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Pa

—¡No tienen derecho a hacer esto, joder! —volvió a gritar el capitán de la Hornblower—. Hemos trabajado duro por nuestras posesiones. Son nuestras.

—Se lo voy a tener que repetir, señor —dijo Michio Pa, capitana de la Connaught—. Tanto su nave como su cargamento le han sido confiscados por la Armada Libre.

—Es por culpa de esas labores humanitarias, ¿verdad? Si los cinturianos quieren suministros, que se los compren. Esto es mío.

—Los necesitan. Si cooperase con las labores...

—¡Nos han disparado y destrozado el cono del motor!

—Han intentado esquivarnos. Tanto sus pasajeros como su tripulación...

—¡Armada Libre por mis cojones! No son más que ladrones. Piratas, le digo.

A su izquierda, Evans, que era su segundo de a bordo y la incorporación más reciente a su familia, gruñó como si acabara de recibir un golpe. Michio lo miró, y los ojos azules del hombre hicieron lo propio. Él sonrió, una sonrisa de dientes blancos en un rostro demasiado atractivo. Era guapo y lo sabía. Michio silenció el micrófono y dejó que el hombre de la Hornblower se explayara sin ella. Luego cabeceó hacia Evans.

«¿Qué pasa?»

Evans señaló la consola con el pulgar.

—Qué enfadado está. Me gusta herir los sentimientos de un pobre coyo y ver cómo se pone.

—Esto es serio —dijo Michio con una sonrisa en el rostro.

—Y yo lo digo en serio. Fragé bist.

—¿Sensible, tú?

—Mi corazón —dijo Evans al tiempo que se llevaba una mano a su pecho escultural—. En el fondo soy un chaval.

Oyeron por los altavoces que el propietario de la Hornblower había empezado a soltar espuma por la boca de la rabia. Aseguró que Pa era una ladrona, una puta y el tipo de persona a la que no le importaba que muriesen bebés mientras recibiera su sueldo. Dijo que, de haber sido su padre, la hubiese matado en lugar de dejar que deshonrase a su familia. Evans rio con disimulo.

Michio fue incapaz de reprimir la risa.

—¿Sabías que tienes más acento cuando flirteas?

—Sí —aseguró Evans—. Soy un organismo complejo lleno de vicios y contradicciones. Tú deberías de dejar de darle importancia a lo que dice. Estabas empezando a perder los nervios.

—Todavía puedo aguantar un poco —aseguró ella al tiempo que volvía a girarse hacia el micrófono—. Señor. ¡Señor! ¿Podría tener en cuenta al menos que soy la pirata que le ha ofrecido encerrarlo en su camarote hasta que lleguemos a Calisto en lugar de tirarlo al espacio exterior por la esclusa? ¿Qué le parece?

Se hizo el silencio en la radio durante un rato, y luego se oyó un rugido de rabia ininteligible que terminó en frases como: «Me voy a beber tu puta sangre de cinturiana» o «Inténtalo y verás lo que te pasa». Michio levantó tres dedos. Oksana Busch levantó también la mano al otro lado del centro de mando para confirmar que había visto el gesto y luego tocó los controles del armamento.

La Connaught no era una nave cinturiana. Al menos no al principio. Había sido fabricada por la armada de la República Congresual de Marte y venía equipada con una amplia variedad de sistemas técnicos y militares. Llevaba en ella casi todo un año, y habían practicado con sus sistemas en secreto hasta que llegó el momento de combatir. Michio vio en la pantalla que la Connaught había identificado seis objetivos en el carguero, lugares en los que una ráfaga de los CDP o un torpedo bien dirigido podían llegar a destrozar el casco. Los láseres de objetivo se activaron y bañaron la Hornblower. Michio esperó. La sonrisa de Evans pasó a ser algo menos segura que antes. No le apasionaba matar civiles. Lo cierto era que a Michio tampoco le gustaba, pero la Hornblower no podía llegar a cruzar las puertas y alcanzar el planeta alienígena que querían colonizar. La negociación que se traían entre manos ahora solo era para dilucidar cuál iba a ser el destino de la nave y de lo que había en su interior.

—¿Quiere que dispare, bossmang? —preguntó Busch.

—Todavía no —dijo Michio—. Atenta al motor. Dispare si intentan acelerar.

