Capítulo 11

Tatiana estaba encantada de la visita y lo demostraba abiertamente. Lucrecia sabía que además del aspecto social y del reencuentro casi familiar con su discípula preferida, la rusa gozaba por anticipado la satisfacción de su apetito sexual con ella. A pesar de que su guía y maestra no descartaba el sexo con hombres, últimamente prefería francamente a las mujeres, y tenía a varias jóvenes bajo su tutela, a las que iba iniciando paulatinamente para evitar reacciones que pudieran precipitar la huída de las muchachas.

Luego de las charlas introductorias de tipo general Madame Tatiana le preguntó directamente.

-¿Y cómo te ha ido con tu nuevo esclavo, Sebastián o algo así?

-Esteban. Bien, creo que demasiado bien para mi conveniencia.

-¡Explícate! Nunca nada está demasiado bien. El placer nunca llega a ser demasiado, apenas puede ser suficiente.

Lucrecia comenzó a narrar su última experiencia con Esteban mientras que la rusa pedía insistentemente precisiones sobre los detalles; no cabía duda de que estaba saboreando el episodio vivido por su discípula.

-Créeme que te envidio. Y dime ¿Qué sentiste al cortarle la espalda? ¿Sangró mucho?

-Te diría que fue uno de los puntos culminantes de la reunión; le he dejado la piel llena de heridas.

-Tienes que asegurarte de que no se infecten. ¡Atención! Siempre te he enseñado que proteger a tus esclavos es una responsabilidad tuya. ¿Y has mirado luego las heridas que le has hecho?

-No. Pienso hacerlo mañana; la verdad es que apenas puedo esperar para verlo. ¿Te parece que podré hacerle otras nuevas?

-No demasiado cerca de las anteriores. Además querrás verle las cicatrices desparramadas por todo el cuerpo. ¿Y luego le orinaste en la boca?

-Sí, es la primera vez que me siento tentada a hacerlo.

-No cabe duda de que este muchacho es algo especial para ti. Debes asegurarte de no perderlo, sobre todo a tu edad. ¿Y me dices que has permitido que te penetre y eyacule dentro de ti? Creía que eso no lo admitías.

-En general no lo permito, pero esta vez sentí la necesidad de hacerlo.

-¿Tomaste alguna precaución?

-No.

-¿Y lo seguirás permitiendo en el futuro?

-Cada vez.

-¿Te das cuenta que aún puedes quedar embarazada a tu edad?

-No me preocupa.

-¿No te preocupa o lo deseas?

-No lo sé.

-Pues debes ponerte en claro a ti misma cuáles son tus verdaderas intenciones.

Dando por terminado el interrogatorio Madame Tatiana se levantó y le indicó la banqueta a su pupila.

-Todo lo que me has contado me ha excitado. Ahora tú debes aplacar mi calentura.

Ni bien apretó el timbre del studio Lucrecia le atendió y abrió de inmediato, a diferencia de las veces anteriores en que demoraba un rato. Esteban no pudo evitar el pensamiento de que la dama estaba esperando su llamado, y hasta creyó notar un dejo de ansiedad en su voz.

Lo mismo ocurrió cuando tocó el timbre frente a la puerta de arriba. La mujer lo estaba esperando con un extraño vestido de tul transparente que ponía en evidencia que no llevaba ropa interior. Sin contestar el saludo de él lo arrastró a la consabida banqueta y con sólo levantar el amplio vestido comenzó a cabalgar sobre su cara. No cabía duda de que estaba en un grado de excitación muy elevado por lo que el ritmo se hizo frenético desde el comienzo.

La sucesión de eventos siguió el orden de la vez anterior, sólo que a una velocidad mucho mayor. Cuando tocó el turno a los castigos corporales los golpes fueron más fuertes y numerosos, y los cortes con navaja más profundos. En un momento Esteban sintió que la mujer, que estaba sentada sobre la cintura de él inclinaba el torso hasta poner la cara sobre su espalda. Cuando se dio vuelta para mirarla vio en los ojos de la mujer el brillo ya conocido que ahora se había tornado siniestro.

“Está lamiendo mis heridas sangrantes.” Pensó, y el pensamiento le produjo placer en vez de horror.

Pero eso fue solamente el comienzo. Lucrecia hizo que su hombre se acostara de espaldas. Entonces se montó sobre su cara pero esa vez mirando hacia los pies de él; eso le daba pleno acceso al pecho del joven.

Recomenzó el balanceo de su vulva sobre la cara del muchacho, primero lentamente, como para degustar cada instante. Luego tomó el rebenque en su mano izquierda y la pequeña navaja en la derecha y empezó a propinar golpes y cortes, al principio con una cadencia lenta. Al saltar la primera sangre en el pecho velludo, la mujer volvió a inclinar su torso y lamer el líquido. Luego los ritmos tanto del balanceo y masaje vaginal como de los golpes se fueron haciendo más intensos al crecer la excitación de ella. Lucrecia sintió que su orgasmo estaba cercano por la acción de la lengua del hombre en su interior y aceleró el castigo; al pasar los segundos la velocidad del daño se tornó frenética; las manos de la mujer giraban como aspas de un molino golpeando, cortando, desgarrando la piel de su víctima. Finalmente llegó el clímax y el fluido viscoso corrió una vez más inundando la boca, la nariz, cubriendo los ojos abiertos, cayendo finalmente por el cabello y el cuello del hombre. Lucrecia cesó sus movimientos espasmódicos y observó el panorama delante de sus ojos. La visión le produjo un enorme placer erótico adicional; el torso de Esteban era una masa sangrante que ya empezaba a exhibir los hematomas. La mujer no pudo reprimir ya más sus deseos y como festejo orinó largamente sobre el rostro de él.

