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Marco

—¡Son coyo, son tod! —gritaba Micah al-Dujaili en la pantalla—. ¡Todos tus ti-ti soldats y du! He venido a por ti, Inaros. Por lo que le hiciste a mi familia.

Marco silenció el vídeo. Alguien también lo veía cerca, porque oyó de fondo la soflama de al-Dujaili mientras la Pella zarpaba de Calisto con media docena de naves detrás.

—¿Tenemos localizado al objetivo?

Josie levantó un puño asertivo sin apartar la vista del monitor. Solo estaban a un g, pero Marco empezó a sentir un dolor en la base del cráneo. No importaba. No era más que una molestia. Ya habría tiempo de tomarse algo que le aliviase cuando diese buena cuenta de sus enemigos. El centro de mando de la Pella estaba lleno de gente a su alrededor. Josie en el puesto de armas. Karal en el de comunicaciones. Miral murmurando por los auriculares a alguien que se encontraba en ingeniería. Eran sus lobos. Una manada de depredadores listos para atacar. Al-Dujaili gritó algo sobre la venganza. Algo sobre traicionar al Cinturón solo por la fama.

—Pues vamos a callarle la boca a ese cabrón —dijo Marco con tono natural—. Disparad a todo.

El aviso había llegado al sistema joviano a tiempo para él. La Tierra, Marte, la traidora Michio Pa, Holden. Naomi. Todos sus enemigos habían encendido los motores, preparado las armas y acelerado al máximo. La situación no le había sorprendido. Los estaba vigilando y sabía que estaban de camino. Estaba listo. Es cierto que no esperaba que le atacasen desde todos los lugares a la vez. La flota conjunta había acelerado desde Ceres, desde la Tierra y también desde Marte. Habían acelerado al máximo y cogido por sorpresa a algunos efectivos de la Armada Libre que se encontraban por la zona. Pero el espacio y la distancia eran enemigos naturales de Marco. Se tardaba lo suyo en acelerar a través de los quinientos mil millones de kilómetros que lo separaban de Marte, y el sistema joviano era el hogar de los cinturianos. Y decir cinturianos era igual a decir Armada Libre, sin importar lo que dijeran perritos falderos impertinentes como Micah al-Dujaili y Aimee Ostman. Cuando sus aliados terrícolas llegaran junto a al-Dujaili para socorrerlo, el hombre llevaría tiempo convertido en un cadáver. Y todas las naves que viajaban con él también estarían destruidas.

—Disparo —anunció Josie.

La Pella resonó con los mecanismos de los torpedos y los CDP, vibraciones que viajaban a través del casco y hacían que toda la nave tañese como una campana de guerra. Marco llegó a saborear el sonido, sabía a hielo y a cobre. Era maravilloso.

Oi, capitán —dijo Karal—. Tenemos un mensaje entrante. Otras naves quieren saber si también deberían disparar.

—Sí —respondió Marco—. Diles a todas que abran fuego.

—¿También las que kommt de Ganímedes? Esas no están al alcance.

Marco se movió para mirar a Karal. El dolor de cabeza que sentía se acentuó un poco. Conocía a ese hombre desde hacía décadas y confiaba en él. Pero Marco oyó dudas en su voz. Más que dudas. Insolencia.

—A todas. Que al-Dujaili gaste munición destruyendo los torpedos en el vacío. Así cerrará esa bocaza suya.

Dui —dijo Karal, que se giró hacia el puesto de comunicaciones y empezó a hablar en una voz demasiado baja e insistente como para que Marco se molestase en escuchar.

Había empezado a ocurrir en todas partes. Vesta. Palas. Titán. La estación Higía. Los astilleros de Tisbe. La luna Europa. Eran objetivos grandes y pequeños, como si el enemigo hubiera atacado con la idea de borrar a la Armada Libre del Cinturón de un plumazo. Y habían conseguido varias victorias, sí. Palas estaba bajo asedio. Vesta había caído. Solo los efectivos que aceleraban en dirección a Titán podrían haberse considerado el mayor ejército de la historia. Marco no sabía a ciencia cierta lo decisiva que sería la victoria del enemigo, pero le daba igual. Lo importante era que había conseguido hacerlos actuar, que se expandieran por todo el sistema a causa del miedo y de la rabia. Era la receta ideal para extralimitarse. Y era todo un alivio comprobar que la respuesta de la Tierra y Marte había sido muy cautelosa y también muy lenta.

