Capítulo 12

Lucrecia estaba sentada con su confidente y guía. Ya le había contado lo acontecido dos días antes en el studio.

-Volverá, lo sé.-Dijo Lucrecia, evidentemente dolida por el abandono.

-¿Y cómo es que lo sabes?

-Tiene que volver. Él necesita recibir lo que yo le daba.

-Puede ser que tengas razón, pero te olvidas que puede haber otra mujer que le dé lo mismo.

-¿Porque lo dices?

-Porque de lo contrario no se hubiera ido. No se hubiera quedado expuesto a estar privado de lo que necesita, como tú misma has dicho.

-Lo que me dices es descorazonador.

-No necesariamente. Siempre me tienes a mí.

-Tú tienes otras...discípulas.

-Por ti las dejo a todas. Tú lo sabes bien. Lo que este hombre representa para ti, tú lo representas para mí. Le estaré agradecida si te recupero gracias a él.

-Hay otro tema que debes saber.

-¿Qué es, querida mía?

-Estoy embarazada.

-Esa es una estupenda noticia Lucrecia. El hijo es de él.

-Sí.

-¿Se lo harás saber?

-Creo que sí, para producirle más dolor y forzarlo a volver a mí.

-Bien pensado, Lucrecia, bien pensado.

Valentina le realizó dolorosas curaciones a las numerosas heridas sobre todo en la espalda.

-Están mal cicatrizadas, pero afortunadamente no hay ninguna infectada. ¿Con que te las hacía?

-Con una especie de látigo o rebenque.

-Según mi amiga psiquiatra es parte del equipo que usan estas dominatrixes en sus absurdos rituales.

-Y también con una navaja.

Valentina tomaba nota mental de todas estas informaciones.

-Conmigo tendrás todo lo que quieras y necesites.

-No creo que puedas igualar a esta mujer en sus prácticas.

-¿Por qué lo dices?

-Ella tiene los instintos salvajes que hacen falta. Tú eres sólo una muchacha dulce.

-No me conoces.- Dijo la mujer en forma oscura.

-Tendrás lo que quieras. No permitiré que vuelvas a esa mujer; estoy determinada a conservarte y haré lo que haga falta.

Valentina se había sacado la bata que tenía cuando acudió a la puerta para hacer entrar al muchacho en la casa. Tenía sólo un camisón transparente a través del cual Esteban veía moverse sus carnes renegridas. Venciendo los dolores que le producían sus movimientos el muchacho pasó sus brazos en torno a la cintura de la mujer y la recostó sobre la cama, él se colocó al lado de ella y unió sus labios sedientos con los de la muchacha.

-Tienes unos labios hermosos.

-Como todas las negras.

-También tienes otras partes hermosas, como todas las negras.

-¿Cómo cuales?

Por toda respuesta el hombre bajó su mano derecha hasta las nalgas de ella y comenzó a acariciarlas.

-Más despacio, vas a irritar mi piel.-Dijo Valentina en forma juguetona.

-Cuando terminemos tu piel va a quedar roja.

Esteban unió sus labios con los de la joven. El beso fue prolongado y se fue tornando ardiente a medida que pasaban los segundos. Entretanto las manos de él acariciaban suavemente los brazos de la mujer, luego su cuello, sus hombros. En ese punto Valentina se quitó el camisón, dejando ver que no llevaba nada debajo de él. Esteban contempló unos instantes el cuerpo exquisito y renegrido, de formas voluptuosas pero totalmente desprovisto de grasa.

-¡Oh! Eres aún más bella de lo que imaginaba.

-Bien, ahora no tienes nada que imaginar. ¡Tómame!

La incitación inflamó más al muchacho que comenzó a besar los senos, colocando su cara entre ellos, luego chupó los pezones que estaban tiesos, siguió bajando por el pecho de la mujer hasta llegar al ombligo, allí se detuvo a meter juguetonamente su lengua dentro del orificio, besó el vientre, recorrió el Monte de Venus y luego llegó a la vulva. Al lamerla se unieron los labios externos de la vulva de ella y los labios de la boca de él y también se unieron sus fluidos. Valentina se agitaba hacia arriba y hacia debajo de la excitación. El muchacho introdujo su lengua en la vagina y frotó ávidamente sus paredes; los movimientos de la mujer se hicieron convulsivos. No había duda de que ambos venían necesitando esta unión desde hacía mucho tiempo y los deseos acumulados del otro se iban liberando. Esteban comenzó a frotar con sus labios y su lengua el prominente clítoris. El cuerpo de Valentina se movía de arriba hacia abajo en forma espasmódica; el hombre quiso cambiar de posición para estar más cómodo pero la mano de la mujer apretó su cabeza contra el sexo de ella.

Con la cabeza apoyada en la almohada Valentina observaba la cabeza de cabellos rubios y la espalda de piel blanca cubierta de heridas sumergida entre las carnes oscuras de ella y su excitación no tuvo límites; entonces sucedió: la mujer metió su dedo en una de las heridas que antes había curado y refregó hasta hacerla sangrar nuevamente; luego repitió el acto con otra y otra. El tener a su hombre lamiendo su vulva mientras ella renovaba sus heridas fue una experiencia cumbre, más allá de lo que sus más locas fantasías le habían sugerido jamás. El orgasmo fue frenético y un océano viscoso se desparramó sobre la cara y el cabello del hombre introduciéndose en su boca. El cuerpo de Valentina aún  se agitó durante unos momentos mientras llegaba el anticlímax. Esteban levantó la cabeza y ambos se miraron en los ojos. El hombre vio en los de ella un brillo que nunca había observado en la muchacha pero que le resultaba familiar; esa constatación le resultó tranquilizadora.

-Tengo los muslos mojados.-Dijo exigente Valentina.

-Es tu flujo.

-¿Qué esperas para limpiármelo?

-¿Cómo?- Preguntó retóricamente él mientras sonreía.

-Con tu lengua, por supuesto, y luego me lo secarás con tu cabello.

Al recuperar su aliento el joven se introdujo en la mujer y tuvieron un sexo prolongado llegando al clímax al unísono. Durante las horas siguientes se unieron otras tres veces hasta que la sed del uno por el otro se vio saciada. Luego yacieron exhaustos y sudados sobre las sábanas revueltas y manchadas.

-Ven.- Dijo ella.- Estás sangrando por las heridas de la espalda. Necesito curarte para que no se te infecten y estés bien la próxima vez.

-¿Para volver a herirme?

-Por supuesto.

-No esperaba esa reacción de ti. ¿Qué has experimentado al reabrirme las heridas?

-No es sólo reabrírtelas, sino hacerlo en el momento de máximo grado de excitación de ambos.

-¿Qué has sentido?- Insistió él.

-Ahora entiendo a esa mujer horrible.

-Pero te has convertido tú también en una mujer horrible.- Agregó Esteban en tono irónico.

-Pero soy tu mujer horrible.-Contestó Valentina rodeando la cabeza del hombre con sus largas piernas.

-Bien, veo que comenzamos de nuevo.

La mujer contestó esta vez con una sonrisa.