Tatiana se retiró de encima de ella y Lucrecia se vistió en silencio.
La anciana la besó en la boca nuevamente, retirando con su lengua algo de los fluidos que se hallaban en la boca de su alumna.
-¿Cómo te sientes?-Preguntó la rusa.
-Feliz...y orgullosa.
-¡Claro! Has vuelto al vientre que conociste un día.-El sonido de la voz era profundo revelando las emociones que recorrían los sentidos de Tatiana.
-Además...- Dijo en un tono más práctico Lucrecia.-... agradezco la guía que me has dado para proseguir con mi hombre. Estaba confusa pero ahora entiendo claramente.
-Haz que tu esclavo te brinde el máximo de placer. No debes tener contemplaciones.
De esta manera, con la aparición de esta nueva tejedora los hilos que guiaban sutilmente las vidas de varias personas sufrió un nuevo vuelco.
Esteban llegó a la casa, no vio a nadie en el patio y se dirigió a la habitación que compartía con Luz, dejó su ropa y sus efectos sobre una silla y se dirigió al baño a ducharse.
Salió envuelto en una toalla y con la piel enrojecida por el vapor. Se afeitó con esmero, ya que Lucrecia se quejaba por que la barba raspaba su piel en el rostro y en sus zonas íntimas, y luego se vistió. Tomó sus documentos y billetera y se puso la chaqueta. Introdujo la mano para sacar las llaves de la casa y del auto y al retirarla encontró un objeto de cartón. Lleno de presagios lo extrajo y confirmó sus temores. Se trataba de la tarjeta de visita de Lucrecia con sus anotaciones tan explícitas. Su rostro se cubrió de rubor. Sabía que la tarjeta no estaba allí cuando había llegado a la casa y también sabía que Luz no la hubiera colocado allí sin producir un escándalo, de modo que sólo cabía una posibilidad. Recorrió toda la casa y en especial la habitación de Valentina, pero no había nadie en la vivienda. Meditó unos instantes y la situación se reveló en su mente. La muchacha negra conocía su secreto. Miró el reloj y se apresuró a salir de la vivienda pues no quería llegar tarde a la reunión en el studio de Lucrecia.
Esteban oprimió el botón del piso pero nadie contestó. Se dispuso a esperar un rato sin animarse a caminar por los negocios de la cuadra para no perder un segundo cuando llegara la mujer, tanta era la ansiedad que le despertaban las citas con ella.
Al cabo de unos minutos la dama cruzó la calle y se aproximó al edificio. Estaba vestida con un traje de cuero sintético negro que resaltaba su esbelta figura. El atuendo provocó al joven un escalofrío cuyo origen no pudo precisar. La mujer casi no lo miró cuando lo vio e inmediatamente abrió la puerta. Parecía tensa, lo cual contrastaba con su tranquilidad habitual; esta percepción aumentó la ansiedad de Esteban. Ambos entraron en el edificio.
En el pub de enfrente el mozo se acercó a la clienta que se hallaba sentada a la mesa situada frente a la ventana. Su piel negra y su silueta espléndida habían causado la admiración del muchacho, aunque unos grandes anteojos para el sol cubrían parte de su rostro. El chico había visto intrigado como la clienta había sacado unas fotos con su cámara apuntando aparentemente a las personas que acertaban a pasar.
-¿Todo bien señorita? ¿Quiere que se saque una foto a usted? – Preguntó con el objeto evidente de entablar conversación con la bella morena.
-No gracias.- Al mirar al mozo este pudo vislumbrar la expresión llorosa de la muchacha, aunque no pudiera verle los ojos.
Esteban percibió que la cita iba a ser especial, aún para los estándares de Lucrecia. Ella exigió que él la desvistiera por completo, de modo que iba a ver por primera vez su cuerpo completo. A diferencia de las reuniones anteriores en que le imponía un ritmo lento, esta vez parecía urgida por sus necesidades sexuales. En primer término le ordenó que besara y acariciara todo su cuerpo: Cuando tuvo su cabeza entre los muslos ella los apretó con una fuerza inaudita, lo que detuvo la afluencia de sangre al cerebro del hombre. Al sentarse en su cara el ritmo con que se hamacaba era infernal y le produjo múltiples lastimaduras en la cara. Luego del clímax la mujer le ordenó que se acostara de espaldas y lo cabalgó en su nueva posición. No cabía duda que quería experimentar todas las variantes del sexo oral posibles. En un momento determinado Lucrecia salió de encima de su espalda, dándole la orden de permanecer acostado. Cuando regresó el joven pudo atisbar que traía un rebenque como los usados para azuzar a los caballos. La dama volvió a sentarse sobre su espalda y a hamacarse sobre él, con el objeto de excitarse y excitarlo y de pronto Esteban sintió un latigazo en su espalda a los que siguieron otros además de golpes propinados con el puño.
Lucrecia sintió que un nuevo tipo de emoción la embargaba. Tener bajo sus glúteos al hombre que deseaba no era ya suficiente, debía lastimarlo, herirlo y humillarlo para que su emoción fuera completa. Los latigazos producían surcos rojos en la piel blanca del muchacho, y su vista incrementaba la excitación de la mujer. En un momento sintió que estaba preparada para la culminación de su deseo, de su fantasía más oculta. Tomó una navaja que había traído consigo y cortó la piel de la espalda del hombre. La vista de la sangre aumentó su excitación al nivel del delirio e infligió varias cortaduras más. Luego sintió que se aproximaba un orgasmo enorme, se corrió sobre la espalda situando sus genitales sobre la nuca del esclavo y derramó sus fluidos que resbalaron por la cabeza y rostro de él. Con la excitación sintió deseos de orinar, ordenó a Esteban que se diera vuelta boca arriba, y sentándose en su cara emitió una fuerte descarga de orina que entró en su boca y fosas nasales produciéndole un ahogamiento momentáneo.
Lucrecia se levantó de su hombre, le dio un golpe de rebenque en la cara y observó su obra. El cuerpo de Esteban estaba lleno de magulladuras y sangraba por varias heridas. Lo que más agradó a la mujer fue ver la sonrisa en los labios de él. Lucrecia estaba exultante, sabía que había llegado a un nuevo estadío de satisfacción erótica; también sabía que de allí en adelante no se conformaría con menos, y por último sabía que todo eso lo quería hacer sólo con Esteban. Se sentó esta vez sobre el miembro de él que tenía una erección enorme.
-Ahora poséeme, lléname de tu semen.
El muchacho vio una vez más el brillo febril en los ojos de su ama.
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Valentina pegó un brinco en la mesa al ver salir a la mujer llamada Lucrecia Ortiz y a Esteban. Notó el rostro herido del muchacho, como el de un boxeador luego de una pelea. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su corazón de congoja.
-¿Esteban, qué te están haciendo?