LA HORA MÁGICA (Matiné, Vermouth y Noche)

LA ÉPOCA: fines del siglo XX

EL LUGAR: cines y cafés de Santiago de Chile

(hemisferio sur)

LOS PERSONAJES:

—CLAUDIA MARCONI (Santiago, 1963)

«una productora, aficionada a la moda y el diseño»

Sus ojos son pardos y sus dientes son casi perfectos, a excepción de un pequeño acople al centro de la hilera inferior. Su pelo es del color de la miel cuando está dura, y cuando camina pareciera que siempre hubiera una brisa. Claudia es alta, para los estándares locales (1,72); a pesar de sus numerosas fluctuaciones de peso, lo cierto es que Claudia es delgada (45 kilos). Su piel es blanca como la leche evaporada y, en la espalda, tiene una guirnalda de pecas. En el tobillo derecho tiene una leve cicatriz diagonal, recuerdo de un accidente ciclístico. Las areolas de sus pezones son algo más oscuras de lo que ella desearía. En su glúteo derecho tiene un lunar en forma de tortuga.

—TEO GÁNDARA (Nancagua, 1972)

«un director de documentales de TV, aficionado al cine y a la fotografía»

Tiene el pelo negro y crespo. Cuando está largo, o hay mucha humedad, siente que se le infla y se le dispara. Su piel es del color del agua de las aceitunas negras. Sus ojos carbón delatan el origen árabe de su madre y se hunden en su cara. Entre sus dos paletas dentales posee una leve fisura. Teo mide 1,77 y pesa 74 kilos. Aun así, tiene una pequeña panza que intenta esconder. Sus brazos son más vellosos que sus piernas. Debajo de su ojo izquierdo tiene una leve cicatriz, producto de la mordida de un perro.

ANTECEDENTES:

La idea de Claudia Marconi era hacer un lay-out para la revista con algunos de los actores de una película nacional recién estrenada.

Así partió todo.

La película era chilena, de un director joven, una suerte de thriller existencial sobre hormigas que asesinan. Yo había escuchado hablar de la cinta. En la escuela. Un tipo de mi curso había sido tercer asistente del productor de campo. Me dijo que la película no era igual a todas las otras que se filmaban acá. «Se nota que al huevón le gusta el cine. Que el huevón ha visto cine. Ya con eso, compadre, me saco el sombrero», me dijo.

El día antes de juntarme con Claudia había leído una crítica de Lucas García tan exageradamente a favor que sospechaba que el producto final iba a estar muy por debajo de mis expectativas.

Pero, cosa curiosa, tenía expectativas. Muchas.

De la película y de ella.

Claudia Marconi estaba a cargo de todo lo que era moda en la revista y, por ser una revista de moda, era algo así como la diosa de la revista. También parecía una diosa o, al menos, una top model retirada. No es que fuera vieja, pero era mayor que yo. Se notaba que había viajado y, sobre todo, vivido. No usaba argolla. Tampoco tenía fotos de sobrinos en su repisa.

Claudia había visto algunas escenas de la película en video. «Me pareció atractiva, sobre todo a nivel visual», me dijo cuando me llamó por teléfono a mi cuchitril.

«Es un filme independiente», agregó, como si en Chile todas las películas no lo fueran.

Yo la había mirado un par de veces. Era inevitable. Todos decían que era insoportable. Una arpía. Su voz era levemente ronca, cachonda, espesa como la chancaca de las sopaipillas. Claudia pensaba que yo podría ser el fotógrafo. Había visto algunas de mis fotos, pero también se había fijado en como me vestía.

«Lo perfecto ya pasó; ahora viene la era de la imperfección. Feo, pero con onda. Como tú. Ser de clase baja, Teo, ya no tiene nada de malo».

«Qué», le dije, pero ella no se hizo cargo o no me dejó interrumpirla.

«Sé que no tienes mucha experiencia, pero creo que estás cerca del tema. ¿Has bailado alguna vez tecno?».

«No bailo», le dije, «pero he ido a esas fiestas».

«El trabajo es tuyo».

Ojo: yo no era exactamente un fotógrafo, pero podía tomar fotos. Claudia Marconi pensaba usar a los actores como modelos y trabajar «una cosa urbana, nocturna, muy alternativa, pero comercial». Según ella, sólo yo podía interpretar su visión. Eso, claro, me gustó. Me hizo sentir bien. Era un desafío tomar esas fotos. Dejar de ser el ayudante, el goma de la Agnes, que no me tomaba en serio ni por broma.

Pasar el día rodeado de mujeres bonitas es una suerte, y un agrado, pero no deja huella. Y yo quería dejar huella. Dios sabe por qué. Retratar a actores-modelos no era el camino, lo sabía, pero al menos me ayudaba a ponerle fin a la rutina de objetos para regalos, los interiores de casas ABC1 ajenas y, sobre todo, terminar de una vez por todas con iluminar los platos que ilustraban las complicadas recetas que atochaban las páginas finales de esa revista.

Estaba en primer año en la Escuela de Cine de Chile, allá en Macul. No era pobre pero tampoco rico y vivía lejos de mi familia. Llevaba poco tiempo en Santiago y a veces me sentía un huaso cuando se me escapaba un código o un chiste que todos celebraban. Necesitaba algo de dinero extra porque mi vieja estaba corta de fondos luego de enviudar. Además, quería ganar dinero por mí mismo. Despreciaba a mis compañeros «hijitos de su papá» que recibían mesada. Ser asistente de asistente en filmes pequeños era divertido, pero no daba dinero. Postulé entonces como asistente de asistente de una famosa fotógrafa y quedé. Yo quería ser fotógrafo de cine, no fotógrafo fijo, pero una vez el Carlos Flores, mi profe, me dijo que lo clave era aprender a «desentrañar» la luz, así que acepté el ofrecimiento. Ni huevón. Cuando uno nace sin contactos, los contactos nunca sobran.

Agnes era vieja, tenía como cincuenta, y sabía mucho de foto publicitaria y de moda, pero nada de cine. Todos le decían Agnes Be, como la B de burro, aunque nunca entendí por qué, pues su apellido era Kruger. La Agnes me hacía reír aunque a veces me gritaba. Perdía el genio con facilidad. Una vez me dio una bofetada y otra vez me tiró un té en la cara. Por suerte, estaba tibio. Me acuerdo que me regaló su vieja cámara Pentax para que no armara un escándalo. Agnes Be era sola, no muy bonita y rellena, y me miraba como a un hijo hasta que una vez me tocó las orejas y me las besó. Una vez, en su cuarto oscuro, la comencé a tocar. Se mojó al tiro, así que se lo metí ahí mismo. A la paraguaya. Le gustó aunque yo quedé medio asqueado. Su trasero era blanco y gelatinoso y se movía al tocarlo. Rebotaba. Igual me dio pena. Agnes me dijo que nunca le contara a nadie y me regaló una Polaroid, un trípode y un lente gran angular marca Zeiss.

Le pregunté a Claudia de qué se trataba la película. La verdad es que sabía al dedillo de qué iba. Ella, sin embargo, estaba tan entusiasmada con su primicia que me dio pena explicarle que, para la gente del medio cinéfilo, la película en cuestión era un capricho, algo local con tufo a foráneo, una pérdida de celuloide. Nadie apostaba por ella, nadie le daba la luz del día, todos cruzaban los dedos para que le fuera como las huevas.

«Es rara», me dijo, «gótica. Hay discotheques, muchas discotheques. Está totalmente adelantada a su época, como yo. El sábado, ¿te parece el sábado?».

«Sí», le dije.

«Podemos tomar té, ponernos de acuerdo, ver la película, comentarla, hacer un poquito de tormenta cerebral».

«Intercambiar fluidos creativos», agregué a la pasada, pero luego me arrepentí porque me di cuenta de que podía sonar a otra cosa.

«Quizá podemos comer algo a la salida», me dijo.

«Claro, cómo no. Podríamos comer algo. Encantado», le dije. «Un honor».

Esto —creo que lo dije— pasó hace tiempo. Al menos, yo siento que fue hace mucho porque tengo tan poco que ver con el pendejo que fui. Yo era muy joven y me hacía el mayor.

Confiaba en lo que vendría. Me creía artista. Sabía poco.

Ella, ahora que lo pienso, también.

PRIMERO:

Invierno de 1992

Escena uno:

Café Villa Real, al lado del cine Oriente

Pedro de Valdivia norte, Providencia,

Santiago de Chile

Cinco de la tarde

Claudia espera en una mesa. Las paredes del café están dibujadas con motivos naif. Claudia está sola. Hojea la revista para la cual trabaja.

El café Villa Real es el tipo de lugar donde uno iría con su abuela, en caso de contar con una y en el caso que uno quisiera, sin presión alguna, salir a tomar el té con su abuela. El Villa Real está en el corazón de Providencia, en la Avenida Pedro de Valdivia norte, en un sector decididamente afrancesado, al lado del Oriente, un cine que se quedó en el tiempo y sobre el que todos coinciden en que es pésimo, además de muy helado en invierno.

Providencia fue el primer suburbio de Santiago. Los ricos ahora han huido a los faldeos de la cordillera. Providencia tiene metro y mucho tráfico. Casi no quedan casas, pero sí los árboles de los antiguos jardines. Providencia es una rara mezcla de boutiques y tiendas baratas, bancos y oficinas, bares sofisticados y fuentes de soda. El barrio es geriátrico-adolescente. Hay departamentos muy grandes y miserables estudios. Todos pasan por Providencia, pero pocos se quedan. Llegas ahí a iniciar una vida o a terminarla.

Teo se sienta junto a Claudia.

TEO

Me atrasé, lo siento. Me quedé dormido. Mucha siesta, parece.

CLAUDIA

¿Te acostaste muy tarde?

TEO

Como a las cuatro-cinco. Fui al cine. Función de trasnoche. La puta película no terminaba nunca.

CLAUDIA

¿No te parece un poco tarde para ir al cine?

TEO

No.

CLAUDIA

Bueno, es tu vida.

TEO

Eh... sí, supongo.

CLAUDIA

¿Te puedo decir algo?

TEO

Creo que me lo vas a decir igual.

CLAUDIA

Me molesta que llegaras atrasado. Mucho. No lo puedo negar. No tolero esperar. Ya no estoy para esperar a nadie, ¿me entiendes?

Ha terminado esa etapa en mi vida.

(pausa)

Tampoco me parece adecuado que el día antes del shoot decidas irte de farra.

TEO

¿Shoot?

CLAUDIA

La sesión de fotos. Deberías cultivarte un poco. Si quieres entrar a un círculo, lo mínimo que debes hacer es aprender sus códigos.

TEO

Eh... Si quieres puedo volver a entrar para que esto parta más o menos bien... O podemos dejarlo para otro día en que estés menos agresiva. Todo esto es muy raro.

CLAUDIA

El raro e irresponsable eres tú. Esto me pasa por apostar por pendejos. Te vas de farra con quién sabe quién, llegas tarde y con ese olor.

TEO

¿Qué olor?

CLAUDIA

Tu olor.

TEO

Ya, mira, Claudia, de verdad buena onda que te hayas fijado en mí y todo, pero creo que hay...

