10

Avasarala

Ya no conseguía dormir, o al menos no le servía de nada hacerlo. La cama de la suite era mullida, pero no se hundía en ella de la manera en la que su cuerpo esperaba después de haber pasado toda una vida a gravedad normal. Eso le hacía sentir que estaba demasiado dura y demasiado blanda al mismo tiempo. Además, se suponía que dormir era sinónimo de descanso, y Avasarala ya no podía descansar. Cerraba los ojos, y su mente empezaba a dar vueltas a todo, como si cayese por unas escaleras. Tasas de mortalidad, oportunidades para enviar suministros, reuniones de seguridad... Todas las cosas que le ocupaban las supuestas horas de vigilia también se apoderaban de sus noches. Para ella, estar dormida solo era sinónimo de que esas cosas perdían el poco sentido que parecían tener, pero ni de lejos se sentía descansada. Era como volverse loca y catatónica durante unas pocas horas para luego recuperar la cordura suficiente como para aguantar otras dieciocho o veinte horas más antes de volver a rendirse a la locura. Era terrible, pero necesario. Así que se limitaba a hacerlo.

Al menos tenía dónde ducharse.

—Parece que Bobbie Draper ha conseguido evitar que Holden mande a tomar por culo la misión —dijo mientras se secaba el pelo. La suite tenía un tenue brillo azulado que recordaba a la esperanza de un amanecer inminente. No a uno de la Tierra en las condiciones actuales, sino a uno del pasado—. Me gusta esa chica. Me preocupo por ella. Lleva demasiado tiempo sentada en una oficina y no le conviene.

Le echó un vistazo a los saris que tenía en el vestidor, rozó la tela con los dedos y oyó el ruido que hacían contra su piel. Optó por uno verde que resplandecía como el caparazón de un escarabajo. Tenía bordados dorados en los extremos que brillaban a la luz de sol falsa y le daban un aspecto alegre y poderoso al mismo tiempo. También tenía por allí el collar ambarino con el jade que pegaba con esa prenda concreta. Moda. La humanidad yéndose al carajo, y ella aún tenía que preocuparse de su aspecto para acudir a las reuniones. Patético.

Luego dijo en voz alta:

—Hoy he recibido un mensaje de Gies y Basrat. Todos pensaban que estaban muertos, pero parece que han conseguido refugiarse en una montaña de los Alpes julianos. Supongo que no tenían intención de sacar la cabeza al exterior hasta que todo hubiera pasado, pero ya sabes cómo es Amanda. No se toma las cosas en serio hasta que no las ve con sus propios ojos. No sé cómo te pueden caer bien.

Se dio cuenta de su error demasiado tarde, y algo vasto y peligroso se agitó en su corazón. Respiró hondo, se mordió el labio y siguió ajustándose el sari.

—Cuando tengamos la Armada Libre bajo control, tendremos que hacer algo con la emigración. Nadie va a querer quedarse en la Tierra. Como las cosas sigan así, puede que me marche hasta yo. Me retiraré a un océano alienígena donde no sienta que el batir de las olas depende de mí. No creo que Marta salga de esta. ¿Smith? Ha tenido cojones, pero no es un primer ministro, sino poco más que un enfermero de cuidados paliativos para la república. Cuando empiezo a sentir que mi trabajo es una mierda, solo tengo que tomarme una copa con él para que se me pase.

Eran cosas que había llegado a decir en algún momento, con pocos cambios. Todos los días había información nueva e informes de la superficie planetaria, de los drones de vigilancia que había apostados alrededor de Venus y de sus agentes secretos en Jápeto, Ceres y Palas. La Armada Libre había conseguido que la APE pareciese una facción comedida y racional, y Fred Johnson aún podía servirle para ponerse en contacto con los centros de suministros del Cinturón que consideraran a Marco Inaros una persona peligrosa y tuviesen claro que el daño que había hecho podía llegar a tener consecuencias nefastas para todos. Avasarala tenía claro que ya nunca le iban a dar buenas noticias, pero por cada inevitable tictac del reloj había cosas a las que siempre volvía, una y otra vez. Era como releer uno de sus libros favoritos. O un poema. Cosas que decía porque ya las había dicho antes.

