La luz del Sol era lo bastante intensa como para convertir el naranja apagado de la atmósfera de Titán en un ocaso reluciente que empezó a extenderse hasta donde se perdía la vista. Saturno se encontraría al otro lado de la superficie de la Luna, así como los restos de lo que bien podrían haber sido cientos de naves o más. Michio recordó un instante en el fragor de la batalla en el que había visto Saturno en la pantalla. Lo había contemplado tan de cerca que fue capaz de desentrañar la complejidad de sus anillos. Era algo que recordaba, pero que puede que no hubiese ocurrido. Sus recuerdos de los momentos de tensión siempre eran irregulares.
El centro era asombroso. La cúpula se elevaba cincuenta metros sobre el suelo, una estructura de titanio y vidrio reforzado de la que colgaban hiedras como si de un jardín colgante se tratara. Por el interior se abrían unas terrazas curvadas, diseñadas para conseguir unas vistas arrebatadoras de un cielo neblinoso y anodino. Unos piñones revoloteaban por aquí y por allá, motas de color tan artificiales y ajenas al entorno de la Luna como ella misma. Como cualquiera de las cosas que tenía alrededor. Desde donde estaba sentada, Michio vio piscinas, patios de ladrillos falsos y también helechos. Unos refugios de emergencia de planchas relucientes se alzaban junto a los bares. Los heridos descansaban en divanes y en tumbonas porque las camillas del hospital estaban llenas.
El centro abovedado se había construido hacía décadas para los habitantes más ricos de la Tierra y de Marte. Era un lugar para que los líderes financieros e industriales descansaran mientras se dedicaban a construir los asentamientos de las lunas de Saturno y se empezaba a transportar hielo desde sus anillos. También era un lugar exótico para turistas que quisiesen fingir que habían experimentado cómo era la vida en los planetas exteriores sin haberla experimentado de verdad.
Le habían dado un buen uso desde entonces, y no solo los interianos. Para los cinturianos, el lugar era lo más fiel a experimentar la vida en la Tierra que iban a conseguir jamás. Era un lugar muy abierto con una atmósfera que se podía tanto contemplar como respirar. También se importaban alimentos y licores desde la Tierra y desde Marte. Se había convertido en una especie de lugar intermedio, un refugio para los terrícolas de los planetas exteriores y una Tierra alternativa para que los cinturianos pudiesen disfrutar de ella. Se preguntó si los habitantes del planeta azul la encontrarían tan diferente a su entorno natural como los cinturianos. Quizá ambos pudiesen aferrarse a esa falta de autenticidad para encontrar lugares comunes.
Ella nunca había estado antes allí, y no pensaba volver si podía permitírselo.
Resonaron pasos en la terraza que tenía detrás. Se giró, hizo un mohín de dolor y siguió girada a pesar de ello. Las quemaduras de su espalda habían pasado a solo picarle un poco si se quedaba quieta. A pesar de lo que le habían dicho los médicos, tenía miedo de que se le abriesen las cicatrices y perder movilidad si seguía estirando así las heridas.
Nadia le dedicó una sonrisa sincera pero agotada. Llevaba vendas limpias y un tubo de crema en una mano y un terminal portátil en la otra. Michio hizo una mueca y luego rio con inquietud.
—¿Ya toca otra vez? —preguntó.
—Así es —dijo Nadia—. Como sé cuánto te gusta, te he traído algo para distraerte un poco.
—¿Buenas noticias?
—No —respondió Nadia al tiempo que se sentaba detrás de ella—. La mujer terrícola quiere volver a hablar contigo.
Michio se quitó la bata de papel del hospital y se inclinó hacia delante. Nadia le dio el terminal portátil, y empezó a examinar los bordes de la piel falsa que le cubría las heridas. Los nervios que le permitían experimentar el tacto estaban cubiertos por dicha piel y no sentía nada, pero las fibras nerviosas eran mucho más sensibles. Era como estar entumecida y despellejada al mismo tiempo. Michio apretó los dientes. Esperó. Nadia suspiró al terminar de examinarle la espalda, el brazo y la pierna izquierda.
—¿Qué aspecto tiene? —preguntó.
—Horrible, pero sana bien. Crecimiento basal.
—Bueno —dijo Michio—. Gracias a Dios.
