La chica parecía medir un metro noventa y dos centímetros de altura, y le hubiera sacado casi una cabeza de no haber estado sentada. Tenía el pelo rapado de una manera que suponía que era la moda del momento entre las adolescentes cinturianas. Seguro que había cientos de microcanales que él no seguía y que hablaban sobre el tema. O quizá fuese una rebelde y llevase el pelo así por voluntad propia. Fuera como fuese, hacía que su cabeza alargada luciera un poco menos pronunciada. Estaba sentada al borde de un asiento y miraba la cocina de la Rocinante con un gesto que la hacía parecer como si se arrepintiese de estar ahí. La anciana a la que llamaba zia estaba apoyada en la pared con el ceño fruncido, una acompañante que no se impresionaba con nada.
—Solo será un segundo —dijo Holden. El paquete de software que le había enviado Monica Stuart requería unas aptitudes que él no tenía, pero había conseguido salir del paso de alguna manera. La chica asintió con brusquedad y se agarró el sari. Holden creyó que le había dedicado una sonrisa tranquilizadora. O al menos una para indicarle que no estaba incómoda—. De verdad. Estoy a punto de... Un momento. Ya casi. Casi. Listo. Bien.
La imagen de la chica apareció en el terminal portátil de Holden con algunos filtros para corregir el color y el sonido, y también con algo llamado DS/3 que no tenía ni idea de qué hacía. Se veía muy bien.
—Perfecto —comentó Holden—. Supongo que todo el que vea esto va a saber quién soy yo. ¿Podrías presentarte?
—Alis Caspár —dijo la chica con voz atonal. Por la manera en la que acababa de hablar daba la impresión de que bien podría haber sido una prisionera política. La cosa no iba bien encaminada aún.
—Genial —mintió—. Bien. ¿Y dónde vives?
—En la estación Ceres —dijo ella, que hizo una pausa algo incómoda antes de continuar—: En el barrio Salutorg.
—Vale. Mmm... ¿Y a qué te dedicas?
La joven asintió, como si se preparase para hablar.
—Desde que Ceres se independizó de la Tierra, mi familia se ha dedicado a dirigir un centro de coordinación financiera que convertía los cheques de varias empresas y gobiernos en moneda válida. Meine familia bist gente amable y cariñosa. La presión que los planetas interiores han creado aquí no es culpa de...
—Deja que te interrumpa un momento —dijo Holden. Alis se quedó en silencio y agachó la cabeza. Holden no sabía cómo Monica podía hacer que aquello pareciese tan sencillo. Estaba empezando a darse cuenta de que quizá fuese el resultado de los años de experiencia y de la práctica, y no algo que podía lanzarse a hacer así como así. Pero tampoco tenía tiempo para hacerlo de otra manera, así que continuó—. Cuando nos conocimos... Hace unas cuatro horas... Estabas con unos amigos en los pasillos, ¿verdad?
Alis parpadeó, desconcertada, y luego miró a zia. Era la primera vez que no parecía estar actuando desde que había subido a bordo.
—Fue realmente increíble —continuó Holden—. Yo estaba de paso y os vi a todos ahí haciendo eso. Me quedé muy impresionado. ¿Podrías contarme un poco más al respecto?
—¿Del shin-sin? —preguntó Alis.
—¿Así es como se llama esa cosa de las pelotas de cristal?
—No son de cristal —dijo Alis—. Son de resina.
—Vale, sí —afirmó Holden, que hacía gala de un entusiasmo exagerado con cada una de las palabras que pronunciaba, uno impostado que daba la impresión de desaparecer al instante. En ese momento, vio que Alis reía entre dientes, y le dio igual si se había reído de él o con él—. ¿Podrías repetirlo? ¿Aquí mismo?
