AQUÍ tienes tu gin tonic. Espero que esté como a ti te gusta –dijo Zane acercándose a ella.
–Gracias –respondió Gail, intentando volver al presente y mantenerse en control de la situación pese a la proximidad de él.
Zane, como si estuviera dispuesto a acabar con todos sus intentos de mantener la calma, aprovechó el momento para recogerle un mechón de pelo que la brisa acababa de alborotarle, y colocárselo detrás de la oreja.
Así no había quien mantuviera la calma.
El intento de probar un traguito con discreción, se convirtió involuntariamente en un supertrago, y se atragantó.
–No está demasiado fuerte, ¿no? –preguntó con cara inocente Zane.
–No… no… está bien –contestó Gail cuando terminó de toser, con más que recelo ante su cándida sonrisa.
Definitivamente, pensó Gail, tenía que andarse con cuidado.
Con extremo cuidado, incluso, concluyó cuando vio que Zane se sentaba a su lado, y estirando las piernas para ponerse cómodo, empezaba a beber su whisky mirando al paisaje como ella.
–Aquí se hace de noche enseguida –dijo contemplando la puesta definitiva del sol–. Me ha llevado su tiempo prepararlo todo, pero hace mucho tiempo que sueño con esto.
–¿Con qué? –preguntó Gail abruptamente, demasiado abruptamente.
–Con tener vacaciones.
Era evidente. ¿O qué había pensado ella?
–Es asombroso el calor que hace incluso después de ponerse el sol –dijo ella, intentando desesperadamente borrar el impacto de su pregunta anterior, y aparentar estar lo más relajada posible.
–Sí, y lo bueno es que aquí, en Severo, no tenemos el bochorno y la humedad de Florencia, que no te deja ni dormir… aquí puedes incluso estar tumbado desnudos y abrazados después de hacer el amor…
–No he visto la piscina, antes dijiste que había piscina… –dijo ella rápida.
–Está dos pisos más abajo, no se ve desde aquí. Hay también un jacuzzi al aire libre… ¿tú has estado alguna vez en alguno?
–No.
Silencio.
–Es impresionante estar allí metido mirando a las estrellas, con las luciérnagas volando alrededor, y el olor a mirto que sale del agua… si no te incomoda quitarte la ropa, podríamos bañarnos luego…
«Ni muerta», pensó Gail.
¿Qué habría querido decir Paul con eso de que Zane Lorenson no acostumbraba a mezclar placer y negocios? No era exactamente lo que parecía, con los dos allí sentados en aquel romántico enclave, y con una tensión sexual en el ambiente que saltaban chispas, por mucho que Gail estuviera dispuesta a negarlo.
Seguro que Zane, como había dicho Paul, no tenía problema alguno en conseguir compañía nocturna, eso era evidente, pero allí, que ella supiera, sólo estaban María y ella. ¿Le estaba tirando los tejos con aquella invitación?
–Aunque hay que reconocer que ha sido un día intenso, e igual prefieres irte a descansar temprano…
–La verdad es que sí –respondió Gail rápidamente.
¿Sería sólo producto de su imaginación lo de que se respiraba una tensión sexual entre ellos, en el ambiente? Lo cierto era que Zane había dicho todo con el tono más natural y relajado del mundo. A lo mejor, sólo ella sentía tan intensamente el fuego entre ellos, quizás recordando todo aquel episodio del pasado.
Lo cierto también era que lo que Gail sentía en aquel momento, sólo con estar al lado de él, era mil veces más fuerte e intenso de lo que había sentido nunca con ninguna otra persona y, desde luego, con el hombre con el que se iba a casar.
Pero eran dos cosas muy diferentes. Lo de ese momento era una atracción puramente sexual, un instinto animal. Con Paul, sin embargo, había amor y una relación madura. Eso era lo que intentaba decirse con firmeza, cuando se dio cuenta de que no había vuelto a acordarse de Paul, y de que él, seguramente, llevaría todo el día preocupado por ella. No pudo evitar sentirse culpable.
¿O no estaría preocupado por ella? Por supuesto que sí, intentó convencerse Gail. Paul la quería, y se iba a casar con ella. Tenía incluso su anillo de prometida.
Claro que, si de verdad la quería, ¿cómo es que la había obligado a hacer todo aquello contra su voluntad? Ni siquiera esa misma mañana, al verla tan preocupada, había dado la menor muestra de nada que no fueran sus ganas de venganza.
