30

Filip

La Pella se desplazaba con dificultad a un tercio de g. Después de pasar tanto tiempo a flote, Filip sintió el tirón de la gravedad en la espalda y las rodillas. O quizá aún estuviera dolorido por los acelerones de la batalla en la que acababan de tomar partido.

La batalla que acababan de perder.

Estaba en la cocina, con un cuenco de fideos de arroz y setas de receta marciana en la mano mientras buscaba un lugar en el que sentarse, pero todos los asientos estaban ocupados. La Koto había acabado mucho peor que la Pella, un proyectil del cañón de riel había agujereado el reactor y el casco desde la roda de proa hasta la popa. La mayoría de las naves en las que había vivido Filip hubiesen quedado destruidas tras un impacto así, pero la armada de Marte había fabricado aquellas con los enfrentamientos en mente. La Koto había recibido el impacto y soltado el núcleo en una fracción de segundo, momento en el que la tripulación se había quedado atrapada e indefensa, solo con la energía de reserva para sobrevivir.

Habían obligado a la Shinsakuto a alejarse de ellos, acosada y hostigada por naves enemigas y torpedos de la flota conjunta y Ceres. Si la Rocinante hubiese acabado con la Pella, la tripulación de la Koto aún seguiría a flote en el espacio. O quizá estarían muertos a estas alturas después de que se rompiesen los recicladores de aire, asfixiados hasta morir y abrazados los unos a los otros a causa del pánico propio de la muerte. En vez de eso, estaban en la Pella, compartiendo catre con la tripulación habitual, hacinados en la cocina y evitando mirar a Filip mientras él intentaba encontrar un hueco en el que sentarse.

Su tripulación también estaba por allí. Hombres y mujeres con los que viajaba desde antes de que empezase todo esto. Aaman. Miral. El de las alas. Karal. Josie. Ellos también apartaban la mirada, como los demás. Solo la mitad llevaba el uniforme de la Armada Libre. La tripulación de la Koto y la Pella había pasado a llevar ropa más cómoda y práctica, y algunos de los que aún llevaban el uniforme se lo habían arremangado o se habían dejado el cuello abierto. Filip se sintió por primera vez un poco imbécil por llevar el uniforme limpio y abrochado hasta arriba. Como un niño que se disfraza con la ropa de su padre.

El murmullo de las conversaciones era como una pared que lo aislaba de sus compañeros. Titubeó. Podría haber cogido el cuenco para llevarlo a su camarote. En realidad no es que lo ignorasen, sino que el lugar estaba muy lleno y todos estaban afectados por haber perdido la batalla. Se dirigió hacia el pasillo con intención de marcharse, pero luego se detuvo y miró hacia atrás por si veía un hueco libre, la esquina de un asiento que hubiese pasado por alto. Un lugar para él.

Pilló a Miral observándole. El anciano asintió y se echó a un lado para hacerle un poco de hueco. No se acercó a toda prisa como un niño pequeño, pero sí fue rápido, preocupado por que el espacio desapareciese antes de tener oportunidad de sentarse.

Karal estaba frente a Miral, todos aplastados entre cuerpos de desconocidos. Una mujer de piel negra y con una cicatriz en el labio superior. Un hombre delgado con un tatuaje en el cuello. Una anciana con el pelo blanco y rapado que le dedicaba una sonrisa asimétrica y nada amistosa. Karal era el único que reconoció a Filip, y se limitó a gruñir y saludarlo con un cabeceo.

La anciana habló, y a Filip le dio la impresión de que seguía el hilo de una conversación que había empezado antes de que él tomara asiento. También notó que su voz tenía la naturalidad de alguien que oculta algo en realidad.

Mit mis coyos de la Shinsakuto, creemos que la flota de Ceres estará ahí para siempre. La Tierra lejos de la Tierra.

—Para siempre es mucho tiempo —dijo Miral, que contemplaba la mesa como si leyese algo en ella—. No me extrañaría que estuviesen un año, dos o tres. Aber no son más que suposiciones.

