El lápiz de cera se usaba normalmente para hacer marcas en las cubiertas durante las construcciones, así que se podía decir que Michio le estaba dando un uso adecuado, en cierto sentido. Las marcas no eran para hacer inventario ni una inspección, y lo que estaba construyendo no era una nave, eso sí. La pared de su camarote tenía una marca alargada y rectangular donde ella solía tener colgada una litografía. Un original de las falsas estructuras de coral de Tabitha Toeava que formaba parte de su serie La cien facetas de la luna Europa y descansaba enmarcada sobre su asiento de colisión, como si la mirase a ella.
Michio había hecho una lista con los principales asentamientos de los planetas exteriores a un lado de la pared: Ceres, Palas, Vesta, Jápeto, Ganímedes y más. Algunos se encontraban en lunas, otros en los túneles excavados de un asteroide y unos pocos como la estación Tycho, el complejo Shirazi-Ma, Coldwater o Kelso eran estaciones rotatorias que flotaban en el vacío. Había empezado a escribir lo que ella pensaba que se necesitaba en esos lugares: agua donde no había hielo, elementos biológicos complejos en todos menos en Ganímedes, materiales de construcción, comida, suministros médicos. Cuando empezó a ponerse complicado leerlo, había limpiado la pared con el dorso del puño. Las manchas aún seguían ahí.
En la columna del medio había apuntado las naves coloniales que la flota y ella habían capturado: la Bedyadat Jadida, de la Luna. La John Galt y la Mark Watney, de Marte. La Helen R. y la Jacob H. Kanter, financiada por la Congregación Ner Shalom. La San Pietro, financiada por la Corporación DeVargas. La Caspian, la Hornblower y la Martín Pescador, que eran independientes. Todas estaban lo bastante abastecidas para crear asentamientos en esos mundos nuevos y hostiles. Algunas tenían lo mínimo para aguantar, y otras lo suficiente para que cientos de personas sobreviviesen durante tres años. O lo suficiente para que el Cinturón resistiera lo bastante como para independizarse de la Tierra y Marte. Con suerte.
Al otro lado había escrito los nombres de su flota. La Serrio Mal, capitaneada por Susanna Foyle. La Panshin, por Ezio Rodriguez. La Bruja de Endor, por Carl al-Dujaili y así por toda la pared. Cada una de esas naves tenía su dotación de tropas de abordaje. Y ella era la que estaba al mando, al menos hasta que alguien descubriese que ya no obedecía órdenes de nadie, momento en el que... Bueno. Ya se vería.
Apretó el lápiz de cera y luego aflojó la presión. Emitía un suave chasquido cada vez que se separaba de sus dedos, como si hubiera alguien tocando en la puerta. El miedo que sentía en el pecho se le agitaba con cada una de las marcas que hacía. No había desaparecido, eso hubiese sido demasiado, pero en lugar de sentirse agitada o confundida, notaba cómo se le constreñía el corazón y la costra de toda una vida de fracasos y dolor empezaba a caerse. Al menos durante un tiempo. Era como subirse a la cinta de correr y encontrar el ritmo perfecto, uno que equilibrara su cuerpo, su mente y su respiración y luego parase el tiempo.
Al principio, había empezado a hacer aquello con la esperanza de encontrar un motivo para no seguir adelante con el motín, pero ahora que estaba comprometida ya no sentía duda alguna. En algún momento del proceso había pasado de cuestionarse si debía hacerlo a empezar a encontrar la manera de llevarlo a cabo. Michio no se dio cuenta de que Nadia estaba allí hasta que la oyó hablar.
—¿Bertold sigue sin dejarte acceso a los sistemas?
Michio suspiró y agitó la cabeza.
—No quiere que hagamos nada con los ordenadores hasta que la ruptura sea efectiva. Tiene contramedidas locales listas para actualizar los sistemas, pero ya sabes cómo es. Siempre nos oculta cosas.
—¿Crees que Marco vigila la nave tan de cerca?
—No —aseguró Michio. Luego añadió—: No lo sé. Puede ser, pero no pasa nada. A una parte de mí le gusta trabajar así. Es más... no sé cómo decirlo. ¿Tangible?
—Ya veo, ya —dijo Nadia—. Estamos cerca.
—No quiero que haya más de un segundo de retraso luz —aseguró Michio—. No quiero que parezca que nos estamos enviando mensajes. Quiero una conversación.
—Estamos cerca —repitió Nadia con voz medio tono más grave. Lo sabía.
