—Torpedos —dijo Evans—. Cinco. No... Siete.
—¿Quién los ha disparado? —preguntó Michio, aunque sabía la respuesta. Los ataques que habían tenido lugar por todo el Cinturón habían debilitado las defensas de la Armada Libre en Palas porque las naves habían tenido que abandonar la estación. Tenía que agradecer a Holden que no la hubiera usado a ella ni a sus naves como carne de cañón.
—La estación Palas —confirmó Evans—. Ninguno de los disparos viene del espacio.
—Ya están al alcance de los CDP —dijo Laura—. Solicito permiso para disparar.
—Permiso concedido —dijo Michio—. Oksana, maniobras evasivas cuando sea necesario. Vamos a enseñarles a esos cabrones lo bien que se nos da bailar.
—Sí, capitana —dijo Oksana, que tenía la boca abierta a causa de la emoción y de la concentración.
La Connaught viró y se agitó un momento después. Josep soltó un grito de batalla por el canal de comunicaciones. Foyle los llamaba los Jinetes del Apocalipsis. La Connaught, la Serrio Mal, la Panshin y la Solano, las naves con más experiencia de la flota de disidentes de Pa. Arremetieron contra la estación Palas desde cuatro direcciones diferentes para dividir las defensas locales lo máximo posible. De haber tenido más tiempo, quizá Marco también hubiese sacado todos los recursos de Palas, saboteado la infraestructura de las fábricas y abandonado allí a todos los que no tuviesen manera de escapar para dejarlos en manos de Pa y fuese ella las que los rescatara o los dejara morir.
Pero esa idea daba por hecho que la Armada Libre tenía algún lugar al que escapar.
—Dos menos —anunció Laura—. Quedan cinco.
—Cuanto antes, mejor —dijo Michio.
El metal y la cerámica restallaron y aullaron a causa de la presión. La Connaught viró, aceleró, apagó el motor y terminó por quedarse a flote para que los CDP tuviesen un mayor campo de fuego. Oyó resonar los disparos de Laura, que hicieron vibrar la nave y destruyeron tres torpedos más de la estación a pesar de que la Connaught avanzaba hacia ellos de lado. La superficie del asteroide resplandeció por encima de ellos, su objetivo, su enemigo y el hogar de decenas de miles de personas por las que había desertado y puesto en peligro su seguridad para ayudar y proteger.
—Intente que los proyectiles no impacten contra la estación si puede.
—Lo intentaré, capitana —dijo Laura, pero sus palabras no dejaron lugar a dudas. Si tengo que elegir entre nosotros y ellos, serán ellos. Michio tuvo que aceptarlo.
—Están disparando a la Panshin —dijo Evans—. También a la Serrio Mal.
—¿Y a la Solano? —preguntó Michio.
La Solano era la que había recibido más disparos durante las incursiones y la refriegas desde que se habían separado de Marco, razón por la que habían decidido convertirla en una nave a sacrificar vaciándola de tripulación y materiales útiles. Era la parte más importante de su plan de ataque. Tres de sus naves para distraerlos y desarmar Palas hasta el punto de que aunque la dejasen como un colador, los restos que cayesen en los muelles provocasen un destrozo irrecuperable.
—Está muy lejos aún. No han podido fijarla como objetivo —respondió Oksana.
—Cuatro menos —dijo Laura—. Menudo incordio el último... ¡Al fin!
—Capitana —llamó Oksana—. Vamos a tener que volver a realizar una maniobra de desaceleración si no queremos acercarnos demasiado a la estación.
—Hágalo —dijo Michio—. Yo me encargo de las comunicaciones.
—Entendido —dijo Evans—. Han lanzado otra ráfaga de torpedos. Y empiezan a ponerse al alcance de los CDP.
Michio abrió un canal. No habría retraso luz al estar tan cerca de la estación. Todo el mundo la oiría casi al mismo tiempo de hablar. Era un poco raro después de pasar tanto tiempo dependiendo del retraso de largas distancias. Se preparó delante de la cámara mientras Oksana giraba la nave y pulsaba con un manotazo los controles de desaceleración. Michio empezó a grabar.