CLAUDIA

Perdona. Soy un poco directa, lo sé. Los mediocres le tienen miedo a la gente directa. Y no digo que tú seas mediocre. He apostado por ti, pero tampoco deseo perder mi apuesta. Si te quieres ir, lo entiendo. No te voy a denunciar en la revista. Es mejor anular esto antes que empiece, ¿no crees?

TEO

Eh... Dame un minuto.

(una laaaarga pausa)

CLAUDIA

¿Qué viste?

TEO

No ha pasado el minuto.

(Claudia sonríe. Teo también.)

CLAUDIA

¿Qué viste? Me interesa.

TEO

Tarkovski.

CLAUDIA

No sé quién es.

TEO

Es un ruso famoso. Los intelectualoides lo aman porque la gente normal no lo entiende.

CLAUDIA

¿Y tú la entendiste?

TEO

Poco. Además, era lenta. Demasiado. Pero lo peor es que no me identifiqué; no sé, para mí es importante identificarme. Y pasarlo bien, claro. No entretenerse porque sí, pero...

CLAUDIA

¿Te parece mal entretenerse?

TEO

No. Para nada. Lo que intenté decir antes de que me interrumpieras es que hay varias maneras de entretenerse: sufriendo, conectándose, no sé, mil maneras. El profe que me enseña dice que Tarkovski es un clásico. Puede ser, pero cada uno tiene sus clásicos y no creo que nunca él esté entre los míos. Yo creo que es clave a quiénes uno elige como sus favoritos. Tus ídolos no sólo revelan tus gustos y tu moral, sino que te forman. Es más importante elegir bien a tus cineastas favoritos que a tus amigos. Uno puede tener los padres equivocados, pero si uno ve los filmes que corresponden sale ganando.

((pausa corta)

Yo antes veía mucha basura. Demasiada. Como si fuera maní. En la escuela consideran que todo lo que es americano es basura. Así que ahora tengo que ponerme las pilas. Eso.

(pausa)

Mis compañeros han visto mucho menos que yo, pero saben más porque han visto más huevadas de arte. Le han dado duro al Normandie y El Biógrafo. En la Sexta Región no hay cines arte. Ni hay cines. Ok; supongo que me falta mucho blanco y negro. Lo admito. No sé por qué, pero lo cierto es que se me hace cuesta arriba ver películas en blanco y negro. Yo quiero filmar en color.

Puta, si la vida es en color.

CLAUDIA

¿Estudias cine, entonces?

TEO

Sí, por suerte. No me veo estudiando Derecho o nada normal.

CLAUDIA

¿No te consideras normal?

TEO

Por suerte. ¿Tú?

CLAUDIA

Espero que sí. De eso se trata, ¿no?

TEO

O sea, ¿eres igual a todos?

CLAUDIA

No. Espero ser mejor pero siempre dentro del grupo de las mejores, digamos. ¿Me explico? Espero ser normal. No me interesa para nada ser la rara. Uno ya sufre suficiente siendo normal, ¿no hallas tú?

TEO

Igual eres un poco freak.

CLAUDIA

Mucho cuidadito, Teo. Recuerda que siempre hay límites. Y están por algo.

(pausa larga)

Pensé que lo tuyo era la foto fija.

TEO

Es un trabajo. Por ahora, no más. Igual me sirve. Aprendo. Digamos que me gustan las fotos que se mueven. La verdad, 24 veces por segundo.

CLAUDIA

Eso lo aprendiste en clases.

TEO

Sí. ¿Tú estudiaste algo?

CLAUDIA

Da lo mismo. No importa lo que estudias sino en aquello en que te conviertes. Ya lo verás.

TEO

Hablas como si tuvieras setenta años.

CLAUDIA

A veces me siento de cuarenta y ocho, que es peor. Espero saltarme la menopausia o llegar a ella muy, pero muy bien, lo que es dudoso pero bueno... Según Max, mi problema es que...

TEO

¿Tu novio?

CLAUDIA

Mi analista. Pero es un tema privado que no viene al caso. No suelo hablar de mi analista en público. Me parece una rotería.

TEO

Eres como Diane Keaton en las películas de Woody Allen.

CLAUDIA

¿Lo debo tomar como un insulto? Nunca me ha gustado ella. Encuentro patético cómo se viste. Es como si se escondiera.

TEO

Yo me enamoré de la Keaton cuando vi Annie

Hall.

CLAUDIA

De verdad odio a esa mujer. Es la que actuaba en esa película del bebé.

TEO

Baby Boom.

CLAUDIA

Ahí no se vestía mal, es cierto. Pero soy bastante más guapa. Y flaca. Y no tengo esas patas de gallo. Cambiemos de tema.

(pausa larga)

¿Fuiste solo?

TEO

¿Qué?

CLAUDIA

Si fuiste solo. Anoche.

TEO

Sí, claro.

CLAUDIA

¿Sí?

TEO

Sí, ¿qué tiene?

CLAUDIA

No, nada. Curiosidad. ¿Dónde vives?

TEO

Cerca de la Avenida Matta. Por San Francisco. Una calle chica.

CLAUDIA

Lejos.

(pausa)

La verdad es que no se me ocurriría ir al cine sola. Nunca he ido sola. Tampoco podría. No va conmigo. Menos a la medianoche.

TEO

Las películas aburridas hay que verlas con alguien, así las puedes criticar. Pero yo siempre voy solo. Es como leer. Uno lee solo. Ir con alguien es como redundante.

CLAUDIA

Puede ser. Yo veo tele sola. Veo harta tele sola. Casi todas las películas las veo en la tele. En video, digo. Pero al cine, sola... jamás. Imagínate si me vieran. ¿Qué dirían?

TEO

Qué van a decir. No es un pecado ni un crimen. No hay nada de qué avergonzarse.

CLAUDIA

Definitivamente, no eres de mi círculo ni tienes mi edad.

TEO

Perdón, ¿qué edad tienes?

CLAUDIA

Nunca se le pregunta a una mujer su edad. Se nota que no sabes de mujeres.

TEO

Tienes como treinta y dos. Eso me parece súper joven.

CLAUDIA

Estúpido.

TEO

Clint Eastwood tiene como setenta.

CLAUDIA

Tengo veintinueve.

TEO

Mejor.

CLAUDIA

Vivo con mis padres.

TEO

Peor sería que vivieras sola.

CLAUDIA

No; eso es lo que quiero. Me parece patético que no sea capaz de independizarme.

TEO

Quizá debas gastar tu dinero en otras cosas. Quizá podrías vivir en una pensión. A mí me sale bastante poco. Lo malo es que hay que compartir el baño y la cocina. Y te tienes que mamar que el osornino que estudia Filosofía cante toda la noche Pablo Milanés.

(Claudia se ríe.)

CLAUDIA

No es un tema de plata. Me da miedo. Eso es todo.

TEO

Vive en uno de esos departamentos con guardia abajo. Nochero, portero, alarma, todo.

CLAUDIA

No es ese el miedo al que le tengo miedo.

(pausa)

¿Y tú? ¿Qué edad tienes? ¿Quince?

TEO

Veinte. Pero partí chico.

CLAUDIA

¿Qué significa eso?

TEO

Para mi edad, he hecho hartas cosas. Cuando no eres ni el más mino ni el mejor deportista, tienes tiempo para leer y aprender algo.

CLAUDIA

E ir al cine.

TEO

Claro.

(laaaarga pausa)

¿Y tú qué hiciste anoche?

CLAUDIA

Me acosté con un huevón casado que no me quiere y al que ya no amo porque nunca se la va a jugar conmigo.

TEO

Vaya. Esto es mejor que un corto de la escuela. ¿Por qué la gente no habla así siempre? Si hubiera sabido, traigo una grabadora y saco la mejor nota en mi taller de diálogo.

CLAUDIA

Mi vida no es una comedia, te lo aseguro.

TEO

Es más bien una sitcom.

CLAUDIA

¿Qué?

TEO

Nada. O sea, es un drama. ¿Y la pasaste bien con tu amante casado?

CLAUDIA

La parte sexual no estuvo mal.

TEO

Bueno, es una parte importante, ¿no?

CLAUDIA

Sí, pero lo otro también lo es.

(pausa)

Después tuve que ir al lanzamiento sola. Un restorán nuevo. No había a quién fotografiar. Nadie que valiera la pena. Totalmente aspiracional, como diría la Andrea. ¿Nunca te han mandado a tomar fotos de social?

TEO

La primera y única vez le tomé fotos a pura gente que no era jetset. La Andrea casi se muere. Me dijo que mejor me quedara en el estudio. Por mí, mejor. Igual me da como pena la gente que posa para las fotos.

CLAUDIA

Pero si se están divirtiendo.

TEO

Quizá. Pero no me voy a dedicar a eso. Tengo mi dignidad.

CLAUDIA

Todo el mundo la tiene.

TEO

Yo creo que no.

CLAUDIA

Yo creo que sí.

TEO

Yo creo que no. Me extraña. Mira a toda la gente que es famosa.

CLAUDIA

Creo que no tenemos nada en común.

TEO

Por suerte esto no es una cita romántica.

Estaríamos en problemas.

(laaarga pausa

se acerca un mozo.)

TEO (CONT’D)

Tenía ganas de tomar onces.

CLAUDIA

Vamos a tomar té. No digas onces. Nunca.

TEO

Yo me crié tomando onces.

CLAUDIA

¿Y qué culpa tengo yo?

(Claudia pide por los dos. Teo mira las señoras mayores que toman té con galletas. Todas tienen aros con oro y brillantes.)

CLAUDIA

Tú quieres ser fotógrafo, ¿no? De cine, digo. No de modas.

TEO

Sí. Es lo único que quiero. Para eso sirvo. O sea, creo que sirvo. Es importante servir para algo. Ser bueno aunque sea en una cosa. De ahí partes y armas el resto.

CLAUDIA

Cierto. Al menos estoy bien en algo.

TEO

¿Cómo?

CLAUDIA

Nada.

(pausa)

¿Y por qué no lo haces?

TEO

¿Qué?

CLAUDIA

Fotografiar películas.

TEO

De a poco. Calma. Igual recién empiezo. Para eso estoy estudiando. Si lo supiera

todo, para qué estudiaría, ¿no? Además, con lo cara que me sale la carrera. Uf.

(pausa breve.)

Y tampoco me han llamado los directores decentes, los que tienen algo que decir. Que son como dos. La mayoría de nuestros supuestos cineastas no son más que publicistas culposos que buscan limpiar su nombre y pasar por artistas.

CLAUDIA

Tienes muchas opiniones personales, Teo.

TEO

Todas las opiniones son personales.

CLAUDIA

Pero las expresas. Eso es bueno. Yo pensaba que hablabas poco. Tan callado, misterioso.

TEO

Cuando trabajo, no hablo.

CLAUDIA

Como los obreros.

TEO

Uno es obrero de su vocación, sí.

(pausa)

Además, no tiene nada de malo ser obrero.

Tú desprecias a los obreros parece.

CLAUDIA

No, pero claramente no soy uno.

TEO

Claramente. No todos tienen que ser artistas, Claudia. El mundo sería una mierda.

(pausa larga)

CLAUDIA

¿Tú crees que los tipos que hablan menos seducen más?