Michio apretó el lápiz de cera y se relajó. Clac.
—¿Cuánto queda?
—Será esta noche —respondió Nadia. Se acercó y empezó a revisar la pared y todas las marcas. Era media cabeza más baja que Michio, y las canas empezaban a asomarle por las sienes. Suspiró para sí y asintió.
—¿Qué te parece mi trabajo? —preguntó Michio con voz un tanto provocadora.
—Bien —comentó ella—. Ya era una situación complicada antes, y ahora la vamos a complicar aún más. Es uno de esos momentos en los que hay que volver a revisar los sellos que acabamos de comprobar.
Michio se sentó en el asiento de colisión y dejó que su esposa revisara todas las naves y las estaciones. Nadia puso los brazos en jarras con los puños cerrados y emitió varios gruñidos con el fondo de la garganta. Michio creía que eran de aprobación. Habría sido más fácil usar los sistemas de la nave para planearlo todo, colocar todas las naves y sus vectores en la interfaz. Incluso con la pared como la tenía, llena de marcas muy pensadas, había otras listas más largas de información crítica que tener en cuenta. Las cañoneras controladas por Marco. La fuerza de élite que Rosenfeld tenía reservada. Los miles de contenedores de suministros de Palas, Vesta y Calisto que habían lanzado al sobrecogedor vacío. Michio estiró la espalda en el tercio de g que les dejaba la desaceleración y sintió un dolor entre las costillas.
—¿Cuándo vamos a robarlo todo? —preguntó Nadia.
—Cuando hable con Carmondy —respondió Michio—. Si lo hacemos antes, el pez gordo podría enterarse por su cuenta. Si lo hacemos después, seguro que alguien lo avisa.
—Vaya, Carmondy —dijo Nadia entre suspiros—. No me gusta.
—A mí tampoco me gusta nada.
Nadia se dio la vuelta para mirarla, con el mismo gesto de encontrar errores con el que había estado comprobando la información de la pared hacía un momento.
—¿Qué es lo que no te gusta? —preguntó.
Michio cabeceó hacia la pared.
—Esto. Hacer lo que estamos a punto de hacer.
—¿No crees que es lo correcto?
—No sé si eso es lo que importa, en realidad. O sea, Marco también hace lo que él cree que es lo correcto. Y Dawes. Y la Tierra. Todos hacen lo que suponen correcto, y creen de verdad que son buenas personas con la determinación suficiente para hacer lo que es necesario, por muy terribles que parezcan a veces. Cada una de las atrocidades que nos han hecho había sido ordenada por alguien que creía que estaba justificada. Y mírame ahora. Ahora yo soy una de esas personas que tiene la determinación suficiente para hacer esto. Porque creo que está justificado.
—Vaya. No crees que Carmondy se vaya a unir a nuestra causa —dijo Nadia.
—No, no lo creo. Y algo me dice que tendré que usarlo de ejemplo para demostrarle a todos los demás que voy en serio.
—Dejarlo vivo no te dejaría en buen lugar si quieres llegar a convertirte en una pirata espacial —comentó Nadia—. Pero creo que te equivocas en algo. No todo el mundo hace cosas malas creyendo que son justas. Hay personas que las hacen por placer. Aunque eso no es lo que me preocupa en este caso.
Michio levantó las manos en un gesto inquisitivo hacia Nadia.
—Trabajar con Carmondy —respondió Nadia—. No sé por qué, pero ese hombre me perturba.
Los terminales portátiles de ambas emitieron un sonido cuando les llegó una solicitud de llamada de Laura por un canal exclusivo para la familia. Nadia cabeceó para que Michio la aceptara y luego se sentó junto a ella para que ambas cupiesen en la pantalla. Laura se encontraba en el centro de mando, y la luz de la pantalla le iluminaba las mejillas y le bailaba en los ojos. En un lado de la pantalla aparecieron los iconos de todos los demás menos el de Nadia.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
—Acabamos de ver las noticias —respondió Laura—. Los interianos se han hecho con el control de Ceres. Van a hacer una declaración.
Todos se quedaron en silencio por un momento. El golpe no fue tan duro teniendo en cuenta lo que estaban a punto de hacer, pero aun así Michio lo sintió en las entrañas.
—Poned el canal —dijo.