Pero ése no era el momento de empezar a acusar a Paul. Además, él no sabía realmente lo ocurrido entre Zane y ella, ni lo traumático que había resultado todo para ella.
Pobre Paul. Sin falta esa noche, cuando se hubieran acostado todos, bajaría a llamarlo al móvil. Bueno esa vez, incluso lo llamaría a casa si era necesario, aunque él desde el principio le había dejado claro que lo llamara siempre al móvil, nunca a casa. Pero dadas las circunstancias, estaría deseando saber de ella…
–¿Por dónde andas? –preguntó Zane.
–¿Perdón?
–Que por qué galaxia andabas perdida… se te ve muy embebida en tus pensamientos… y hablando de bebida… ¿te apetece otro gin tonic?
–No, gracias.
–Entonces, ¿en qué estabas pensando?
–En nada que pudiera interesarle a otra persona.
–Da igual. Creo que me imagino perfectamente por dónde podrían haber ido los tiros –contestó él sin mostrar mayor interés en el tema.
La sola posibilidad de que fuera cierto hizo que Gail sintiera un nudo en el corazón.
–¿Qué? ¿Cenamos? –preguntó con una sonrisa que sólo contribuyó a alimentar las sospechas de Gail.
Mientras antes empezaran a cenar, antes terminarían, y antes se podría ella ir a la cama.
Según andaba en dirección al comedor, Gail iba buscando ansiosamente un teléfono por cada habitación que pasaban. Ni uno. Ni siquiera en el cuarto de estar.
Llegaron al comedor, donde la mesa había sido exquisitamente preparada para dos, aunque no había ni rastro de otra presencia humana que no fuera la de ellos. Gail dudó si debía sentarse al ver que Zane se disponía a preparar las bebidas.
–¿Quieres que sirva yo los platos?
–No, por supuesto que no. Tú eres mi invitada. Por lo menos no hasta que… digamos… nos conozcamos mejor.
Gail prefirió no pararse a pensar qué había querido decir exactamente con aquello, y se limitó a sentarse y ver cómo él le servía un delicioso plato toscano de pollo con polenta.
Durante la cena, él habló relajadamente sobre la Toscana, sus gentes y su cultura. Luego, inesperadamente, le preguntó:
–¿Qué ciudad te gustaría ver la primera?
–Francamente, no me importa. Siempre he querido conocerlas todas, Florencia, Pisa, Siena…
–Siena está considerada como la ciudad medieval mejor conservada de toda Italia. Y el Campo, su pista para carreras de caballos, en forma de concha, una de las plazas más bellas del mundo. Se llama el Palio, y los tres distritos de la ciudad compiten…
La normalidad y el relax en que se desenvolvió toda la conversación durante la cena hicieron que Gail, de forma inesperada y a pesar del estrés vivido ese día, se relajara hasta tal punto que incluso disfrutó aquella exquisita cena.
–Realmente delicioso. Todo, absolutamente todo, ha estado delicioso.
–Son platos sencillos, pero María, además de ser una excelente cocinera como todas las campesinas, sólo utiliza ingredientes naturales y frescos. Aunque cuando vengo aquí, normalmente, a partir del segundo día o así, me cocino yo solo.
–¿Es que te gusta cocinar? –preguntó Gail sorprendida.
–Me resulta muy relajante después del ajetreo de semanas enteras dedicado enteramente a los negocios.
–¿Y qué tal se te da la cosa?
–Dicen que bien. Si te apetece probar por ti misma qué tal se me da la cosa, será un placer ofrecerte una pequeña demostración –contestó él sonriendo maliciosamente.
Gail se sonrojó hasta la raíz del cabello al darse cuenta de la ambigüedad de su pregunta.
Zane le tocó la mejilla con un dedo y, en tono burlón, dijo:
–Uf, estás ardiendo. Vas a tener que tener más cuidado con cómo haces las preguntas, si no quieres tener que seguir poniéndote como un pimiento morrón.
La tensión sexual se volvía a disparar, y esta vez, sin ningún lugar a dudas, el sentimiento era mutuo, de eso no le cupo ninguna duda a Gail con sólo mirar a Zane a los ojos.
–¿Cuánto hace que terminaron de construir esta villa? –preguntó Gail con clara intención de distraer la situación.
–Hace dieciocho meses.
–Y cosas como el agua o la electricidad… ¿no tuviste problemas para instalarlas? –siguió Gail decidida a llevar la conversación por otros derroteros.
