso del nuevo ajetreo que estaba causando mi padre, mientras esa sensación de extrañeza volvía a apoderarse de mí. Era como si algo hubiera cambiado en el aire, que me confundía, pero que no podía identificar. Como en trance, anduve hacia la puerta principal, justo enfrente, salí al patio delantero y bajé los dos escalones que separaban el suelo de la puerta.
Ahí, a lo lejos, se extendía el pueblo de casitas blancas y edificios bajos que me había visto crecer. Desde mi casa podía verlo todo, pendiente abajo, hasta la bahía y el pequeño puerto, en ese instante inactivo.
El mar lanzaba destellos de luz, como si estuviera saludándome.
Me quedé ensimismada mirando en aquella dirección, atraída por ese sentimiento que no lograba identificar, una especie de añoranza que me provocó un escalofrío que recorrió mi espalda. La voz de mi padre hizo que regresara a la realidad del maltrecho patio de mi casa, lleno de macetas de las que solían rebosar los colores. Volví adentro.