—Aquí la capitana Michio Pa de la Connaught a todos los ciudadanos de la estación Palas. Les comunicamos que hemos venido para derrocar el falso gobierno de la Armada Libre y devolver el control de la estación a sus ciudadanos. Evacúen los muelles ahora mismo. Repito: evacúen los muelles ahora mismo. Por su seguridad. Pedimos a la administración de la Armada Libre la rendición inmediata e incondicional. Si no tenemos confirmación en los próximos quince minutos, será demasiado tarde para salvar los muelles y los astilleros. Evacúen. Por su seguridad.
El error apareció en la pantalla de comunicaciones. Les habían bloqueado la señal. La amplió todo lo que lo permitían los sistemas de la Connaught y dejó el mensaje en bucle. No tenía muchas esperanzas de conseguir un final pacífico, pero tenía que intentarlo.
La nave volvió a virar y aceleró al máximo, lo que dejó a Michio hundida en el gel del asiento. Laura gritó un taco, pero la nave no exploto. Habían conseguido esquivarlo, fuera lo que fuese.
—Le han dado a la Panshin —informó Evans—. Proyectiles de CDP. Todo bien. La Solano sigue pasando desapercibida. —Hizo una pausa y volvió a mirar la pantalla—. Parece que el plan está funcionando.
—Gracias —dijo Michio—. Empecemos a destruir sus CDP.
—Ya estoy en ello —dijo Laura—. Siempre que consiga que esos torpedos no nos... —Se quedó en silencio debido a la concentración. Michio no la interrumpió.
Eso no era lo que quería. No lo había querido nunca. Había empezado aquel plan atrevido y estúpido porque quería un Cinturón para los cinturianos, una vida que no dependiese de ser usados o explotados por las grandes fuerzas del sistema. Y ahora estaba luchando contra cinturianos junto a Marte y a la Tierra.
Sanjrani les había dado tres años. Tres y medio. Y luego una hambruna. Y ella estaba a punto de destruir los muelles de uno de los mayores puertos del sistema para que James Holden pudiese abrirse camino otra vez hacia las colonias y dejarlos a todos atrás. Era el plan que había aceptado. Su granito de arena para detener a Marco e intentar salvar el Cinturón, aunque los resultados empezaran a tener sentido dentro de tres años.
El camino que había recorrido hasta ese momento la había llevado hasta el punto en el que se encontraba ahora. Todos los que se habían convertido en sus aliados a lo largo de su vida eran buenos, competentes y leales al principio. Y todos la habían decepcionado. Y ahora iba a hacer lo mismo. Había cambiado de bando tantas veces que ya no sabía quién era.
Si se arrepentía del plan ahora, si se retiraba...
Ya había luchado en el pasado contra opresores. Y seguía haciendo lo mismo. Ya había seguido los impulsos de su corazón en el pasado. Y seguía haciendo lo mismo. Que haya cambiado la situación no tiene por qué significar que hayas cambiado también tú.
Joder.
—Evans —dijo—. ¿En qué estado se encuentra la Solano?
—Sigue de camino, capitana.
—¿Tenemos el control de la nave?
Evans la miró. Abrió los ojos como platos, presa de la incertidumbre. Del pánico.
—Tengo telemetría, sí.
—Reduce un poco la velocidad —dijo ella al tiempo que llamaba a la Panshin y a la Serrio Mal—. Danos más tiempo para reducir sus defensas.
La capitana Foyle fue la primera en aceptar la llamada, justo antes de que lo hiciese Rodriguez. Michio los vio en ventanas separadas en su pantalla, imágenes que contrastaban la una contra la otra. Él de piel pálida y ella de piel oscura, pero igual de delgados y con el pelo igual de rapado. Las imágenes se agitaron debido a la gravedad mientras la Panshin y la Serrio Mal se afanaban por evitar al enemigo cada una a su manera.
—Cambio de planes —dijo Michio—. La Solano no va a chocar contra la estación. La atracaremos marcha atrás en el muelle, dentro del perímetro de seguridad, calentaremos el Epstein y destruiremos con él todo lo que salga de la estación. Será un asedio.