–No –contestó él consciente del juego, pero decidido a ver hasta dónde podía llegar–. Y si no hubiera sido por la piscina, con un generador y el manantial que tenemos más arriba hubiera sido suficiente. Pero tuve suerte, y las dos conexiones pasaban bastante cerca, así que no hubo problema. Lo único ha sido el teléfono. Todavía estoy esperando que pongan la línea.
–¿No hay teléfono en la casa?
–No. Pero hoy, con los móviles, no es ningún problema.
–¿E Internet?
–Como éste es mi lugar de vacaciones, y siempre estoy deseando desconectar del mundo, no me importa lo más mínimo no tener Internet. Con el móvil tengo más que suficiente.
–Pues a mí me ha desaparecido el mío.
Lo dijo sin intención de que sonara como una acusación, pero a eso es exactamente a lo que sonó.
–¿No me digas? Qué rabia, ¿no? Si quieres, puedes usar el mío.
Sí, claro, con él escuchando lo que ella decía.
Como si hubiera escuchado sus pensamientos, Zane dijo enigmáticamente:
–Porque tú no tienes nada que esconder, me imagino…
Gail decidió ignorar el comentario, y haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantener la calma por encima de todo, volvió a la carga con su anterior estrategia de dirigir la conversación por derroteros lo más neutros posibles.
–Dijiste antes que desde el principio supiste exactamente qué aspecto querías que tuviera el exterior de la villa, y que fue básicamente diseño tuyo. ¿Y el interior? ¿Lo diseñaste tú solo también?
Zane la miró casi admirando su capacidad de autocontrol, y decidió seguirle el juego.
–Mi arquitecto y yo trabajamos en equipo. Cuando quiero algo, yo le digo cómo lo quiero, y él me orienta sobre la mejor forma de conseguirlo.
–¿Incluidas las habitaciones del servicio?
–Cuando vi que todo el servicio que necesitaba, como ama de llaves, jardineros, guardeses y demás, los podía conseguir en la zona sin necesidad de que vivieran aquí, decidí no construir una zona de servicio. Cuando estoy de vacaciones, prefiero prescindir del servicio interno, y tener la casa para mí solo, y así si me apetece andar por la casa desnudo, o tomar el sol como mi madre me trajo al mundo… no tengo que estar pendiente de nadie…
–Entonces… ¿María y su hijo no viven aquí? –preguntó Gail con serias dificultades para tragar saliva.
–No. María vive con Angelo y sus otros tres hijos en su casa del pueblo. Como te comenté antes, es mi brazo derecho porque se encarga de todo cuando yo no estoy aquí, de que vengan a limpiar, a cuidar la piscina, el jardín… ella sólo se pasa un par de veces a la semana a echar un ojo, y ver que todo está en orden.
–¿Y cuando estás aquí? ¿Tampoco se queda en la villa?
–No. La trae Angelo en su Vespa cada día, hace lo haga falta hacer, y luego se la baja otra vez a casa.
–O sea que, aparte de nosotros, no hay nadie más en toda la casa.
–Ni un alma. ¿Por qué? ¿Te preocupa? –dijo con una mezcla de inocencia y malicia en la voz que no dejaba lugar a dudas sobre su hipócrita pregunta.
–En absoluto –respondió Gail secamente, notando que ahora el corazón dejaba de latirle aceleradamente, y pasaba a latirle a un ritmo preocupantemente bajo.
–Estás mintiendo cual bellaca –contestó él sonriendo–, y lo sabes. Estás asustada de muerte.
–¿Hay alguna razón por la que debería estarlo? –preguntó con una resolución y un tono de voz que ella misma no se esperaba ser capaz de sacar en ese momento.
La sorprendida cara con que él la miró la animó a seguir en tono triunfante:
–Que yo sepa no eres un paranoico peligroso, ni un asesino en serie. Eres un exitoso y prestigioso hombre de negocios.
–Exactamente, llevas toda la razón en cada una de esas apreciaciones –respondió Zane con franca admiración por su renovado valor.
Gail estaba dándose una palmaditas en el hombro de pura satisfacción por su actitud, cuando, con voz particularmente suave y una enigmática sonrisa, Zane le preguntó:
–Entonces, ¿no hay ninguna otra cosa que te preocupe?, ¿ningún otro tipo de peligro?
–¿Qué quieres decir?