Laura asintió, se inclinó hacia delante y desapareció de la pantalla. Apareció la emisión de un canal de noticias. Naves de la armada de la Tierra y de Marte atracadas en los embarcaderos de Ceres. Verlas en aquel lugar era desconcertante, como una yuxtaposición de cosas que no podían estar juntas. Michio sabía de antemano qué iba a ocurrir, pero era una sensación muy traumática.
—... estimada en cuatro millones y medio, con suministros suficientes para mantener la estación durante un máximo de dos semanas. La flota conjunta ha empezado a realizar estrategias de asistencia como racionamiento de emergencia y también a pedir comida y agua a otras estaciones del Cinturón y del sistema joviano.
La imagen titiló hasta desaparecer, una edición torpe realizada por un principiante. Luego el rostro de ese hombre llenó la pantalla. El puto Fred Johnson. Michio sintió cómo se le constreñían las tripas. Vale, eso era lo que iban a hacer. Usar al terrícola para hablar en nombre del Cinturón. Otra vez. Fred tenía la mirada triste y seria pero afable. También el pelo rapado y blanco. Una barba incipiente y canosa empezaba a asomar en la negrura de sus mejillas. El texto que recorría la parte inferior de la pantalla rezaba: Fred Johnson, portavoz de la APE / Tycho Manufacturing.
Nada de coronel Fred Johnson ni Carnicero de la Estación Anderson ni Rostro Visible del Cinturón Cuando la Tierra lo Considera Oportuno.
—¿Michi?
—Estoy bien.
—La cultura de los planetas exteriores siempre ha premiado la ayuda al prójimo —empezó a decir Fred—. Las condiciones a bordo de las naves o en las estaciones siempre han puesto a prueba el ingenio y las capacidades de los humanos. En todos los años que llevo trabajando para la Alianza de Planetas Exteriores, nunca había visto a nadie que traicionara esa idea de manera tan flagrante.
—Tienes razón —dijo Michio—. No estoy nada bien. Quita el canal.
Nadia hizo un gesto en la pantalla, y el rostro de Fred desapareció. Michio se quedó un rato en silencio. No recordaba haber apretado el lápiz de cera, pero se había convertido en una masa pegajosa que le manchaba la mano. Sacó una toalla del armario e intentó limpiarse los dedos. El asiento de colisión se agitó bajo ella y Nadia. Cuando recuperó el control, Michio se giró. La intimidad de todos los años que habían compartido le ayudó a descifrar muchas cosas en el rostro de su esposa.
—No es nuestro aliado natural —dijo Michio—. ¿Los enemigos de mis enemigos son mis amigos? Eso no se lo cree nadie. Siempre hay más de dos bandos. Fingir que hay que elegir uno u otro es lo que ha hecho que ese cabrón se vuelva tan importante para la APE.
—Sigue siendo importante —aseguró Nadia—. Muchos le harán caso. Tiene naves.
—Yo también conseguiré naves. No necesitamos su protección.
—Si tú lo dices —espetó Nadia. Luego añadió, con voz más amable—: Quizá sea él quien nos necesite a nosotros.
—Es un adulto. Puede cuidar de sí mismo.
—Pero cuatro millones y medio de personas es mucha gente.
—La Tierra quería la estación. Pues ya la tiene. Bien por ellos —dijo Michio, aunque su voz no sonó nada convencida cuando pronunció las palabras—. Podrán arreglárselas.
—Van a necesitar comida. Y agua.
Michio señaló la lista que había escrito en la pared. Tenía los dedos negros debido a las manchas de cera del lápiz.
—Todas las bases de esa lista también van a necesitar comida y agua. Suministros médicos. Combustible. Materiales de construcción. Todo. Todo el mundo va a necesitar de todo. No voy a poner la estación Ceres la primera de la lista. Ellos tienen ayuda.
—Los acaban de desvalijar —dijo Nadia—. Los acabamos de desvalijar.
—Marco los acaba de desvalijar.
Nadia sonrió y apartó la mirada hacia la izquierda, como hacía siempre que quería terminar una discusión pero no quería aceptar que la había perdido. Michio no pudo dejarlo estar. Las palabras se precipitaron contra sus labios, en respuesta a lo que Nadia pensaba pero no había dicho.
—No es solo porque sea Fred Johnson —continuó Michio.
—Si empieza una hambruna en Ceres... —dijo Nadia, con un tono que convertía la oración condicional en una afirmación.
—Vale —dijo Michio—. Si empieza una hambruna en Ceres o si se quedan sin agua, los ayudaré. No lo haré por Johnson ni por la APE, sino por los habitantes de la estación.