Los esperaría. No le importaba que ganaran esas pequeñas victorias. La Armada Libre resistiría todo lo posible, se perdería en la inmensidad del espacio y luego volvería para masacrar a los objetivos que dejasen desprotegidos. Era un error que tenía claro que iban a cometer. Después de siglos de dominio, los planetas interiores aún creían que podían luchar en una guerra y ganar. Pero Marco sabía que no era así, que las guerras no se ganaban ni se perdían. Hasta ese momento, hasta que había llegado él, la Tierra y Marte pensaban que estaban en paz porque la violencia que repartían por el Cinturón nunca les era correspondida con más violencia. Era culpa de ellos. De su estrechez de miras. Habían tenido siglos para disfrutar de sus victorias, pero eso se había acabado. Y aquel paroxismo, aquel plan de batalla tan mal calculado, no les auguraba nada bueno a sus enemigos.

El Cinturón recibiría los golpes necesarios, pero nunca volvería a encajarlos sin hacer nada después. Esa sería su victoria.

—Hemos lanzado la primera andanada —dijo Josie—. Han destruido todos los torpedos. No hemos conseguido ningún impacto. ¿Vuelvo a disparar?

—No —dijo Marco—. Vamos a esperar. Que se crean que pueden con nosotros y luego los aplastaremos.

Gut —dijo Josie.

Karal murmuró algo por el canal de comunicaciones para contar lo que iban a hacer a continuación. La nave no se quedó en silencio a pesar de que no estaban disparando, pero sí que parecía mucho más tranquila. Marco estiró el cuello para intentar aliviar la tensión que sentía, pero no podía dejar de pensar en al-Dujaili. Ya había matado a Fred Johnson con sus propias manos, y ahora todas las facciones de la APE que habían sido lo bastante estúpidas como para ponerse de parte del terrícola tendrían su merecido.

Abrió la pantalla táctica. Las ocho naves enemigas lideradas por la Torngarsuk de al-Dujaili estaban lo bastante desperdigadas como para que no se pudiese acabar con dos de un solo torpedo, pero cerca para protegerse entre ellas con los CDP. A pesar de la soflama tóxica de al-Dujaili, el hombre no había perdido los papeles y parecía saber muy bien lo que hacía.

La Pella y las otras seis naves de la Armada Libre que habían salido de los astilleros de Calisto estaban aún más desperdigadas y ocupaban más espacio. También las sobrepasaban en número por el momento, pero había otras diez que aceleraban a toda potencia desde Ganímedes y que no tardarían en llegar. Marco sonrió.

—Frenemos hasta un cuarto de g —dijo—. Que las naves de Ganímedes coordinen las maniobras de desaceleración y tengan cuidado. Vamos a ver si el enemigo espera lo suficiente como para que seamos nosotros quienes los sobrepasemos en número. Preparémonos para virar y hacerlos moverse en caso de que nos ataquen.

Gut —dijo Josie—. Aber... Han empezado a disparar.

—¡Pues vamos! —gritó Marco, como si la Pella formase parte de su cuerpo, como si pudiese hacerla virar solo con su fuerza de voluntad.

—¿A un cuarto de g? —gritó Karal, pero Marco se adelantó mientras soltaba gritos sin sentido y se hizo con el control de la nave.

A sus mandos, la Pella se abalanzó hacia delante y lo impulsó a él hacia atrás. El casco chirrió y gruñó, pero vio el plan de acción de Josie en los sistemas y luego empezó a oír el magnífico y extraordinario rugido de las armas. Vio los arcos de los CDP que aún estaban a demasiada distancia del enemigo para convertirse en una amenaza a tener en cuenta, pero lo bastante cerca como para obligarlos a moverse. Luego vio los torpedos. Los de la Pella y los del resto de las naves que la acompañaban. También vio un grupo muy grande que se acercaba, eran los torpedos de las naves de Ganímedes. Todos se iban a terminar por unir y atacar al mismo tiempo al enemigo. Fuego, metal y sangre. Era música para sus oídos. Todo un deleite.

Cambió el curso de la Pella. Puso algunos propulsores al máximo de potencia y sintió la gloriosa fuerza de la rotación en su sangre, así como la dolorosa presión del asiento de colisión al contenerlo. Alguien gritó, pero Marco ya no le hacía caso a nada. Estaban en mitad de una batalla, de la gloria, la victoria y el poder.