–¿Que si no te impone que estemos aquí solos los dos con toda esta química sexual que se respira en el ambiente?
–Yo no veo que se respire ninguna química sexual en el ambiente –contestó intentando mantener el tono resolutivo que tan bien le había salido antes.
–Entonces, ¿por qué saltas como saltas sólo con que te roce ligeramente?
–Porque tú eres mi jefe, y no me gustan las familiaridades fuera de lugar –dijo con la mayor dignidad del mundo–. Y no hubiera aceptado el trabajo si no me hubieran asegurado de antemano que tú no mezclabas negocios con placer.
–¿Quién te dijo eso? –preguntó él arqueando las cejas.
–No me acuerdo en este momento –respondió ella lamentando haber dicho lo anterior.
–Porque tú sólo hablaste del trabajo con la señora Rogers, ¿no?
–Pues entonces debió de ser ella la que me lo comentó.
–Lo dudo en extremo –respondió él.
–Da igual quién me lo dijera –contestó Gail dando muestras de irritación.
–Dará igual siempre que sea verdad, supongo…
–Evidentemente.
–¿Y si no fuera verdad? ¿Te impondría que estuviéramos aquí los dos solos?
–Sí.
–¿Por qué? Con una boca como la tuya no creo que seas una chica fría y sin pasión, y como, según me has dicho, ya no tienes novio ni estás enamorada de nadie, ¿qué problema puede haber en divertirse un poco?
–Ese tipo de diversión no me va en absoluto.
–Pues entonces no entiendo cómo es que te vas de vacaciones con un amigo.
–Porque eran sólo unas vacaciones, y además no era mi jefe.
–¿Y eso que más da?
–No creo en mezclar placer y negocios.
Tenía que acabar con todo aquello de una vez, tenía que salir de allí como fuera.
–Si me disculpas, anoche no dormí demasiado, y preferiría acostarme temprano.
–Por supuesto. Te acompaño –dijo con especial cortesía.
–No es necesario. No te molestes.
–No es ninguna molestia. Lo cierto es que a mí también me vendría bien acostarme temprano esta noche.
Escaleras arriba, con él a escasos centímetros de ella, Gail iba pidiendo a todos los santos que ni la rozara.
–Dijiste que no creías en mezclar placer y negocios. ¿Lo dijiste porque lo piensas en general, o porque crees que te pondría en una situación comprometida?
–Por los dos.
–¿O sea, que a ti el acostarse con el jefe no te parece un triunfo para ir luciendo por ahí?
–En absoluto. De las relaciones de trabajo lo único que espero es que sean exactamente eso, relaciones de trabajo.
–¿Y si yo te dijera que para mí esto no es exactamente una relación de trabajo, sino que espero muchísimo más de ella?
–¿Qué quieres decir? ¿Que quieres compañía para las vacaciones?
–Es una forma de decirlo.
Animada por el hecho de que ya prácticamente había llegado a su habitación, contestó resueltamente:
–Pues sugiero que te vayas a la localidad más cercana, y la busques allí.
Antes de que pudiera terminar la frase, él se puso delante de ella, la apoyó contra la pared, y puso una mano a cada lado de su cabeza, literalmente inmovilizándola.
–¿Debo entender entonces que no me encuentras ni lo más mínimamente atractivo? –preguntó clavando sus ojos en los de ella.
–No… –contestó Gail con voz temblorosa–, ni lo más mínimo…
–No me digas… Pues yo te puedo probar exactamente lo contrario. La tensión sexual entre nosotros es prácticamente tangible. Si se me ocurriera besarte ahora mismo, saltarías por los aires de deseo.
–Te equivocas. Soy perfectamente capaz de controlar mi deseo sexual.
–¿Está segura?
–Totalmente.
Con un tono particularmente seductor, continuó:
–Una lástima. Cuando llevo a una chica a la cama me gusta que lo esté deseando, o por lo menos, que se muestre con ganas.
–Pues eso me descarta, porque ninguno de los dos es mi caso.
–No sabes cómo lo siento.
Sin poder creerse que aquello hubiera quedado zanjado por fin, estaba preparándose para lo que pudiera venir, cuando él retiró las manos de la pared, y dando un paso hacia atrás dijo:
–En ese caso, buenas noches.
Con un falso sentido de alivio, Gail contestó con un tono que intentaba aparentar relajado:
–Buenas noches.