—No podemos ver el futuro. Solo el ahora, ou non? —dijo la mujer.

Filip le dio un bocado a los fideos, que estaban muy salados. Había esperado demasiado para comer y habían empezado a ponerse duros. La anciana sonrió como si acabara de ganar una discusión, se inclinó hacia delante y puso los codos sobre la mesa para que se le viese bien el tatuaje del círculo dividido de la APE que tenía en una de las muñecas. Daba la impresión de que lo estaba exhibiendo.

—Me refiero a que quizá va siendo hora de que ganemos algo, sa sa? Ceres. Encélado. Da la impresión de que a la única que podemos darle una buena paliza es a Michio Pa, y tampoco mucho.

—Destruimos la Tierra —aseguró Filip. Pretendía decirlo como si fuese un comentario de pasada, uno fortuito, pero lo pronunció con voz estridente y a la defensiva. Las palabras se quedaron flotando sobre la mesa como si fuesen algo roto e imposible de arreglar. La sonrisa de la anciana se estrechó y se volvió más desagradable aún. O quizá se lo estuviese imaginando. Fuera como fuese, la mujer se reclinó y apartó los codos de la mesa. Se levantó y se marchó, pero a Filip le dio la impresión de que lo hacía después de haber dejado claro cuál era su opinión al respecto.

Karal carraspeó y agitó la cabeza.

Non ti preoccupare, Filipito —dijo.

—¿Por qué iba a preocuparme? —preguntó él mientras daba otro bocado a los fideos.

Karal abarcó la estancia con la mano. La estancia y las personas que la ocupaban.

—La situación es la que es después de una batalla así, ou non?

—Sí —dijo Filip—. Bist gut. Entiendo.

Miral y Karal se miraron, y Filip fingió que no se había dado cuenta. El resto de la tripulación de la Koto se quedó en silencio.

—Oye, coyo —dijo Miral al tiempo que le tocaba el hombro a Filip—. Termínate eso y ven a ayudarme con unas reparaciones, sa sa? Quedan varias cosas que arreglar entre los cascos.

Filip apartó el cuenco con la punta de los dedos.

—Ya he terminado —dijo—. Vamos, nous.

El ataque que había dejado fuera de juego a la Pella solo habían sido varios proyectiles de los CDP. De haberles impactado de manera directa, los daños hubiesen sido menores. La parte de la nave que quedaba por encima de la cabina y el centro de mando estaba inclinada y también reforzada contra esa clase de proyectiles. Puede que un impacto así hubiese levantado una sección del casco y hecho un gran estruendo, pero las entrañas de la nave hubiesen quedado impolutas. Lo que había ocurrido en realidad era mucho peor: los disparos habían atravesado todo el flanco. Los bastidores de los propulsores de maniobra y los cañones de los CDP de la Pella, las baterías de sensores y las antenas exteriores habían sufrido daños. Era como si alguien hubiese pasado una espátula por el exterior de la nave y arrancado todas las partes que sobresalían. Los daños habían dejado un punto ciego en la cobertura de los CDP, pero por suerte el torpedo que había conseguido atravesar las defensas no había estallado. Hubiese partido en dos la nave de haberlo hecho, y la vieja cabrona de la cocina hubiera tenido que suplicar a los interianos para que su culo arrugado no acabara asfixiado en su propio dióxido de carbono.

El torpedo había impactado contra la nave aun así, con la fuerza suficiente como para romper el casco exterior. Y les tocaba hacer el tedioso trabajo de buscar todos los fragmentos que habían quedado sueltos en el interior de la nave. Dejar esquirlas de metal y cerámica flotando por ahí entre los cascos era equivalente a una muerte segura cuando activaran los propulsores de maniobra. Razón por la que Filip y Miral se pusieron el traje y comprobaron los sellos, las botellas y los respiradores entre ellos. Luego se lanzaron al espacio entre los cascos de la nave. El diseño de las naves marcianas era elegante y bien estructurado, y ellos lo tenían etiquetado con las fechas de revisión y las de las últimas veces que se había cambiado cada pieza. Filip examinó la placa combada del casco exterior a la luz blanca de la linterna y vio el hueco aserrado a través del que se observaba el firmamento. El plano galáctico resplandecía blanco y dorado contra la negrura. Costaba mucho no pararse a admirarlo.