TEO

Depende. ¿Por qué?

CLAUDIA

Por nada.

(pausa no tan larga)

TEO

¿A qué hora es?

CLAUDIA

¿Qué?

TEO

Las hormigas asesinas.

¿No vamos a ver una película?

CLAUDIA

A la vermouth. Aún tenemos tiempo. Te cité temprano para conversar.

TEO

Vermouth...

(pausa)

Ya nadie usa esa expresión. Ni siquiera de donde vengo yo.

CLAUDIA

Matiné, vermouth y noche. Es un decir, una costumbre.

TEO

Una vecina allá tenía un amante y, claro, todo el mundo sabía. Mi abuela decía que tiraba «matiné, vermouth y noche».

CLAUDIA

Y estaba la selecta.

TEO

¿A qué hora era esa?

CLAUDIA

Creo que a las 14. Creo. También estaba la matinal, a las 11, para los niños.

TEO

Mi viejo me llevaba a la matinal los domingos al cine Plaza. Casi no me acuerdo, pero me llevaba.

CLAUDIA

Y está el trasnoche, que la gente de tu generación inventó.

TEO

No, fue la de tu de-generación. Lo que pasa es que tú no eres parte de tu generación.

CLAUDIA

A mucha honra. Todas las generaciones se pierden. Eso se sabe.

TEO

¿Viste alguna vez Generación perdida? No es mi tipo de película pero igual me voló los sesos cuando la vi. San Fernando está lleno de vampiros. Y Nancagua está plagada de zombies. Mientras más chico el pueblo, más gore se pone la cosa. La gente cree que es puro folclor. Para sobrevivir en uno de esos pueblos tienes que pertenecer a una secta, ser rockero o cinéfilo. O creer que el mundo es un cómic. That’s the only way out. Por suerte ahora existe el cable. El cable fue nuestro cable a tierra.

(larga pausa)

CLAUDIA

No te interesa dirigir, entonces.

TEO

Prefiero fotografiar. Casi todos prefieren dirigir. En la escuela sólo dos optamos por la cinematografía. ¿Leíste Días de una cámara? Néstor Almendros es ídolo. Vittorio Storaro, maestro. Yo ahora estoy adicto a la hora mágica. ¿Sabes lo que es la hora mágica?

CLAUDIA

¿Cuando sirven dos tragos por el precio de uno?

TEO

Es la mejor hora para fotografiar. Es la hora en que todo y todos se ven bien. A la hora mágica, todo es tan bello que dan ganas de no irse.

CLAUDIA

¿Y a qué hora es la hora mágica?

TEO

Al final del día. También puede ser por la mañana, pero esa es, más bien, la hora azul, cuando aún no es noche ni día, y es cuando los pájaros se callan. La hora mágica es más roja, anaranjada, y es a la hora de la puesta de sol. Pero no tiene nada que ver con eso porque la puesta de sol es un cliché. No hay manera de filmar una. Todas las puestas han sido apropiadas por la gente equivocada. La hora mágica es cuando el sol ya se puso y aún queda luz. Una luz tibia y, sobre todo, suave. Cuando la gente está en el mar y mira la puesta de sol, yo miro hacia el otro lado. Lo malo es que la hora mágica no dura una hora.

CLAUDIA

¿Cuánto dura entonces?

TEO

Dura como veinte minutos. Dura poco. Se va así. No te das ni cuenta y todo es ya un recuerdo.

CLAUDIA

Yo pensé que la hora mágica era otra cosa.

TEO

¿Qué?

CLAUDIA

Pensé que era esa hora que uno recupera en marzo.

TEO

¿Cómo que en marzo? No entiendo.

CLAUDIA

Claro. Cuando llega el verano, y cambiamos una hora, adelantamos el reloj. Por eso ese día domingo es tan corto. Te levantas a las 10 y ya son las 11. Pero cuando llega marzo, se atrasa y cuando son las 12 de la noche, vuelven a ser las 23. Tienes una hora más. La vuelves a repetir. Si estás con alguien que te gusta o quieres, tienes la oportunidad de enmendar todo lo que hiciste mal durante la hora que recién pasó.

TEO

Nunca lo había pensado. Al revés: el único recuerdo que tengo de esos domingos es que el día es eterno. No termina nunca. Se arrastra y se arrastra.

CLAUDIA

¿Ves? Cada uno ve lo que quiere ver. Cada uno se fija en aquello que le afecta o le interesa.

(silencio. pausa)

CLAUDIA (CONT’D)

¿Y piensas filmar algo?

TEO

Si nos dan el Fondart, capaz que fotografíe un corto con unos compañeros.

CLAUDIA

¿De qué se trata?

TEO

¿De qué va a ser? Lo típico.

CLAUDIA

No sé.

TEO

Me extraña. Adivina.

CLAUDIA

¿Un asesinato?

TEO

Es sobre el amor. El único tema. ¿Hay otro?

(El mozo interrumpe y sirve el té, las galletas.)

CLAUDIA

¿Sí?

TEO

Sí, ¿no? No me hagas ponerme colorado. Todos los temas pueden parecer ridículos pero los más ridículos son los más cercanos. Sólo los valientes se atreven a ser frívolos. Josh Remsen, por ejemplo, dice que...

CLAUDIA

¿Quién?

TEO

Un cantante... Da lo mismo. Él dice que la única manera de saber si lo que hiciste te salió bien es que te dé un poco de vergüenza.

CLAUDIA

A veces hay cosas que me dan mucha vergüenza.

(Claudia huele de su té.)

CLAUDIA (CONT’D)

Huele.

TEO

¿Qué?

CLAUDIA

El aroma de las colinas del Himalaya.

TEO

Nunca he estado.

CLAUDIA

Me trastornan los aromas del té fino.

(Claudia Marconi se acerca lo más posible a Teo y comienza a olerle su cuello que se esconde bajo un tosco suéter negro con cierre.)

CLAUDIA

Tienes bastante olor.

TEO

Ya me dijiste eso. ¿Siempre eres así? ¿Te pasa algo?

CLAUDIA

Olor a hombre, pero a algo más.

TEO

Me estás diciendo que estoy pasado a...

CLAUDIA

Relájate.

TEO

Me vine corriendo.

CLAUDIA

Usas Old Spice. Deberías usar algo más fino.

TEO

No soy fino, soy campesino.

CLAUDIA

Y ese desodorante Gillete.

TEO

El gel. Azul. De barra.

CLAUDIA

Te bañas con jabón Le Sancy y te lavas el pelo con... con Sedal de manzanilla.

TEO

No sé. Se lo saqué al tipo de la pensión.

CLAUDIA

Deberías lavarte más el pelo, Teo. Tienes lindo pelo, pero sucio te da un aspecto severo.

TEO

¿Severo?

CLAUDIA

Sí.

TEO

Mi pelo está hediondo. ¿Eso es lo que me quieres decir?

CLAUDIA

No, pero no brilla. Se queda pegado. Y como pasas rodeado de gente que fuma, huele a cigarro. A humo. A marihuana.

TEO

¿Cómo lo sabes?

CLAUDIA

Lo estoy oliendo.

TEO

¿En serio? ¿Qué? ¿Tienes poderes especiales? Deberías trabajar para la CIA. Podrías oler a la gente en el aeropuerto.

CLAUDIA

Tu olor natural, en todo caso, desprende energía. Una muy buena energía. Sudas porque exudas confianza. No todos los tipos la tienen.

TEO

Mira, Claudia, o sea... igual no nos... Esta conversación me parece un poquito extraña.

CLAUDIA

¿Te tensa? No debería.

TEO

Es como rara, no más. Eso. No opino. Ahora sí que estoy sudando.

CLAUDIA

Relájate. No confundas olor con hedor. Todos tenemos olor. Todo tiene su aroma. Nuestra sociedad le teme a los olores naturales. Es pavoroso pensar que sólo las flores y los aromas dulces son buenos. El olfato es el más depreciado de los sentidos.

TEO

¿Sí?

CLAUDIA

¿Te cabe alguna duda? Hace siglos que le estoy pidiendo a la Gracia que me deje organizar una página centrada en la aromaterapia. Es el futuro. Acuérdate de mí.

TEO

¿La qué?

CLAUDIA

Aceites naturales con aroma.

TEO

No entiendo.

CLAUDIA

El aceite no es más que la sangre de algunas plantas y flores. Es como la savia. Absorber esos aceites es como inyectarse la sangre de la naturaleza. Te afecta el cuerpo, la mente y el espíritu.

TEO

¿Me estás hablando en serio?

CLAUDIA

Yo siempre hablo en serio. Más vale que hagas un esfuerzo por conocerme.

TEO

En eso estoy.

(pausa)

Mi cutis es aceitoso. Debería comer menos palta. A veces, en el ascensor, me limpio la cara con los dedos y luego mancho las puertas de metal con la grasa. Dejo mis huellas dactilares.

CLAUDIA

Eso es un secreto.

(pausa)

Gracias por compartirlo conmigo.

(Claudia enciende un cigarrillo. Teo, con un gesto, rechaza la oferta.)

TEO

Pensé que no te gustaba el olor a cigarrillo.

CLAUDIA

No me gusta el olor añejo de cigarros ajenos mezclado con el pelo. Te ruego no sacar conclusiones antes de tiempo.

TEO

Perdona.

CLAUDIA

Como te decía: el sistema olfatorio está conectado a ciertas áreas del cerebro donde se concentran las emociones y las respuestas hormonales.

TEO

Esto es como una clase. Yo debería filmarlo. Si yo te inventara, los huevones de la escuela no me creerían.

CLAUDIA

¿Puedo seguir? Se sabe que la manera más efectiva para darse una sesión de aromaterapia es fusionar diez gotas de algún aceite especial en un baño muy caliente. Luego, te sumerges en la tina y cierras los ojos. No hay que jabonarse ni lavarse el pelo ni agregar sales. La idea es respirar en forma tranquila hasta que los dedos comiencen a arrugarse. No sólo uno inhala el aroma, sino que la piel absorbe los aceites y estos entran al flujo sanguíneo. Hay gente a la que le gusta usarlos directo a la piel, vía masajes.

TEO

No entiendo cómo pueden decir que los masajes son relajatorios. Me di un par en las termas y, no sé. A mí me calientan, lo que es un bochorno. Se me para. Y eso que las masajistas son unas viejas impresentables.

CLAUDIA

La lavanda, en todo caso, equilibra las emociones y te calma los dolores de cabeza. Te la recomiendo. Te haría bien. También te induce el sueño y te baja la presión.

TEO

Igual a veces me dan jaquecas. Como a mi viejo. Herencia, por la puta.

CLAUDIA

Por eso.

TEO

Ah.

CLAUDIA

La bergamota es un cítrico. Es ideal para equilibrar el sistema nervioso, bajar la ansiedad y el estrés, además que diluye la melancolía.

TEO

¿La diluye?

CLAUDIA

Te la quita. Quedas menos triste.

TEO

De eso me gustaría tomar un poco entonces. A veces quisiera que existiera algo que te la quite para siempre.

CLAUDIA

Existe.

TEO

¿El cine?

CLAUDIA

La bergamota.

(laaaaarga pausa)

TEO

¿Tú siempre eres así?