Según terminó de decirlo, él tomó la cabeza de ella entre sus manos, y la levantó hacia la suya hasta que sus labios quedaron a escasos milímetros.
–¿Quizás sólo un beso de buenas noches para que se vea que seguimos siendo amigos?
Un instante después, Gail, entre los brazos de un Zane que la besaba suavemente en la boca, notó que un estremecimiento le recorría todo el cuerpo, que el estómago se le hacía un nudo, que las piernas se le volvían gelatina, y que todos sus sentidos se inflamaban al máximo voltaje.
Se le encendió una alarma en el cerebro urgiéndola a acabar con todo aquello, y dejar claro que pensaba llevar a la práctica todo lo que había dicho.
Incapaz. Se sintió incapaz de ofrecer la más mínima resistencia, visto lo cual, él decidió pasar a la ofensiva, y su beso se volvió repentina e intensamente apasionado.
Gail perdió cualquier esperanza o posibilidad de encontrar fuerzas suficientes para reaccionar racionalmente.
Zane, al sentir el cuerpo de ella abandonado a sus brazos, notó que se le intensificaba el fuego y la pasión, y sus labios exigieron una respuesta por parte de ella.
Totalmente perdida y con la cabeza en otra dimensión, ella respondió con un ardor y una fogosidad similar a la de él, que hizo que Zane la tomara en sus brazos, la llevara a su dormitorio, y empezara a quitarle el vestido y los zapatos.
Después, le quitó las horquillas del pelo y dejó caer su melena oscura y sedosa sobre sus hombros. Luego, deslizó sus manos por sus caderas hasta que sus braguitas cayeron al suelo, y finalmente, las dirigió hacia su espalda para desabrocharle el sujetador.
Ardiendo de impaciencia, Gail le hubiera ayudado, pero le temblaban demasiado las manos.
Le bajó suavemente los tirantes, y terminó de quitarle el sujetador. Nada más hacerlo, cuando se disponía a admirar sus preciosos pechos de rosados pezones, vio el anillo que había estado cuidadosamente guardado entre ellos, y la cadena de oro en la que estaba ensartado.
–Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí?… yo diría que algo que guarda un parecido asombroso con un anillo de pedida.
La vuelta a la cruda realidad fue de tal intensidad que Gail pasó de ponerse lívida como un papel, a rojo escarlata.
¡Santo cielo! ¿Pero dónde tenía la cabeza? Había estado a punto de irse a la cama con otro hombre, cuando ella tenía un novio que la quería y confiaba en ella.
Repentinamente, se sintió avergonzada y estúpida de verse allí de pie desnuda. Agarró su ropa y empezó a ponérsela.
Haciendo sonar la cadena y el anillo mientras admiraba sus destellos a la luz, Zane preguntó:
–¿Por qué no lo llevas puesto? Bueno, claro, qué pregunta más tonta. No se puede ir diciendo que no tienes novios u otros compromisos si llevas un anillo de pedida en el dedo. ¿Y quién es el afortunado? Va a ser mejor que me lo digas.
Lo dijo de forma suave, y aparentemente alejado de cualquier tono amenazador, pero la mirada que reflejaban sus ojos hizo temblar a Gail.
–No hay nadie –dijo con voz entrecortada.
–No me digas que esta nadería te salió en un sobre de cromos…
–No quería decir eso… –dijo buscando desesperadamente algo que contestar–. Me la dio Jason.
–¿El novio con el que terminaste hace seis meses?
–Sí.
–No nombraste que habíais estados prometidos.
–Como ya no estamos juntos, no creí que tuviera importancia mencionarlo.
–¿Quién terminó el compromiso?
–Yo.
–¿Por qué?
A ella le gustaba Jason, pero no se quería acostar con él. Ante su insistencia respecto al tema, Gail decidió cortar con él.
–Porque no nos iban bien las cosas –decidió contestar por decir algo.
–¿Y no le devolviste su anillo?
–No.
–¡Qué raro! No pareces el tipo de novia que se queda con el anillo, y además me dijiste que no te sentías con el corazón destrozado.
–Y no me siento.
–¿Entonces por qué sigues llevando su anillo de pedida?
Le tenía que haber contestado que seguía enamorada de él, y que seguía esperando que volvieran, pero era demasiado tarde.
–Eso no es asunto tuyo –respondió finalmente.
–¿Porque es demasiado personal?
–Exacto.
