[121] CAPÍTULO XIV

Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos

In Kapitel 13 (hier übersprungen) wird zunächst Don Quijote von Vivaldo, einem weiteren Teilnehmer am Begräbnis des Grisóstomo, wegen der – nach Vivaldos Meinung häresieverdächtigen – Vergötterung Dulcineas kritisiert. Anschließend lobt Ambrosio seinen Freund Grisóstomo in den höchsten Tönen, während er die Vorwürfe gegen Marcela noch verschärft.

Das 14. Kapitel beginnt mit der Verlesung einer langen Liebesklage aus der Hinterlassenschaft Grisóstomos, von der hier nur die ersten sechs Verse (von 133) wiedergegeben werden. Im Unterschied zu den bisherigen Beschuldigungen von Seiten Dritter enthält sie eine direkte Anklage des Betroffenen. Damit ist die ›Männerfront‹ gegen Marcela komplett. Aber plötzlich erscheint sie selbst und verteidigt sich so brillant, dass niemand mehr etwas gegen sie vorzubringen wagt.

Der ›gehobene Stil‹ dieses Kapitels verlangt vom Leser Geduld. Die Rede Marcelas, der Höhepunkt der eingeschobenen Geschichte, wird hier leicht gekürzt.

————

[122] CANCIÓN DE GRISÓSTOMO

Ya que quieres, crüel, que se publique

de lengua en lengua y de una en otra gente

del áspero rigor tuyo la fuerza,

haré que el mesmo infierno comunique

al triste pecho mío un son doliente,

con que el uso común de mi voz tuerza.

[…]

Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo:

– Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni [123] temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante, y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.

– Así es la verdad – respondió Vivaldo.

Y queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión (que tal parecía ella) que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que por cima de la peña donde se cavaba la sepultura pareció la pastora Marcela, tan hermosa, que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio; y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de ánimo indignado le dijo:

– ¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro [124] despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar arrogante este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, […].

– No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho – respondió Marcela –, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.

Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir: «Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo.» Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas [125] alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda: que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. […]

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada [126] puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, […]; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quién le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.

El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada [127] uno de los que me solicitan de su particular provecho; […]. Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste, ni solicito aquél; ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo:

– Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno [128] de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que había de decir desta manera:

Yace aquí de un amador

el mísero cuerpo helado,

que fue pastor de ganado,

perdido por desamor.

Murió a manos del rigor

de una esquiva hermosa ingrata,

con quien su imperio dilata

la tiranía de amor.

[…]

————

[129] Zu Kapitel 15–19

Ab Kapitel 15 des Ersten Teils rückt die Haupthandlung mit Don Quijote und Sancho Panza wieder in den Vordergrund, wobei Don Quijote reichlich Prügel für seine Irrtümer bezieht. Im 15. Kapitel allerdings ›irrt‹ sich Rocinante, der, obwohl sonst immer müde, von einem plötzlichen sexuellen Begehren befallen wird und dieses an friedlich weidenden Stuten befriedigen will, die ihn zurückweisen: eine deutliche Wiederaufnahme des Marcela-Motivs, jetzt auf niederer, komischer Ebene. In Kapitel 16 spielt Don Quijote sich selbst als höfischer Liebhaber auf. Das Objekt seiner (allerdings rein literarischen) Begierde ist die – sich ebenfalls sträubende – Schenkenmagd Maritornes, die er für das Burgfräulein hält, worauf er von dem echten Liebhaber der Maritornes verdroschen wird: abermals in komischer Verzerrung des Marcela-Motivs, mit Aufzeigung der Grenzen mittels Prügel. In Kapitel 17 ist vom ›durchschlagenden‹ (genauer: vom Durchfall verursachenden) Erfolg des Fierabras-Zaubertrankes die Rede, durch dessen Genuss die beiden zerschlagenen Helden keine Heilung, sondern noch mehr Pein erfahren. Im 18. _Kapitel findet die Schlacht mit den ›Heerscharen‹ statt, die in Wirklichkeit Schafherden sind: Don Quijote bezahlt den Irrtum mit dem Verlust einiger Zähne. In Kapitel 19 gibt es eine überraschende Variante, weil hier tatsächlich Wundersames geschieht: eine schauerliche, nächtliche, von Fackeln erleuchtete Prozession von Kapuzenmännern wird von Don Quijote zunächst angegriffen. Als ihm aber erklärt wird, um was es sich handelt (um einen von mehreren Priestern begleiteten Leichentransport), entschuldigt er sich. Gleichzeitig wird ihm in diesem Kapitel von Sancho Panza der Beiname eines Caballero de la triste figura [130] verliehen, was von Sancho als Spaß mit Bezug auf Don Quijotes Physiognomie gemeint ist, von Don Quijote selbst aber als Auszeichnung verstanden wird, als ob er ein anderer Yvain wäre, dem der Ehrentitel des »Löwenritters« zuteil wurde.