La joven volvió a reír y se cubrió la boca con una mano. A Holden le dio la impresión de que estaba a punto de decirle que dejara de grabar, pero luego sacó una pequeña bolsa del bolsillo de la cadera y extrajo cuatro esferas transparentes y coloreadas y una mayor y algo más blanda que las canicas con las que él solía jugar cuando era pequeño. Alis se las colocó entre los dedos a la altura de la segunda falange y luego empezó a cantar una melodía aguda e irregular, pero se detuvo, volvió a reírse y agitó la cabeza.
—No puedo hacerlo —dijo—. No puedo.
—Inténtalo, por favor. Es impresionante.
—Es una estupidez —dijo—. Es un juego de niños.
—Hazlo por mí... Soy muy inmaduro.
Holden vio que la joven miraba a zia, y él hizo lo propio. La anciana no había cambiado el gesto impertérrito, pero ahora también había cierto atisbo de diversión en sus ojos cansados. Alis se acomodó en el asiento, rio, volvió a acomodarse y luego siguió cantando. Cuando había establecido el ritmo, empezó a seguirlo con unas suaves palmadas al tiempo que se pasaba las esferas de mano a mano y las hacía bailar con vida propia. De vez en cuando, el cántico saltaba a un ritmo sincopado y una de las bolas caía en su palma para luego ser lanzada y capturada por los dedos de la mano contraria. Al terminar, se quedó quieta, dedicó una mirada tímida a Holden y luego agachó la cabeza.
—Con dos personas es mucho mejor —dijo.
—¿Hace falta un compañero? —preguntó.
—Dui.
La joven miraba hacia él, pero Holden sabía que en realidad tenía la vista fija detrás, y se alegró mucho. Se giró hacia la acompañante de gesto impertérrito, que le arqueó una ceja.
—¿Te apuntas... zia? —preguntó—. ¿Te gustaría hacer un poco de shin-sin con ella?
Resopló con un tono de burla que parecía más propio de un militar, pero se dirigió hacia ella. Alis le hizo hueco a su lado y le pasó dos de las esferas. Parecían mucho más pequeñas en los dedos recios de la anciana. La mujer levantó la barbilla y, por un instante, Holden vio cuál era su aspecto cuando tenía la edad de Alis.
La canción se complicó aún más. El ritmo de cada una de ellas parecía aportar información y también apoyar lo que hacía la voz de la otra. Las esferas transparentes de colores bailaban entre sus manos y se entrecruzaban al tiempo que daban unas palmas cuyo ritmo se mezclaba con el de la canción. Cuando tocaban los ritmos sincopados, lanzaban las esferas por los aires y luego las cogían entre los nudillos. Las dos sonreían al terminar. Zia lanzó al aire las esferas una detrás de otra y luego las cogió con una mano. No era un truco que hubiese funcionado en una gravedad de un g.
Holden aplaudió, y la anciana aceptó el gesto como si fuese una reina.
—Es increíble. Maravilloso —dijo Holden—. ¿Cómo habéis aprendido algo así?
Alis agitó la cabeza ante la incredulidad del terrícola y sus delirios infantiles.
—Es shin-sin —dijo, justo antes de abrir los ojos como platos y quedarse pálida.
—Señor Holden —llamó Fred Johnson—. ¿Tiene un momento?
—Sí, claro —respondió Holden—. Solo estábamos... Bueno. Un segundo.
—Estaré en el centro de mando. —Fred asintió y cabeceó a las dos cinturianas—. Señoritas.
Holden cerró el programa, le dio las gracias a Alis y a zia y luego las acompañó a la esclusa de aire y al exterior. Cuando se habían marchado, le echó un vistazo al vídeo que acababa de grabar: una anciana y una chica jugando la una frente a la otra con sus voces y sus manos mientras esas cosas que parecían canicas volaban entre ellas como si tuviesen consciencia propia y fuesen un tercer jugador. Era justo la imagen que esperaba conseguir. Comprimió el vídeo y lo envió a la estación Tycho y luego a Monica Stuart, tal y como había hecho con los anteriores.