CLAUDIA

¿Así cómo?

TEO

Tú sabes.

CLAUDIA

¿Cómo?

TEO

Así.

CLAUDIA

¿Eso te incomoda?

TEO

Un resto.

CLAUDIA

Relájate. Es una primera cita. Así son.

TEO

¿Sí? Ah, bueno saberlo. No sabía que era una cita. Yo pensé que estabas aburrida no más y no tenías con quién más estar.

(larga pausa)

CLAUDIA

Me parece cruel lo que acabas de decir. Creo que eres un tipo cruel. Te haces el bueno.

TEO

Creo que debajo de tu fachada se esconde una mujer cruel. Y vengativa.

CLAUDIA

No sabes cuánto.

TEO

Me queda claro.

(Ambos ríen. Se ríen mucho. Claudia, de pronto, se pone seria.)

CLAUDIA

Debemos encontrar algo en común para hacer algo bueno. Si no conversamos, no podremos hallar las afinidades.

TEO

Nos está costando.

CLAUDIA

Los opuestos se atraen.

TEO

Los opuestos se repelen. ¿No estudiaste física en el colegio?

(pausa) vSeguro que esto no es una cita. La he pasado mejor que en muchas citas, te confieso. Las chicas de Colchagua no son como tú.

(pausa. larga. eterna)

CLAUDIA

¿Qué hace tu padre?

TEO

Da lo mismo lo que hace.

CLAUDIA

Era por preguntar. A lo mejor lo conozco.

TEO

No creo que lo conozcas. Dudo que lo conozcas. Así que no me huevees.

CLAUDIA

Yo conozco a mucha gente.

TEO

¿Y? ¿Para qué? Es como coleccionar.

CLAUDIA

Qué denso te pones.

TEO

Mi padre no vive acá. Se viró cuando yo tenía como cinco. Creo que ahora vive en el Chaco. Nunca lo he vuelto a ver. Se asoció con un chileno de Ciudad del Este, en Paraguay. Algo así. A veces miro el mapa y pienso en él.

(pausa)

Mi papá antes era vendedor viajero. Vendía televisores Bolocco por toda la zona central.

CLAUDIA

Los del papá de la Cecilia.

TEO

Ese viejo. La hija salió peor que el padre.

CLAUDIA

Encuentro admirable lo que ha logrado la Cecilia.

TEO

Disculpa pero desprecio a la gente que admira a la Bolocco. Es como la prueba de la blancura de Omo. Delata más incluso que alguien que tenga una foto de Pinochet en su casa. Mi pueblo está lleno de viejas que admiran y sufren por la Cecilia. Uf. Las odio. Las mataría de a una. Algún día haré una película llamada Colchaguan Psycho, sobre un tipo que decide matar a todas las viejas copuchentas y adictas a la tele que circulan por San Fernando.

CLAUDIA

Claramente, exageras. De la Bolocco, en todo caso, podemos esperar cualquier cosa. Ella es el tipo de mujer que alcanza sus metas. Y eso me parece más que respetable.

TEO

Va a terminar abriendo la mejor cadena de casas de masaje. Con aromaterapia y putas brasileñas. Cada cliente va a terminar con las bolas aceitadas con bergamota y lavanda.

CLAUDIA

Qué vulgar eres. Y mal educado. ¿Qué te ha hecho la pobre Cecilia?

TEO

La Cecilia Bolocco es cualquier cosa menos pobre.

CLAUDIA

Te encuentro un poco resentido.

TEO

Ni siquiera es rica. Nastassja Kinski es rica.

Diane Lane, en Calles de fuego, es rica.

CLAUDIA

Ya, córtala. ¿Qué le hizo Papá Bolocco a tu padre?

TEO

Se lo cagó, aunque seguro que nunca lo conoció porque mi padre era rasquita, un vendedor ahí no más. Seguro que sus secretarias se reían de su terno.

CLAUDIA

Traje, nunca digas terno, ni en broma.

TEO

¿Viste? Ustedes son todas iguales. Yo también tengo mis límites, Claudia. Y puedo ser violento si es necesario.

CLAUDIA

Perdona, me desubiqué.

TEO

Ustedes nacieron desubicados.

CLAUDIA

Quiénes somos nosotros.

TEO

Sabes perfectamente.

CLAUDIA

Sí. Sí sé. Nosotros somos nosotros.

TEO

Ellos. Para mí, todos ustedes son ellos.

(pausa. Teo se levanta.)

TEO

Voy al baño. ¿Puedo?

CLAUDIA

Eres un tipo libre.

TEO

Más que tú, sin duda. Ya vuelvo.

(Claudia se queda sola. Finaliza su té. Prueba una galleta. Saca su agenda y la estudia. Teo regresa.)

CLAUDIA

¿Qué pasó con los televisores de don Enzo?

TEO

De pronto, Pinochet libera todo y comenzaron a llegar los Sony y JVC todo a precio de huevo. Bolocco cagó. Lo cagó su propia gente, lo que igual es como bonito. Mi viejo comenzó a vender cuadernos. Y terminó, no sé cómo, viajando... y nada, la película la has visto mil veces. Yo, por suerte, era chico, así que no recuerdo mucho.

(pausa)

Mi padrastro, en cambio, que era como mi padre, trabajaba en moda.

CLAUDIA

No te creo.

TEO

En serio. Vestía a toda la región. Diría incluso que cambió la moda.

CLAUDIA

Me perdí.

TEO

Mi padrastro instaló la primera gran tienda de ropa usada americana en la región. Y se amplió por todas partes: Rancagua, Santa Cruz, Pichilemu, hasta en Curicó. Fue mi padrastro el que hizo que los huasos comenzaran a vestirse como raperos.

CLAUDIA

Insólito.

TEO

Pero así es. Incluso una vez fue a una convención de ropa usada en Las Vegas. Casi toda la ropa que llega acá es de americanos muertos. Gente del medio oeste. Gente que vive en pueblos como el de Terciopelo azul. Mi padrastro me trajo de regalo el libro de Leonard Maltin. Y una caja de videos. Murió hace dos años. Fue más padre que mi padre.

(pausa larga)

CLAUDIA

Cuéntame más sobre tu corto. ¿Qué estética vas a usar?

TEO

¿De verdad te interesa?

CLAUDIA

Por supuesto.

TEO

¿No me estás hueveando?

CLAUDIA

Cuéntame.

TEO

No lo tengo claro, pero sí sé que deseo fotografiar a la actriz con cariño. Ella es mi polola. Por eso. Mi idea es fotografiarla de modo que toda la platea se enamore de ella, que es lo que le pasa al protagonista. Yo creo que cualquier mujer puede verse atractiva en pantalla si el director de fotografía realmente quiere jugársela.

(pausa)

CLAUDIA

¿Tu polola es actriz?

TEO

Entre otras cosas. También estudió literatura, lo que es bueno porque nos ayuda con los guiones. Yo soy incapaz de escribir una carta. Pero se me ocurren hartas ideas visuales.

CLAUDIA

¿Ha actuado?

TEO

Obras para colegio. Teatro infantil. Y alguno que otro corto. Lo bueno es que la Cristina no es actriz-actriz. No está llena de tics.

CLAUDIA

¿Y por qué no está acá?

TEO

Está en Madrid.

CLAUDIA

¿Vive allá?

TEO

Está por el fin de semana.

CLAUDIA

¿Tiene mucha plata?

TEO

Es auxiliar de vuelo. Le toca viajar a Los Angeles y a Nueva York a cada rato. Me trae rollos vírgenes o va a los laboratorios de 16 mm. Con los de la escuela hicimos un corto muy corto, onda cuatro minutos, y la Cristina se encargó de revelarlo allá. Es mucho más barato y queda mejor. En especial si es blanco y negro.

CLAUDIA

Azafata.

TEO

Auxiliar de vuelo. Es por un tiempo. Se ahorra el viático, viaja. En un par de meses más vamos a ir a Tahití. Gratis. Onda

La laguna azul.

CLAUDIA

¿Por qué nunca me has hablado de ella?

TEO

Porque nunca antes habíamos hablado, Claudia. Creo que una vez te dije «buenos días» y no me pescaste.

CLAUDIA

Me pudiste haber informado por teléfono.

TEO

¿Qué?

CLAUDIA

¿Y estás mucho con ella?

TEO

Todas las noches que está en Chile. ¿Te parece poco?

CLAUDIA

Me parece raro. No lo esperaba.

TEO

¿Qué esperabas?

CLAUDIA

No la mencionas en toda la conversación y ahora... No sé. Raro. Además, no pareces el tipo de tipo que tiene una novia tan estable. Ni siquiera pareces que tienes una novia. Yo incluso pensé que tenías novio. ¿Qué hace un hombre en una revista de mujeres rodeado de mujeres?

TEO

No creo que pensaras eso. Si me vas a atacar, ataca bien. No creo que hubieras estado toda la noche intentando tirarme si hubieras pensado que era fan de Almodóvar y las películas musicales.

CLAUDIA

Creo que te equivocas.

TEO

Creo que no.

CLAUDIA

Mira, esto se ha vuelto desagradable. Y yo no participo de situaciones desagradables ni densas. Para qué. La vida es demasiado corta.

TEO

Relájate. Yo también quiero. También me gustas. Y harto. Me gustaría olerte entera.

Por todas partes. Sólo que no puedo.

CLAUDIA

¿Te asusto?

TEO

Tengo polola, te dije. No soy infiel. Menos por algo pasajero. Ella es mi chica y quiero que lo siga siendo. Yo la elegí a ella y ella me eligió a mí.

CLAUDIA

Qué romántico.

TEO

No, es la verdad no más. Cuando uno ama, ama. No cuesta tanto.

(Pausa larga. Larga. Claudia mira la hora. Teo mira por la ventana. Teo se amarra las zapatillas.)

CLAUDIA

¿Realmente crees que cualquier mujer puede verse atractiva?

TEO

Es cosa de saber qué destacarle. Siempre hay algo. Siempre. Es clave escucharla. Para eso hay que conversar, claro. Y tratar de ponerse en su lugar. Recién ahí recurres a tu fotómetro.

CLAUDIA

¿Ponerse en su lugar?

TEO

Entender. No sé cómo decirlo. Las palabras no son mi fuerte.

CLAUDIA

No parece.

TEO

Mira, es... Es la luz... No lo puedo explicar sin que suene cursi.

CLAUDIA

La luz. Sigue.

TEO

Al final, todo se reduce a eso. Es la luz de los ojos, creo. Dependiendo de la luz que irradian los ojos, uno sabe qué tipo de focos o filtros hay que usar. Tampoco es tan cierto. Es como una teoría mía. Yo trabajo así.

CLAUDIA

Explícamela.

TEO

Yo creo que es verdad. O sea, quiero que sea verdad. Mira, hay mujeres que brillan y resplandecen —te ciegan casi– y otras que parecen restos de braseros.

CLAUDIA

Braseros.

TEO

Y hay toda una gama intermedia. Obviamente tiene que ver con la personalidad de la actriz, si alguien las quiere, si se sienten bien, si se tienen confianza y la han pasado bien.

