En realidad no había pasado mucho tiempo desde que Fred había embarcado con su tripulación en la Rocinante para viajar a la Luna, pero parecía una eternidad. Daba la sensación de que el lugar era mucho más espacioso ahora que la tripulación de Tycho había abandonado la nave. También más vacío. Era como si una fiesta muy larga hubiese llegado a su fin y todos los invitados hubieran vuelto a casa. Holden no estaba seguro de sentirse más solo o más tranquilo. La próxima vez que zarparan solo tendrían un piloto. Un ingeniero. Dos mecánicos, eso sí, suponiendo que ese fuese el puesto oficial de Clarissa. Después de volar tantos años en la Rocinante solo con su pequeña familia, le resultaba extraño echar de menos contar con una tripulación de reserva, pero su entrenamiento militar aún le hacía pensar que no había nadie irremplazable. Era como si tener a Chava Lombaugh en la nave hubiese aliviado el dolor que supondría perder a Alex a causa de la bala perdida de un CDP, de un derrame durante un acelerón o de cualquiera de los otros miles de cosas que podían ir mal en el espacio. O como si tener a Sandra Ip sirviese de alguna manera para reemplazar a Naomi.
Por una parte, era impensable. Por otra, era razonable. Alex era Alex, y nadie podría sustituirlo jamás. Aunque si las cosas iban mal, necesitarían otro piloto. Y las probabilidades de que las cosas fuesen mal parecían muy altas.
La Minsky había empezado el vuelo acelerando para salir de la Luna con colonos financiados por Energías Carta Real. La misma empresa que había aterrizado en Ilo, Duna Larga y Nuevo Egipto. Si las cosas hubiesen ido como pretendían, habrían cruzado los anillos de camino a aterrizar en un sistema llamado San Esteban, pero la Serrio Mal los había abordado, desvalijado y ahora se encontraban en mitad de una maniobra de desaceleración hacia Ceres con lo que quedaba de tripulación y suministros después de que Michio Pa y los suyos le hubiesen arrebatado casi todo. Una cañonera de la Armada Libre aceleraba a su lado como escolta. Seguro que era una de las naves de Pa y no se trataba de una trampa.
Lo más probable era que Fred no la fuese a reducir a gas radioactivo. Aunque no era del todo seguro.
Holden se encontraba solo en el centro de mando de la Roci y había abierto en una pantalla el diagrama de inventario mientras que su terminal portátil reproducía el último vídeo editado por Monica. El inventario emitió un sonido y se actualizó. Tardó un instante en encontrar los datos nuevos.
—¿Alex?
Alex respondió por las comunicaciones desde su puesto en la cabina, y Holden también oyó su voz ahogada de fondo.
—¿Me confirmas que las reservas de zumo de tu asiento están al máximo?
Se hizo el silencio durante un rato.
—Lo que veo es un zumo sintético barato que seguro me dará una buena migraña y también diarreas si lo usamos durante más de ocho horas.
—¿En serio?
—El zumo de la Canterbury era mejor que este —aseguró Alex.
Holden sintió cómo le embargaba la preocupación.
—¿Por qué hemos comprado un zumo de tercera?
Naomi respondió como si estuviera sentada junto a él en lugar de amarrada a un mecha de carga en el embarcadero.
—Porque la alternativa era cargar los inyectores con morfina para que no sintierais nada al ser aplastados contra el asiento. Los suministros escasean. Hay una guerra en ciernes, ya sabéis.
—Lo sabemos —aseguró Holden mientras el inventario volvía a emitir otro sonido de actualización.
—Ese error debería de ser porque la munición de los CDP está a un ochenta por ciento —comentó Amos.
—Aquí dice que ochenta y uno coma siete —apuntilló Holden.
—¿De verdad? Estoy muy seguro de que está mal calculado.
—Compruébalo —pidió Holden—. Te avisaré cuando la nave cambie de parecer.
—Estamos en ello —dijo Amos.
«Estamos.» O sea, que estaba con Clarissa. Holden iba a tener que acostumbrarse a esas cosas. Se sentía culpable por no haberlo hecho a esas alturas, pero no tenía muy claro cómo olvidarse de lo incómodo que lo hacía sentir la mujer. Dejó de pensar en ello y siguió a lo suyo, como siempre. Además, puede que muriesen en un tiroteo antes de volver a tener que pensar al respecto y que ya no le hiciese falta darle más vueltas al asunto.