Nadia asintió sin dejar de mirar hacia la izquierda, hacia la pantalla apagada como si aún estuviera viendo las noticias. Michio miró por si acaso, pero la vio en negro.
—¿Y la Tierra? —preguntó Nadia.
—¿Qué pasa con la Tierra?
—También se mueren de hambre.
—No —dijo Michio—. No voy a enviar suministros a la Tierra. Han tenido siglos para ayudarnos y no lo han hecho.
La sonrisa de Nadia se ensanchó un milímetro mientras se ponía en pie. Le dio un beso a Michio en la mejilla y se marchó. Un momento después la oyó hablar con Evans en el pasillo. La vida en la nave seguía su curso aunque todo cambiase a su alrededor. Michio volvió a centrarse en sus listas, pero había perdido la concentración. No dejaba de recordar los ojos cansados y afables de Fred Johnson.
«Nunca había visto a nadie que traicionara esa idea de manera tan flagrante.»
Se inclinó hacia delante y usó el pulgar para rascar un poco la pintada y hacer una línea recta en mitad de la palabra Ceres. El gris de la pared apareció entre las letras, pero no la borró del todo.
Ocho horas después, la Connaught se posicionó al fin a un segundo luz de la Hornblower, y los canales de noticias ya habían creado su relato sobre la recuperación de Ceres. Las palabras «flota conjunta» se convirtieron en una especie de expresión comodín para los navíos de la Tierra y de Marte que estaban hacinados en la estación junto a las naves desvencijadas del Cinturón. Era como volver a la época anterior a lo ocurrido en Eros, cuando la alianza entre los planetas interiores parecía inquebrantable. Sin duda había cierta nostalgia entre los opinadores de los planetas interiores, pero los informes de la Tierra y Marte ahora tenían en cuenta que aquella había sido una época de opresión para el Cinturón. En Londres Nova habían tenido lugar disturbios que habían provocado la cancelación de una reunión del parlamento, y la mejor noticia de la Tierra era que el aumento de bajas se había vuelto lineal en lugar de exponencial, y se esperaba que empezara a estabilizarse cuando los habitantes de los lugares más vulnerables y comprometidos terminaran de morir.
Marco no había dado señales de vida, aunque Michio suponía que era porque estaba ocupado preparando los siguientes pasos de unos planes que no la incluían a ella. No le parecía mal. Ella ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse.
Ya había grabado el mensaje que iba a enviar al resto de los capitanes que estaban bajo sus órdenes. Estaba listo para enviarse por mensaje láser cuando diera la orden, momento en el que ya no habría vuelta atrás. No había nada más irrevocable que una acción así, ni siquiera contárselo todo a Carmondy.
Entonces ¿por qué solicitar una llamada con la Hornblower le resultaba similar a lanzarse por una esclusa de aire?
Carmondy aceptó la llamada y su cara apareció en la pantalla de Pa con un icono que indicaba que la comunicación estaba cifrada. El hombre tenía un rostro ancho y sosegado. En otras personas hubiese dado la impresión de ser inofensivo, pero Carmondy ya había matado gente a las órdenes de Pa. No la iba a engañar.
—Capitana —dijo—. Me preguntaba cuándo se pondría en contacto conmigo. Alles gut, ¿no?
—Alles interesante, al menos —respondió Michio con una sonrisa que, para su sorpresa, era casi genuina—. Me gustaría cambiar parte del plan.
El mensaje se envió a la Hornblower y luego le llegó la respuesta, un proceso que tardaba un segundo por cada envío. Hizo que la respuesta de Carmondy sonara sopesada y meditada, una ilusión creada por la distancia y por la luz.
—Ya. Me he enterado de lo de Ceres. Menudo lío.
—Sí —convino ella—. Ceres y también lo que no es Ceres. Técnicamente, formas parte de la cadena de mando de Rosenfeld, pero me gustaría daros unas órdenes a ti y a los tuyos. Agradecería que las siguieras.
Un segundo. Dos. Carmondy arqueó las cejas. Otro segundo.
—Interesante, sa sa? ¿Qué quiere?
«Aún puedes retractarte. Todavía no has dicho nada. Solo lo sabe tu familia, y ellos seguirán apoyándote aunque te eches atrás. Vuelve a confiar en Inaros. O encuentra otro pez gordo al que seguir. Eso siempre te ha funcionado.»
—Voy a desviar la Hornblower a Rhea. Liberaremos a los prisioneros y redistribuiremos el cargamento.