Mirar a las estrellas y verlas tal cual no era lo mismo que mirar unos puntos en una pantalla. Filip había pasado toda la vida en naves y en estaciones. Solo podía ver esos miles de millones de puntos de luz fija cuando le encargaban alguna reparación. Siempre era precioso, y a veces inquietante. En esta ocasión, la imagen se le antojó como una promesa. El abismo insondable se abría a su alrededor, le susurraba que el universo era mucho mayor que su nave. Mayor que todas las naves juntas. La humanidad podía poner una bandera en mil trescientos de esos puntos, pero jamás llegaría a ocupar un porcentaje destacable de esa inmensidad. Ese era el imperio por el que luchaban y morían los interianos. Algo más de cien docenas de planetas que parecían un error de redondeo cuando se miraba la totalidad del universo.

—Oye, Filipito —llamó Miral por el canal privado del traje—. Vente. Creo que he encontrado algo.

Commé. Moment.

Miral estaba agachado junto al conducto de energía de la batería de sensores. Apuntaba con la luz hacia un fragmento del casco interior, que tenía una raja corta y resplandeciente fruto de un arañazo. El hombre pasó el guante sobre ella y se rompió un poco más. Era cerámica.

—Vale, mierdecilla —dijo Filip, que empezó a recorrer el lugar con la luz—. ¿Dónde estás?

—Avancemos un poco —dijo Miral mientras se empezaba a impulsar por los asideros.

Las tripulaciones harían una inspección mucho más a fondo cuando llegasen a Palas. Había herramientas que expulsaban ráfagas de nitrógeno y argón en cada uno de los pliegues y curvas de la nave para sacar cualquier cosa que pudiese haber quedado atascada en el interior. Pero lo cierto es que era mucho mejor intentar eliminar la mayoría antes de llegar. Entre los cascos no había nadie, y era el trabajo más solitario que se podía llevar a cabo en la Pella, razón más que suficiente para ponerse a ello.

Miral soltó un resoplido de victoria que llamó la atención de Filip y le hizo acercarse para ver qué había encontrado. El hombre sacó unos alicates del cinturón, se acercó aún más a un tramo de conducto que había quedado agujereado por el impacto y terminó por sentarse con una sonrisa que Filip vio a través del casco. La esquirla era del tamaño de una uña, aserrada por un lado y suave por el otro.

Filip silbó con admiración.

—Qué grande.

Oui —convino Miral—. Dejar rebotar aquí dentro a este cabroncete hubiese sido como disparar un arma, ou non?

—Venga. Uno menos —dijo Filip—. Veamos cuántos más somos capaces de encontrar.

Miral hizo un gesto asertivo con el puño y se metió la esquirla en el bolsillo.

—¿Sabes una cosa? Cuando tenía tu edad bebía mucho, moi. Pasaba mucho tiempo con un coyo que no dejaba de hablar de todas las peleas en las que se había metido. Eran muchas. Supongo que le gustaban.

—Vale —dijo Filip mientras descendía y recorría con la linterna el bastidor de un propulsor de maniobra. No sabía qué pretendía Miral al contarle algo así.

—Pues este coyo siempre decía que cuando las cosas se ponían tensas siempre era porque no quería hacer el ridículo, sa sa? Puede que en realidad no quisiese hacer daño a nadie, pero no conocía otra manera de salir al paso sin que su tripulación lo acabase considerando alguien débil.

