Me levanté temprano. Sebastián se había ido ya para negociar el tema de la canción con un grupo de social media que se la iba a posicionar. Solo pensar en esa canción, me ponía enferma. Me traía recuerdos de Atenas, pero no por el lado sentimental, que ya lo había zanjado, sino por el tema de ocultarle a Sebastián una parte de mi vida.
Quizás yo también había cambiado tanto como mi madre. Sebastián no se podía creer que Ciro fue uno de mis grandes amores del pasado. Quizás yo no soy la que un día fui. Qué complicado era todo. Además, creo que todo esto nos pasa a las personas que piensan tanto. Ahora sí que echaba de menos tener un encefalograma plano.
Me vestí deprisa y fui a recoger a Marcos. Allí estaba, recostado en la pared.
—¿Qué zona nos toca hoy? —le dije a gritos por la ventanilla.
—Delicias y Embajadores. —Y añadió—: No grites tanto, por favor.
—Vamos allá.
—¿Qué tal tu llegada al dulce hogar con Sebastián?
—Pues, Marcos, estoy relajada. Siento esa paz que no tenía desde hace mucho tiempo. —Y añadí—: Creo que los dos estamos mucho más tranquilos. Ya no nos sentimos como dos ratas buscando agujeros para escabullirnos.
—¿Sabe lo de Ciro?
—A veces pienso que eres peor que mi conciencia. Pepito Grillo, déjame tranquila.
—Si yo te entiendo. No hay necesidad de contarle a Sebastián que estuviste allí con él.
—Me invade el miedo. —Y añadí—: Si se lo digo, puede imaginarse cosas peores.
—Ya.
—Bueno, pero no solo hablemos de mí. ¿Tu vuelta cómo ha sido?
—Intensa. Me aguardaba un rincón de ropa vieja. Así que he llamado a mi madre para que nos veamos en mi casa.
—¡Qué morrazo tienes!
—Bueno, yo soy cariñoso, ella le gusta que lo sea….
—Ya, y mientras tanto, una vuelta a la rueda de lavadora.
—¡Soy muy malo!
—¿Y algún marinero, o marinera, en alta mar?
—No, la verdad es que quiero pasar un tiempo así, solo, disfrutando de mi soledad. Y, bueno, de la de Biscuit.
—¿Quién es?
—Es mi gato. Lo adopté ayer. Me lo encontré abandonado, junto a la basura. ¿Sabías que los gatos maúllan como niños a quienes les quitas los juguetes?
—Me hago una idea.
—Todo lo que te cuente es poco. Apenas he podido dormir. Chilla como un condenado, pero es el que va a pasar más tiempo a mi lado. Lo noto.
Al segundo, le hice los coros de la canción de Hombres G. Y Marcos me siguió:
—«Lo noto, sé que te pasa algo, aunque selles tus labios…».
Los dos nos cantábamos la canción mutuamente. Yo sabía que Biscuit era el sustituto de Atenas. Y Marcos gritó mirándome:
—«Puedo ser un cabrón, pero no un tonto…».
Los dos lo sabíamos todo del uno y del otro, pero, aunque lo notábamos, no queríamos recordar lo irrecordable.
—Déjame en el centro. Voy a aprovechar y comprar una manta a Biscuit. A ver si se acostumbra a dormir en el suelo.
Aproveché para dejar el coche en el parking e ir a la Biblioteca Nacional. Tenía una hora y media para buscar un accidente de tráfico que no sabía si existía en la hemeroteca. Pero no cualquiera, sino el que ocurrió en agosto de 1965. Aquel que dejó a mi madre desmemoriada de rostros.
Subí por las escaleras y me hicieron pasar el bolso por el escáner.
—La cámara tendrá que dejarla fuera, en taquillas. No se puede fotografiar.
—Bueno, yo soy fotógrafa.
—Usted decide.
—Está bien.
Abrí la botella de agua y bebí delante del de seguridad.
—Me temo que tampoco va a poder pasar la botella.
—Me lo están poniendo difícil.
—Lo siento. Son órdenes. —Y añadió—: ¿Me permite?
—Sí, claro.
—Puede pasar —dijo soltándome el bloc.
Paseé por la sala sin saber por dónde empezar a buscar. Se respiraba silencio. Los ordenadores estaban encendidos. Fui hasta la sala del fondo y allí me encontré una chica con unas gafas de pasta negras y una media melena con corte a lo Bob que podía ayudarme.
—¿Trabajas aquí?
—Sí, claro, dime.
—Busco una noticia de 1965.
—¿Sabes el número de descripción del diario?
—Me temo que no. —Y añadí—: Bueno, sé que ocurrió en agosto de 1965.
—Es difícil así. ¿De qué día?
—Eso lo desconozco. Si te soy sincera, es sobre un accidente de tráfico que no sé si ocurrió.
—Todos los días estoy aquí trabajando y siempre he tenido ganas de investigar algún asesinato o algo truculento que me alegre el día.
—Bueno, esto no es sangriento. Mi madre tuvo el accidente y gracias a Dios sigue viva.
—Bueno… Puede que en el coche fuera alguien más con ella.
—Pues espero que no. —Y añadí—: ¿Os cogen morbosas?
—Bueno, es que leo mucha novela negra.
—Ya veo.
Se levantó y me acompañó a un ordenador, donde tenían todos los periódicos de aquel año digitalizados.
—Todos estos diarios los editan muchas veces los propios medios. Antes era una locura buscar algo. Muchos periódicos perdían su tinta y era muy complejo conservar la información.
—Es importante ver que existió ese accidente.
—Bien, te dejo sola.
—Muchas gracias.
Durante una hora comencé a leer todos los accidentes que habían ocurrido en Madrid, en agosto de 1965, en la sección de sucesos de todos los periódicos nacionales. Iba de un lado a otro. Pero no había manera. Las siglas de nombres se perdían por mi nuca.
Después de tener la cabeza como una pelota, quedaban diez minutos para cerrar. La chica se acercó, limpiando con vaho sus gafas.
—No quiero molestarte. Puedes venir mañana.
—No viene nada. Muchas gracias.
—¿Me dejas?
—Claro. Todo tuyo.
—En la búsqueda puso: «Agosto de 1965. Accidente, Taxi».
—¿Por qué un taxi? —dije sorprendida.
—Llevas más de una hora y ya no tenemos microfilm. Algo falla y es tu búsqueda. Quizás estás cometiendo un error en el transporte.
—Hércules Poirot te quiere.
—Lo sé, pero ya llevo mucho tiempo soltera y liarme con alguien ahora me daría mucha pereza —dijo con una risa estridente.
De pronto me amplió la pantalla.
—Quizás deberías usar unas como estas —dijo señalando sus gafas.
Hoy, 4 de agosto de 1965, el taxi con licencia 8493 tuvo un accidente de tráfico en la calle María de Molina, causando la muerte en el acto del taxista (P.A.L.) y dejando malherida a una mujer joven (C.A.R.). De inmediato se la ingresó en el hospital Gregorio Marañón. La causa del accidente podría deberse a un pinchazo de la rueda por la velocidad con la que iba el taxi. En su bolso se encontró un billete de ida a Liverpool.
Mis piernas temblaban, en ese instante, sabía que mi madre huía de algo importante. Y se dirigía a un destino del que no quería volver.