El último vídeo que había editado Monica parpadeó en su terminal portátil. Era el décimo que iban a emitir. Gran parte del metraje estaba ocupado por una entrevista a unos músicos que había conocido en la zona más desamparada de la estación. Era con dos cinturianos con un dialecto tan cerrado que había tenido que usar un programa de traducción, pero que tenían una voz musical y cargada de afecto que trascendía las palabras. Monica había cambiado los subtítulos para ponerlos en la parte superior de la imagen para que las palabras quedasen a la altura de sus caras, lo bastante cerca como para apreciar sus gestos al pronunciarlas. Parecían abuelo y nieto, pero se llamaban «primo» entre ellos.
Se dedicaron a hablar de la escena musical de Ceres, de la diferencia entre la música en directo y la de estudio y también de la que había entre lo que ellos llamaban tényleges y usar micrófono. No hablaron de la Tierra o de Marte ni de la APE o la Armada Libre. Holden no les preguntó nada al respecto, y las pocas veces que habían comentado algo relacionado con la política, él había vuelto a poner la atención en la música. Esos primos eran dos recordatorios más de que no todos los que vivían fuera de un pozo de gravedad había lanzado rocas contra la Tierra. Aquel vídeo le gustaba mucho y quería que la emisión se aprobase antes de zarpar. Por si acaso. No quería darle muchas vueltas al porqué, pero por si acaso.
Los nueve vídeos anteriores habían tenido un impacto nada desdeñable, y sabía que en parte era porque su nombre aparecía en ellos. Ser una celebridad política menor tenía sus ventajas, y una de ellas era asegurarse una audiencia pequeña pero fija para este proyecto. Mejor aún, había empezado a inspirar a algunos imitadores. Gente que tenía canales en Titán, la Luna o la Tierra que hacía entrevistas sobre el día a día iguales que las suyas.
O quizá ese contenido siempre había estado ahí y era él quien lo había copiado, pero no se había dado cuenta hasta ahora.
—¿Capi? —llamó Amos. Holden se dio cuenta de que no era la primera vez—. ¿Todo bien ahí arriba?
—Sí, estoy bien. Me he distraído un poco. ¿Qué tenemos?
Clarissa fue la que respondió.
—Hemos encontrado y solucionado lo que provocaba el error. La munición de los CDP está confirmada.
—Genial —dijo Holden.
En su terminal portátil, el anciano acababa de rasguear un acorde de su guitarra mientras el joven reía. Cerró el archivo. No sabía a ciencia cierta si lo que hacía estaba funcionando o no. Su cerebro no era capaz de imaginarse la primera sensación que tendría al ver uno de esos vídeos. No sabía si la humanidad que él veía en ellos sería igual para alguien de la Tierra, de Marte o de las naves coloniales. O para los que se encontraban al otro lado de las puertas.
Oyó que Naomi subía al centro de mando antes de verla. Miró por encima del hombro mientras salía del ascensor. Tenía la ropa manchada de sudor en los lugares donde se le habían ceñido los amarres del mecha de carga, y cogió a Holden del brazo cuando se agachó a darle un beso en la frente. Tenía los ojos un poco rojos; era como se le ponían cuando estaba cansada. Lo miró desde arriba y soltó una risilla.
—¿Qué pasa?
—Que eres preciosa —dijo Holden—. Espero decírtelo lo suficiente.
—Lo haces.
—Pues entonces espero que decírtelo tanto no te resulte un peñazo.
—No te preocupes —dijo al tiempo que se sentaba en el asiento de colisión de al lado y extendía el brazo para no soltarle—. ¿Va todo bien?
—Estoy un poco agotado.
—¿Solo un poco?
—Todavía no he empezado a alucinar.
Naomi agitó la cabeza. Unos escasos milímetros a un lado y luego al otro.
—Sabes que no puedes pretender solucionarlo todo, ¿verdad?
