Capítulo 30

 

Mi madre llevó una vida que yo, Belma Vento, desconocía por completo. En todo este tiempo mi foco estaba dirigido a mi abuela. En ella buscaba todas las respuestas. Ahora sabía que debía buscarlas en mi madre. Muchas pistas y ninguna sin un sentido coherente que me llevara a la verdad. Mi madre, que era una mujer cariñosa que nos hacía tartas de manzanas, pasó a ser una groupie alocada y fanática de Los Beatles. Mi abuelo quebró su destino en algún lugar, estaba segura de ello.

También empezaba a pensar que aquel trozo de carta en inglés que encontré en el chifonier: Somewhere in her smile she knows, that I dont need no other lover, podía pertenecer a mi madre y no a ningún amante inglés de mi abuela. Su carrera de filología inglesa no acabada, su huida silenciosa a algún lugar, aquel accidente… Toda mi cabeza era una maraña de ideas inconexas.

Era complicado confiar en alguien cuando te han estado ocultando la vida de tu madre durante toda una vida.

Tenía que empezar por algún punto, demasiada información tenía ya. Quería averiguar algo de aquel accidente y qué llevó a mi madre a su actual estado. Aquella enfermedad que no había aparecido como siempre creí. Y, por otro lado, el significado de aquel mensaje encriptado en un chifonier familiar.

Cada vez me atormentaba más su pasado. Creo que, en el fondo, lo que quería era rescatarla de sus cenizas. Traerla a su vida, aquel «yo» que una vez fue. Y lo haría, vamos que si lo haría. Había llegado lejos. Y ahora, ya muerto mi abuelo, no habría nadie que parara la vida de mi madre. O eso creía.

A mi llegada a Madrid, tendría que hablar con el doctor Jiménez. Él me podría dar alguna pista sobre mi madre. Creo que conocer su historial médico me acercaría hasta ella.

Los días en Grecia iban pasando muy deprisa. Me sentía cansada, ya no tanto de cuerpo, sino de cabeza. Demasiadas emociones para asimilar. A Marcos no quise contarle nada de mi historia. Me afectaba recordarla. Si mi madre hubiera estado bien, hubiera corrido a llamarla por teléfono y a contarle que había estado con su mejor amiga. Seguro que me hubiera preguntado un sinfín de cosas…

Había que seguir atando historias pendientes.

Después de mi jornada de trabajo llamé a Ciro.

—Estoy haciendo la maleta, Belma.

—Es importante. Dime un sitio donde podamos vernos.

—Tendrá que ser en el aeropuerto. Tengo que facturar.

No me hacía ni pizca de gracia verle otra vez. No era agradable. Levantaba todo mi pasado. Y no era cómodo, ni para mí, ni creo que para él.

Estaba en la puerta de embarque esperándome.

—Si quieres vamos a la cafetería.

—No, tranquilo, vamos a los sillones, estaré solo un momento y ya no me tendrás que ver más.

—Es difícil oírte decir eso.

Hice como si no le hubiera escuchado. Así que, poniéndome seria, le dije:

—¿En qué estás trabajando ahora, Ciro?

—No me jodas. —Y añadió de forma pasota—: ¿Y eso a qué viene? Siempre te importó una mierda mi trabajo.

—Eso no es así. Siempre intenté matar los pájaros que tenías en la cabeza para que no sufrieras.

—Uno prefiere matar sus propios pájaros.

—Luego ya lo entendí.

—Perdona… ¿La genial Belma dice que entiende algo mío?

—Sí, lo vi, y te pido perdón.

—Sé que te cuesta, chica orgullosa.

—No lo soy tanto.

—«Aún busco en la arena alguna luna llena que arañaba el mar».

—Por favor, no sigas…

—«Si alguna vez fui un ave de paso, lo olvidé todo para anidarte en mis brazos».

—Serrat no te queda bien.

—Belma, ¿a qué has venido?

—Creo que estás haciendo daño a una persona que amo.

—¿Quién?

—Tenemos una persona en común que no se merece nada malo. Es un soñador, y tú de eso entiendes mucho.

—Si me lo explicas, quizás llegue a entender algo. Mi avión sale ya y estoy desconcertado.

—¿En qué historia estás trabajando ahora?

—A ver, estoy trabajando en una canción con una productora seria. No es nuestra canción, puedes estar tranquila.

—Cuéntame esa historia. Quiero que lo hables tú.

—Sabes que cuando hacía alguna truculencia tú me reñías. Y ahora, que no estás, no aguanto que me sigas riñendo.

—¿Estás trabajando con Abril Producciones?

—Ni sé cómo te has enterado. Eres la dueña de mis mensajes privados de Twitter, está visto.

—Ahora la que estoy descolocada soy yo. ¿Twitter?

—Hace un tiempo, un mes y medio más o menos, escribí por Twitter a una productora discográfica. Una de las potentes. Abril Producciones.

—Espera… Abril Producciones te encontró por un foro de músicos independientes, ¿no?

—Joder, ¿dónde está la cámara oculta?

—Por favor, es importante.

—Yo soy el mismo tío que escribió por Twitter y el tipo que es músico que le encontró Abril Producciones en el foro. Me inventé una historia para salir adelante con mi música.

Sentí una gran presión en el pecho. Se hinchaba como un globo para desinflarse al segundo. Mientras Sebastián luchaba como un poseso por sus sueños, alguien jugaba con su destino. Le miré con cara de desaprobación.

—Pero ¿qué pasa? ¿Qué he hecho mal? —Y añadió—: Tú me decías que para triunfar en la música hay que abrir muchas puertas.

—Has tocado la puerta de mi casa.

—¿Qué dices?

—Pues que el tipo de Abril Producciones es mi chico.

—¡Venga ya!

Mi cara lo decía todo. El avión para Madrid ya estaba anunciado y tenía que embarcar.

—Por favor, Ciro, no juegues con esto. Mi chico es un tío que vive la música, que lucha por cada uno de vosotros.

—Bueno, está en Abril Producciones, no creo que sea tampoco trigo limpio. —Y añadió—: Además, yo lo que quiero es sacar una canción con ellos. Nada más, te prometo que le dejaré libre cuando lo consiga.

Tuve ganas de decirle que Sebastián tampoco había sido honesto, pero quién era yo para descubrir un secreto. En la vida, creo que toda persona tiene derecho a descubrirlo por sí mismo. Y yo ya tengo mi cupo cubierto.

—Te equivocas con Sebastián —dije con lágrimas en los ojos.

—Oye, es un tío majo. Y está bien. Vamos, que es aparente.

—Es un gran tipo, Ciro.

—Espero que te cuide mucho, Belma. De verdad, saldré de esta sin estropear tu historia. Una vez estropeé la mejor historia que tuve.

—¿Y esta frase de qué cantautor es?

—Esta es mía.

El silencio rondó entre los dos, como un pasajero sin billete. El avión esperaba en la pista para despegar. Nos abrazamos un momento, sentí un cariño inmenso por esos años que vivimos. Se levantó, cogió su bolsa de mano y se alejó como el fantasma que fue. Pero esta vez logré verle marchar.