—Recuerdo una cosa que me leíste en una ocasión. Algo sobre pinos —dijo mientras rebuscaba en el joyero para sacar el collar y los brazaletes de oro, que pegaban con los bordados—. ¿Lo recuerdas? Lo único que sé es que terminaba con algo así como «ta-tá, ta-tá, ta-tá, ta-tá, para empedrar el camino al Paraíso». Iba sobre que las semillas necesitan el fuego para poder expandirse. Y te dije que parecían las palabras de una universitaria intentando que la ruptura con su novio maltratador pareciese algo muy profundo. No puedo sacarme ese poema de la cabeza, pero tampoco lo recuerdo bien. Es insufrible.

Se colocó los brazaletes. El collar se le adaptó muy bien en la clavícula. Se sentó a la mesa, se puso un poco de lápiz de ojos y unos toques casi imperceptibles de colorete en las mejillas. Lo necesario para lucir más vivaz de lo que se sentía en realidad, pero no tanto como para dar la impresión de que estaba maquillada. El olor del colorete le recordaba al apartamento de Dinamarca en el que vivía mientras estudiaba en la universidad. Joder, llevaba varios días con la cabeza en el aire. Terminó y se giró hacia el terminal portátil. El indicador señalaba que aún estaba grabando. Sonrió a la cámara.

—Tengo que volver a ponerme la máscara y seguir trabajando. Aún no te han encontrado, pero estoy convencida de que lo harán. Que sabría si hubieses muerto. Y no lo tengo claro, así que seguro que no lo estás. Pero cada vez es más difícil, amor mío. Como no vuelvas pronto te vas a tener que pasar medio semestre viendo estos mensajes para ponerte al día conmigo.

Pero se dio cuenta de que ya no había semestres en la universidad. Ni tampoco cursos de poesía. Ni todas esas cosas que le daban sentido a su vida antes de que cayesen las rocas. Y en ese momento oyó el murmullo de la voz disconforme de Arjun en su mente:

«Pero siempre nos quedará la poesía.»

—Te quiero —dijo al terminal portátil—. Siempre te querré. Aunque... —Nunca lo había dicho antes. Nunca se había permitido pensar en ello. Pero siempre había una primera vez para todo. Y también una última—. Aunque ya no estés aquí.

Detuvo la grabación, arregló los surcos que las lágrimas le habían dejado en el maquillaje y agachó la cabeza como una actriz que se prepara para entrar en escena. Cuando volvió a alzar la vista, tenía la mirada mucho más inclemente. Envió una solicitud de llamada a Said, quien le respondió de inmediato. La había estado esperando.

—Buenos días, señora secretaria —saludó el hombre.

—No me vengas con mierdas. ¿A qué infierno tenemos que enfrentarnos hoy?

—Tiene una reunión con Gorman Le del servicio científico en media hora. Luego un desayuno con el primer ministro Smith. Una entrevista con Karol Stepanov de la Gaceta Estratégica y Económica Oriental y luego una reunión con el Comité de Estrategia y Reacción. Todo antes del almuerzo, señora.

—Stepanov. ¿No es el que consiguió el premio Cigdem Toker hace tres años por ese artículo sobre Dashiell Moraga?

—Podría... Podría comprobarlo, señora.

—Joder, Said. Tienes que ser más espabilado. Lo es. Estoy segura. Tengo que hablar con su mujer antes de la reunión —dijo la anciana—. ¿Habría alguna manera de retrasarla a por la tarde?

—Podría hacerle hueco, señora.

—Hazlo. Y asegúrate de que el desayuno con Smith es privado. Estoy hasta el culo de que vigilen todo lo que hago. A este paso, terminaré por enterarme de que tengo hemorroides leyendo el Le Monde.

—Como usted mande, señora.

—Sí, es una orden. Venga, mándame el carrito. Acabemos con esto.

Gorman Le era un hombre delgado de pelo castaño moteado de blanco y unos ojos color verde como el jade que Avasarala supuso que no era natural. No lo conocía antes de llegar a la Luna. Había conseguido un ascenso forzoso que le quedaba grande para su nivel de preparación después de la caída de las rocas, algo que resultaba más que evidente en la exagerada seriedad que emanaba de él y en la manera en la que carraspeaba antes de hablar.