Vio un aviso de proximidad, y los CDP de la Pella se movieron automáticamente para acabar con un torpedo enemigo que había conseguido evitar los disparos. Marco rio. El resto de las naves habían seguido su ejemplo y se habían girado hacia la Torngarsuk. Una de las naves de al-Dujaili calculó mal el movimiento y recibió el impacto de un torpedo de las naves de Ganímedes. Empezó a rotar mientras perdía aire. Una de las naves de Marco perdió un propulsor de maniobra debido al impacto de otro torpedo, y tres de los enemigos restantes se coordinaron para destruirla con sus CDP como leones que se abalanzan sobre una gacela herida. Marco sintió el gozo de la batalla incluso en esos momentos de pérdida y rabia.

Era una situación desagradable, brutal y directa. Ya no podían depender de soluciones inteligentes ni de trampas elegantes. Era un combate cuerpo a cuerpo en el que iban a recibir golpes hasta que uno de los dos cayese en la lona. Sintió la misma sensación que sentirían los hombres en el pasado, la misma que los había llevado a un campo de batalla con piedras y palos, dándose más y más y más hasta que solo quedaba un bando en pie. Y ese bando sería el de Marco. La Armada Libre, y al carajo con todos los demás.

La Torngarsuk fue la última en quedar destruida. Empezó a bailar entre los arcos de los proyectiles de los CDP mientras al-Dujaili gritaba obscenidades y desafíos por la radio. Pero luego se quedó en silencio. La Torngarsuk perdió energía, empezó a virar y terminó detonando como un sol pequeño y sucinto. Marco se dejó caer en el asiento de colisión y no fue capaz de dilucidar cuánto tiempo llevaba acelerando la nave. Vio en la pantalla táctica que dos de las naves enemigas habían escapado. No se había dado cuenta antes, pero había ocurrido hacía un buen rato, ya que se encontraban fuera de su alcance. Se alejaban a mucha velocidad. Sonrió y notó sabor a sangre en los labios. Se había mordido un carrillo. Tampoco lo recordaba.

Empezó a recuperar la conciencia poco a poco. Su pantalla, su asiento, su cuerpo y mucho más. Oyó una alarma en alguna parte. Olor a humo y también uno intenso que le recordó a los extintores. El dolor de cabeza había aumentado para convertirse en unos latidos incómodos, y sentía que los dedos de las manos se le habían doblado hacia atrás y empezaban a volver a su posición habitual. Echó un vistazo por la cubierta. Josie, Miral y Karal se habían quedado mirándolo. Él se limitó a levantar un puño.

—Victoria —dijo antes de toser.

Pero toda victoria tenía un precio. Dos de sus refuerzos de Ganímedes habían quedado destruidos, las tripulaciones habían muerto y las naves habían quedado reducidas a chatarra. Tres de las naves de los astilleros de Calisto iban a necesitar reparaciones. La Pella tenía estropeados los recicladores de aire, un desperfecto incómodo pero trivial. Suficiente para obligarlos a atracar en un astillero durante unos cuantos días mientras los reparaban y los probaban. Johnson y los lameculos de la APE habían recibido mucho más, habían muerto mucho más, pero aquella había sido una victoria de esas que no podía permitirse a menudo.

Y a todo lo que había ocurrido tenía que sumar el sermón de Nico Sanjrani.

—Esto se tiene que acabar —dijo el pequeño economista en la pantalla—. Los daños a las infraestructuras cada vez son mayores, y cuanto más descienda la curva más difícil será recuperarla... Será casi imposible llegados a cierto punto.

Marco se encontraba en el despacho de Calisto que se había agenciado en nombre de la Armada Libre. Se reclinó en la silla y cerró los ojos. El mensaje estaba encriptado, y el lugar desde el que lo había enviado estaba oculto detrás de capas y capas de cálculos matemáticos. Lo único que sabía a ciencia cierta era que Sanjrani estaba lo bastante lejos como para que el retraso luz y las limitaciones de los equipos le impidieran hacer una llamada en tiempo real, algo por lo que Marco estaba muy agradecido.