—Sí, sé que lo de salvar a la humanidad de sí misma es un trabajo en grupo —respondió—. De verdad que lo hago para mostrarles a todos los de la Tierra, Marte, el Cinturón, Medina y las colonias que aún somos un único pueblo.
—¿Pretendes que se olviden de toda la historia de la humanidad desde el principio de los tiempos?
—Sí, y que se centren en no matarse los unos a los otros —dijo Holden.
—Bueno, al menos sabes por qué estás cansado.
Naomi le apretó los dedos, los soltó y abrió una pantalla táctica de Ceres y el espacio de los alrededores. La estación y las naves de la flota que la rodeaban como si fuesen una nube de luciérnagas azules estaban marcadas como amigos. La nave colonial y la escolta que frenaban hacia ellos estaban en amarillo, condición desconocida pero elemento a tener en cuenta. Quedaban unas pocas horas para que llegasen.
—Una parte de mí tiene la esperanza de que Fred no nos deje zarpar —dijo—. De que les pidamos desanclar los cepos, nos lo nieguen y nos quedemos atrapados en la estación.
—Y de que la nave colonial dé un giro de último minuto, acelere con el motor apuntando hacia los muelles y nos convirtamos en una bola de fuego nuclear —comentó Naomi.
Holden miró el terminal portátil y le envió su aprobación a Monica, que estaba en Tycho. Solo tardaría en llegar unos minutos a la velocidad de la luz.
—Hombre, si me lo pones así, lo de quedarse no suena tan bien.
El ascensor volvió a activarse detrás de ellos y zumbó cuando empezó a bajar. Alex, cuya voz seguía oyéndose doble por los auriculares y desde la cabina, acababa de terminar las comprobaciones con Amos y Clarissa. Holden guardó el terminal en el compartimento de alta gravedad de su asiento de colisión. No quería que empezara a salir despedido a toda velocidad por el centro de mando si las cosas se ponían feas.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Naomi con voz grave pero decidida.
—Claro.
—¿Por qué hacemos esto?
Holden deseó tener la mente algo más despejada. Llegaba un momento en el que sentía que su centro cerebral del lenguaje iba directo hacia su boca sin pasar por el resto de su cerebro.
—Porque no podemos mejorar la situación disparando a cosas. Vamos a necesitar otra estrategia.
Bobbie salió del ascensor. Había algo raro en ella, pero Holden no tenía muy claro el qué. Llevaba pantalón y camisa negra, pero la manera en la que se movía hacía que su atuendo pareciese un uniforme. Tenía los puños cerrados a los costados, pero no parecía enfadada ni tampoco nerviosa. Eso no auguraba nada bueno.
—¿Qué tal? —saludó Holden.
—Señor.
—No me llames señor, por favor. Me niego a que una tripulante de la nave me llame así. ¿Va todo bien? ¿Fred quiere algo?
—No me envía Fred —respondió Bobbie—. Estamos a punto de zarpar y me presento al servicio.
—Genial —dijo Holden—. Puedes controlar las armas desde aquí mismo o desde el asiento de artillería que hay junto a Alex en la cabina. Lo que te haga sentir más cómoda.
Bobbie respiró hondo y su amplio rostro se torció en un gesto que Holden no llegó a comprender del todo.
—Prefiero el asiento de artillería —dijo al fin, antes de subir a la cabina.
Holden vio que sus tobillos desaparecían sobre él, y se dio cuenta de que tenía el ceño tan fruncido que había empezado a dolerle un poco.
—Eso ha sido... —dijo—. ¿Ha sido un momento muy intenso?
—Ha sido un momento muy intenso —aseguró Naomi.
—¿Uno bueno o uno malo?
—Uno muy bueno.
—Joder. Qué rabia me da no haberme dado cuenta —dijo Holden.
—Venga. ¿Estamos todos amarrados? —preguntó Alex por el canal general.
La tripulación respondió uno a uno. Estaban listos. O lo más listo que se podía estar en una situación así. Holden hundió la cabeza en el asiento de colisión y configuró la pantalla para ver lo mismo que Naomi. Había una agobiante cantidad de naves flotando alrededor de Ceres. Oyó a Alex pedir que desanclaran los cepos. La autoridad portuaria de Ceres no respondió durante unos segundos que se alargaron y empezaron a desesperarlo. Y luego:
—Afirmativo, Rocinante. Tiene permiso para zarpar.