(pausa) Conoces esa canción de Frank Sinatra. La sombra de tu sonrisa. The shadow of your smile. Gran título. Yo creo que una sonrisa puede dar una sombra y un rictus triste puede iluminar un salón... Mira, ¿cómo te lo explico? La luz, en el fondo, es como un chal. Suena mal pero es como eso. Es lo que uno, el fotógrafo, les da para que se abriguen. Para que se escondan un poco y se protejan en el set. Si se ve todo, se esfuma el misterio, ¿me entiendes? Y se miente. Eso es lo peor porque, en la vida real, uno nunca es muy capaz de ver la totalidad. Siempre van a haber sombras. El verdadero desafío es iluminar las partes más oscuras que todos tenemos.

(pausa breve)

CLAUDIA

Sigue.

TEO

¿Has leído a un crítico francés llamado André Bazin? Bueno, él dice que ni el sexo ni la muerte se pueden mostrar en el cine. Es como una teoría. Suya, no mía. Tampoco la entiendo mucho, pero yo creo que toda fotografía delata quién está detrás. Para mí, esa es una de las fallas más imperdonables del cine chileno. Las mujeres nunca se ven bien. Y eso que la mayoría de las protagonistas son las amantes de los directores.

Parece como si no las quisieran.

CLAUDIA

¿Por qué?

TEO

Porque si uno de veras quiere a una mujer, eso se tiene que notar en la pantalla. Tienes que fotografiarla con amor. Con cariño. Tienes que captarla exactamente como tu memoria la recuerda.

CLAUDIA

Y a mí, ¿cómo me fotografiarías?

TEO

Con distancia.

CLAUDIA

Tarado. La que debe mantener la distancia de ti soy yo.

(pausa)

TEO

Creo que debemos partir. No me gusta llegar atrasado. No puedo. Si la película ya se largó, yo no entro.

CLAUDIA

Qué neurótico.

TEO

Vamos.

CLAUDIA

Déjame pagar la cuenta.

(Ambos se levantan.)

Escena dos:

Cine Oriente

Pedro de Valdivia norte, Providencia,

Santiago de Chile

Siete de la tarde

Claudia y Teo ingresan al foyer del teatro Oriente. Miran los afiches de las próximas películas. Entre ellas, Bajos instintos y El guardaespaldas.

CLAUDIA

Esa la quiero ver.

TEO

No la vería ni que me pagaran.

CLAUDIA

Prejuicioso.

TEO

¿Kevin Costner y Whitney Houston? ¿Por qué habría de confiar en eso? ¿Quién es ese Mick Jackson? Nadie. Un patán contratado por el estudio. Por favor.

(caminan hacia la puerta)

TEO

Ingresemos. Quiero ver los trailers.

CLAUDIA

¿Los qué?

TEO

Las sinopsis. Además, me gusta sentarme en punta y banca.

(Claudia no le responde. Se fija en una cicatriz que tiene debajo de su ojo izquierdo.)

CLAUDIA

No me había fijado que tenías eso.

TEO

Cambia la luz, cambia todo. Uno ve las cosas de otro modo.

CLAUDIA

¿Qué te pasó ahí?

TEO

Me mordió un perro.

CLAUDIA

¿Cuándo?

TEO

Tenía como un año. Estábamos en un asado donde unos parientes de mi madre por Agua Buena. Es una parcela, en el campo. Le quité el hueso a un dálmata que recién había parido. Me mordió de una. Quedé en estado de shock. Me salía y salía sangre. Casi me muerde unnervio; ahí sí que hubiera quedado mal.

CLAUDIA

Pobre.

TEO

¿Quieres saber algo más?

CLAUDIA

¿Qué?

TEO

Para mi cumpleaños número seis, mi tío Elías, que es el dueño del hotel de las termas del Flaco, pero no es rico como todos creen, sino al revés, porque ese hotel pierde plata a manos llenas, me llevó al cine Plaza como regalo de cumpleaños. Primero fuimos a tomar onces —té— a la calle O’Higgins y de ahí a la matiné o la vermouth, no sé. A lo mejor fue la matinal y esas onces no fueron onces sino un desayuno-almuerzo.

CLAUDIA

Un brunch.

TEO

No; estamos hablando de San Fernando en los setenta. La cosa es que mi tío Elías Zerené me llevó al cine a ver La noche de las narices frías, de Disney. Entré fascinado, no podía estar más feliz. Hasta que aparecieron los perros. Me dio una reacción química. No paré de llorar. Nunca he sentido tanto terror. Salí huyendo y no podía encontrar la salida. Era muy chico y estaba oscuro. Ha sido la experiencia cinematográfica más traumatizante que he tenido. Aún hoy odio a los dálmatas. O cualquier perro. Veo uno y cruzo la calle.

CLAUDIA

Te encuentro toda la razón.

(Ingresan al cine. Está prácticamente vacío. Se sientan al final de una fila. Teo ocupa el asiento al lado del pasillo.)

TEO

No hay nadie.

CLAUDIA

Y eso que es sábado. La función más taquillera. Y yo la tonta reservé entradas.

TEO

Puta qué lata. De verdad. ¿Por qué la gente no quiere ver lo que se hace acá? ¿Sabes qué me da miedo, Claudia? Me da miedo hacer algo personal, cercano, y que luego no sólo se rían de mí y me destrocen, sino que después nadie se aparezca. Que las plateas estén tan vacías como esta. Uf. La sola idea me quita todas las ganas de jugármela.

CLAUDIA

Esperemos que esta sea buena al menos. Capaz que sea pésima, Teo. Por algo no vino nadie. ¿Te quieres ir? No estoy comprometida con nadie de la producción. Estamos libres.

TEO

No, quiero verla. Además, no porque no haya nadie significa que sea mala. ¿O crees que todo lo que es comercial es porque es bueno?

CLAUDIA

Al menos delata que se está comunicando con la gente.

TEO

Estás loca.

CLAUDIA

Mira quién habla.

(Apagan las luces. Se abren las cortinas. Comienzan a exhibir el noticiario alemán «El mundo al instante».)

TEO

Este cine es como las huevas, pero me gusta que tenga cortinas. ¿Cuál es tu cine favorito?

CLAUDIA

¿El Las Condes?

TEO

En Santiago me gusta el Gran Palace. Eso de que las paredes cambien de color me conmueve. De verdad. También me gusta el Rex porque tiene sillones de enamorados. La mejor proyección es la del Astor, donde dan las mejores películas de terror. El mejor sonido es el del Pedro de Valdivia. Igual casi todos los cines están en decadencia. Dicen que en Estados Unidos son increíbles.

Tienen sonido THX, no como esta mierda.

CLAUDIA

Una vez, hace años, fui con mis padres y mis hermanas menores a Buenos Aires. Fuimos en el verano, quizá porque era más barato, no sé. La ciudad estaba vacía. Éramos chicas: yo tenía unos quince; ellas, catorce y doce. Ellas ahora están, por supuesto, casadas, pero bueno... eso no viene al caso. Nos quedamos en un hotel increíble, tipo francés, antiguo, llamado Castelar, me acuerdo. Una pieza para ellos y otra para nosotras. Las dos piezas daban a un salón. Abajo del hotel había una placa que indicaba que ahí se había alojado Federico García Lorca. Yo, claro, no sabía quién era. O sea, sabía que era famoso, pero no sabía por qué. Mi madre comenzó a recitar algunos versos de García Lorca. Ahí, en plena Avenida de Mayo. Y lo más impresionante es que mi padre también se los sabía y juntos se recitaron poemas, y mis hermanas y yo nos quedamos ahí mirándolos y ahí capté que ellos dos se querían y, quizá, se amaban. Me di cuenta que se gustaban. Raro, ¿no?

TEO

No.

CLAUDIA

Un día nos dejaron solas. Es decir, nos sacaron entradas para que fuéramos al cine, que estaba enfrente. Ellos tenían algo que hacer por su cuenta. Algo de grandes. Supongo que iban a ir a una tanguería o algo así.

TEO

Capaz que se quedaron en la pieza. Tirando.

CLAUDIA

Capaz. Ahora que lo pienso, yo creo que sí. Yo creo que se quedaron en el hotel.

TEO

¿Qué película vieron?

CLAUDIA

Un pequeño romance.

TEO

De George Roy Hill. Estados Unidos, 1979, con Diane Lane, en su debut, Thelonius Bernard, y sir Lawrence Olivier y Sally Kellerman como la madre. Muy buena. Buenísima. Es, lejos, una de las películas de mi vida. No puedo creer que tú la hayas visto. Nadie la ha visto. Nadie que conozca, al menos. La vi en Nancagua, en la casa de mi abuela. Tardes de cine.

CLAUDIA

Es sobre un cinéfilo como tú. Un francés medio feo.

TEO

Y una cuica como tú.

CLAUDIA

La verdad es que me identifiqué a gritos con la chica. Me pareció la chica más guapa del mundo y yo quería ser como ella. Sobre todo quería tener su pelo y vestirme como ella. Y ahí estaba, totalmente embobada... Embobadas, porque mis hermanas estaban totalmentes entregadas a la pantalla cuando, de pronto, el techo del cine comenzó a abrirse. El techo era corredizo y desapareció por completo. Yo nunca había visto algo así. Nunca he vuelto a ingresar a un cine como ese. El calor del cine se disipó y entró la brisa húmeda, pero fresca, del Río de la Plata. Y todo estaba lleno de estrellas. Y Diane Lane con este niñito feo se escapa a Venecia.

TEO

Porque se aman y se tienen que besar bajo el Puente de los Suspiros.

CLAUDIA

Porque si te besas con tu enamorado bajo ese puente, a la puesta de sol, cuando comienzan a sonar las campanas de las iglesias, estarás con esa persona el resto de tu vida. Algo así, ¿no?

TEO

Algo así. Ultra-cursi-romántico pero real. Qué habrá pasado con ellos. Se habrán reencontrado ya de grandes. Me pregunto si el chico logró alguna vez dirigir una película. Sería alucinante que filmara esa misma historia. Pero a la francesa, tipo nouvelle vague.

CLAUDIA

Años más tarde fui a Venecia. Me arranqué de Milán, donde me habían enviado al lanzamiento de la nueva temporada. Me gasté una fortuna para pasar por debajo del Puente de los Suspiros en una góndola. El gondolero, claro, era guapísimo y casi le pregunto si podía besarlo, pero me pareció desubicado.

Así que me besé la mano. Y suspiré.

(Teo toma la mano de Claudia.)

Escena tres:

Restorán La Pérgola de la plaza Mulato Gil,

calle Lastarria, comuna de Santiago,

Santiago de Chile

Once de la noche

Un taxi avanza por la Costanera. Atrás, Claudia apoya su cabeza sobre el hombro de Teo. Ambos miran por la ventana. Teo le acaricia el pelo.

No hablan.

El taxi avanza hacia el barrio Lastarria, bordea el Parque Forestal.

El taxi llega a la plaza Mulato Gil de Castro, centro de la bohemia fina, artística, afrancesada.

En el restorán, iluminado por velas, los dos comen. Piden sopa de cebolla, dos ensaladas con queso de cabra y nueces, una tabla de quesos y dos botellas de vino.

Comen en silencio. Se miran mucho y conversan poco. Hasta que Claudia decide reanudar la charla:

CLAUDIA

¿A quiénes matan las hormigas?

