Guiaba más rápido de lo que solía y aunque sabía que eso incrementaba los riesgos en el tráfico intenso del barrio de Palermo no conseguía imponerse la autodisciplina de la que siempre hacía gala; esa cualidad parecía haberse esfumado en lo relacionado con esa mujer. Había llamado al estudio situado en la zona de Tribunales, donde una secretaria con voz engolada le había pasado la comunicación “con la Doctora” luego de una espera en línea de unos diez minutos. Lucrecia atendió finalmente su llamado comentando que estaba entre dos reuniones y que sólo tenía un minuto para hablar con él. En definitiva lo citó para ese miércoles en un sitio que por lo que Esteban había entendido no era el domicilio de la mujer sino un studio, cualquiera fuera el significado de esa expresión. El sitio en hallaba en el barrio que gracias a los agentes de bienes raíces se llamaba ahora Palermo Soho, y que había tenido un desarrollo inmobiliario importante en épocas recientes. Esteban no había estado nunca en esa zona y apenas consiguió estacionar el auto en un sitio que justo había quedado disponible en la esquina de la calle Honduras. Consultó la dirección que buscaba y al encaminarse hacia ella miró los locales comerciales que se amontonaban en las calles, incluyendo tiendas de ropa de las marcas más cotizadas, bares y pubs que indudablemente se llenarían de noche. Todo muy stylish y con precios prohibitivos para los ingresos de Esteban. El joven se sintió un poco cohibido por el sitio y se preguntaba con que se iba a encontrar en el studio de la abogada.
Cuando llegó a la dirección vio que se trataba de uno de los domicilios que no se habían transformado, al menos exteriormente, con la ola inmobiliaria. Era una entrada con una sólida puerta de metal repujado, y según el portero eléctrico tenía sólo tres viviendas, dos en la planta baja y uno en la planta alta. El joven oprimió el timbre de esta última. Tras varios minutos la voz ronca e inconfundible de Lucrecia le contestó.
-Soy Esteban.
-Entra.- Fue la escueta respuesta. Al muchacho le extraño que el portero eléctrico aún permitiera abrir en forma remota, función que estaba anulada en la mayoría de los edificios de apartamentos por razones de seguridad, forzando a los dueños de casa a bajar a abrir, o pedir al portero humano, donde lo había, a franquear el paso.
Subió la escalera que tenía muchos peldaños, demostrando que la propiedad original era antigua, con techos altos, aunque era evidente el trabajo de reciclado y restauración en cada detalle de la propiedad.
Esteban tocó el timbre y la puerta esta vez se abrió de inmediato. Lucrecia se hallaba vestida con una malla negra sin mangas; sus largas piernas se encontraban enfundadas en medias de red con ligas blancas. El conjunto era estupendo, estudiado y realzaba su silueta perfecta y esbelta, y en conjunto con su cabello y ojos negros y piel trigueña producían un efecto erotizante, particularmente en un joven que ya venía predispuesto como Esteban.
El muchacho intentó besar las mejillas de la mujer, como se había hecho costumbre en Buenos Aires, pero la dama esquivó su boca, lo tomó por la mano y lo guió al interior del apartamento. Se trataba de un mono-ambiente de unos cuarenta metros cuadrados, con una kitchenette en un rincón comunicada con el ambiente principal, y un baño que lucía amplio y moderno. Todo estaba perfectamente limpio y ordenado y lo único que llamaba la atención del muchacho eran varios dispositivos habituales en gimnasios, lo que podía explicar la esbelta figura de la mujer. Sin conversaciones previas ella lo condujo hacia una banqueta larga, delgada y con una superficie superior acolchada, del tipo usado para levantar pesas y lo hizo sentar en ella en forma transversal.
Lucrecia se sentó a su vez en otra silla alta y la situó a una distancia de medio metro del joven.
-¿Te gusta el studio?
El muchacho asintió con la cabeza e iba a agregar algo pero ella prosiguió.
-Me alegro, pues vamos a pasar mucho tiempo aquí adentro, hoy y en el futuro.
Hablaba en forma asertiva, tomando decisiones por ambos; de todas maneras Esteban estaba sólo expectante por lo que ocurriría inmediatamente después y no se le cruzó por la mente hacer objeción alguna. La dama se incorporó y acercó su torso al rostro del muchacho. De pronto, con algún movimiento que Esteban no pudo determinar los senos de ella quedaron al aire y entonces Lucrecia empujó la cabeza de su invitado entre ellos refregándoselos hasta que el muchacho comenzó a lamérselos y besárselos, mientras la mujer ronroneaba como un gato. Esteban quiso tocar los pechos pero su mano recibió un golpe; era evidente que la mujer sólo aceptaba trabajo oral. Repentinamente la mujer se sentó nuevamente en su banco; Esteban quiso seguirla con su cuerpo pero se encontró con que la planta del pie de ella se colocaba en su cara alejándola y forzándolo a permanecer sentado en la banqueta. El joven ya había aceptado las reglas del juego, que consistían que la mujer decidía todo lo que ocurría y los tiempos.
-Quítame una de la medias.- Ordenó ella.- Toma la liga con tus dientes y empuja la media hacia abajo.- De esta manera se aseguraba el contacto de la boca de él con toda su pierna, lo que pareció satisfacerla en grado extremo.