—Las naves que... no consiguen cruzar los anillos suelen tener más masa —dijo—. Les había ocurrido lo mismo a la Oleander-Swift, la Barbatana de Tubarão y la Armonía. Aunque no a la Casa Azul, por ejemplo.

Los científicos siempre habían tenido una presencia prominente en la Luna. Era el lugar en el que se había construido el primer telescopio solar libre de las interferencias de la atmósfera. La primera base lunar permanente se había dividido a partes iguales entre el ejército y el personal científico, pero las generaciones posteriores habían ido abandonando los puestos científicos de la Luna para marchar a los lugares en donde estaba la acción de verdad: Ganímedes, Titán o Jápeto. Y también a Febe, Dios los acoja en su seno. Eso había convertido las oficinas científicas de la Luna en poco más que unos puestos administrativos y en un lugar en el que los niños podían hacer sus proyectos de ciencias. La sala de reuniones en la que se encontraban era de un verde grisáceo y contaba con ventanas de cristales estropeados a causa de los años de abrasión y sillas de cuero sintético.

—Lo que me quiere decir entonces es que no hay un patrón preciso —comentó Avasarala.

Gorman Le apretó los labios e hizo unos aspavientos de frustración con las manos.

—Sí que hay un patrón. Todas esas naves tienen motores que se han fabricado en un espacio de veinte meses antes de zarpar. Todas usan masa de reacción sacada de Saturno. Todas han desaparecido en períodos de mucho tráfico. Todas tienen la secuencia «cuatro-cinco-dos-uno» en sus códigos de registro. No tenemos mucha información, pero es suficiente para encontrar todas las naves desaparecidas. Lo que no puedo decirle es cuál es la más importante.

—¿Todas las naves con el código de registro «cuatro-cinco-dos-uno» han atravesado los anillos?

Gorman Le soltó un bufido como un hámster iracundo y luego agachó la vista, avergonzado.

—Hay registros de que la Jaquenetta salió de Ganímedes y también los atravesó, entre la Oleander-Swift y la Armonía. Y se ha vuelto a poner en contacto con nosotros desde Walton sin problema.

—Bueno —dijo Avasarala, contenta porque Gorman hubiese descubierto aquello—, al menos podemos decir que esa nave tiene muchas posibilidades de no estar relacionada.

—Sí, señora —aseguró Gorman—. Señora, podríamos intentar conseguir más datos... Estoy seguro de que la estación Medina tiene registros de vuelo de todas las que le acabo de comentar. Quizá de más. Y hasta de las que no han tenido problema alguno. Si pudiéramos...

—Muchas cosas serían diferentes si controláramos la estación Medina —dijo Avasarala—. ¿Nuestros amigos de Marte tienen alguna novedad de por qué su armada corrupta tenía tanto interés en la puerta de Laconia?

—No tenemos ni confirmación de que esa sea la puerta que han atravesado las naves separatistas.

Avasarala frunció el ceño.

—Cierran las piernas después de que los hayan follado. Típico. Hablaré con Smith. No podemos hacer nada con Medina, pero al menos deberíamos tener acceso libre a todos los datos de los que disponemos, joder.

—Gracias, señora —dijo Gorman, pero la anciana ya se había dado la vuelta y empezado a marcharse.

Moverse le sentaban bien. La sensación de hacer cosas, de progresar, de ver cómo se resolvían los problemas, la ayudaba a mantener a raya la desesperación. Para Smith era más complicado. Él estaba lejos de su planeta y de su equipo. No había muchas infraestructuras marcianas en la Luna. Cuando no estaba en reuniones o intercambiando mensajes con doce minutos de retraso luz, se encontraba sentado en su suite viendo canales de noticias que lo llamaban idiota, payaso o el hombre cuya falta de atención había provocado que la Armada de la República Congresual de Marte se vendiese a terroristas y piratas. Tenía que afrontar la mayor catástrofe de la historia de la humanidad y encima compadecerse de sí mismo.

