Valentina había detectado inmediatamente el cambio en la conducta de Esteban. La joven había reconocido en sí misma los síntomas de que estaba enamorada. Había tendido ingenuamente sus hilos para captarlo en su red pero cuando su deseo se estaba por cumplir repentinamente fue sacudida por su formación moral y se negó a engañar a su mejor amiga con su novio. El interés sin embargo no menguaba y Valentina sabía que en el fondo sólo estaba esperando su oportunidad y se hallaba segura que la misma llegaría tarde o temprano. Sólo quería que el tiempo y las circunstancias le permitieran conciliar su corazón y sus deseos sexuales con su sentido ético.
Espió al muchacho en toda ocasión que se presentó, y llegó acertadamente a la conclusión de que no solamente él tenía otra mujer además de Luz, sino que estaba completamente dominado por ella. Un cierto presentimiento que no podía explicar le dijo que seguramente se trataría de una mujer mayor, experimentada.
Ese día Esteban salía de su casa para ir a su trabajo. Como era una mañana de otoño aún tibia llevaba su chaqueta en la mano. Valentina observaba desde una rendija de la puerta de su habitación; vio que algo blanco caía de un bolsillo de la chaqueta, pero como aún se hallaba semidesnuda no salió de inmediato a avisar al muchacho. Se colocó un salto de cama y salió al patio a recoger el objeto caído. Al levantarlo vio que se trataba de una tarjeta de visita de una abogada. Sin poder evitar la curiosidad leyó el corto texto manuscrito.
“Espero tu llamado. Esto es sólo una muestra”
Dio vuelta el cartón y vio escrita, aunque con una caligrafía distinta una dirección ubicada en Palermo Soho. La muchacha reconoció al instante la letra de Esteban.
El sentido se le hizo evidente desde el primer momento; claramente era una referencia sexual. Entró en su cuarto y copió los datos de la tarjeta ya que había decidido volver a colocarla subrepticiamente en el bolsillo de Esteban cuando el muchacho regresara. Lamentablemente no vería expresión de su cara al hallarla.
Al llegar a su trabajo el joven guardó las llaves del auto en su bolsillo, y al hacerlo recordó haber puesto la tarjeta en el mismo, de modo que se alarmó al no encontrarla, no porque le faltaran los datos de direcciones y teléfonos, sino porque pensó que podía caer en manos de Luz, lo que le produciría gran dolor a la muchacha y una escena borrascosa entre ambos. El volver a pensar en Lucrecia, en el contacto con su zona erógena y en el brillo en sus ojos le produjo una excitación momentánea, de modo que sacudió la cabeza como para aventar pensamientos que le impidieran concentrase en su trabajo. Había quedado en encontrase al día siguiente con la dama en el studio de ésta y no quería anticipar las sensaciones que sentiría. Debía encontrar la manera de lidiar con la excitación residual que le quedaba después de esos encuentros pues no quería volver a dañar físicamente ni a Luz, ni a la prostituta ni a nadie. La reserva moral del campesino de la provincia de Misiones permanecía intacta, al menos cuando no estaba frente a la presencia dominante de la dama.
Lucrecia pulsó el timbre de la vieja casa señorial, situada en el distrito que los agentes de bienes raíces llamaban Palermo Hollywood a no muchas cuadras de su studio.
La vieja mucama abrió la puerta y mostró una cara de alegría auténtica. La anciana recordaba a la pequeña Lucrecia que había llegado tantos años antes a la casa de Madame Tatiana, como llamaba a su patrona.
Tatiana la estaba esperando en su propio gimnasio, donde aún conducía sesiones de yoga para una concurrencia exclusivamente femenina y que el tiempo había restringido a personas con ciertos gustos en común. Tatiana las había iniciado como lo había hecho con la pequeña Lucrecia de quince años, tanto tiempo atrás.
