Capítulo 1

 

 

 

 

 

LE HAS mordido! –los ojos negros de Lazzaro Ranaldi se clavaron en ella desde su asiento detrás del escritorio.

Aquello era lo último que necesitaba ese día. Jenna, su ayudante, había dimitido el miércoles y su secretaria estaba en casa con la gripe, de modo que tenía que lidiar personalmente con cosas de las que, normalmente, no se ocupaba nunca.

Claro que casi mejor tener que lidiar con aquel asunto personalmente. Por lo visto Caitlin… Lazzaro miró su expediente, Caitlin Bell, tenía otra versión de la historia.

–Fue un accidente –repitió Caitlin, clavando en él sus ojos azules, tan llamativos como los de Roxanne.

¿Roxanne? ¿De dónde había salido eso?

Aquella mujer no tenía nada que ver con Roxanne.

Caitlin era rubia y Roxanne, morena. Caitlin delgada y Roxanne voluptuosa. Pero esos ojos… Lazzaro tragó saliva, la única señal exterior de cuánto lo irritaba que los recuerdos, la pena, pudiesen envolverlo así después de tanto tiempo.

–No le clavé los dientes ni nada.

Él tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Difícil no comparar esa descripción con la de Malvolio, que había llegado a su despacho gritando como un poseso, la mano envuelta en un pañuelo como si estuviera a punto de desangrarse.

Lazzaro era la última persona que debía lidiar con el problema de una camarera y cuando lo hacía normalmente estaban acobardadas. Aquélla no.

Caitlin no había querido sentarse y permanecía de pie, el pelo rubio que presumiblemente había llevado sujeto con una cinta cayendo sobre sus hombros, los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos azules brillantes, seguramente porque intentaba no llorar, su boca fruncida en un gesto desafiante.

–Necesito más información.

–¿Para qué? No entiendo por qué se ha montado todo este lío.

–Uno de mis empleados ha sido mordido por otro…

–No es sólo uno de sus empleados. Si no recuerdo mal, Malvolio es su cuñado.

Lazzaro asintió con la cabeza.

–Que sea mi cuñado no tiene nada que ver. Y quiero que me cuentes exactamente qué ha pasado.

–Estábamos hablando de un posible ascenso… él tropezó y, como un acto reflejo, levantó las manos para agarrarse a mí…

–Caitlin –la interrumpió Lazzaro.

–Y, como un acto reflejo, yo le mordí –siguió ella–. O, más bien, le rocé la mano con los dientes.

–Quiero la verdad.

–Acabo de contársela.

–Caitlin, tú eres una empleada de los hoteles Ranaldi…

–No, ya no. Me marcho.

–No tienes que perder tu trabajo por algo así…

–De todas maneras pensaba marcharme. Por eso estaba discutiendo con Malvolio. Tengo una entrevista la semana que viene, una segunda entrevista en realidad, para un puesto de relaciones públicas en la cadena de hoteles Mancini.

–¿Un puesto de relaciones públicas? –Lazzaro arrugó el ceño.

Alberto Mancini era a la vez su amigo y su rival. Los dos tenían hoteles por todo el mundo, los dos tenían una reputación formidable y los dos eran muy selectivos con sus empleados. Y una camarera, por muy bien presentada que fuera, no podría ocupar el puesto de un relaciones públicas.

–Eres camarera, Caitlin. ¿Cómo puedes tener una entrevista para ese puesto?

–He estado trabajando como camarera mientras estudiaba.

–¿Estudiar?

–Turismo y gestión hotelera –contestó ella.

Lazzaro sólo estaba escuchando a medias… claro, Caitlin. La chica que estaba en recepción esa noche, en la boda de la hija de Danton, la que se puso tan nerviosa, la chica a la que llevó a su casa…

–¿Trabajabas como recepcionista aquí… hace unos dos años?

–Eso es –Caitlin parpadeó, sorprendida de que lo recordase–. Pero sólo unos días. Desde entonces he trabajado como camarera mientras terminaba mis estudios.

Lazzaro se pasó una mano por la cara, rozando por un segundo la cicatriz que cruzaba su mejilla. Y supo entonces por qué el rostro de aquella chica se le había quedado grabado en la memoria.

Antes.

El fin de semana antes de que ocurriera.

El fin de semana anterior, cuando la vida era mucho más sencilla.

Cuando la risa salía mucho antes.

Había besado a cientos de mujeres a las que no podía recordar. Curioso que recordase a una que no había besado.

–¿Por qué no has solicitado ese puesto aquí?

Era una pregunta absolutamente razonable y una que su familia y sus colegas le habían hecho muchas veces, pero Caitlin no podía decirlo… especialmente a Lazzaro.

¿Cómo iba a contarle que durante más de dos años había estado pensando en él, que lo que había sentido la noche que lo conoció… a pesar de haber vivido su vida, a pesar de las discotecas y los novios, no se le había pasado nunca?

Que de verdad tenía que salir de allí para que se le pasara.

Quizá si su hermano no hubiera muerto… o si ella no hubiera empezado a trabajar como camarera en el hotel. Quizá si Roxanne no hubiera salido con Luca, su gemelo. O si ella no supiera nada sobre la discusión entre los dos hermanos que precedió a la repentina y trágica muerte de Luca Ranaldi. Sí, quizá entonces hubiera podido olvidarse de él.

Pero no fue así.

Trabajando en el hotel había tenido que contener el aliento cada vez que lo veía, vestida con su uniforme de camarera, poniéndose colorada cuando él no se dignaba a mirarla. Pero Caitlin sí lo hacia. Miraba aquel rostro perfecto, marcado desde esa trágica noche por una cicatriz en la mejilla. Siempre parecía tenso y le hubiera gustado verlo sonreír otra vez.