—Puedo volver a enviar los análisis —continuó Sanjrani—. Pero la situación no hace sino empeorar. Mucho. Haz lo que sea para detenerlo. Si no empezamos a crear pronto una economía de intercambio, y por pronto me refiero a que deberíamos haberlo hecho hace semanas o meses incluso, puede que nos veamos en la obligación de cambiar por completo todo el proyecto. Es posible que jamás consigamos dejar de utilizar los pagarés financiados por los planetas interiores, y llegados a ese punto podremos ser lo políticamente independientes que queramos, pero seguiremos estando a expensas de las restricciones financieras de los interianos. Y evitarlo era uno de nuestros principales objetivos.

Sanjrani tenía aspecto cansado. Estresado. Su piel tenía un tono ceniciento y los ojos se le habían hundido en las cuencas. La actitud del hombre le resultó demasiado melodramática a Marco, sobre todo si tenía en cuenta que en realidad se encontraba a salvo de la batalla en algún lugar remoto. Marco detuvo el vídeo, del que aún quedaban unos veinte minutos, y empezó a grabar la respuesta. No sería larga.

—Nico —dijo con amabilidad—. Me das demasiado crédito de lo ocurrido. Ninguno de nosotros tiene el poder para controlar las atrocidades de las que son capaces para detenernos la Tierra, Marte y los descuidados de sus aliados del Cinturón. Solo podemos atenernos a nuestros principios y a nuestros sueños. Terminaremos por vencer. Cuando los interianos depongan las armas y dejen en paz al Cinturón, tendremos el poder necesario para terminar con esto. Nuestra única opción hasta que llegue ese momento es defendernos o dejar que mueran los nuestros. No voy a permitir que nos maten, y doy por hecho que tú tampoco lo quieres.

Y ya. Treinta segundos para responder a un vídeo alarmista de unos treinta minutos. La auténtica cara de la eficiencia. Envió el mensaje para que diese las vueltas que tenía que dar antes de llegar a su destino y se puso a ver canales de noticias. La batalla de Titán iba por su segundo día y ambos bandos contaban muchas bajas, aunque aún era demasiado pronto para saber quién había ganado. También comprobó cómo iban las reparaciones de sus naves: la Pella estaba lista para zarpar, pero tendría que esperar tres días para hacerlo con el resto de las naves de escolta. Luego se puso en pie y empezó a caminar hacia la sala de reuniones.

No tenía muy claro lo que había sido antes aquel lugar, quizá un taller de ingeniería o un edificio para almacenar suministros de seguridad, pero ahora la estancia se había convertido en la sala de guerra de la Armada Libre. Karal, el de las alas, Filip y Sárta de la Pella ya estaban allí. También el capitán Lister de la Moneda de Plata y el capitán Chou de la Lína. Estaban sentados en unas sillas tapizadas de blanco con uniformes que le conferían cierta formalidad. Se levantaron para saludarle al entrar. Todos menos Filip, que cabeceó como un hijo que saluda a un padre.

—Gracias por venir —dijo Marco—. Tenemos muchas cosas que planear. Este ataque no puede quedar sin respuesta. Tenemos que idear un contrataque y demostrar a los interianos que no han conseguido intimidarnos. Hacer una demostración de fuerza.

Se oyeron murmullos asertivos por toda la estancia, pero nadie habló en voz alta. No querían destacar.

Para su sorpresa, Filip fue el único que lo hizo.

—¿Otra? —preguntó su hijo—. Eso es que la última gran demostración no ha salido bien, ou non?

Marco se quedó de piedra. La rabia, o más bien el desprecio, que notó en la voz de Filip era igual que si le hubiese dado un buen tortazo. El resto se quedó en silencio y muy quieto.

—¿Tienes algo que decir, Filipito? —preguntó Marco, en voz baja, con calma y un tono muy amenazante. Pero Filip decidió ignorar la amenaza.

—Sí, tengo algo que decir. Ya hemos tenido antes esta conversación, sa sa? Cuando huimos de Ceres dijiste que también necesitábamos una demostración de fuerza. Un contrataque. Conseguir que siguieran teniéndonos miedo. Ya lo hemos hecho antes, y la historia se repite. —Filip tenía la cara roja y respiraba entrecortado, como si acabara de llegar a la reunión después de una carrera—. Pero la última vez no fue con estos coyos la, ou non? Fue con Dawes, Rosenfeld, Sanjrani y Pa. Con el petit comité. El núcleo de la Armada Libre. Eran parte del plan.

—Estás cansado, Filip —dijo Marco—. Deberías irte a la cama.