Al levantarse de la camilla Lucrecia miró la cara empapada de su dependiente; una sonrisa coexistía con una mueca de dolor.

-No te he castigado lo suficiente, esto es sólo el comienzo. Llamaré a esta rutina “sumisión extrema” y la hemos de repetir cada vez que nos veamos. Hoy he cumplido las fantasías más delirantes que una mujer puede albergar sobre un hombre. Jamás pensé que podría lastimar a mi pareja en esta forma. Mírate cómo has quedado.

Esteban se incorporó parcialmente en medio de grandes dolores y observó su pecho.

-¿Qué te produce ver la forma en que te he dejado?-Preguntó la mujer.

-Orgullo.

La respuesta produjo una evidente complacencia a la dama, que inesperadamente y por primera vez besó a Esteban en la boca, tras lo cual se limpió los labios con el dorso de la mano para quitar los restos de flujo vaginal, vello y orina.

-Bien, ahora me poseerás, profunda y reiteradamente

Al terminar con el coito normal la mujer se fue nuevamente al baño a higienizarse. Antes de que el muchacho se fuera le dijo.

-Te espero mañana a esta hora.

Como hacer preguntas o comentarios no le estaba permitido Esteban simplemente se vistió y se fue. Esta vez las heridas y golpes dolían más que antes y el hombre se preguntó hasta cuándo sería soportable esta escalada de violencia física mezclada con el sexo.

Al salir del edificio Esteban notó que su celular estaba zumbando. Abrió la casilla de mensajes y encontró uno nuevo.

“No necesitas soportar lo que te hacen. Yo te puedo dar lo que necesites, sea lo que sea.”

La sorpresa fue mayúscula por este mensaje procedente de un número desconocido, llegado en un momento tan preciso. Se desplazó lentamente hasta su auto y allí se sentó. El contacto del asiento con su espalda herida le produjo un dolor lacerante, pero tampoco podía inclinarse hacia delante por las heridas en su pecho.

Desde el pub de enfrente del edificio del studio Valentina cerró su celular, sonriendo por lo oportuno de su acción. Viendo la forma penosa en que se desplazaba Esteban pensó.

“Debo actuar con premura antes de que esta mujer lo deje inválido.” 

Al llegar a su casa Esteban se duchó con cuidado, verificando que algunas heridas aún sangraban. Cenó lo poco que tenía disponible y estaba por acostarse para reponer fuerzas para el día siguiente cuando recordó el misterioso mensaje anónimo. Abrió su celular y lo buscó; el número no estaba grabado en la memoria del móvil y no tenía forma de conocer quien lo había enviado. Contestó.

“¿Quién eres y qué me puedes dar?”

Dejó el móvil sobre una mesita y se dispuso a acostarse lo cual implicaba encontrar una posición en la que ninguna de las heridas de su espalda estuvieran en contacto con las sábanas. En ese momento volvió a zumbar el celular. Con dolor se incorporó y leyó.

“Te puedo dar TODO lo que ella te da. Respecto a quien soy: búscame en tus recuerdos.” 

Al día siguiente Esteban volvió al studio  de Palermo Soho. Sin embargo esta vez tenía un plan preconcebido. Toleró la sesión de sexo oral que le imponía la mujer, pero cuando ella le pidió que se acostara con la espalda hacia arriba la tomó en sus manos, la colocó sobre la colchoneta, abrió sus piernas y penetró en ella con violencia.

Durante esa noche tuvieron sexo tres veces. Esteban se vistió silenciosamente dejando a la dama exhausta y dolorida en la cama. Al marcharse le espetó.

-Te he dado lo que un hombre puede dar a una mujer y lo que no debe dar también. Esto ha sido todo.

-Tú crees que esto es todo, pero sé que volverás para proporcionarme lo que te pida y aún sin que yo te lo pida. Porque hacer lo que hemos hecho está no sólo en mi naturaleza sino también en la tuya.

Esa noche el joven dirigió el auto hasta la puerta de la casa de Valentina y Luz. En vez de tocar el timbre se sentó en el umbral sin hacer ruido. Al cabo de un tiempo oyó un frotamiento sobre la madera de la puerta y vio el rostro de Valentina en la rendija entreabierta.

-¿Quieres pasar?

-¿Fuiste tú quien me envió ese mensaje?

La mujer no contestó pero su sonrisa triste confirmó las sospechas de Esteban.

-¿Estás sólo tú en la casa, verdad?

-Sí.

-¿Y Luz?

-Se ha mudado. Ahora vive con el dueño del restaurant donde trabaja, un español.

-Bien, no quisiera que ella me viera así.- Dijo el joven mientras se incorporaba trabajosamente.

-¿Has comido algo?

-No.

-¿Desde cuándo?

-Desde ayer al mediodía.

-Ven a la cocina. Luego veremos tus heridas.