—Como intenten acelerar con el cono así, nos podríamos ahorrar la munición —aseguró Busch con tono burlón.

—Hay gente en ese carguero.

Ich weiss —dijo Busch. Un momento después, añadió—: No lo han encendido aún.

La radio chasqueó y se oyeron gritos. Alguien chillaba en la otra nave, pero no a ellos. Luego se oyó otra voz, luego varias. Todas intentaban sobreponerse a las demás. Después restalló un disparo, un sonido mucho menos potente y amenazador a través de la radio.

Luego, otra voz.

—¿Connaught? ¿Está ahí?

—Aquí seguimos —respondió Michio—. ¿Con quién hablo, por favor?

—Habla usted con Sergio Plant —dijo la voz—. Capitán interino de la Hornblower. Le ofrezco nuestra rendición. No quiero que nadie salga herido, ¿de acuerdo?

Evans sonrió con alivio y gesto triunfante.

Besse oírle, capitán Plant —dijo Michio—. Aceptamos. Prepárense para el abordaje, por favor.

Luego se desconectó.

Michio creía que la historia era una gran serie de sorpresas que, en retrospectiva, parecían inevitables. Y lo que era válido para las naciones, los planetas y los complejos estados corporativos también lo era para el destino más insignificante de todos los hombres y mujeres. Así en la tierra como en el cielo. Así para la APE y la Tierra como para la República Congresual de Marte. Así para Oksana Busch y Evans Garner-Choi como para Michio Pa. Y también así para el resto de las almas que vivían y trabajaban en la Connaught como para las naves que se dedicaban a lo mismo. Pero las insignificantes historias personales de la tripulación de la Connaught parecían más importantes porque ella se sentaba donde se sentaba, lideraba como lideraba y cargaba con el peso de mantener vivos, seguros y en el bando correcto de la historia a todos los hombres y mujeres de su tripulación.

La primera sorpresa de las muchas que la habían llevado a la situación en la que se encontraba ahora era haberse convertido en parte de la división militar del Cinturón. De joven siempre había querido ser ingeniera de sistemas o administrativa en una de las grandes estaciones. Y podría haber sido así de haberle gustado las matemáticas mucho más de lo que lo hacían. Había ido a la universidad superior porque pensaba que era lo que tenía que hacer, y había fracasado en ella porque se había equivocado de lleno. Se había quedado de piedra cuando le llegó el mensaje de que la iban a echar. Pero en retrospectiva era de esperar. Todo tenía sentido visto a través de la lente esclarecedora de la historia.

Estaba mejor en la APE, o al menos en la división a la que se había unido. El primer mes le quedó claro que la Alianza de Planetas Exteriores no era una burocracia unificada con una revolución en mente, sino una especie de franquicia adoptada por la gente del Cinturón que creía que algo así podía existir. El colectivo Voltaire creía que era la misma APE, pero también el grupo de Fred Johnson que tenía su base en la estación Tycho. Anderson Dawes se comportaba como el gobernador de Ceres bajo el emblema del círculo dividido, y Zig Ochoa se oponía a él bajo el mismo emblema.

Michio consiguió forjarse una carrera militar a lo largo de los años, pero siempre con la idea de que la cadena de mando era algo muy frágil. Hubo una época en la que esa idea la había convertido en una persona muy protectora de la autoridad, tanto de la autoridad sobre sus subordinados como de la de sus superiores sobre ella. Por eso había acabado como segunda de a bordo de la Bégimo y en la zona lenta cuando la humanidad había atravesado por primera vez la puerta y llegado al centro de ese imperio de mil trescientos mundos que había heredado. También era eso lo que había acabado con la vida de su pareja, Sam Rosenberg. Después de todo aquello, su confianza en las estructuras de mando había terminado por ser algo menos absoluta.

En retrospectiva, era de esperar. Otra vez.

No sabía con exactitud cuál era la segunda sorpresa. Acabar en un matrimonio colectivo, que Marco Inaros la hubiese reclutado o tomar posesión de su nueva nave y su misión revolucionaria para la Armada Libre. Las vidas tienen más ramificaciones que las vetas de mineral, y no todos los cambios son dilucidables. Ni en retrospectiva.

—El equipo de abordaje está listo —dijo Carmondy con voz atonal debido al micro del traje—. ¿Quiere que procedamos?