TEO

¿Cómo?

CLAUDIA

Dímelo tú. Tú eres el que sabe de cine. ¿Entendiste la película? A mí me pareció tan rara.

TEO

A los que nunca han amado.

CLAUDIA

Los que nunca han amado. Sí, eso lo entendí.

TEO

Entonces...

CLAUDIA

¿Pero cómo lo saben? Las hormigas, digo. ¿Cómo saben quién es quién?

TEO

Es una película. Saben. Ese no es el punto.

CLAUDIA

¿Cuál es?

TEO

Es una metáfora. Obviamente que nunca van a existir hormigas que maten a los que no aman. Lo que el director quiere decir es que no se puede vivir sin amor.

CLAUDIA

Hasta por ahí, no más. Conozco a mucha gente que se las arregla lo más bien.

TEO

Se las arreglan, pero no bien.

(pausa)

CLAUDIA

Eso de que la gente no cambia. Eso que dicen en la película. ¿Será cierto?

TEO

Sí y no.

CLAUDIA

¿Cómo?

TEO

Si uno se lo propone...

(pausa)

Me gustaría creer que sí. Puede ser.

CLAUDIA

¿Tú cambiaste?

TEO

Yo creo que sí. Antes era de una manera, ahora soy de otra. Así que sí, supongo. Tampoco tanto. Da un poco lo mismo por mi edad. Aún está por verse. Mal que mal, vengo saliendo de mi etapa de cambios. Así que no sé. Ya se verá si cambié o, lo que es más importante, si logré lo que quise. Si me resultó mi plan. Porque ¿para qué cambiar cuando uno está más o menos contento con como uno es o está?

CLAUDIA

¿Qué plan?

TEO

Todos tenemos un plan. Aunque esté ultraescondido en tu inconsciente. Cada uno sabe lo que quiere. Cada uno sabe todo lo que no le resultó, todo lo que le falta.

(Larga pausa. El mozo les trae una copa de mousse de chocolate y dos cucharas.)

TEO (CONT’D) Un tipo que conozco tomó ácido. Lo engañaron. Le hicieron una broma y lo pasó remal porque ni siquiera supo lo que le estaba pasando. Pensó que estaba sufriendo un estado sicótico. Creyó que se estaba volviendo loco.

CLAUDIA

¿Cómo?

TEO

Eso. Me lo contó hace poco. Él trabaja todo el verano, hasta Semana Santa, en el hotel de mi tío. Allá arriba en las termas del Flaco. ¿Has ido?

CLAUDIA

No. Dicen que el camino es horrible.

TEO

Patético. Es para jeep o 4x4. Es tan malo que sólo está abierto de noviembre a abril. Las termas quedan aisladas todo el invierno. Igual en el hotel se quedan algunos cuidadores. Onda El resplandor. El hotel de mi tío es quizá más grande que el de la película, pero nunca se terminó.

CLAUDIA

¿Cómo?

TEO

Nunca. Se construyó como en los años treinta, por el gobierno. Iba a ser un gran, gran hotel para los obreros. Para que se fueran a curar y descansar. Pero llegó el terremoto y faltó dinero y no se pudo terminar. Si lo hubieran completado, hubiera sido el hotel más grande de Sudamérica. Uno camina y camina por sus pasillos y no llega a ninguna parte.

CLAUDIA

O sea, está listo, entonces. Se puede alojar ahí.

TEO

No. Sólo la obra gruesa. Llegas al final del camino y, de pronto, en medio de las cumbres de la cordillera, ves esta inmensa construcción. Pero está vacío. Sin nada. Algún día filmaré una película de terror ahí. Va a ser sobre los tipos que se quedan ahí cuidando. Se terminan volviendo locos.

CLAUDIA

Pero eso es El resplandor. No puedes hacer eso. Ya se hizo.

TEO

Todo ya se hizo. Lo que hay que hacer es darle tu toque. Tu mirada. Tu acento. El resplandor en las termas del Flaco jamás va a ser El resplandor. Va a ser otra cosa.

CLAUDIA

Puede ser.

TEO

Sí; si no, estaríamos cagados. No podríamos contar nada. Además, en el mío, algo le sucede al agua termal y cada vez que se bañan o la toman —porque el agua está caliente caliente todo el año, aunque haya nieve— les dan ganas de comer carne humana. Igual estácomo basado en lo que le pasó a Urquidi.

CLAUDIA

¿Urquidi?

TEO

El tipo que te decía. Es el masajista. En verano, pasa toda la temporada en el hotel. Porque mi tío es dueño del hotel vacío, pero construyó su propio hotel, que son cabañas más bien, alrededor del hotel abandonado. Es casi como si el elefante blanco protegiera las cabañas de los dinosaurios.

CLAUDIA

¿Qué dinosaurios?

TEO

O sea, es un decir de mi tío. Obvio que no hay dinosaurios. Pero hubo. Detrás del hotel está lleno de fósiles petrificados. Están ahí, en la piedra viva, a la vista de todos.

CLAUDIA

¿Y qué pasa con este tipo Urquidi?

TEO

Es un buen tipo. Callado. Como traumado. Lo que se entiende. Cuando estaba en el colegio, parece que algo le pasó. No sé qué.

Pero quedó ciego.

CLAUDIA

Quizá fue una enfermedad.

TEO

No, no. Hubo, al parecer, una pelea. Urquidi era del barrio alto. De Santiago. Colegio privado y todo eso. Y se agarró con el hijo del dueño del colegio y el tipo le reventó los ojos.

(Claudia pierde la compostura y mira para el otro lado, recordando. Teo no se da cuenta y sigue con su cuento.)

TEO (CONT’D) No es que quedó ciego, es que no tiene ojos. Por eso usa dos parches. Para que a la gente no le dé asco. Sus padres lo enviaron a Suiza. Creo. No sé. A alguna parte y allá aprendió a ser masajista. ¿Sabías que los masajistas ciegos son los mejores del mundo? Además, la gente los prefiere porque ellos no los pueden ver. Urquidi, igual es joven, yo creo que tiene menos de treinta, y todas las empleadas del hotel dicen que si no hubiera quedado ciego, hubiera sido doctor o algo así. Cuando el tipo no está en las termas, trabaja para una cosmetóloga que atiende a viejas ricas. A veces, el tipo las masajea tanto que acaban. Les mete la mano bien adentro y las viejas aúllan. Todo eso saldría en mi película. Un ciego que se queda de cuidador junto a un grupo de freaks: desde un arriero zoófilo, que es como lógico, todos lo son, hasta una topletera que intenta hacerse pasar por una mucama evangélica.

CLAUDIA

¿Y todo esto a qué viene?

TEO

No, por nada. Me acordé, no más. Si te fijas, ese tipo ahí con esa mina es ciego. El perro está afuera. Eso es todo. Me acordé.

CLAUDIA

¿No me dijiste que iba a ser una película de amor?

TEO

Ese es el corto. En los cortos uno puede experimentar. Cuando te lanzas a hacer una película, tienes que contar una historia.

CLAUDIA

¿Y eso te parece una historia?

TEO

¿Y a ti no?

(Claudia y Teo terminan el postre. Les llega la cuenta. Claudia saca su tarjeta de crédito. Toman Cointreau como bajativo.)

CLAUDIA

¿Qué le pasó a Urquidi?

TEO

Nada. Llegaron los hijos de unos viñateros de Santa Cruz. Estaban aburridos. Porque las termas es un sitio para ancianos. Cocoon pero tercermundista. Porque todos los que van son de la región. O sea, no van los cuicos de Santiago. No. Las termas del Flaco son como la Cartagena andina. Pero la cosa es que llegaron estos hijitos de sus papás con sus padres, que estaban pensando en invertir. Llegaron en helicóptero. Estuvieron dos días. Y nada... engañaron a Urquidi y lo hicieron lamer una laminita y luego lo dejan solo en su salita y el pobre comenzó a alucinar.

CLAUDIA

¿Pero se salvó?

TEO

Sí. O sea, fue una mala pesadilla. Un mal viaje, no más. Dudo que use eso en mi película. Quizá parta con el día que le sacan los ojos. ¿Qué crees?

CLAUDIA

Se nota que no estuviste ahí.

TEO

Lo hubiera filmado todo. Uno cree que esas cosas pasan en las películas, pero también pasan en la realidad.

CLAUDIA

¿Puedes terminar tu cuento? Te vas y vas por las ramas. ¿Qué pasó cuando Urquidi comenzó a alucinar?

TEO

Fue horrible, porque empezó a recordar todos los nombres que conocía. Nada de cascadas de agua o escenas de la galaxia, sino nombres.

CLAUDIA

¿Nombres?

TEO

Sí, frente a él comenzaron a desfilar, como si fuera realidad virtual, listados y listados de nombres de gente. Como esas listas de reclutamiento que pegan en las paredes. Pero no paraba. Lo peor es que se quedó pegado en eso. No podía pensar en otra cosa aunque quisiera. ¿Qué tal?

CLAUDIA

Pobre Cristóbal.

TEO

¿Lo conoces?

CLAUDIA

No.

TEO

¿Cómo sabes que se llama así?

CLAUDIA

Tú lo dijiste.

TEO

¿Sí?

CLAUDIA

Sí.

TEO

Raro. Pero imagínate alucinar así. Además, lo tremendo del asunto es que uno conoce más nombres que gente. Uno conoce miles de nombres.

CLAUDIA

¿Sí?

TEO

De más. Partamos por los que uno conoce. Conoce personalmente, digo. Tus parientes. Ahí ya tienes como veinte. Después, toda la gente del colegio, incluyendo los profesores.

CLAUDIA

Y la universidad. Y el preuniversitario.

¿Fuiste al preuniversitario?

TEO

No, pero estudié inglés en San Fernando.

CLAUDIA

Y está tu contador.

TEO

No tengo. Boleteo.

CLAUDIA

Bueno, y tus vecinos.

TEO

Y los maridos de tus hermanas. Y sus familias.

CLAUDIA

Gente con quien uno trabaja. Los júniors.

Tu dentista.

TEO

Claro. Y con los que uno habla por teléfono.

¿Tú hablas con mucha gente por teléfono?

CLAUDIA

Todo el día.

TEO

Además, veamos, el gobierno. Alcaldes, ministros. Yo no conozco muchos pero, no sé, uno se sabe los nombres de hartos militares.

CLAUDIA

Actores de teleseries. Y todos los que salen en la tele.

TEO

Cantantes. Son cientos. ¿Qué más? Periodistas, animadores. Me sé todos los que aparecen en el cable. Los que hablan en la radio. Me sé mil nombres de actores de cine. Y fotógrafos. Sven Nykvist, Miroslav Ondricek, Vilmos Zsigsmond, Andrzej Bartkowiak. Los mejores fotógrafos son centroeuropeos.

CLAUDIA

Top models, las tipas de venta, mi abogado.

TEO

Guionistas, directores, productores.

CLAUDIA

Tantos nombres que uno se sabe.

TEO

Y tan poca gente que uno conoce. De verdad, digo.

(Ambos se miran a los ojos. Teo intenta besarla. Claudia se aleja.)

CLAUDIA

Tienes novia, recuerda.

TEO

Sí, sí sé. Tienes razón. Perdona. Pero es que...