—¿En qué se diferencia esto de la última vez que lo dijiste? —preguntó el chico—. Dime.

Marco sintió cómo la rabia se extendía por su pecho hasta la cabeza, donde volvió a sentir los latidos. Empezó a oler a quemado, como si ardiesen productos químicos.

—Quiero saberlo, moi —insistió Filip con voz trémula—. Quiero saber cuál es el plan. El de ahora, el de antes y todos los anteriores. ¿Cuál es el verdadero plan? ¿Existe o nos limitamos a dejarnos llevar mientras fingimos que lo tenemos todo bajo control?

Marco sonrió. Dio un paso hacia su hijo, y Filip se preparó para recibir un golpe. Apretó los dientes. Cerró los puños. Marco le atusó el pelo.

—Niños... —dijo a los demás—. Adolescentes y sus berrinches. Capitán Chou, ¿podríamos oír su informe?

Chou carraspeó.

—Tenemos unos pocos objetivos que podrían servir —dijo el hombre al tiempo que sacaba el terminal portátil y enviaba un archivo de datos a la pantalla de pared—. Depende de cuál sea la estrategia a largo plazo.

Filip se quedó pálido y con la boca abierta. Chou siguió hablando y gesticulando hacia la pantalla mientras enumeraba sus planes y sugerencias. Marco no apartó la mirada de su hijo y dejó que los demás siguieran fingiendo que no pasaba nada entre ellos.

«Si actúas como un niño, te trataré como un niño. Si intentas ponerme en evidencia, te pondré en evidencia.»

Filip tragó saliva, se giró y salió de la estancia con el pecho hinchado y la cabeza bien alta. Marco rio cuando se cerró la puerta, lo bastante alto como para asegurarse de que su hijo lo oía.

Luego se giró hacia la pantalla de pared.

—Tycho no está en la lista. ¿Por qué?

Chou miró la lista y luego a Marco.

—¿Quiere atacar Tycho?

—¿Por qué no? —dijo Marco—. Las batallas que libramos ahora solo sirven para que los interianos nos obliguen a atacarnos entre nosotros. Nos engañan para matar a los nuestros. Cinturianos contra cinturianos... ¿Y todo para qué? Nunca podremos controlar la Tierra ni Marte. Nunca nos verán como personas. Pero Aimee Ostman y Carlos Walker deberían estar de nuestro lado. Lo estarían de no haberse quedado atrás, en un pasado muy lejano. Ou non?

—Lo que usted diga —convino Chou, que asintió con brusquedad.

—Tycho siempre ha sido la joya de la corona del Cinturón. Un orgullo y símbolo de nuestro éxito. Esa es la razón por la que Fred Johnson casi nunca salió de allí durante todos estos años. Ahora otro terrícola se las da de salvador de los pobres y atrasados cinturianos. ¿Por qué deberíamos dejar que James Holden se haga con el control de algo que no le pertenece? —Marco sonrió y dejó que las palabras recorrieran poco a poco la estancia—. La estación Tycho. Juntemos todas las naves que podamos y aceleremos hacia allí antes de que los interianos tengan tiempo de reagruparse. Somos más rápidos. Más inteligentes. Y, cuando lleguemos a Tycho, saldrán a recibirnos y tirarán a Holden por una esclusa. Os lo garantizo.

Lister carraspeó.

—Pero la Rocinante no está en Tycho.

Marco frunció el ceño. Sintió una punzada de confusión y de remordimiento.

—¿Qué?

—Las zwai naves que enviamos tras el carguero de Ostman. La Giambattista. No tiene el transpondedor activo, pero nuestras naves se han acercado lo suficiente como para ver la señal del motor de la nave que la escolta. Ist la Rocinante.

La estancia se quedó en silencio. Marco sintió que algo volvía a apretarle en la base del cráneo. Se había pasado muchos años siguiéndole la pista a Naomi y a todo lo que hacía, pero tanto ella como su amante acababan de escapársele delante de las narices. Le dio la impresión de que se trataba de una amenaza. Una trampa.

—¿La Rocinante es la escolta del carguero de hielo viejo y destartalado de Ostman? —preguntó, pronunciando con cautela cada una de las palabras.

—Eso parece —dijo Lister.

Sintió algo raro en el aire. No le llegaba oxígeno suficiente. El corazón empezó a latirle desbocado y se le aceleró la respiración.

—¿Adónde van?