Carmondy era el líder del equipo de asalto y, técnicamente, pertenecía a otra línea de mando, pero se había puesto bajo sus órdenes nada más llegar a la nave. Había vivido unos cuantos años en Marte, no era parte del matrimonio colectivo que formaba el núcleo de la tripulación de la Connaught y era lo bastante profesional como para aceptar su condición de forastero. A Michio le gustaba su actitud.

—Seamos agradables —dijo Michio—. Si empiezan a disparar, haga lo que sea necesario.

Ich weiss —dijo Carmondy, que luego cambió de canal.

Las naves no estaban acelerando, así que Michio no podía reclinarse en su asiento de colisión. De haber podido, lo habría hecho.

Cuando se hizo saber que la Armada Libre iba a tomar el control del sistema y que la puerta anular estaba cerrada al tráfico, la flota de naves coloniales que aceleraba hacia los nuevos mundos tuvo que tomar una decisión: rendirse y dejar que sus suministros se redistribuyeran en las estaciones y naves más necesitadas, lo que les permitía quedarse con las suyas; o huir y perderlas.

La Hornblower, igual que otras muchas, había hecho los cálculos y tomado la decisión de que merecía la pena arriesgarse. Habían apagado los transpondedores, virado la nave y acelerado como si no hubiese un mañana, aunque solo un poco. Luego habían vuelto a virar, vuelto a acelerar, vuelto a virar y vuelto a acelerar. Lo llamaban «Hotaru». Era una estrategia que consistía en brillar durante un instante y luego quedarse a oscuras con la esperanza de que la negrura y la vastedad del espacio los ayudara a ocultarse hasta que cambiara la situación política. Las naves tenían comida y suministros suficientes para que los colonos aguantaran en su interior durante años. El sistema era tan grande que, si conseguían evitar que los detectasen al principio, después sería casi imposible encontrarlos.

Las baterías de antenas que la Armada Libre tenía en Titán y Ganímedes habían detectado el penacho del motor de la Hornblower. A Michio no le había gustado nada que la persecución los hubiese sacado del plano de la eclíptica. La vasta heliosfera se extendía por encima y por debajo del delgado disco en el que orbitaban los planetas y el cinturón de asteroides. Michio tenía una aversión supersticiosa por esa zona, por ese vacío gigantesco que en su mente acechaba a la civilización humana tanto por encima como por debajo.

La puerta anular y el espacio irreal que había al otro lado podía parecer un lugar extraño, muy extraño, pero esa inquietud por volar fuera de la eclíptica la había acompañado desde que era una niña. Formaba parte de su mitología personal y presagiaba algo malo.

Configuró el monitor para ver las cámaras de los trajes del equipo de abordaje y puso una música tranquila. Vio la Hornblower desde unos veinte ángulos diferentes mientras oía arpas y tambores para calmarse. En la esclusa de aire había un terrícola de piel negra con los brazos abiertos. Media docena de cámaras estaban centradas en él, y también los cañones de las armas de los soldados que las llevaban. El resto vigilaba en busca de movimientos por la zona o por fuera de la nave. El hombre se impulsó hacia arriba y usó un asidero para darse la vuelta y dejar que le colocaran las esposas. Le resultó tan habilidoso que Michio supuso que esa no era la primera vez que detenían contra su voluntad al capitán Plant, si es que se trataba de él.

El equipo de abordaje empezó a recorrer la nave en grupos y a examinar los pasillos. El movimiento que vio en una cámara correspondía a una figura que vio en otra de ellas. Cuando llegaron a la cocina, la tripulación de la Hornblower flotaba en fila con los brazos extendidos y lista para aceptar cualquier destino que la Connaught les hubiera reservado. Vio que las lágrimas cubrían los rostros de los cautivos a pesar del pequeño tamaño de los monitores. Unas máscaras de aflicción formadas por ese líquido salino que se mantenía en sus rostros gracias a la tensión superficial.

—No les pasará nada —dijo Evans—. Esá? Es nuestro trabajo, ¿no?

—Lo sé —aseguró Michio sin apartar la vista de las pantallas.