La expresión de Foyle no cambió ni un centímetro al oírla. Jugar al póquer con esa mujer tenía que ser un infierno.
—Warum? —dijo Rodriguez con los labios apretados—. Ist spät para cambiar de plan.
—Tarde es mejor que demasiado tarde —aseguró Michio—. Los cinturianos de Palas no son el enemigo. No voy a convertirlos en el enemigo. Necesito que realicéis unos barridos lentos por la superficie para dejarlos sin CDP. Sin torpedos y cualquier otra arma. Sin baterías de sensores. Necesito que la estación se quede a ciegas y no pueda atacar de ninguna manera.
Ambos capitanes se quedaron un momento en silencio. Michio empezó a poner objeciones mentales a su plan, que triplicaba el riesgo de la misión. Iban a gastar un orden de magnitud más de munición en torpedos y proyectiles de CDP de lo que requeriría escoltar a la nave que habían decidido sacrificar contra los muelles de Palas. Iban a poner en riesgo a sus comandantes, a sus tripulaciones y a sus familias para intentar hacer el mínimo daño posible a una estación que intentaba destruirlos a todos de forma activa.
—Necesito que confiéis en mí —dijo. Un estallido anunció que un proyectil perdido de los CDP acababa de impactar en la Connaught. Oksana gritó algo sobre sellar la cubierta. Michio no apartó la mirada de la pantalla para que los otros capitanes viesen que ella también estaba arriesgándose.
—Dui —dijo Foyle con su voz grave que siempre daba la impresión de que se acababa de fumar un puro y bebido un whisky—. Lo que diga, bossmang. Vamos a ello.
Rodriguez agitó la cabeza, murmuró un taco y miró a la cámara con ojos cansados.
—Bien.
Michio se desconectó. Vio que Laura ya había cambiado el perfil cuando abrió la pantalla de control de armamento. Todas las armas de la superficie de la estación estaban marcadas en rojo, listas para ser destruidas. Pero no los muelles. Evans se había levantado de su asiento para poner un poco de sellador en los agujeros que el CDP había hecho en los cascos. El proyectil había atravesado el centro de mando más o menos a un metro de su cabeza. Podría haber muerto. Cualquier integrante de su tripulación podría haber muerto. Darse cuenta de algo así era equiparable a ser dos personas diferentes: una aterrorizada ante la idea de que el disparo podría haberle dado a Laura, Evans y Oksana; y la otra menospreciando la posibilidad al ver que no había ocurrido. Era su trabajo. Era la decisión que había tomado, y tenía claro que era la correcta.
La Connaught esquivó, viró y disparó proyectiles contra la superficie de Palas durante dos largas horas. Lo que debería haber sido un ataque rápido e inclemente se convirtió en una contienda larga y sanguinaria basada en la resistencia y en la munición en lugar de en las tácticas. La Panshin y la Serrio Mal le siguieron el ritmo y atacaron al unísono, como un martillo que golpea un yunque. La estación tenía demasiados inhibidores de frecuencia como para que los torpedos de Michio fuesen efectivos, y tenía mucho miedo de que ocurriese algo malo cada vez que la curva del asteroide la dejaba sin línea de visión del resto de sus naves. Tenía miedo de no volver a verlas. En una ocasión vio incluso que la Panshin regresaba de un largo barrido por la superficie con una grieta reluciente y una plancha del casco levantada.
Poco a poco fueron consiguiendo dejar un punto ciego en los muelles. La zona del espacio que permitía la entrada a Palas y que antes se encontraba bien defendida ya no lo estaba. Evans colocó la Solano en ese lugar, primero kilómetro a kilómetro y luego metro a metro, hasta que igualó la órbita de Palas y solo hacía falta un empujón breve y ocasional de los propulsores de maniobra para mantenerla.
—Encontrarán la manera de destruirla, señora —dijo Oksana—. Puede que tarden días u horas, pero no podremos mantener el asedio durante mucho tiempo.
—Colócanos en línea de visión con la Panshin, Oksana.
—Señora.
Rodriguez volvió a aparecer en la pantalla, con una sonrisa en el rostro esta vez. Una buena señal.