Tenía la esperanza de haber conseguido mucho más. Había entrevistado a un investigador que trabajaba en la estación Ceres, uno autodidacta que había aprendido con tutoriales en la red, y le había atiborrado a cerveza de levadura hasta que el anciano estaba lo bastante suelto y cómodo como para hablar con pasión sobre la belleza de los tardígrados. También había charlado con una nutricionista de los campos hidropónicos que había aceptado hacerlo a cambio de poder explicar el problema de abastecimiento de agua que había en Ceres, y que tenía la voz más atemorizada y afligida que había oído jamás. También había grabado a un hombre que decía ser el cinturiano más viejo de toda la estación, quien le había contado una historia larga y seguro que apócrifa sobre el primer burdel con licencia que había abierto en el lugar.
Y eso había sido todo. Hasta el momento. Cuatro entrevistas, y ninguna de ellas demasiado larga. Con suerte sería suficiente para que Monica pudiese sacar algo decente. La periodista le había prometido que durante la edición del vídeo se podría salvar mucho metraje del que le había enviado.
Los muelles no estaban tan concurridos como acostumbraba a verlos. Ceres parecía un lugar afectado, sobre todo después de ver el caos descontrolado de la Luna y de que saliera en las noticias. Los carritos y los mechas de carga esperaban desocupados a que una nave llegase con suministros o a que un almacén de la estación le encargase transportar algo que mereciese la pena sacar de allí.
Holden conocía las heridas por reperfusión. Cuando una extremidad había quedado drenada por completo de sangre y volvía a recuperar la circulación, el flujo podía romper vasos sanguíneos. En ese momento recordó lo que había pensado al aprender algo así, lo extraño que era que algo normal y necesario para la vida pudiese causar heridas solo por volver a realizar su cometido. Así era como se encontraba Ceres en ese momento. Holden no tenía muy claro si la flota conjunta era la sangre regresando a sus venas o si sería otro flujo sanguíneo el que tendría que llegar y desestabilizar la estación antes de poder decir que ya no se iba a ver más afectada.
De camino al exterior, Holden se encontró con Gor Droga y Amos en las taquillas intentando arreglar un cortocircuito que había hecho que uno de los ventiladores no funcionase bien. Clarissa Mao hablaba con ellos desde ingeniería. Era el tipo de problema que una nave con una tripulación completa resolvía con mucha más facilidad. Cuando llegó al ascensor, tuvo que esperar a que Chava Lombaugh saliese de la cabina antes de entrar.
Lo cierto era que con los tripulantes de Fred y los de Holden, la Rocinante aún tenía algo menos del personal que estaba preparada para llevar. A él le daba la impresión de que estaba a rebosar de gente, pero eso era culpa de su costumbre y sus expectativas, no del diseño de la nave. Una tripulación completa estaría más hacinada en la nave, una situación más parecida a la que se solía dar en una nave normal de la armada. Holden lo sabía. Sabía que tener más gente podía llegar a ser más seguro para todos en cierta manera. La Rocinante había sido fabricada con muchas redundancias y se suponía que la tripulación también tenía que ser así, aunque no sería lo mismo, claro. Tener a otro mecánico no era lo mismo que tener a Amos. Tener a otro piloto no era lo mismo que tener a Alex. Las personas eran mucho más que el papel que desempeñaban en las funciones de la nave, y no eran reemplazables. Y eso era algo que valía tanto para la Rocinante como para la humanidad en general.
El ascensor se detuvo. Fred Johnson alzó la vista de los controles de la nave y cabeceó hacia Holden. Las luces estaban atenuadas como le gustaban a Alex, y la luz de la pantalla de Fred hacía que la piel le luciera más oscura de lo que era en realidad. Maura Patel estaba sentada al otro lado de la cubierta con los auriculares puestos y examinando datos de diagnóstico de las comunicaciones. Holden se dejó caer en un asiento de colisión que había junto a Fred y giró la cara hacia él.
—¿Querías verme?
—Tengo un par de cosas que decirte. Voy a asentarme en Ceres por un tiempo. Avasarala me reconocerá como gobernador interino —dijo Fred—. Voy a pedirle a todo el mundo los favores que me deben. Traeré aquí a todas las personas que conozco y tienen algo de influencia en la APE.