Como sonreía antes.

No había vuelto a hablar con él desde esa noche, ni una sola vez. Afortunadamente. Porque, a pesar de que habían pasado más de dos años, seguía conmoviéndola. A pesar de la cicatriz, a pesar de su seria expresión, a pesar del dolor que había en sus ojos, seguía siendo absolutamente impresionante.

–Necesito un cambio –dijo por fin.

Y era cierto. Necesitaba un mundo donde no estuviera él, donde no tuviera que leer su nombre en todas las revistas. Donde pudiera mirar su nómina y no ver la firma de Lazzaro Ranaldi. Tenía que olvidarse de él para siempre.

–En ningún otro sitio estarás mejor que aquí.

–Sí, podría ser, pero creo que es hora de cambiar. Lo que ha pasado hoy no tiene importancia, de todas formas pensaba irme.

–Llevas dos años y un mes trabajando en este hotel –insistió Lazzaro, mirando su informe. No le hacía falta porque la fecha estaba grabada en su mente, algo que Caitlin no tenía por qué saber.

No tenía nada que ver con ella.

–Si ha ocurrido algo, tienes el mismo derecho que todo el mundo a que se te escuche. Que Malvolio sea pariente mío…

–He oído que su hermana está esperando un niño –lo interrumpió ella, sacando un pañuelo del bolsillo para sonarse la nariz.

–Pues sí. ¿Qué tiene eso que ver?

La pobre Antonia estaba empezando a poner su vida en orden tras la trágica muerte de Luca y su segundo hijo nacería en unos días. Y además estaba su sobrina, Mariana, de cuatro años… ¿en qué demonios estaba pensando Malvolio?

–Tiene mucho que ver. Mire, estoy bien, de verdad, y no quiero problemas. Sólo quiero recoger mis cosas y marcharme.

Y, aunque seguramente sería lo último que ella quisiera, Lazzaro desearía levantarse y tomarla entre sus brazos. Sí, técnicamente sería mucho más fácil dejarla ir, pero…

–Mira, vamos a ser serios. De verdad no tienes que marcharte.

–Yo creo que sí. Como le he dicho, tengo una entrevista con la cadena de hoteles Mancini y puedo arreglármelas hasta entonces. Aunque…

–¿Qué?

–Pues verá… es complicado.

–Cuéntamelo.

–He estado haciendo muchas horas extra en los últimos dos meses y…

–Estoy seguro de que se te van a pagar.

–Sí, ya, pero… es que quiero comprar un piso y el banco me ha pedido las tres últimas nóminas –Caitlin carraspeó–. Le dije al director que mi sueldo era lo que van a pagarme ahora…

–¿Con las horas extra? –preguntó Lazzaro–. ¿Pero no aparece eso en la nómina?

–Sí, claro.

–O sea, que le has mentido.

–No le he mentido exactamente. Malvolio me dijo que… –Caitlin vio que Lazzaro fruncía el ceño. Debía de pensar que su relación profesional con Malvolio no era todo lo seria que debería. Y no era verdad. Ella se lo había pedido y él había aceptado, así de sencillo–. Bueno, da igual. Necesito tres nóminas, nada más.

–Pues entonces quédate.

–No quiero quedarme –insistió Caitlin–. Pero prefiero no poner a Malvolio como referencia. Sé que él es el encargado del personal de limpieza…

–Puedes ponerme a mí. Te aseguro que yo tengo más influencia con Mancini que Malvolio.

–¿Cómo va a darme referencias si no me conoce?

–Sí te conozco –dijo él, mirándola fijamente.

Pequeña pero con un carácter fuerte, al contrario que su cuñado, a aquella extraña le importaba una mujer que estaba esperando un hijo, aunque no la conociera.

–Diré en contabilidad que te preparen tres nóminas con el dinero de las horas extras incluido. Lo haremos el lunes, por si cambias de opinión durante el fin de semana…

–¿No podría hacerlo ahora, por favor? –Caitlin no estaba mirándolo, en lugar de eso miraba por encima de su hombro el cielo de Melbourne–. No voy a cambiar de opinión.

–Piénsatelo.

–Me gustaría que me diera las nóminas ahora.

Esa vez no añadió «por favor».

Y Lazzaro supo que no habría manera de convencerla.

 

 

–¿Dónde está Malvolio?

Entrando en las oficinas de administración, Lazzaro pilló a todo el mundo por sorpresa: secretarias con el bolso al hombro, contables con la chaqueta en la mano, todos dispuestos a marcharse antes de la hora. Pero, al verlo, volvieron a sentarse para mirar las pantallas apagadas de los ordenadores, como niños de colegio pillados por el profesor.

El despacho de Lazzaro estaba en la última planta del hotel y no solía pasar por allí. Aunque quizá debería hacerlo más a menudo, pensó, molesto.

–Se ha ido –contestó Audrey Miller, la ayudante de su cuñado–. Tuvo que marcharse corriendo… Antonia llamó para decir que tenía dolores…

–¿Mi hermana está de parto?

–No estoy segura –contestó la secretaria–. Pero los empleados se han emocionado un poco, como puede ver…

–Sí, ya lo creo –murmuró Lazzaro, ceñudo. Evidentemente, no había ninguna esperanza de conseguir las tres nóminas.

Tendría que hablar seriamente con todos ellos el lunes.

Por el momento, su hermana podría estar de parto.

Con su cuñado al lado.

El mismo cuñado que había forzado la renuncia de Caitlin Bell.