–Creo que, si es por personal…, esto que tenemos ahora podría llamarse bastante personal… y cercano –contestó con cierto tono de desencanto–. Y antes de acostarme contigo, me gustaría saber por qué llevas el anillo de otro hombre.
–No voy a acostarme contigo. Todo esto ha sido un error imperdonable. Nunca debí dejar que las cosas llegaran a este punto.
–¿Y por qué lo hiciste, entonces? –preguntó con auténtico interés.
–Porque… yo… yo…
–No intentes inventar ninguna mentira. Dejaste que las cosas llegaran a este punto porque no pudiste evitarlo. Porque tú tienes tantas ganas de acostarte conmigo como yo contigo.
Reculando hacia la puerta, Gail seguía negando con la cabeza.
–Ya te lo he dicho, todo esto ha sido un tremendo error, yo quiero a P…, a Jason.
–Tú llevarás el anillo del tal… Jason –dijo recalcando el nombre–, pero no estás enamorada de él. Lo que querías era acostarte conmigo.
Ante la imposibilidad de negar lo evidente, que él llevaba razón, contestó:
–Hubiera sido sexo puro y duro, sólo sexo.
–¿Quieres decir que te hubiera dado lo mismo que fuera conmigo o con cualquier otro?
–Simplemente, echaba de menos a Jason –respondió dándose cuenta de que cada vez se metía en mayor atolladero.
–Bueno, pues veamos qué tal soy yo como sustituto.
–No –suplicó ella–. No puedo hacerle eso, no puedo serle…
–¿Infiel? ¿No puedes serle infiel a… Jason? –volvió a repetir el nombre con retintín.
–No. No puedo.
–¿Pero cómo se puede ser infiel a un hombre con el que rompiste hace seis meses y al que no tienes intención de volver a ver?
Atrapada en sus propias palabras, sin salida ni escapatoria posibles, intentó abrir la puerta, pero él puso la mano en el manillar antes que ella.
–Quiero salir de aquí –gritó.
–¿No quieres llevarte esto? –preguntó enseñándole la cadena con el anillo que llevaba en la mano, e inmediatamente después los metió en el bolsillo de sus pantalones.
–Por favor, Zane –suplicó temblorosa mirando al suelo–, quiero irme.
–Es la primera vez que me llamas por mi nombre de pila –respondió él muy bajito sujetándola suavemente por la muñeca.
–Quiero irme –susurró de nuevo sin levantar los ojos del suelo.
–¿Sabes lo que creo que realmente quieres? Quieres lo mismo que yo.
Gail levantó los ojos, como mecida por sus palabras y por el tono con que le hablaba.
–Y lo que yo quiero es hacer el amor contigo toda la noche, apasionadamente, y explorar ese precioso cuerpo tuyo, y volverte loca de placer. Quiero acariciarte entera, tu cintura, tus caderas, tus muslos, adentrarme en tus espacios más recónditos y dulces y…
Oírle decir todo aquello despertó de nuevo todo lo más profundamente erótico en el corazón de Gail.
–Quiero esconder mi cara entre tus pechos, y tomar con mis labios esos pezones –continuó mientras empezaba a acariciarla y besarla.
Notar sus labios, su lengua adentrándose en su boca, y todas las sensaciones que sus besos y sus caricias levantaban en ella, le hizo olvidar a Paul completamente, y todo el ardor y la pasión que ella pensaba que habían desaparecido volvieron a apoderarse de ella.
Zane le quitó el vestido, y lo lanzó al suelo. La tomó en sus brazos y la llevó a la cama, donde le hizo alcanzar un nivel de deseo desconocido hasta entonces para ella.
Gail lanzó una serie de quejidos de puro placer y éxtasis, y él se retiró un momento para quitarse la ropa. Ya desnudo, volvió a la cama a continuar llevándola a una cumbre de goce tal que sólo podía terminar de una manera.
Gail, entre jadeos y susurros, le suplicó:
–Zane, sigue por favor…, por favor…
–¿De verdad quieres que hagamos el amor?
–Sí…
–¿Totalmente segura?
–Sí, Zane.
Sentirlo encima de ella, notar su peso, su cuerpo, su olor, su calor, su virilidad, la llevó a la locura, pero fue sentirlo dentro de ella lo que la hizo soltar un grito de placer tan fuerte que sólo pudo abrazarse a él como si su vida entera dependiera de él.
Aunque hubiera relegado el deseo que sentía por él a lo más profundo de su subconsciente, llevaba largos años esperando este momento.