—Eso suena a invitación para asesinarte.
—Es un riesgo necesario. No sé si mi tripulación se quedará aquí o irá a Tycho sin mí. Drummer será la que tome la decisión. Sea como fuere, pronto dejarás de verles el pelo.
—Bueno... No me parece mal. Aunque lo cierto es que empezaban a caerme bien. Ahora dime de qué querías hablar de verdad.
Fred asintió una vez con un gesto brusco.
—¿Crees que Draper sería capaz de hablar en nombre de Marte?
Holden rio.
—¿Hablar en plan embajadora? ¿Negociar con la APE? Yo diría que Marte es quien lo tiene que decidir.
—Puede que no tengamos la opción de esperar a que se decidan. Smith ya no es nadie, y ahora está Richards, pero la oposición ha formado una coalición para investigar cuanto antes a los militares que han decidido quedarse.
—¿Antes de que dé comienzo la guerra?
—Por ejemplo. Richards y Avasarala están en ello, pero necesito un rostro marciano si quiero mantener unida a esta flota conjunta. Con mis antecedentes, yo podría ser una cara amiga tanto para la Tierra como para la APE. Es lo que llevo haciendo años y gracias a lo que me he granjeado la confianza de ambas facciones. Pero me hace falta un representante de Marte y no creo que lo más adecuado sea usar a un desconocido, sobre todo si tenemos en cuenta que la Armada Libre vuela en naves marcianas. Inaros tiene muy buena fama en estos momentos.
—¿En serio? Porque yo diría que acaba de huir del mayor puerto que hay en el Cinturón.
Fred se encogió de hombros con elocuencia.
—Sus defensores hacen bien su trabajo, y todo son minucias comparado con lo que le hizo a la Tierra. Sorrento-Gillis, Gao y todos los demás. Subestimaron la rabia del Cinturón. Y también la desesperación. La gente quiere que Inaros sea un héroe, así que a eso es a lo que se dedica, a interpretar a uno.
—¿Aunque sea huyendo?
—No se va a limitar a huir. No sé qué tiene en mente, pero no creo que sea retirarse. Ahora mismo la estación Ceres es un trasto inservible. Limitarnos a mantener los sistemas medioambientales va a ser un problema muy gordo de por sí. Es posible que tengamos que empezar a mover a la gente para abandonar algunas partes de la estación, lo que Inaros y los suyos interpretarán como que la Tierra y Marte han empezado a echar a los cinturianos de sus casas.
Holden se pasó una mano por el pelo.
—Sí, menuda mierda.
—Es política. Y también la razón por la que necesitamos a la APE. Tenemos muchos apoyos en el Cinturón, pero hay que cuidarlos. Esa gente se autodenomina «armada», pero son unos principiantes. Unos zafios que creen que la disciplina es lo mismo que un castigo. Los rumores dicen que han empezado a haber varios desacuerdos en el liderazgo de Marco. Seguro que están relacionados con su táctica en Ceres. Aún no entiendo por qué Dawes le ha dejado abandonar la estación, pero... está claro que lo ha hecho. Y Avasarala ha conseguido mantener a raya a la Tierra. Menos mal, porque no sé qué podríamos hacer si la ONU empezase a desmoronarse como lo ha hecho Marte.
—Pues esto, ¿no? —dijo Holden—. Intentar conseguir aliados. Lo mismo que haríamos en cualquier caso, pero con menos posibilidades de que sirva para algo.
Fred se estiró y le chasquearon todas las articulaciones. Luego soltó un suspiro y se hundió en el gel del asiento. Los datos de diagnóstico del panel de comunicaciones empezaron a parpadear, y Patel tocó la pantalla para comprobar los resultados. Ni se había dado cuenta de que Fred y él estaban en la misma estancia.
—Lo más probable es que tengas razón —dijo Fred—. Y me alegra que las cosas no estén tan mal. Por ahora.
—Quizá tengamos suerte y los de Inaros se maten entre ellos sin que hagamos nada.