—¿Cómo está su tripulación, capitán Rodriguez? —dijo Michio, que no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Ist agotada, rota, jodida, confusa y lejos de casa —respondió Ezio entre risas—. Tengo una pareja en la enfermería y a uno en la morgue, pero lo hemos conseguido, ou non? Le hemos quitado a la estación todos los dientes y también la mitad de los ojos. Somos los campioni.
—Sí, lo somos —dijo Michio—. Voy a necesitar que se quede vigilando. Aléjese lo suficiente para no quedarse al alcance de cualquier cosa que pueda lanzar Palas y quédese con el control de la Solano.
—¿De niñera? —preguntó Rodriguez.
—Le han dejado el casco como el envoltorio de un condón, Ezio. No va a ir a Titán.
El rostro se le torció en un gesto de decepción, pero lo aceptó.
—Bist gut —dijo—. Nos quedaremos por aquí, pero quiero que Foyle y usted se lleven los torpedos que nos quedan, sa sa? Munición. Podremos con cualquier cosa que nos lancen con los CDP y mi sonrisa de campione.
—No los voy a rechazar —dijo Michio.
—¿Cuándo quiere que active el motor y funda a esos cabrones? —preguntó.
—Cuando esté seguro de que lo que sea que vayas a fundir es de la Armada Libre. Si son personas, no. No le haga daño a los civiles, aunque tenga que pagarlo con la nave. Matar personas porque se interponen entre nosotros y nuestro objetivo es propio de los interianos de mierda. De la Armada Libre. Nosotros no somos así.
—Así se habla —dijo Rodriguez justo antes de desconectarse. Tenía sangre en las manos cuando las levantó para dedicarle un saludo.
Michio apuntó una solicitud de mensaje láser a una de las baterías de comunicaciones menos dañadas de la estación, aunque no tenía muy claro que fuese a funcionar. No había razón alguna para que aceptaran la llamada aunque los dispositivos funcionaran a pesar de estar dañados. Pero ocurrió.
Michio vio un rostro marcado de tez oscura y familiar en la pantalla. Por lo poco que veía detrás parecía estar en un despacho bien equipado y muy iluminado que seguro se encontraba en las profundidades de la estación, tan profundo que solo podrían haberlo destruido con bombas nucleares o lanzando un reactor contra la superficie.
—Capitana Pa —dijo el hombre—. No deja usted de tomar decisiones desafortunadas.
—Rosenfeld —saludó ella.
—Entendí sus razones para desertar de la Armada Libre. Y hasta las respeté. Me quedé un tanto decepcionado al ver que se había aliado con Fred Johnson. Pero ¿esto? Convertirse en la marioneta de Chrisjen Avasarala y Emily Richards. ¿Y de Holden? —Agitó la cabeza—. No es la misma Michio. Ha cambiado.
—Lo que ha cambiado es el contexto —dijo ella—. Yo sigo siendo la misma. Y esto es lo que va a pasar ahora: tengo un motor Epstein encendido y apuntando hacia los muelles. Si veo cualquier tipo de actividad en el lugar, los reduciré a cenizas. Si veo zarpar de la superficie cualquier lanzadera o navío le dispararé hasta destruirlo y luego reduciré los muelles a cenizas. Si veo cualquier intento de sabotear la Solano, lo mismo. Si cualquier navío de la Armada Libre se acerca a menos de cien mil klicks de Palas, lo mismo. Se convertirá usted en el gobernador de una estación vieja y destruida que no será capaz de recibir ni enviar suministros.
—Recibido —dijo el hombre con voz impertérrita.
No había más que decir, pero Michio no se desconectó. Aún no. Luego añadió:
—Es su oportunidad.
—¿Cómo dice?
—Es buen político. Aproveche la oportunidad. Le acabo de dar una excusa para abandonar la lucha. Puede decirle a Marco que lo tengo acorralado. No será mentira. Sabe que aunque acabe con todos nosotros, Marco no será capaz de gobernar el sistema. ¿Qué será entonces de su plan?
—¿Mi plan? ¿Qué plan?