CLAUDIA

¿Pero qué?

TEO

Nada. Me siento... Me siento cerca tuyo.

Supercerca. Mejor nos vamos.

CLAUDIA

Mejor.

(Los dos salen del restorán.

La noche está fría pero tranquila. Las calles, vacías. Se van caminando. Ingresan por la calle Villavicencio. Teo le toma la mano a Claudia. Ella se la suelta. Caminan en silencio.)

CLAUDIA

Creo que es mejor que me tome un taxi.

TEO

En la Alameda pasan más.

(Teo se le acerca, le toca el pelo, la besa en los labios. La besa profundo, con calma, con tiempo. Ella se aleja de él, lo empuja con fuerza, se tapa la boca con una mano.)

TEO

Claudia.

CLAUDIA

¿Sí?

TEO

Lo que te dije antes no era verdad. Lo de la cicatriz es verdad, te juro. Y lo del dálmata.

CLAUDIA

No te capto.

TEO

Lo de La noche de las narices frías no fue cierto. Nunca pasó. Nunca me dio un ataque al ver todos esos perritos. Lo inventé. No sé para qué.

CLAUDIA

¿Para seducirme?

TEO

Sí.

(Teo la mira fijo y después la besa de nuevo. En la mejilla. La acoge un rato. La hace sentirse protegida.)

TEO

¿Segura que vas a estar bien?

CLAUDIA

Supongo.

TEO

Nos vemos el lunes, entonces.

CLAUDIA

El lunes, como nuevos.

TEO

Duerme. Nunca está de más.

CLAUDIA

¿De verdad no deseas ir a otra parte?

TEO

Sí. Pero no. De verdad. No sé. Mejor que no. Después me voy a sentir culpable.

CLAUDIA

Yo ya me siento.

(Teo la vuelve a besar.)

CLAUDIA

O es todo o no es nada. Uno puede ser infiel en la mente, y esta noche, Teo, has sido infiel. ¿Importa serlo un poco más?

TEO

Sí. Ya me siento mal. No me hagas sentir peor.

(Caminan en silencio. Llegan a la Alameda. Teo detiene un taxi.)

TEO

Se me acaba de ocurrir algo.

CLAUDIA

Pero que no me duela.

TEO

Sé cómo te podría fotografiar.

CLAUDIA

¿Cómo?

TEO

Tal y como estás ahora. Así es como te quiero recordar.

(pausa)

CLAUDIA

Teo.

TEO

¿Qué?

CLAUDIA

Esto nunca ocurrió.

TEO

Nunca.

CLAUDIA

Buenas noches.

TEO

Buenas noches. Nos vemos el lunes.

SEGUNDO: Otoño de 1993

No nos vimos más.

Esto fue lo que pasó:

Ella no fue a la revista ese lunes y como yo no iba todos los días, sino cuando la Agnes me necesitaba, se produjo una suerte de ventana de tiempo por donde se escapó nuestra posibilidad de continuar lo que habíamos empezado.

Ese martes, además, Cristina llegó de su viaje.

Agnes no me contactó en toda la semana. Una asistente de Claudia me llamó y me dijo que «la señorita Marconi» tuvo que partir «de urgencia» a Buenos Aires por un asunto de una producción. Por desgracia, agregó, la idea de «hacer algo» con el filme se anulaba por «la poca convocatoria que tuvo la película».

En efecto, Las hormigas asesinas se convirtió en el fracaso que todos anhelaban y la cinta fue expulsada de la cartelera sin misericordia.

«Para otra vez será», me dijo la asistente.

Cuatro días más tarde, no sé bien por qué, Agnes Be me despidió. Me dijo que iba a prescindir de mis servicios. Necesitaba alguien full time, comprometido, que se interesara de verdad por la fotografía y que no fuera tan cinéfilo ni joven. No obtuve indemnización alguna porque no estaba contratado. Agnes me dio las gracias y me besó en la frente y me regaló una vieja Leica que aún tengo.

No volví más a la revista. Tampoco volví a leerla. Un par de años después, sin que me diera cuenta, la revista dejó de circular.

* * *

Esa misma semana, en el taller de diálogo y guion, Justo Naveillán, nuestro profesor, que era un crítico de cine algo obeso y, sin duda, obseso, nos hizo escribir un guion basado en diálogos. Teníamos 48 horas para finalizarlo. El mejor sería filmado por todo el curso. A cada uno de los alumnos nos interrogó antes, para saber qué ideas teníamos, qué temas nos rondaban. La meta de Naveillán era atajar a tiempo las premisas que no le interesaban. Naveillán encontraba todo malo y nunca, en toda su carrera, fue capaz de otorgarle a un filme cinco estrellas. El mito que circulaba en la escuela es que, en verdad, el tipo odiaba el cine y, sobre todo, detestaba tener que escribir sobre las películas.

Según Naveillán, el cine local no necesitaba remedos del cine extranjero. Insistía en que existen ciertos géneros en los que, hiciéramos lo que hiciéramos, estábamos destinados al fracaso. «Ni siquiera intenten con el western, el musical o el policial-negro; simplemente no se dan en nuestras latitudes», argumentaba con la cara roja y el cabello impregnado de sudor.

Benjamín Sartori, un compañero que siempre parecía estar a punto de enfermarse del estómago, fue masacrado al sugerir que deseaba contar el lazo que se producía entre una dominatrix sadomasoquista y un travesti.

«¿Qué sabes de ese mundo? ¿Con cuál de los dos te vas a identificar? ¿Cuál de ellos se hará cargo de tu voz y de tu mirada? O escribes de lo que sabes y eres, o cambias cómo eres y luego escribes al respecto. Tus fantasías sexuales me merecen todo el respeto, aunque son algo burdas y obvias. Chicos: ya superamos la década de los ochenta. Traten de estar a la altura de los tiempos».

Uno de los tipos más «sonoros» del curso era Gregorio de la Calle, y a él se le ocurrió una historia sobre un médico forense que habla con los muertos, para así ahorrarse la autopsia. Al conversar con ellos, los muertos asisten a la primera terapia de su vida. Terminan libres, «listos para ir al cielo sin sus pesadas mochilas emocionales».

Justo Naveillán se sacó sus gruesos anteojos, caminó un par de pasos hacia donde estaba y le dijo:

«Jamás pagaría por ver un corto como ese. No lo vería ni gratis en un festival de pacotilla. Hay ideas, muchacho, que nacen mal y ni la mejor puesta en escena ni el mejor director pueden rescatar bazofias semejantes. El que debería ir a terapia eres . Hay dos cosas que no tolero, señor De la Calle: un intelectual sin intelecto y un frívolo que busca legitimarse a través del arte. No quiero cortos de escuela en mi curso. Escribe sobre ti, muchacho, aunque termine siendo una cosa intrascendente».

Cuando Naveillán me miró, de puro aterrado, le dije que mi corto era sobre un hombre y una mujer.

«No es una mala premisa. Me interesa. ¿Qué hace el tipo?».

«Es estudiante de cine», le inventé.

«¿Y ella?».

«Ella... ella es profesora de religión en un convento para niños sordos. Y es mayor. Tiene como diez años más».

«¿Ambos son amantes?».

«No. Es la primera vez que se encuentran. Pero él tiene novia y la ama y quiere ser fiel, pero algo sucede».

«¿Qué?».

«Ella le habla como nunca nadie le ha hablado. Su novia no le habla, le responde. Le contesta. Pero ella es distinta. Es rara. Y es capaz de que él hable de cosas de las que nunca hablaría».

«¿Sexo, traumas, qué?».

«No, lo hace hablar de arte, de fotografía, de luz. De amor... Como que lo suelta».

«Vale. Escríbelo. Pero cambia la profesión de ella. Que no sea monja».

«No es monja».

«Que sea otra cosa».

«¿Productora de modas?».

«¿Por qué no? Seguro que alguien se dedica a eso».

* * *

Un largo cuento en versión corto: escribí el guion de una sentada. Nunca había escrito porque nunca me había sentido con imaginación, pero esa noche, frente a mi computador usado, mis dedos no pararon de teclear. No necesitaba inventar para crear. Sólo recordar y condimentar. Antes, cuando había intentado armar la historia de, no sé, un asesino a sueldo, lograba, con mucho esfuerzo y alcohol, establecer ciertas anécdotas, situaciones, giros de tuerca. Pero no era capaz de que mis personajes hablaran. Aquí hablaban solos. No paraban. No había manera de hacerlos callar.

Le di otro final, eso sí, porque lo nuestro no tenía final o quedó inconcluso. Los hice llegar a un motel. A un hotelito que está en la calle de la SECH y la Casa de Cena, cerca del Parque Bustamante. Los hice hacer al amor y la escena me quedó tan intensa y caliente y creativa, que el teclado se me llenó de semen y tuve que limpiarlo con unos cotonitos. Después de que tiran, Jonás y Cecilia siguen conversando hasta que miran el reloj y captan que pronto va a ser la hora azul. Salen a la calle, cruzan el río, caminan hasta el funicular, pero está cerrado. Se despiden. Cada uno debe ir donde su pareja. Porque eso fue mi otro aporte. Que cada uno tenía a alguien que no deseaban dañar. Los otros dos estaban de viaje. Cecilia y Jonás deciden verse una vez por año. Se comprometen con eso. Pasarán una noche juntos hasta que sean viejos. O hasta que el primero de ellos se muera. Fin.

* * *

El curso optó por mi corto. Yo quería colocarle La hora mágica pero terminó ganando Matiné, Vermouth y Noche. Esto sucedió a comienzos de 1993. Me acuerdo de que Álex me dijo que quizá la Cristina se podría molestar cuando viera el corto, pero lo cierto es que nunca tuve ese problema. La Cristina me informó, tres semanas después de mi sábado con Claudia, que ya no íbamos a continuar juntos. Tenía a alguien. Un estudiante de música en Nueva York. Chileno. Le pregunté si había estado con él allá. Ella me dijo que eso no se preguntaba.

«Y pensar que una noche yo te fui fiel».

Ella me respondió que siempre me iba a querer. Yo le dije que se fuera a la mierda. Con los años, Cristina terminó, por esas vueltas que tiene el destino, viviendo en Australia, sin el músico, pero con un empresario libanés. Una vez su hermana, con la que me topé en un supermercado, me contó que los dos hijos de la Cristina eran campeones de ortografía.

***

Se hizo un gran casting para buscarme. Para encontrar a Jonás. Llegaron un montón de seres a la vieja casona de Macul. Optamos por un actor joven que, de entre todos los que casteamos, fue el único que dijo que su actor favorito era Michael J. Fox y que la razón por la que deseaba ser actor era para ser rico, famoso y querido, puesto que nunca lo quisieron. El tipo, que nunca se hizo famoso ni menos rico, se llamaba Mateo Ruiz-Tagle y era un cuico, lo que me pareció mal pues yo quería que mi alter ego fuera un sujeto más como yo. Insistí en que debía ser un provinciano. Pero Lázaro Santander (antes de toda su fama nacional e internacional) era el codirector (junto a Álex Frigerio) y ambos sostuvieron que era mejor que fuera un tipo guapo más allá del hecho de que yo claramente no lo era. Yo después le comenté que en realidad daba lo mismo, pues Jonás no tenía nada que ver conmigo. Todos se rieron en mi cara. Gregorio de la Calle, que estaba a cargo de la producción y el casting, pensaba que Ruiz-Tagle iba a ser una estrella y que, en el futuro, quizá podríamos rescatar el corto y venderlo a la tele.