La nave se estremeció y la gravedad rotacional de Ceres desapareció mientras dejaba que el impulso los hiciera flotar hacia el vacío. Holden vio en la pantalla que un punto blanco flotaba en la tangente de la enorme curva de la estación. Pasó a las cámaras exteriores y vio la superficie curvada del planeta enano.
—Pues parece que Fred no se oponía lo suficiente como para no dejarnos marchar.
—Eso parece, sí —dijo Holden—. Espero que sepa lo que hace al confiar algo tan delicado como esto a unos agentes del caos como nosotros.
Amos rio entre dientes, y Holden se dio cuenta de que acababa de hablar por el canal general de la nave.
—Tengo clarísimo que lo está improvisando todo —comentó Amos—. Sea como fuere, lo peor que puede pasar es que nos maten y que se alegre por haber sacado a su tripulación a tiempo de la Roci. Lleva todas las de ganar.
Holden sintió la sonrisa en la voz de Bobbie cuando la oyó hablar, a pesar de sus palabras.
—Aquí no va a morir nadie sin permiso de la comandante.
—Así se habla, Berta —dijo Amos.
—Agarraos —anunció Alex—. Voy a colocar la nave para el acelerón.
Holden no solía sentir los movimientos de la nave cuando se dirigía con los propulsores de maniobra. Era un sutil baile de vectores e impulsos que había formado parte de su vida desde que había abandonado la Tierra. Pero ahora estaba tan cansado, preocupado y hasta arriba de café que le resultó molesto. La orientación de la nave cambiaba con cada breve impulso, para luego volver a quedarse del todo en ingravidez. La Roci empezó a entonar cuando Alex activó el motor Epstein durante unos pocos segundos. Los armónicos resonaron con todo tipo de matices a lo largo del casco como si del tañido de la campana de una iglesia se tratara.
—No aceleres mucho, Alex —advirtió Holden—. No queremos cargarnos a nadie con la maniobra de desaceleración. Al menos por ahora.
—No te preocupes —aseguró Alex—. Reduciremos a velocidad de atraque cuando lleguemos a su altura. El penacho del frenazo final no pillará a nadie.
—Y preparad los torpedos y los CDP —dijo Holden—. Por si acaso.
—Sin problema —dijo Bobbie—. Nos acaban de bañar con el láser de cálculo.
—¿Quién? —preguntó Holden, que quitó las cámaras exteriores y volvió a pasar a la pantalla táctica. Vio las naves de la flota desperdigadas. Las defensas que había en la superficie de Ceres. La nave capturada que se acercaba poco a poco con su escolta de la Armada Libre.
—Vaya —dijo Naomi, que empezó a pasar una enorme lista de informes de conexión que se le salía de la pantalla—. Parece que todas.
—¿Y la nave de escolta?
—Sí, esa también.
Los datos que había alrededor de las naves que se acercaban a Ceres empezaron a actualizarse para reflejar que habían dejado de acelerar, y las naves quedaron ocultas tras sendas nubes de gas sobrecalentado. Las baterías de sensores de la Roci comprobaron el contorno y las señales térmicas y lo confirmaron casi al instante. La mayor era la Minsky, grande, cuadrada y con unos satélites de comunicaciones que parecían verrugas y sobresalían del casco. Satélites con los que pretendía montar una red alrededor de un planeta alienígena. La pequeña era una corbeta marciana, una generación más reciente que la Roci, un poco más ligera, preparada para el vuelo atmosférico y seguro que con una artillería muy similar. El transpondedor no estaba activo.
—Esto no me gusta nada —comentó Alex—. Dos buenas naves marcianas que se preparan para enfrentarse. No está bien.
—¿Quién sabe? —dijo Holden—. Quizá estemos en el mismo bando.
—Si tenemos que luchar, convirtámoslo en una victoria —dijo Bobbie—. ¿Permiso para apuntar al objetivo?
—¿Nos ha apuntado a nosotros? —preguntó Holden.
—Todavía no —respondió Naomi.
—Pues aguarda, Bobbie —dijo Holden—. No quiero darle razones para atacarnos.