El equipo de abordaje recorrió las cubiertas y se hizo con el control del centro de mando. Se movían como un único organismo con veinte ojos. Eran una consciencia forjada gracias a la profesionalidad y el entrenamiento. El centro de mando no estaba en buenas condiciones. Había un terminal portátil y una burbuja de líquidos que estaban pegados a una toma de aire. Los asientos de colisión estaban girados sin ton ni son porque no había gravedad de aceleración para colocarlos. El lugar le recordó a uno de esos vídeos de naufragios de barcos en la Tierra. La nave colonial se hundía en el vacío infinito del espacio.

Recibió la esperada llamada de Carmondy y apagó la música apacible. La solicitud de llamada emitió un respetuoso tañido.

—Nos hemos hecho con el control de la nave, capitana —dijo. Dos de sus hombres le miraban mientras lo hacía, por lo que Michio vio que sus labios y su mandíbula articulaban las palabras desde dos ángulos diferentes a través de las cámaras—. No se han resistido ni ha habido problema alguno.

—¿Primera oficial Busch? —llamó Michio.

—Los cortafuegos están desactivados —dijo Oksana—. Tous und alles.

Michio asintió, más para sí que para Carmondy.

—La Connaught se ha hecho con el control de los sistemas de la nave enemiga.

—Estamos estableciendo un perímetro y poniendo a buen recaudo a los prisioneros. Comenzando comprobaciones automáticas.

—Entendido —dijo Michio. Luego miró a Evans—. Nos alejaremos lo suficiente para salir del alcance de la explosión, por si ocultan bombas en los depósitos de cereales.

—Recibido —dijo Evans.

Los propulsores de maniobra la impulsaron contra las correas a menos de una décima de g durante los escasos segundos que duró el acelerón. Quitarle a un grupo de personas algo que creían que les correspondía por derecho era muy peligroso. La Connaught tenía todos los ojos puestos en el equipo de abordaje y estaba preparada para defenderlo. Por si fuera poco, Carmondy también comunicaba su posición cada media hora con un algoritmo de cifrado de un solo uso. Si en algún momento no lo hacía, Michio convertiría la Hornblower en una nube dispersa de gas caliente que serviría de advertencia a cualquiera que se encontrase cerca. Y los varios miles de personas de Calisto, Ío y la luna Europa tendrían que rezar para que el resto de las misiones confiscatorias de la Armada Libre tuviesen éxito.

El Cinturón había conseguido librarse al fin del yugo de los planetas interiores. Se habían hecho con el control de la estación Medina en el centro del espacio de los anillos y también contaban con la única armada operativa de todo el Sistema Solar, así como con la gratitud de millones de cinturianos. Visto en retrospectiva, era la mayor declaración de independencia y libertad que había hecho la especie humana en toda su historia, pero también tenían que preocuparse del aquí y del ahora, de que los cinturianos no muriesen de hambre.

Carmondy y sus hombres pasaron los dos días siguientes asegurándose de que los aspirantes a colonos estuviesen bien apresados en las cubiertas selladas para así poder llevar la nave a una órbita estable alrededor de Júpiter. Luego se dedicaron a inventariar todo lo que habían conseguido con el abordaje a la Hornblower. Cuando terminaron, aún quedaba una semana para que los motores de la nave estuviesen listos para partir. La Connaught pasó todo ese tiempo vigilando el carguero, y Michio solo tuvo que encargarse de examinar la negrura que la rodeaba en busca de otros refugiados.

No quería encontrar más, y estaba segura de que el resto de los integrantes de su matrimonio colectivo tampoco quería.

Bossmang, tenemos confirmación de Ceres —dijo Oksana con un tono que denotaba que había pasado algo.

—Bien —dijo Michio, que añadió cierto retintín a su tono para indicarle a Oksana que también se había dado cuenta de lo que quería decir pero no había pronunciado. Oksana Busch había sido su esposa durante casi todo el tiempo que el matrimonio llevaba unido. Se conocían muy bien.

—También hemos recibido algo más. Un mensaje individual.

—¿Qué quiere Dawes? —preguntó Michio.

—No es Dawes. Es el pez gordo.

—¿Inaros? —preguntó Michio—. Reprodúzcalo.

—Está encriptado para ser reproducido únicamente con los permisos del capitán —explicó Oksana—. Puedo enviárselo a su camarote o a su terminal portátil si...

—Reprodúzcalo, Oksana.