Un segundo. Dos. ¿Respondió antes en esta ocasión? ¿A qué distancia estaban ahora las naves?
—Rhea no es de los nuestros.
—No, es cierto que no es un aliado de la Armada Libre —convino Michio—. Por eso lo he elegido.
Un segundo. No, sin duda los mensajes tenían menos retraso ahora. Carmondy asintió y se humedeció los dientes. Emitió un sonido agudo y sibilante al tiempo que entornaba los ojos. Michio se dio cuenta de que lo había entendido todo y esperó a ver cuál era su reacción.
—¿Un motín?
—No será el primero en el que participo —dijo con una ligereza que no se correspondía con sus sentimientos—. Intentaré que se me unan todas las naves que están bajo mis órdenes ahora mismo. La misión será la misma. Hacernos con las naves coloniales y ayudar al Cinturón. Sin titubeos.
Le dio la impresión de que la pausa duraba una eternidad.
—Sin titubeos —comentó Carmondy al tiempo que se encogía de hombros—. Gut. ¿Quiere que nos encarguemos nosotros o volvemos a su nave?
Michio sintió cómo saltaban todas las alarmas de su rombencéfalo. Algo iba mal. Agitó la cabeza.
—Vaya, Carmondy. Podríamos habernos llevado de maravilla. Va a volver a mi nave. Todos los suyos. Pero primero enviará todas las armas y las armaduras que llevan encima. Y vendrán en parejas.
Una pausa.
—La verdad es que no creo que eso vaya a ocurrir, capitana.
—Tengo dos opciones —aseguró Michio—. Y traerle a usted y a los suyos armados y protegidos a mi nave porque estoy segura de que son más leales a mí que a Marco Inaros no es una de ellas.
Otra pausa. Una sonrisa que no fue capaz de descifrar. Carmondy se inclinó hacia la cámara. No tenía las manos dentro del encuadre, pero se las imaginó entrelazadas sobre la mesa. Cuando volvió a hablar, lo hizo con un tono amistoso, pero también un tanto más impávido.
—¿Entonces quoi?
—Pues o usted y los suyos vienen a mi nave y yo envío los suministros al Cinturón, lo cual siempre ha sido nuestro objetivo, o destruyo la Hornblower, lo que servirá para que al-Dujaili, Foyle y el resto me tomen en serio.
En esa ocasión tardó más de dos segundos en responder. Más de tres. Michio mantuvo el rostro serio aunque el corazón estuviese a punto de salírsele por la boca.
—Esto es lo que vamos a hacer —empezó a decir Carmondy—. Haré que esta pinche nave se dirija a Palas. Usted irá a lo suyo, y yo a lo mío. Lo que ocurra entre Inaros y usted se queda entre Inaros y usted. Pero lo nuestro termina aquí. Sin rencores.
Estuvo a punto de decir que sí. Sintió cómo la palabra le subía por la garganta. Quería que terminara todo. Odiaba los conflictos. ¿Cómo narices había acabado en mitad de uno así?
—No —espetó—. Meta las armas y las armaduras en un paquete y láncelas por la esclusa de aire en una hora o atacaremos la Hornblower. Y esta vez iremos en serio.
Hizo un gesto de indiferencia con las manos. Esperó. En esta ocasión tardó más o menos un segundo. Estaban más cerca.
—¿Quiere matarnos para hacerse notar? —preguntó Carmondy.
—No. Quiero matarlos para no tener que matar a más gente en el futuro. Prefiero que se me aprecie a que se me tema, pero qué le vamos a hacer. De perdidos al río.
Una pausa.
—No podrá evitar que avise a todo el mundo —amenazó Carmondy.
Michio suspiró, cambió de pantalla y envió el mensaje. Ese que empezaba:
«Me habéis sido fieles porque también sois fieles al Cinturón. Y espero que esa lealtad sea la que os mantenga a mi lado».
Así acababa todo. Su época junto a Marco Inaros había llegado a su fin. Michio Pa, que antes pertenecía a la APE y luego a la Armada Libre, se había quedado sola con su nave en un universo que conspiraba para destruirla. Se sintió aliviada a pesar de todas las consecuencias que tendría que afrontar a partir de ahora y del dolor y las pérdidas que le esperaban en el futuro. Aliviada y exactamente en el lugar en el que quería estar.
—Ya lo saben —dijo—. Nosotros a lo nuestro. ¿Se rinde ya o tantas ganas tiene de que acabe con su vida?