—No sería suficiente —comentó Fred—. La Tierra está destrozada y seguirá siendo así durante generaciones. Marte está al borde del colapso. Y también tenemos que tener en cuenta las puertas. Los mundos colonizados. Las mismas presiones que hacen que el Cinturón siempre esté al borde de la hambruna, agravadas ahora que el lugar será menos útil para los planetas interiores. El statu quo ha cambiado para siempre. Tenemos que encontrar una solución. Una que pasa por Draper. Has trabajado con ella. ¿Crees que podría hacerlo?
—Sinceramente, creo que es la más capacitada. Todos la conocemos y a todos nos cae bien. Le confiaría mi nave, y eso es algo que no podría decir de ti. Si ella cree que puede, la apoyaré.
—¿Y si cree que no?
—Pues pregúntale a Avasarala —respondió Holden.
—Ya sé cuál es su opinión. Bueno, vale. Gracias. Y... te quería preguntar otra cosa de la que seguro me arrepentiré. ¿Quieres decirme qué hacías con esas dos mujeres en la cocina?
Maura Patel se agitó en la silla. La primera señal de que ahora sí que estaba oyendo la conversación.
—Grabándolas. ¿Viste eso de las palmadas y las canicas? Es muy interesante, y Monica me comentó que estaría genial tener un vídeo al respecto. Estoy haciendo unas entrevistas, y ella va a ayudarme a editarlas y luego a difundirlas.
—¿Y para qué quieres hacer algo así?
—Porque es lo que hace falta —aseguró Holden—. La razón de que todo esté tan mal. No nos reconocemos como personas. Los canales de noticias siempre hablan de cosas problemáticas y aberrantes. Los días que no hay revueltas en una estación del Cinturón son días en los que el Cinturón no existe. Solo se habla de rebeliones, protestas y fallos de los sistemas. Los habitantes de la Tierra y de Marte no saben nada de la vida normal, del día a día.
—Y por eso has... —Fred cerró los ojos y se apretó el puente de la nariz—. Has decidido difundir notas de prensa clandestinas, ¿no? ¿Recuerdas cuando empezaste una guerra haciendo algo parecido?
—Ese es justo el quid de la cuestión. Era una de esas cosas aberrantes, porque creía que era justo eso lo que la gente necesitaba saber. Pero he descubierto que también necesitan contexto. ¿Qué siente un adolescente al enamorarse por primera vez en Ceres? ¿Cómo lidiar con que tu padre envejezca en la estación Palas? Ese tipo de cosas que le ocurren a todo el mundo son las que nos unen.
—Los cinturianos acaban de destruir la Tierra con rocas, Holden —dijo Fred muy despacio—. ¿De verdad crees que la solución es humanizarlos? Mucha gente te considerará un traidor por hacer algo así.
—Haría lo mismo por la Tierra si ese fuera el caso, pero no lo es. Que me insulten si quieren. Mi única intención es conseguir que a la gente le cueste un poco más matarse.
Apareció una alarma en la pantalla de Fred. El anciano la miró, pero la ignoró.
—Si alguien creyese que hace falta una guerra para conseguir cantar canciones, cogerse de la mano y sembrar la paz para toda la humanidad, diría que esa persona es un narcisista y un oportunista. Quizá un megalómano.
—Pero en este caso no es «alguien». Soy yo. ¿No te vale?
Fred levantó las manos e hizo un gesto a caballo entre la desesperación y la curiosidad.
—Tengo que reunirme en privado con Draper.
—Se lo comentaré —dijo Holden al tiempo que se ponía en pie.
—Yo mismo se lo haré saber. Y Holden...
Se giró. En la oscuridad, los ojos de Fred eran tan negros que no se distinguía la pupila del iris. Parecía muy mayor. Cansado. Pero también decidido.
—¿Sí? —preguntó Holden.
—¿Recuerdas la canción que cantaban las dos mujeres? Pues que alguien traduzca la letra antes de la emisión. Por si las moscas.