Mateo Ruiz-Tagle nunca se hizo célebre porque se mató. No alcanzó a filmar otro corto. Hizo un par de obras que nadie vio. Ni siquiera nosotros, y eso que nos invitó. Mateo se mató esquiando. Estrelló su snowboard contra una roca. Mateo Ruiz-Tagle fue nuestro James Dean. Nadie del mundo teatral lo recuerda pero yo, a veces, me acuerdo de Mateo y, de paso, me acuerdo de mí.

* * *

Para el rol de Claudia, o sea de Cecilia, se la jugaron por una actriz conocida y, con la ayuda de Carlos Flores, que movió sus hilos en el mundo de la farándula cultural, pudimos contar con Patricia Rivadeneira. Sí, la misma. La famosa musa del underground, la que se paseó desnuda con la bandera chilena, la que alguna vez participó en un colectivo de minas locas y alternativas llamadas Las Cleopatras. Patricia Rivadeneira era la hija descarriada de un señor de derecha del barrio alto que para ganarse la vida hacía telenovelas. Las del 7, de TVN, que son —o eran— las más célebres, las que calaban más duro en el inconsciente colectivo. Esto fue mucho antes de que la nombraran agregada cultural en Roma, antes de que pasara de moda; digamos, antes de que dejara de ser la Patricia Rivadeneira, la actriz más polémica y temida de la escena nacional, y se transformara en una señora del barrio alto.

Patricia Rivadeneira también hacía teatro «normal», y cuando supimos que quizás ella podía ser Claudia, digo Cecilia, la fuimos a ver a un teatro de Bellavista donde actuaba en una obra de Benjamín Galemiri. Lo extraño de todo es que no sólo nos pareció que era mucho mejor actriz de lo que pensábamos, sino que también era más bonita y menos loca y menos amenazante de lo que decían. Además, no era nada tonta. La obra nos gustó mucho y terminamos aplaudiendo de pie, aunque el resto del público se quedó en sus butacas.

Después de la función nos fuimos al Galindo. Al rato llegó ella. Patricia Rivadeneira pidió un sándwich de lengua y, mientras comía, nos sedujo a todos. Era la única mujer entre cuatro hombres, y sin duda aprovechó su rol al máximo. Todos creían que habían coqueteado con ella. Quizás eso quiso que pensaran. Pero, al final, yo creo que salí aventajado cuando preguntó quién había escrito el texto. No dijo guion sino texto. Le dije que yo y ella sonrió. Luego quiso saber quién sería el fotógrafo.

«La luz», dijo, «es clave; por eso nunca me luzco en televisión».

Le expliqué que yo la iba a iluminar.

«Ah», me dijo, «o sea, tú y yo vamos a estar muy cerca».

Digamos que lo estuvimos. Nada más. No puedo contar más, o entrar en detalles, porque Patricia Rivadeneira es —o era— Patricia Rivadeneira. Creo que me enamoré de ella. Al menos por esa semana. Todo duró una semana. El rodaje, más los ensayos. Porque ensayamos. A Mateo Ruiz-Tagle creo que también le pasó lo mismo. Llámenlo transferencia. La escena de sexo entre ellos fue fuerte. Fuerte por lo que nos tocó ver (creo que lo hicieron) y porque yo, la noche antes, me había acostado con ella en su departamento del barrio Lastarria.

«Jonás, dime Cecilia. Dime Cecilia», me dijo la primera noche.

La filmación fue demencial: una mezcla de adrenalina, histeria, celos, paranoia, calentura, admiración e ira. Lo único decepcionante del rodaje fue que duró demasiado poco.

Fui dos veces al cine con Patricia Rivadeneira (Perros de la calle, cinta que ella encontró «bonita», y Los imperdonables, la que también encontró «bonita»). Cenamos dos veces (en un restorán vietnamita y en otro árabe). Y tuve lo que, sin duda, ha sido la mejor conversación telefónica de mi vida: seis horas y media sin parar.

El último día del rodaje se despidió de mí.

«Al principio odié el personaje, pero después lo quise», me susurró al oído.

«¿A Cecilia?».

«A Jonás. Los perdedores siempre despiertan en mí un no sé qué».

En mi casa tengo una gran foto. Una foto tamaño afiche. Es de un fotograma. El mejor de los fotogramas. Están los dos, en el café, iluminados con una vela. Claudia/Cecilia/ Patricia se ve insuperable. Creo que nunca se ha visto mejor. Mi exmujer siempre miraba la foto pero nunca me preguntó nada. Mi ex nunca vio mi corto. Tampoco nunca le conté. Nunca volví a iluminar. Al final, no me transformé en un director de fotografía, sino en productor de campo. Mi ex me conoció como productor de campo y no creo que se imagine que alguna vez quise ser otra cosa. No me quejo. Soy un gran productor de campo, lo sé, pero no era exactamente lo que había planeado.

¿Acaso a alguien le resulta su plan?

Quizá por eso me dejó. O se enamoró de otro. Decía que yo no le hablaba. Que yo no tenía vuelo ni imaginación. Que no luchaba contra mi destino.

Cada tanto veo Matiné, Vermouth y Noche. La veo tarde, por la noche, después de que vuelvo de algún sitio que no me divirtió tanto como esperaba. Inserto el video y lo miro. Cuando veo a Jonás no puedo dejar de acordarme de cómo era. De cómo era yo cuando estuve a punto de convertirme en el tipo que quería ser.

TERCERO:

Verano de 2007

Hoy es domingo y es verano. Santiago está vacío. Me gustan estos días así. Mis niños están veraneando en el norte con mi mujer y su nuevo marido.

Hoy fue un domingo impar. Por lo que igual no me tocaba salir con ellos. Los domingos en que estoy con ellos no me parecen domingos; los domingos en que estoy solo, en cambio, la mala reputación que acarrea el día se cristaliza y me traga.

Para paliar esa sensación de abandono acostumbro ir al cine temprano. En el Hoyts de La Reina hay funciones desde las diez de la mañana; muchas de las películas terminan proyectándose en una sala vacía. He visto notables filmes solo, como si fuera un magnate que tiene su propia sala de proyección. A veces pienso que la razón por la que encuentro buenos todos los filmes que veo los domingos es porque los he visto a solas.

Mi rutina dominical cuando no estoy con los niños es simple: me levanto temprano, me coloco un buzo, parto al cine, me compro los tres diarios principales, un café y dos Dunkin Donuts e ingreso a ver mi primera película. Luego, a la salida, me quedo en el café que está en el primer piso, o bien me instalo en el Tip y Tap y leo los diarios con calma. A veces, si hay algo que me interesa, ingreso a otra película, a la función de las 12.30 o 13.00 horas. Después regreso a mi casa a dormir siesta. Si el día está lluvioso, la sensación de placer aumenta aún más.

La película que vi esta mañana se llama La mitad del mundo y es un filme independiente americano. Es la historia de un tipo de Nueva York que, al minuto dos, pierde a su novia, quien salta desde un edificio durante una fiesta.

PARTE UNO:

El tipo parte a Ecuador. A sanarse y escapar. En Quito trabaja como profesor de inglés. Viaja por el país, conoce algunos gringos expatriados y se regresa. Sus nuevos amigos lo despiden en el aeropuerto.

PARTE DOS:

Una chica australiana consigue trabajo en la embajada de su país en Quito. Viene saliendo de una mala relación. Parte a Ecuador. Allá conoce amigos y vive. Viaja. Su ex amor, un chef, se contacta con ella y le dice que está en Miami, trabajando en un hotel de lujo. Le envía un pasaje. Ella acepta.

PARTE TRES:

En un vuelo Quito-Miami, en que viajan tanto el tipo neoyorquino como la australiana, algo le sucede al motor y se ven obligados a descender en la isla caribeña de Martinica. Están ahí unas ocho horas. Tipo conoce tipa. Conversan. Caminan por la playa. Cenan. Bailan. Desean besarse. Ella le dice que va a encontrarse con su amor. El avión se arregla, abordan. No pueden sentarse juntos. Lo intentan pero una señora antipática se niega cambiar de asiento. El avión llega a Miami, se despiden en el aeropuerto antes de que ella se reencuentre con su chef. Chica pasa la noche con su amor pero algo no funciona. A la mañana, la chica va de compras. Aprovecha para revelar sus fotos. Tiene muchos rollos no revelados. Por algún motivo no los reveló en Quito. Dos horas más tarde regresa a su hotel, un hotel todo blanco, y se recuesta en la cama y mira las fotos. Capta que Mark, el tipo del avión, aparece en varias fotos tomadas en Ecuador. Mark aparece en unas fotos en el barrio histórico de Las Peñas en Guayaquil y se lo ve atrás de Nicole en Galápagos y en una foto en que él está posando frente al monumento de la mitad del mundo, justo donde pasa la línea del ecuador, en las afueras de Quito. Paralelamente, Mark revela sus fotos en un cuarto oscuro. Al ir revelando, se va dando cuenta de que en varias fotos aparece Nicole. La que más le llama la atención es una en que ella aparece junto a él frente al monumento de la mitad del mundo.

EPÍLOGO:

Pasan los años. Ocho años. Mark llega con su mujer a Venecia. Deciden tomarse una foto turística en la Plaza de San Marcos. La mujer de Mark le pide a otra mujer, de abrigo, que si fuera tan amable de tomarles una foto. La mujer se da vuelta. Es la australiana. Es Nicole. La de las fotos. La del avión. Se miran, sorprendidos. Ella toma la foto. La foto se congela.

FIN.

Me gusta quedarme a ver los créditos. Casi siempre me quedo hasta el final. Me atrae saber dónde se filmó, de quién era tal tema, a quiénes agradecen. En eso estaba cuando las luces se encienderon lo suficiente como para ver las butacas y salir de la sala de una manera ordenada, sin tropezarse.

Me di cuenta de que había una sola persona más en la sala. Tres filas más allá, en diagonal, llorando, estaba Claudia. No había nadie a su lado.

Traté de calcular cuántos años habían pasado desde que fuimos ese sábado a la función de la vermouth. Mucho tiempo y, sin embargo, a veces me parece que fue hace poco. A veces pienso que nunca ocurrió.

Antes de que las luces se encendieran del todo, me levanté y me fui. Pienso que eso es lo que ella hubiera querido. A lo mejor estoy errado. ¿Lo estoy? Quizá debí quedarme. Quizá debí haberme quedado esa primera vez. Pero a veces es mejor quedarse con un recuerdo. Un recuerdo puede ser más potente que una foto, que una carta. De qué nos iba a servir conversar tres palabras ahí, en el cine. Quizás ella se hubiera incomodado. Me acordé que ella una vez me dijo que jamás sería capaz de ir al cine sola. ¿Por qué lo estaba entonces? ¿Por qué lloraba? No lo sé. Una cosa es cierta: nunca he vuelto a ir al cine con una mujer como Claudia. Nunca.