-Ahora abre la boca.
Al hacerlo el pie se introdujo en la boca del muchacho. En ese momento este se dio cuenta que la mujer había estado haciendo gimnasia y tenía todo su cuerpo cubierto de sudor, incluyendo la planta de los pies. Cuando estuvo satisfecha hizo repetir la acción con la otra pierna y al final le dijo.
-Ahora tu boca debe recorrer las vías hasta llegar a la estación.
No cabía duda que toda la actuación estaba planeada desde el comienzo y que la mujer seguía un lento y minucioso programa de erotización de ambos. El joven no se permitiría apartarse del mismo en lo más mínimo.
Besó las pantorrillas, las rodillas, las corvas tras las mismas y al ingresar en los muslos se desató el vendaval. La cara interna de los muslos de la mujer tiene una alta densidad de centros nerviosos y Lucrecia estaba preparada para el momento. Apretó la cabeza del muchacho entre sus piernas hasta dificultarle el aliento, exigió que la lengua de él recorriera cada pequeño rincón de su entrepierna, y cuando juzgó que ya estaba preparada desabotonó su traje negro y brindó acceso a su zona genital. Esteban se esmeró en la misma y de repente la mujer lo recondujo a la banqueta, lo obligó a acostarse de espaldas y simplemente se sentó sobre su cara, comenzando con un suave balanceo hacia adelante y a hacia atrás. Pronto comenzó a segregar fluidos que se mezclaron con la saliva de él y a medida que el primer clímax se aproximaba el balanceo se hizo frenético, privando por momentos de respiración al ser que se hallaba bajo su vagina; esto evidentemente no le importaba y sólo buscaba su máxima satisfacción en cada instante sin consideración del objeto humano que se la proporcionaba.
Esteban perdió la noción de cuánto tiempo estuvo sometido a las necesidades insaciables de su dominadora, y ésta perdió cuenta de los orgasmos ocurridos en la boca de él. En un momento, levantó su mirada y observó los ojos de Lucrecia, que estaban clavados en los suyos; le sorprendió ver un cierto brillo feroz que nunca había percibido antes en nadie; intuitivamente los asoció con los instintos desatados que la dama evidenciaba.
De pronto, una vez saciados los deseos y urgencias de la mujer, esta cesó en sus movimientos, se desmontó de la cara del hombre, se dirigió al baño para asearse mientras le decía.
-Esto es todo por hoy. Puedes retirarte. Cierra la puerta sin golpear. Te llamaré cuando te quiera conmigo.
Esteban se vio nuevamente víctima de una tremenda frustración como la primera vez junto a la ruta, sólo que en esta ocasión tenía los labios y la lengua tumefactos y el rostro rojo por el esfuerzo, el peso soportado y la fricción contra las piernas de la mujer.
Mientras manejaba de regreso a casa decidió que no iba a exponer a Luz a otro episodio de sexo duro, que a la muchacha evidentemente no le agradaba. Estacionó el auto frente a su casa, pero en lugar de entrar en la misma se dirigió a un sitio a cuatro cuadras, donde ya sabía que a esa hora se hallaría una prostituta posiblemente dominicana. La piel negra de la mujer era un estímulo adicional por motivos que Esteban conocía pero se negaba a reconocer.
-¿Qué te pasa catire? ¿La colombiana te echó de casa?
El joven se asombró que la mujer ya le había puesto el ojo y supiera con quien andaba, sin reparar que el también había sabido dónde encontrarla.
-Vamos acompáñame.
-¿Dónde me llevas?
-A mi apartamento. Es cerca de aquí.
-Con razón no querías acostarte con tu mujer.-Dijo la mujer una vez terminada la sesión.- No querías lastimarla como lo has hecho conmigo. ¿De dónde has sacado tanta calentura?
-Me ha gustado mucho estar contigo. Eres justo lo que necesitaba una noche como hoy. ¿De dónde eres?
-De Venezuela, de un pueblo de pescadores sobre el Mar Caribe, todos negros. ¿Así que te he gustado? Venme a buscar cuando quieras. Puedo soportar a un padrillo como tú. Solo que la próxima vez te cobraré más por las lastimaduras que me has dejado en la cuca. Tú sabes, es mi herramienta de trabajo.
Lucrecia se había duchado en el estudio y estaba tardando antes de vestirse e irse a su casa. Por primera vez en su vida un encuentro sexual dirigido por ella le dejaba algo más que una indiferente satisfacción. Su mente se resistía a aceptar que este muchacho pudiera significar para ella algo más que los muchos que lo habían precedido. Sin embargo como abogada sabía que debía rendirse a la evidencia de sus sentidos y pensamientos, aunque ese curso le pusiese en una situación vulnerable. Decidió que como había hecho otras veces en que sus instintos sexuales la llevaban a sitios desconocidos consultaría con Tatiana.
Tatiana era su mentora, una mujer dominadora nacida más de setenta años atrás en Rusia y era quien mucho antes había sacado el velo de los ojos de Lucrecia evidenciándole sus tendencias hacia las prácticas eróticas sadomasoquistas. La revelación había mostrado a Lucrecia quien era realmente ella y le había proporcionado inmensas dosis de satisfacción... hasta ahora.