Avasarala se lo encontró en la puerta. Llevaba unos pantalones caqui y una camisa blanca sin cuello y arremangada, un atuendo con el que bien podría haber pasado por un comercial o un joven prelado. Su sonrisa era amable y de una profesionalidad genuina, como siempre. Entró en las estancias y echó un vistazo alrededor. No había nadie. Ni siquiera el personal de seguridad. Era un encuentro privado de verdad. Said había hecho bien su trabajo.

El desayuno los esperaba en el comedor: huevos escalfados y una tostada gruesa untada en mantequilla. Una comida simple y elegante. Avasarala imaginó que era similar a lo que comía la realeza mientras el pueblo que lideraban se moría de hambre. También vio una botella de vino medio vacía en el suelo junto al sofá y una pantalla de pared sintonizada en un canal de entretenimiento en el que estaban dando una comedia algo subida de tono que había salido hacía tres años. Shannon Poe y Lakash Hedayat estaban desnudos e intentaban cubrirse con la misma toalla de playa sin mirarse a la cara ni rozarse. Parecía divertida. Smith siguió la mirada de la anciana y apagó la pantalla.

—La risa puede llegar a ser un buen bálsamo en tiempos difíciles.

—Pues tengo que probarla —comentó Avasarala. El primer ministro le acercó una silla, y ella esperó para sentarse—. Tenía intención de hablar contigo sobre varias cosas, pero me acabo de enterar de algo que no puede esperar. Entiendo que tu servicio de inteligencia nos oculte información sobre Duarte, pero ¿por qué coño no nos dejáis consultar los datos sobre las naves que han desaparecido al cruzar las puertas? ¿Tienes pensado intercambiar esa información por algo en particular? Porque como sean favores sexuales, vas bien jodido.

—Los huevos están buenos —afirmó Smith.

—¿Quieres huevos? Pues haré que estrujen a una gallina hasta que saquen los que quieras, pero necesito esos datos sobre las naves desaparecidas.

Smith sonrió y asintió como si Avasarala hubiese hablado con sosiego y educación. La clara del huevo goteó un poco de yema de camino a su boca y le manchó la camisa, pero no dio la impresión de darse cuenta.

—¿Qué ocurre? —preguntó Avasarala.

—Yo... Tendrás que tratar todos estos temas con mi sucesor. Me lo han dicho hoy mismo. La oposición va a presentar una moción de censura y tendré que dejar el puesto esa noche.

Avasarala respiró hondo y soltó el aire a través de los dientes. Se hizo un silencio sepulcral hasta que ella lo rompió.

—Joder.

—Están enfadados y asustados. Necesitan alguien a quien culpar y yo soy la elección más obvia, claro.

—¿A quién van a poner al mando?

—Se habla de Olivia Liu o Chahaya Nelson, pero va a ser Emily Richards.

Avasarala le dio un bocado al huevo, pero no lo saboreó. Richards no era mala opción. Al menos era una persona seria. Liu y Nelson estaban demasiado obsesionadas con el pasado de Marte y seguro que no estaban listas para lo que les deparaba el futuro. Richards sabía de política y siempre se le había dado bien.

—Lo siento —dijo Avasarala—. Tiene que ser difícil para ti.

—La política es una apuesta —explicó Smith—. Y nosotros hacemos todo lo posible para que la suerte esté de nuestro lado. Pero el universo es implacable.

«No tiene ni idea —pensó Avasarala—. Los políticos no son más que el lóbulo frontal del cuerpo político de una nación. El universo es implacable, dice. Está claro que les irá mucho mejor sin él. Pero aún hay que sonsacarle algo.»

—Pues tienes un día para darme los datos antes de que sea demasiado tarde —pidió Avasarala.

—Chrisjen...

—¿Qué van a hacer si me los das? ¿Despedirte? Que les den por culo. Dame esos datos para que pueda resolver el problema. Y si se ponen muy pesados, te ofrezco asilo.

El hombre rio y se reclinó en la silla. Miró la pantalla de pared apagada y luego volvió a centrar la vista en ella. Avasarala se preguntó si el vino del sofá sería su primera botella.

—¿Me lo prometes? —preguntó como si fuese un chiste. Ella sonrió.

