Capítulo 3

Esteban estaba llegando tarde a la casa de Valentina y Luz. Estacionó su auto en la vereda de enfrente y notó con extrañeza que justo delante de la casa se hallaba un BMW aunque se veía bastante baqueteado. Tomó las pizzas que llevaba en el asiento trasero y se dispuso a entrar en la vivienda. De lejos entrevió que la puerta de calle se encontraba abierta aunque entornada; en un momento de silencio del tráfico exterior oyó gritos que provenían del interior de la casa, incluyendo voces roncas de hombre y chillidos de mujer. En ambos casos reconoció acentos colombianos.

“Esto no está bien.” Reflexionó aceleradamente. Regresó de un tranco al auto, abrió las puertas, dejó las pizzas y tomó del baúl del vehículo la barreta del cricket para cambiar neumáticos; en la otra mano tomó la llave en cruz para aflojar  las tuercas y regresó de un salto a la puerta. De un puntapié la abrió y la escena que vio dentro lo sobrecogió.

Luz y Valentina yacían en el suelo del patio con marcas en los rostros y llorando desconsoladamente. Dos hombres fornidos se encontraban con ellas; uno de ellos, un mulato, sostenía a Luz por los cabellos mientras que en su mano derecha exhibía una larga navaja que aproximaba al cuello de la muchacha. El otro hombre, también de aspecto caribeño, se hallaba en la mitad del patio bastante cerca de la puerta y por ello de Esteban; en su mano sostenía una pistola con un aditamento en la punta, sin duda un silenciador

Todo fue veloz, simple, simultáneo y brutal. El hombre de la pistola levantó su brazo con el objeto de apuntar a Esteban, éste le arrojó con todas sus fuerzas la llave en cruz en el pecho; el matón acusó el impacto trastabillando y dejando caer la pistola. De un salto Esteban si situó a sus espaldas y colocó la barreta sobre la garganta del matón, que intentó liberarse de la situación desesperada que le impedía respirar; era fornido pero sus fuerzas no podían compararse con las del muchacho, a quien además favorecía la ubicación desde la cual apretaba el cuello del otro sabiendo que era su única chance.

El mulato levantó la cabeza de Luz acercando la navaja a su garganta para cortarla. Valentina recogió la pistola del suelo y sin vacilar ni siquiera apuntar apretó el gatillo una, dos, tres veces. El cuerpo del forajido fue eyectado hacia atrás por la fuerza de los impactos y cayó al suelo sostenido parcialmente por la persiana de uno de los dormitorios. Dos ominosos círculos oscuros cubrieron su camisa expandiéndose rápidamente. El matón a cuyas espaldas se hallaba Esteban hizo un esfuerzo final para librarse de la asfixia hasta que de pronto su tensión se aflojó; el muchacho lo soltó y el cuerpo cayó como un saco al suelo. Esteban retrocedió soltando la barra de metal presa de una convulsión al tomar conciencia que había matado a un hombre de una forma primitiva y salvaje. Valentina, aun en el suelo, dejó caer la pistola y se acercó al cuerpo de Luz, que yacía examine en el suelo.

-¡Ay mi Dios! ¡Está muerta!

Esteban se acercó y tomó el pulso de la joven.

-No, solo se desmayó. Está en shock, pronto trae agua y unos almohadones.

Luz había recuperado el conocimiento y no cesaba de llorar en silencio. El muchacho acarició su cabeza y le dijo.

-Cuando estés más calmada debemos hablar sobre esto. Tenemos que averiguar si el peligro subsiste o ha terminado con estos dos hombres.

Luego se dirigió a Valentina.

-Tenemos dos hombres muertos en la casa. No sé qué hacer con esto.

La joven tragó también agua del vaso y respondió con un hilo de voz.

-En esta ciudad sólo conozco a Carmen. Quizás ella sepa que hacer.

-¿Quién es Carmen?

-Mi amiga cubana, la dueña de la casa.

-¿Y por qué crees que sabrá qué hacer?

-Ella y su marido sabrán. Simplemente lo sé. Han pasado por muchas cosas en sus vidas. Voy a llamarla.

Valentina trajo su celular, marcó un número y habló en voz baja explicando la situación. Del otro lado hubo un momento de silencio y finalmente la mujer llamada Carmen respondió.

-Mi marido se halla en Mendoza de modo que me tendré que hacer cargo de esto yo misma. Estaré allí en menos de una hora. Preparen bolsos con las cosas más esenciales para una cantidad indeterminada de días. Tenemos que sacarlos de allí de inmediato pues no sabemos si sigue habiendo peligro y quien más estaba al tanto de dónde esos hombres iban a buscarlos. También voy a hacer que se encarguen de los cuerpos.

Carmen colgó y Valentina repitió sus consignas a Luz y Esteban. Los tres se apresuraron a preparar elementos indispensables siguiendo las directivas de Carmen.

Más rápido que lo que esperaban golpearon a la puerta de calle. Al abrirla Esteban se topó con una mujer voluminosa y de piel negra; ella le habló con claro acento cubano.

-Soy Carmen.- Simplemente se arrojó sobre Valentina y la tomó en sus gruesos brazos. Ambas lloraron en silencio.

-Debemos salir de inmediato de aquí. No sabemos si alguien más está en camino para completar lo que estos dos no pudieron llevar a cabo.- Dijo señalando los cuerpos caídos.

-¿Y qué vamos a hacer con ellos?-Preguntó Esteban.

- Ya vienen a hacerse cargo.