Filip frunció el ceño detrás del visor del casco. ¿Quizá Miral quería relacionar lo que contaba con lo ocurrido en Ceres? A veces Filip se sentía un poco mal por lo que había pasado. No por la violencia en sí, pero seguía sintiéndose un poco avergonzado porque esa chica del bar le hubiese dejado tirado. No era algo a lo que quisiese darle muchas vueltas, la verdad.

Quoi sa, ist —dijo con esperanza de haber zanjado la conversación.

Pero Miral siguió hablando.

—Solo quiero decir que un hombre que cree que ha quedado mal, puede llegar a decir cosas que no pretendía decir, sa sa? O hacer cosas que no quería hacer.

«Yo no he hecho nada que no quisiera hacer —pensó Filip, aunque no dijo nada—. Y lo volvería a repetir.»

Pero decir algo así era demasiado brusco y hoy ya había quedado como un niñato. Mejor no decir nada. Luego descubrió que Miral en realidad no se refería a él.

—¿Tu padre? Es un buen hombre. Es cinturiano hasta el tuétano, ou non? Pero ese cabrón de Holden siempre consigue trastocarlo. Alles perdemos a veces, und alles nos enfadamos. No es ni bueno ni malo, las personas somos así. No hay que tomárselo tan a pecho.

Filip se quedó quieto y se dio la vuelta.

—¿Qué no hay que tomarse tan a pecho? —preguntó con tono inquisitivo para exigirle a Miral que se explicase mejor.

—Lo que quiero decir es que tu padre no dice las cosas en serio.

Filip apuntó hacia Miral con la luz y la hizo relucir en el visor del casco del anciano. Miral entornó los ojos y se los cubrió con la mano.

—¿Y cuáles son esas cosas que no dice en serio?

El camarote de Marco estaba limpio como una patena. Las paredes brillaban con la luz como si las acabasen de pulir. Las manchas oscuras que siempre se formaban junto a los asideros más cercanos a la puerta, por el tacto de miles de manos, se habían limpiado a conciencia. El monitor no tenía la más mínima mota de polvo. Salía un ligero aroma a sándalo del reciclador de aire, pero no era suficiente para ocultar el olor a desinfectante ni a líquido antifúngico. Hasta los cardanes del asiento de colisión resplandecían a la suave luz de la estancia.

Su padre miraba el monitor, tan acicalado que lucía inquietante. Tenía el pelo muy limpio y peinado a la perfección. La barba suave, de color castaño y tan bien recortada que casi parecía falsa. Las dobleces del uniforme también evidenciaban que era nuevo. Las costuras lucían perfectas, como si cedieran a una fuerza de voluntad con la que podía poner a raya al resto de la tripulación, como si todo el control del que Marco había hecho gala en el sistema se concentrase en un solo lugar. Ningún átomo del aire parecía fuera de sitio.

La imagen de Rosenfeld relucía en la pantalla. Filip oyó que hablaba sobre algunas de las cosas que habían ocurrido recientemente, pero Marco detuvo la reproducción y se giró hacia él.

—¿Sí? —preguntó.

Filip no fue capaz de identificar el tono de voz. Sin duda era uno calmado, sí, pero Marco disponía de miles de variedades de calma y no todas significaban que las cosas iban bien. No habían hablado desde la batalla con la Rocinante.

—Estaba hablando con Miral —dijo Filip al tiempo que se cruzaba de brazos y se apoyaba en el marco de la puerta. Marco no se movió. No apartó la mirada ni agitó la cabeza. Sus ojos oscuros dejaban a Filip desnudo e inseguro, pero no había escapatoria—. Dijo que vas diciendo por ahí que lo que ocurrió es mi culpa.

—Es tu culpa.

Unas palabras simples. Impertérritas. Sin rabia alguna, ni acusatorias ni burlonas. Filip las sintió como si le hubiesen dado un golpe en el pecho.

—Bien —dijo—. Gut.

