Capítulo 6

La mujer estaba esperando que alguien se detuviera en la ruta para ayudarla. Había colocado el destellador del auto y abierto el baúl para indicar que estaba en problemas. El neumático se había pinchado varios cientos de metros antes y sin duda no podía manejar más sin dañarlo totalmente. A pesar de encontrarse sola en un sitio aislado no tenía temor; era una mujer de una gran desenvoltura y seguridad en sí misma y además tenía la curiosa creencia de que todo sucedía por alguna razón de modo que vivía todos los acontecimientos como una oportunidad, aun un neumático pinchado. Prendió un cigarrillo y se colocó respaldada en la puerta delantera izquierda de su auto en una situación muy visible. Dobló su rodilla derecha y colocó el afilado taco de su zapato en el estribo de la puerta. Su pantalón y chaquetas negras ajustadas ponían de relieve su silueta alta y magnífica. A los cuarenta y tres años Lucrecia Ortiz era una espléndida mujer. Sus grandes ojos negros, realzados por el maquillaje, su cabello del mismo color cayendo en cascada sobre sus hombros y su cutis perfecto y trigueño completaban su estampa provocadora.

Dos camiones y un ómnibus de larga distancia pasaron de largo sin parar y recién pudo distinguir a un par de cientos de metros un automóvil particular. Al acercarse el vehículo distinguió que se trataba de un viejo Fiat que marchaba lentamente, seguramente porque no podía desarrollar más velocidad. Se encogió de hombros y miró en otra dirección, obviamente desinteresada en el auto que se acercaba.

Sin embargo el coche se detuvo a unos treinta metros más delante de donde Lucrecia estaba detenida, y vio que un hombre muy alto bajaba de él. Al ver su contextura física y su cabello rubio la mujer comenzó a prestar atención, lo que se acrecentó al aproximarse y ver sus facciones de cerca. 

-Buenos días señora. ¿Necesita ayuda?

Ya estaba terminando de extraer el neumático averiado y aprontando el de auxilio para instalarlo en su reemplazo, de modo que se hallaba en cuclillas al borde de la ruta. Por el esfuerzo y el sudor resultante había tenido que quitarse la camisa cuando de repente sintió un objeto en contacto con su espalda. Sorprendido volteó su cabeza y comprobó que tal como había imaginado se trataba de un pie. Desde abajo vio a la mujer quien lo observaba fijamente con sus grandes ojos oscuros. Excitada por la visión de la piel blanca debajo de ella se había quitado la bota del pie derecho y ahora deslizaba su planta por la espalda del muchacho; el contacto de la piel de su planta con la espalda le resultaba afrodisíaca. Al mirarla él a los ojos le sonrió en forma satisfecha y comenzó a correr su pie hacia el hombro de Esteban, quien sorprendido por la acción había virado su estado emocional de la indignación a la excitación sexual. La mujer, consciente sin duda del estado que había provocado en el muchacho redobló su apuesta. Su pie se deslizó por el cuello hasta el rostro y finalmente los dedos se introdujeron en su boca. La falta de reacción del joven incrementaba el nivel de incitación de la mujer.

-Estás lamiendo el pie de una mujer de la que ni siquiera sabes cómo se llama.

El hombre intentó responder pero el pie de adentró más en su boca.

-No me interesa lo que me quieras decir. Sólo quiero disfrutar de este momento.

Sin mediar palabras cambió de posición, arqueó sus rodillas y se colocó sobre el torso de Esteban, que como hipnotizado no atinaba a reaccionar. La mujer, víctima evidentemente de un éxtasis auto provocado se terminó sentando  sobre los hombros del joven enfrentando su zona genital con la cara de él. Luego tomó la cabeza del muchacho entre sus manos, mesó sus cabellos rubios y empujó el rostro contra su entrepierna, comenzando un movimiento circular que seguramente aumentaba su excitación. El frotamiento de la tela del pantalón de la mujer contra su cara comenzó a irritar la piel en torno a la boca de él; con sus manos engrasadas tomó los muslos de la hembra y la apretó aún más contra sus labios.

-Basta.- Dijo la mujer. Tomó al muchacho por el cuello de la camisa y lo obligó a incorporarse y seguirla hasta los arbustos que crecían enmarañados a unos cinco metros de la ruta. Allí se detuvo, obligó a Esteban a arrodillarse, se quitó con facilidad los ajustados pantalones bajo de los cuales no llevaba ropa interior y sentándose nuevamente sobre sus hombros comenzó a cabalgar su cara y a mezclar sus fluidos con la saliva de él.

La desconocida probó tener una gran facilidad para llegar al clímax sexual en contacto con la lengua y los labios del hombre, y no descontinuó con sus demandas hasta que sus instintos estuvieron completamente saciados. Luego se vistió, arregló su aspecto y se marchó hacia su auto, arrancando de inmediato. Esteban estaba aún estupefacto por todo lo ocurrido, tardó un rato de salir del estado de shock emocional; se puso de pie con un gran dolor en su cintura, que había sobrellevado todo el peso de la situación y fue hacia su automóvil. Retiró con su mano algo que se encontraba entre sus dientes y comprobó asombrado que era vello púbico. Al llegar al vehículo vio que había un papel en el parabrisas, sujetado por el limpiador del mismo. Se trataba de una tarjeta de visita perteneciente a la Dra. Lucrecia Ortiz Gómez, con la dirección de su estudio y una frase escrita a mano.

“Espero tu llamado. Esto ha sido sólo una muestra”

El muchacho leyó la tarjeta.

“Una abogada.” Pensó.

A pesar de los orgasmos Lucrecia se mantenía en un estado de excitación muy elevado, por lo que tomó precauciones adicionales para mantener su concentración al manejar. Tenía mucha experiencia en someter a los hombres a sus extravagantes placeres sexuales, pero lo acontecido esa mañana era absolutamente inédito. El tener a ese hombre bastante más joven con su piel blanca rosada a su alcance había hecho saltar todas las compuertas e inhibiciones. Se auguró poder seguir disfrutando de ese muchacho en el futuro y comenzó a representarse mentalmente situaciones con igual grado de excitación, aunque se dio cuenta que estaba colocando la vara muy alta.

Esteban estaba bajo una calentura aún mayor, ya que no había tenido la oportunidad de aliviar sus premuras. Sabía intuitivamente que este episodio fortuito sería inolvidable aunque aún no alcanzaba a prever que iba a cambiar su vida, que ya de por si tenía algunas disyuntivas y elecciones difíciles. Cambió de posición en el asiento del auto para que la erección se tornara soportable.

“Cuando llegue a casa Luz va a tener otra cuota de sexo violento.” Pensó, haciéndose cargo del cinismo de este pensamiento; en el fondo tenía mucho aprecio por la muchacha y en su mente algo se negaba a utilizarla para aliviar sus calenturas con otras mujeres. Lamentablemente muchos de esos pruritos morales sucumbirían en los días subsiguientes.