Una llamada entrante de Fred Johnson apareció en la pantalla de Holden, y durante medio segundo le dio por pensar que el anciano estaba en la cañonera. Luego vio que se trataba de un mensaje láser desde Ceres. Iba a necesitar dormir mucho cuando todo terminase. Aceptó la llamada, y Fred apareció en una pequeña ventana dentro de la pantalla táctica.
—¿Ya has empezado a arrepentirte? —preguntó Fred.
—Solo un poco —respondió Holden—. ¿Y tú?
—Me gustaría dejarte clara una cosa. En el supuesto de que te hagas con el control de esa nave colonial, no la quiero a menos de tres mil klicks de mis muelles. Si en el interior hay gente que necesita asistencia médica, se quedarán a bordo y nosotros enviaremos efectivos y suministros para ayudar. Que nada salga de esa nave hasta que sea analizada, escaneada, recargada, desinfectada y rociada con agua bendita por el párroco de la primera religión que encuentre. No quiero jugaditas como la de Troya.
—Entendido.
—La única razón por la que te dejo hacer algo así es porque nos da la posibilidad de rescatar con vida a prisioneros de la Armada Libre.
—¿Esa es la única razón? —preguntó Holden—. ¿Eso quiere decir que devolverás los suministros que haya en la nave a sus antiguos propietarios en lugar de usarlos para mantener con vida a los habitantes de Ceres?
Fred le dedicó una sonrisa amplia y cordial.
—No seas gilipollas.
—Atención —llamó Bobbie—. Ahora sí que nos apuntan. ¿Permiso para devolverles el favor?
—Concedido —comunicó Holden.
Bobbie dijo algo en voz baja. Holden no llegó a descifrar las palabras, pero parecía contenta.
—Ten cuidado, Holden —advirtió Fred—. Esto no me gusta nada.
—Consuélate con que si es una trampa podrás decir «te lo dije» a los restos que dejemos en el vacío.
—Tengo treinta naves listas para homenajearte con una pira funeraria nuclear tan grande que se verá en Próxima Centauri dentro de cuatro años. Si es que hay alguien por allí, ya sabes.
—No es que me consuele mucho —comentó Holden.
—Deberíamos llamar a la nave —dijo Naomi.
—¿Fred? Voy a ello. Te diré cómo ha ido tan pronto como hayamos terminado.
Fred asintió y se desconectó. Holden tragó saliva a pesar del nudo que se le había formado en la garganta.
—¿A qué distancia estamos? —preguntó.
—Ya podemos disparar torpedos —aseguró Bobbie—. Y los CDP serán efectivos en unos ocho minutos y diez segundos.
—¿El cañón de riel está preparado?
—Vaya que sí.
—Muy bien —dijo Holden—. Naomi, haz la llamada.
Un momento después, apareció otra ventana en su pantalla. Estaba en negro, pero tenía los bordes amarillos de una llamada en curso. Estaban tan cerca que no habría retraso luz. Eso ya lo ponía nervioso de por sí.
—Atención, nave sin identificar. Me llamo James Holden y me pongo en contacto con ustedes desde el buque de carga independiente Rocinante. Estamos aquí para realizar el traspaso de posesión de la Minsky. Espero que hayan venido por la misma razón. Agradecería que se identificaran.
La pantalla se quedó a oscuras. Empezó a sentir que la ansiedad se apoderaba de él. Los segundos se alargaron sin que hubiese respuesta alguna. Algo iba mal. Ensayó mentalmente y sin moverse lo que le diría en breve a Alex.
«Sácanos de aquí. Las cosas están a punto de complicarse.»
También lo que diría a Bobbie.
«Proteger a la Roci es la prioridad. Incapacita a la cañonera si puedes hacerlo. Destrúyela si es necesario.»
La imagen parpadeó. Apareció una rubia de facciones angulosas y desconocidas por un instante, pero la imagen cambio de inmediato a la de una mujer de pelo negro atado en una coleta. Una sonrisa escueta y cínica le adornaba los labios. Holden se dio cuenta de que llevaba un rato conteniendo el aliento y soltó el aire.
—Rocinante —dijo la mujer—. Aquí Michio Pa de la Connaught. Se me hace muy raro volver a verle, capitán Holden.