A los setenta y dos años la rusa lucía magnífica; las arrugas las habían tratado bien y jamás las había intentado eliminar y su cuerpo no tenía grasa. Debajo de una especie de bata de diseño oriental se dejaba ver su traje de cuero y sus largas piernas cubiertas con medias de red. Lucrecia la miró fijamente como una mujer corriente mira la vestimenta de una modelo. Es que Tatiana era sin duda el paradigma que quería emular. La rusa había tenido dos hijos, que ya eran independientes y habían salido de la escena de su vida tiempo atrás. Lucrecia se preguntó con nostalgia si ella tendría hijos al llegar a la edad de su mentora. No se trataba de anhelos de madre sino de no dejar una función vital sin cumplir.
La rusa extendió sus brazos y recibió entre ellos a su discípula preferida. Tomó su cabeza, le miró fijamente en los ojos y le dio un prolongado beso en la boca; Tatiana exploró con su lengua toda la cavidad bucal de su alumna, para deleite de ambas, luego introdujo sus manos entre las ropas de Lucrecia y recorrió su cuerpo suave y lentamente. La mujer dejó hacer y suspiró al sentir los dedos en contacto con su clítoris. Hasta ese momento no habían intercambiado una palabra.
Habían estado charlando sobre generalidades hasta que Tatiana decidió entrar en tema.
-¿Dime, que es lo que te ha traído hoy conmigo?- Dijo con su particular acento eslavo.
La discípula confió sus sentimientos y pensamientos con toda claridad. Había solicitado ayuda de su guía y debía abrir su corazón a ella. La rusa intercalaba preguntas para aclarar ciertos puntos. Cuando Lucrecia terminó su exposición se sentó en una de las colchonetas que se hallaban en el piso e invitó a su alumna a hacer lo mismo. La mujer mayor meditó unos instantes.
-Lo que me cuentas son evidentemente señales de enamoramiento con el joven ese... ¿Cuál es su nombre?
- Esteban, Esteban Dubanowski.
-Un apellido polaco. ¿Cuéntame cómo es él?
- Tiene veintitrés años, es diseñador industrial...
- Cuéntame cómo es...físicamente.
Lucrecia dio una descripción del joven, destacando los puntos que sabía interesarían a su guía. Éste colocó su mentón sobre su mano y meditó unos instantes.
-La diferencia entre tu caso y el mío es que yo me enamoré a los quince años con un hombre de cuarenta, y sólo más tarde encontré...mis inclinaciones profundas.
Tatiana hizo un paréntesis para buscar las palabras adecuadas; a pesar de su acento su castellano era claro y su razonamiento impecable.
-...en cambio tú has hallado tu verdadera naturaleza primero y sólo ahora surge este amor.
-¿Qué debo hacer?- La humildad de la pregunta sería impensable para quién conociera la actitud habitual de la mujer.
-Debes dejar que esa llama te consuma lo antes y en la forma más completa posible. El amor, aún con tus inclinaciones y en realidad aún más por ellas, es una experiencia que debes vivir en toda su extensión. Sin duda te producirá dolor, pero hallarás un placer que de otra forma no conocerás.
La dama rusa hizo un paréntesis, luego prosiguió.
-Por lo que me cuentas, tu Esteban es un tipo apto para las relaciones que deseas, obediente y sumiso, como muchos hombres de su raza. Debes convertirlo en tu esclavo y experimentar con él cosas que no te atreverías con otros, incluso daños físicos...por supuesto moderados. Debes hallas nuevas dimensiones y nuevos límites para tus inclinaciones. Debes atormentar a tu hombre.
La rusa evidentemente había concluido con su exposición. Lucrecia se hallaba aún pendiente de sus palabras de modo que la tutora se levantó y le señaló una banqueta que ambas conocían muy bien.
-Ven, vamos a celebrar tu amor. Estoy ardiente desde que me dijiste que venías a visitarme. Sólo contigo llego a experimentar el máximo placer.
Lucrecia se desvistió en silencio, se acostó boca arriba en la banqueta y vio como su guía desplegaba sus genitales sobre su rostro.
-El amor desgastará tus energías. - Dijo Tatiana.- Por eso debes venir a visitarme para recargarlas...aunque por supuesto esto es un consejo interesado...Ahora dame placer como sólo tú puedes hacerlo.
Tras esas palabras la luz se apagó en su cara cubierta por las carnes de la rusa y los sonidos se extinguieron.