El Comité de Estrategia y Reacción. Los almirantes Pycior y Souther. Parris Kanter de Desarrollo Humano en La Haya. Michael Harrow de Acuicultura. Barry Li y Simon Gutierrez de Transporte y Aranceles. No era su equipo ideal, pero era lo mejor que quedaba. Se encontraban sentados alrededor de la mesa y todos parecían tan cansados como ella. Bien. Así era como tenían que estar.

—Marte —empezó a decir Avasarala—. Smith tiene un pie en la tumba. Emily Richards ocupará su lugar. Ya he intentado ponerme en contacto con ella. No sé si estará más dispuesta a colaborar, pero yo no cantaría victoria. ¿Qué habéis conseguido vosotros?

Li fue el primero en hablar. El agotamiento empeoraba su ceceo, pero su agudeza mental hacía que sus ojos brillasen aún más.

—Hemos conseguido establecer rutas de suministros en África y Europa. Ahora vamos a centrarnos en Asia oriental.

—Allí no ha caído ninguna roca —dijo Avasarala.

—Pero se han llevado la peor parte con la ceniza —explicó Li—. Tengo a mis equipos estudiando una ruta y calculando los requerimientos. La información que nos llega desde allí está incompleta.

—¿El Cinturón? —preguntó Avasarala.

—El Cinturón es el Cinturón —respondió Pycior—. Hay de todo. Ganímedes mantiene la neutralidad, pero sin duda está en la esfera de control de la Armada Libre. Seguro que se decantaría por nosotros si les ofreciéramos protección. La APE está dividida. La estación Tycho, la estación Kelso y Rhea son los únicos que condenan lo que ha hecho la Armada Libre. Las estaciones troyanas y Jápeto no han dicho nada. La mayor parte del resto del Cinturón... pertenece a la Armada Libre. Mientras les sigan prometiendo comida, materiales y protección, será difícil que los cinturianos moderados se organicen, incluso aunque quieran hacerlo.

Souther carraspeó y empezó a hablar con una voz tan potente que a Avasarala le dio la impresión de que se había puesto a cantar.

—Hemos conseguido descifrar los registros de las comunicaciones de la Dragón Cerúleo. Afirman que en estos mismos momentos está teniendo lugar una reunión de alto nivel de la Armada Libre en Ceres. Inaros y sus cuatro capitanes.

—¿Para qué se han reunido? —espetó Avasarala.

—Nadie parece saberlo —aseguró Souther—. Otra cosa, no tenemos pruebas de que haya una segunda nave de apuntado, pero hemos identificado siete rocas más que se dirigen a la Tierra. Hemos empezado a seguirlas y ya estamos listos para destruirlas.

Eso significaba que tenían vía libre para cualquier cosa. Avasarala se inclinó hacia delante y se llevó los dedos a los labios. Empezó a pensar en el Sistema Solar. También en la estación Medina. En que Rhea se había declarado contraria a la Armada Libre. En la comida y los suministros de Ganímedes. En la hambruna y la muerte de la Tierra. En el ejército marciano dividido entre el misterioso Duarte, el mercado negro de las naves de la Armada Libre y Smith. Que ahora era Richards. En las colonias perdidas. En la APE de Fred Johnson y en todas las facciones que no podía influenciar ni liderar. En las naves coloniales que no dejaban de caer presas de los piratas de la Armada Libre y en las estaciones y asteroides que se beneficiaban de esa piratería. Y también en las naves desaparecidas. En la muestra robada de la protomolécula.

Una docena de posibilidades se agitaron en su mente: reposicionar efectivos en la estación Tycho y apoyar Ganímedes, bloquear Palas e intentar acabar con el flujo de suministros de la Armada Libre o crear una ruta protegida para las naves coloniales que estaban ahí fuera y no dejaban de desaparecer. Había miles de posibilidades, y Avasarala no tenía ni idea de cuáles serían las consecuencias de ninguna de ellas. Si elegía mal, su decisión podía acabar con todo lo que les quedaba.

Pero Marco Inaros y sus capitanes estaban juntos en el mismo lugar, y las naves de la Tierra tenían vía libre para hacer cualquier cosa.

—Dicen que la fortuna sonríe a los valientes, ¿verdad? —dijo al fin—. A la mierda. Vamos a recuperar Ceres.