—El de ser el segundo al mando, la batuta del poder mientras Marco hace las veces de líder y rostro visible. Eso tampoco iba a funcionar. Nadie lo puede controlar. Es casi impredecible. No le culpo. Yo cometí el mismo error. Vi en él lo que quería ver, pero estaba equivocada. Y usted también lo está. —El rostro de Rosenfeld estaba ilegible e impertérrito. Michio asintió—. ¿Sabe cuál es la palabra mágica?
—No —respondió él con una voz cargada de desprecio—. ¿Cuál es la palabra mágica?
—Ups. Tiene que decir «ups», Rosenfeld. Reconocer que ha cometido un error. Tengo el culo de esa nave apuntando hacia usted. Le estoy dando la oportunidad de resarcirse por haber elegido el bando equivocado.
—¿Y quiere que le dé las gracias?
—Quiero que se asegure de que hay comida y agua para todos. Y también que los mantenga a salvo hasta que acabe todo.
—¿Y cuándo será eso?
—No lo sé —respondió Michio antes de desconectarse.
Se quedó sentada en el asiento durante un rato, amarrada y oyendo las voces y los sonidos familiares de la estancia. Le dolía la mandíbula de apretar los dientes. Tenía un morado cerca de la clavícula y no recordaba qué maniobra se lo había provocado. Cerró los ojos e intentó dejarse llevar. Oyó a Laura hablando por los auriculares con Bertold para determinar cuántos proyectiles de CDP les quedaban. A Oksana y a Evans riendo por una tontería para relajarse y celebrando sin muchos aspavientos la pequeña victoria que acababan de conseguir. Olió el soldador portátil de emergencia con el que acababan de sellar los agujeros en el casco. Estaba entre los suyos. Respiró hondo para llenarse los pulmones.
La pantalla de comunicaciones emitió un chirrido. Una solicitud de llamada de la Serrio Mal. Michio la aceptó, y Susanna Foyle apareció en el monitor.
—Capitana Pa —dijo la mujer.
—Capitana Foyle.
—Rodriguez me ha dicho que al final no vamos a llevar tres naves a Titán.
—Correcto.
—Hemos usado más artillería de la que estaba prevista —continuó.
—También es correcto —convino Pa.
—Si llegamos a Titán así, nos sobrepasarán en número y también en potencia de fuego.
No era una acusación. Solo una observación.
—No seremos las únicas naves —aseguró Pa—. Tendremos refuerzos.
El rostro de Foyle se dignó por primera vez a dedicarle una expresión a Pa.
—Achatados y arenosos. No podemos confiar en ellos.
—Estamos en el mismo bando —dijo Pa, y Foyle soltó una carcajada impostada.
—La seguiremos mientras sea usted la que vaya delante. No hemos llegado hasta aquí para echarnos atrás. Hemos sellado los huecos que teníamos en el casco y vendado nuestras heridas. Si usted está lista para acelerar, nosotros también lo estamos.
—Gracias.
Foyle asintió y se desconectó. Pa abrió un mapa táctico de todo el sistema en el que se apreciaban todas las batallas que tenían lugar en aquel mismo momento. Varios movimientos en Vesta. Una persecución entre cazas de la Armada Libre y una docena de naves de guerra marcianas en la que los primeros intentaban rodear el planeta rojo para perderlas de vista. Las defensas que habían dejado en Ceres persiguiendo a cuatro navíos de la Armada Libre. Las defensas orbitales de la Tierra en alerta máxima, ahora que la mayoría de las naves que patrullaban la zona habían tenido que abandonar su puesto para unirse al ataque. Un espectáculo violento representado por la totalidad de los humanos del Sistema Solar. También vio, en el borde del sistema y olvidadas, a la Giambattista y a la Rocinante, que acababan de empezar con la maniobra de desaceleración e iban de camino hacia la puerta anular seguidas por dos naves que aceleraban a toda máquina para interceptarlas.
«Buena suerte, cabronazo —pensó al tiempo que tocaba con un dedo el puntito dorado que era la Rocinante—. No hagas que me arrepienta de haber confiado en ti.»
Luego habló por el canal general de la nave.
—Todos a sus puestos. Tenemos otra batalla pendiente y no me gustaría llegar tarde.