-¿Vienen? ¿Quiénes?- De inmediato el muchacho se arrepintió de su pregunta.

-Suban a la camioneta. - Dijo la cubana en su habitual tono imperativo, absolutamente necesario para guiar a los tres conmocionados y desorientados jóvenes.

-¿Dónde  vamos?-Insistió Esteban.

- A un depósito abandonado que tengo en Avellaneda. Nadie lo asociará con ustedes.

-¿No es preferible ir a mi apartamento?- insistió el joven.

-Es muy pequeño.- Arguyó Luz en un hilo de voz.

-Además no sabemos cuánto hace que estos hombres y los que los mandaron estaban sobre su pista. Puede ser que ya tengan también tu dirección.

Ya se habían instalado en el depósito. A pesar de su ruinoso aspecto interior, todo el gran galpón de la planta baja estaba casi vacío, limpio y ordenado. Una escalera conducía a una especie de espacio de oficinas y vivienda en una planta alta; sin duda destinada a un eventual vigilador, la que consistía de una pieza, baño y una pequeña cocina.

-Aquí deberán estar unos días hasta que podamos determinar si hay alguien vigilando la casa de Constitución. – Dijo Carmen.- Esa cuadra está llena de matronas que se pasan atisbando la calle todo el día y son todas amigas mías.

-¿Y podremos volver luego?- Preguntó Valentina en tono esperanzado.

-Si no hay moros en la costa, sí.

-¿Cómo es que una peluquera cubana en Buenos Aires tiene tantos recursos para casos difíciles?-Preguntó Esteban dirigiéndose a Carmen.- ¿Quién eres realmente tú?

-Haces demasiadas preguntas para tu propio bien.- Fue la dura respuesta.

-Carmen tiene razón.-Exclamó Valentina.-No sé qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos podido acudir a ella.

-Es cierto.- Contestó el hombre bajando la cabeza.-Lo lamento.

-Tus preguntas son sin embargo lógicas.- Agregó la cubana.- Pero permanecerán sin respuesta por el propio interés de todos ustedes.

-¿Y qué pasará con los cuerpos de los dos hombres?-La pregunta de Luz evidenciaba un dejo de angustia.

-Serán encontrados en algún campo aislado. Lo atribuirán a ajustes de cuentas entre narcotraficantes probablemente, dada la nacionalidad presunta de los mismos.- Carmen se sentó en una de las dos sillas de la habitación.- Pero ustedes dos deben explicarme que fue lo que ocurrió, y si quieren que las continúe ayudando lo deben hacer sin ocultarme nada.

Valentina miró a Luz, quien comenzó su explicación.

-Golpearon a la puerta y como era la hora en que suele llegar Esteban y él no tiene llave me dirigí a abrir con confianza. El hombre negro me empujó hacia adentro y ambos se metieron en la casa con mucha violencia. El otro hombre golpeó a Valentina quien se hallaba en el patio y el negro me tumbó por el suelo tomándome por los cabellos. Llevaba una navaja en la otra mano.

-¿Y entonces?-Inquirió Carmen.

-Comenzó a preguntarme a los gritos por...Hugo.

-¿Hugo? ¿Quién es Hugo?- Preguntó Esteban con el ceño fruncido.

- Mi...primo, Hugo Montoya.

-¿Tu primo? ¿Tienes otro primo aquí en Buenos Aires?

-Es un primo lejano, por parte de mi madre. No es un familiar cercano como Teresa.

-Nunca me dijiste nada de un primo.- La expresión del muchacho era de enojo.

- Nunca tuve nada que ver con él. Es mala persona, ligada al narcotráfico. Creo que es un jefe intermedio en uno de los cárteles en Colombia, del cual es una especie de...representante en Argentina.

-¿Dónde vive?

-En un country club lujoso, en la zona de Tigre. Ay Esteban, nunca te conté nada porque no quise introducir a este hombre en nuestras vidas, donde no pertenece.

-Ya ves que se ha introducido sólo.- Comentó Carmen con su típica rudeza.- Y dime, ¿has tenido relación con tu primo en Buenos Aires?

-El intentó contactarse conmigo cuando llegó hace más o menos un año. No sé quien le habrá dado mis datos; posiblemente algún pariente común en Colombia.

-¿Y entonces?- Repreguntó Carmen.

-Le dije francamente que no quería tener nada que ver con él. Insistió un par de veces y luego abandonó sus intentos. Sin duda cuando se relacionó localmente.

-¿Y cómo crees que estos dos matones llegaron a ti? - El interrogatorio lo llevaba adelante siempre Carmen.

- No tengo idea.

-Es posible que haya sido siguiendo las llamadas del teléfono de tu primo.-Dijo Esteban.-Lo que demuestra que tienen acceso a quienes pueden realizar seguimientos telefónicos.

-Esto es la policía o sectores de la justicia.- Concluyó la cubana.- No me extrañaría demasiado. Se conocen vínculos entre los narcos y la policía y aún con jueces.

Se extendió un silencio pesado ante las perspectivas de riesgo que enfrentaban los jóvenes. Carmen finalmente dijo.

-Luz, tú permanecerás encerrada aquí hasta que hayamos descartado que alguien más esté en tu pista. Valentina y Esteban, creo que ustedes dos pueden continuar con sus actividades, pero prestando atención a lo que los rodea, viajando siempre por caminos distintos y tomando diferentes medios de transporte.

-Es horrible vivir es esta paranoia.- Expresó amargamente Valentina.

-Peor es que vuelvan a  encontrarse en la misma situación nuevamente.