—Tú eras el artillero. Y escaparon. —Marco extendió los brazos con un gesto de indiferencia repentino y de precisión quirúrgica—. ¿Era una pregunta? ¿O me quieres decir que fue culpa mía por confiar en que podías hacerlo?

Filip tuvo que hacer dos intentos para hablar a través del nudo que se le había formado en la garganta.

—No fui el que nos llevó directos hacia esos proyectiles, moi —dijo—. Artillero, moi. Y no tenemos un cañón de riel. El pinche Holden sí que tiene uno.

Su padre ladeó la cabeza.

—¿Te acabo de decir que fue culpa tuya y te dedicas a intentar justificar tus errores? ¿Eso es lo que pretendes?

Ahora Filip sí que reconoció la voz calmada con la que le hablaba su padre.

—No —dijo. Luego añadió—: No, señor.

—Bien. Bastante problemático es que la hayas cagado de este modo, así que será mejor que no empieces a lloriquear.

—No —aseguró Filip con lágrimas en los ojos. Sintió que la vergüenza le bullía en las venas como si fuesen drogas de mala calidad. También empezó a temblar—. No lloriqueo, moi.

—Pues asúmelo. Dilo como un hombre. Di «la cagué».

«No la cagué —pensó Filip—. No fue mi culpa.»

—La cagué.

—Muy bien —dijo Marco—. Estoy ocupado. Cierra la puerta al salir.

—Sí. Vale.

Marco volvió a mirar la pantalla después de que Filip se girase. Le habló con una voz tenue como un suspiro.

—Los lloriqueos y las excusas son cosas de mujeres, Filip.

—Lo siento —dijo el chico, que cerró la puerta al salir.

Recorrió el pasillo estrecho y oyó voces que venían del ascensor. También de la cocina. Había dos tripulaciones donde solo debería haber una, y no soportaba estar cerca de nadie. Ni siquiera de Miral. Sobre todo de Miral.

«Me ha echado la culpa», pensó Filip. Era tal y como Miral había dicho. No habían conseguido mantener el control de Ceres y luego Pa había insultado a Marco desertando. Se suponía que ese era el plan que iba a demostrar que no se podía tomar el pelo a la Armada Libre y que la manada de tres lobos iba a detener a la puta Rocinante.

Marco acababa de ser humillado y la mierda le había salpicado a él, nada más. A pesar de todo, a Filip le dolían mucho las entrañas. No había sido culpa suya. Había sido culpa suya. No había lloriqueado ni puesto excusas. Aunque puede que sí que lo hubiese hecho.

Encendió la luz de su camarote. Se estaba quedando con uno de los técnicos de ingeniería, que parpadeó como una cría de ratón.

Quoi? —preguntó el hombre.

—Estoy cansado —respondió Filip.

—Pues cánsate en otra parte —dijo el técnico—. A mí me quedan dos horas de sueño.

Filip apoyó el talón en el asiento de colisión y lo hizo girar. El técnico extendió una mano, lo detuvo y se desamarró.

—Vale —dijo—. Si tan cansado estás, échate a dormir.

El hombre cogió su ropa sin dejar de murmurar y se marchó. Filip cerró la puerta y se hizo un ovillo en el asiento, sin quitarse el uniforme que apestaba a sudor y al traje espacial que se había puesto antes. Sintió que le daban ganas de llorar, pero reprimió las lágrimas, las ocultó en algún otro lugar de su cuerpo.

Marco se equivocaba. Su padre le había puesto en evidencia porque Holden, Johnson y Naomi les habían ganado la batalla. Era tal y como había dicho Miral. En situaciones así, los hombres dicen cosas que no pretenden decir y hacen cosas que no harían en otras circunstancias.

Filip no la había cagado. Marco se equivocaba. Eso era todo. Por una vez, se había equivocado.

Las siguientes palabras aparecieron en su mente como si alguien las acabase de pronunciar. Nunca las había oído, pero se las imaginó con la voz de su madre.

«Imagina en qué más se habrá equivocado.»