Marco Inaros apareció en el monitor. Por la manera en la que el pelo le caía sobre el rostro, tenía que encontrarse o en Ceres o acelerando en el interior de una nave. El fondo que se entreveía detrás no era suficiente para determinar si se encontraba en una oficina o en un camarote. Tenía una sonrisa encantadora que se reflejaba en la acogedora mirada de sus ojos negros. Michio sintió que el pulso se le aceleraba un poco e intentó convencerse de que era miedo y no atracción física. Era cierto en gran medida, pero no podía negar que era un cabrón carismático.

—Capitana Pa —dijo Marco—. Me alegra saber que ha conseguido abordar la Hornblower sin bajas. Otra prueba más de sus capacidades. Está claro que no nos equivocamos al ponerla al frente de esta misión confiscatoria. Todo ha ido bien y estamos listos para llevar a cabo la siguiente fase de nuestro plan.

Michio miró a Evans y a Oksana. El hombre no dejaba de atusarse la barba, y la mujer hacía lo posible por no cruzar miradas con Michio.

—Nos gustaría que enviase la Hornblower directamente a Ceres —anunció Marco—. Pero antes de hacerlo tengo intención de convocar una reunión. Una en petit comité. Dawes, Rosenfeld, Sanjrani, usted y yo. En la estación Ceres. —Se le ensanchó la sonrisa—. Ahora que controlamos el sistema deberíamos hacer algunos cambios, ¿no cree? La Pella ha calculado que podría llegar a la estación en dos semanas. Me alegraré de verla en persona.

Le dedicó con brusquedad el saludo de la Armada Libre. El que él mismo se había inventado. La pantalla se quedó en negro. Michio sintió una mezcla de confusión, inquietud y alivio que era muy difícil de identificar. Que su misión hubiera cambiado de improviso casi sin explicación alguna la había dejado traspuesta. Y acudir a una reunión con un petit comité como el que acababa de anunciarle Inaros la hacía sentir de la misma manera que los días previos a que la Armada Libre declarara su independencia. Los años que había pasado conspirando en la sombra le habían dejado hábitos de los que era complicado deshacerse, aunque hubiesen salido victoriosos. Pero al menos volvería al plano de la eclíptica y abandonaría esas latitudes sombrías donde solo podían llegar a ocurrir desgracias. Desgracias terribles.

«Desgracias como pedirle que acudiera a una reunión inesperada», dijo una vocecilla apacible en su cabeza.

—¿Dos semanas? —preguntó Michio.

—Es posible hacerlo —respondió Busch casi antes de que terminase de formular la pregunta. Ya había fijado la ruta—. Pero tendríamos que pegar un buen acelerón y dejar a su suerte a la Hornblower.

—A Carmondy no le va a gustar —comentó Pa.

—¿Y qué va a decir? —preguntó Oksana—. Ya ha visto quién ha dado la orden.

—Ya —accedió Michio.

Evans carraspeó.

—¿Vamos a ir, entonces?

Michio levantó un puño: «sí».

—Es una orden de Inaros —dijo, para zanjar cualquier discusión posible al respecto.

—Bueno, pues gut —convino Evans, aunque el tono de su voz evidenciaba algo bien diferente.

—¿Ocurre algo? —preguntó Pa.

—Pues que no es la primera vez que cambiamos de plan —respondió Evans, con el gesto constreñido a causa de la preocupación. No era muy atractivo cuando lo ponía, pero era su marido más reciente, así que decidió no comentarle nada. Los hombres guapos podían llegar a ser muy sensibles.

—Continúa —invitó Michio.

—Pues que tenemos el problema del dinero con Sanjrani. Y que el primer ministro de Marte consiguió llegar vivo a la Luna aunque la mitad de la Armada Libre intentara darle caza. Y también he oído que intentamos matar a Fred Johnson y a James Holden, pero que ambos siguen vivitos y coleando. Son cosas que me hacen dudar.

—¿Te da la impresión de que los planes de Marco no son infalibles? —preguntó Michio.

El hombre se quedó en silencio un instante, y Michio pensó que no iba a responder.

—Algo así —respondió Evans al fin—. Pero aunque ese sea el caso, cuesta mucho no dejarse llevar, ¿verdad?

—Algo así —convino Michio.