Nadia emitió un sonido breve con la garganta, ni asertivo ni disconforme. Michio oyó que abría el tubo de loción medicinal y alzó el terminal portátil para abrir la cola de mensajes. El nuevo mensaje de la Tierra le esperaba marcado como importante. Chrisjen Avasarala. La líder de la Tierra y la mayor enemiga que Michio Pa había tenido jamás. Hay que ver cómo habían acabado.
—Lo hemos hecho mal —aseguró Michio.
—¿Qué? —preguntó Nadia.
Michio levantó el terminal portátil para que ella también viese la pantalla.
—Nos hemos aliado con los que solían ser nuestros enemigos.
—Ya volveremos a enfrentarnos a ellos más adelante —dijo Nadia, con el mismo tono con el que prometería una golosina a un niño, pero solo después de comerse la comida de verdad—. ¿Estás lista?
Michio asintió, y Nadia le impregnó con un dedo el primer montón de pomada. Sintió un dolor intenso, como si volviese a arder. Michio reprodujo el mensaje e intentó centrarse.
La anciana apareció en la pantalla, sentada detrás de un escritorio. No era la primera vez que Michio recibía un mensaje directo de ella o de la primera ministra de Marte, pero estaba más acostumbrada a hablar con funcionarios o con generales. Esas dos mujeres en concreto solo se comunicaban con ella cuando querían pedirle algo muy importante, lo que le hacía pensar que ella era la persona menos importante con la que tenían que tratar.
—Capitana Pa —saludó Avasarala con un tono que no evidenciaba desprecio aunque fuese esperable. Nadia volvió a pasarle pomada por la parte baja de la espalda, y Michio sintió otro acceso de dolor cuando el primero ya había empezado a remitir—. Las cosas se han torcido en Medina. Holden y las fuerzas de la APE han conseguido hacerse con el control de la estación, pero para ello han tenido que destruir los cañones de riel. Eso los ha dejado indefensos. La Armada Libre ha zarpado con lo que parecen ser todas las naves disponibles que les quedan, quince en total, y ha empezado a acelerar a toda máquina hacia la puerta. Las buenas noticias son que Inaros se ha retirado casi por completo del resto de los puertos y las bases del sistema. Las malas, como era de esperar, que planea recuperar Medina, sus líneas de suministro con Laconia y atrincherarse en el lugar. A menos que encontremos la manera de detenerlo.
Avasarala respiró hondo, agachó la mirada y cuando volvió a alzarla algo le había cambiado en el rostro. Tenía un gesto... ¿Más agotado? ¿Más maduro? ¿Más determinado?
—Lo siento muchísimo por su pérdida, de verdad. Es algo que yo también he sufrido. Esta guerra también me ha dejado sin pareja. No puedo imaginarme lo afectada que estará usted después de perder a dos. No le pediría algo así si no fuese crucial, pero necesitamos su ayuda. Si le queda alguna nave o algún tipo de influencia con cualquier facción que pueda ayudarnos a detener o retrasar a Inaros antes de que llegue a la puerta, háganoslo saber.
»No puedo ofrecerle nada que compense el sacrificio que ha hecho ya, pero espero contar con usted en la recta final que tenemos por delante. Y que acabemos esto juntas. Por favor, responda con la mayor brevedad posible. La Armada Libre ya ha empezado a acelerar.
El vídeo terminó, y la cola volvió a aparecer en la pantalla. Nadia volvió a pasarle pomada por el costado izquierdo, y Michio se estremeció.
—Ya casi está —dijo.
—Es la segunda vez que uno de nuestros enemigos me llama para que le saque de un apuro.
—¿Podremos volver a hacerlo?
—Lo único que hicimos la última vez fue quemarnos en el intento.
Michio sabía que dejar la Panshin detrás iba a tener un precio. Titán era una de las mayores lunas de Saturno. La Armada Libre tenía mucha presencia cerca del sistema joviano, lo que les permitía tener a raya Encélado, Rhea, Jápeto y Tetis. También los cargueros de hielo de los anillos. Era como controlar el espacio pero sin ocuparlo.
La Connaught y la Serrio Mal habían acelerado en dirección rotatoria y salido de la eclíptica por arriba para luego volver a acercarse a las naves de la Armada Libre desde un ángulo inesperado. El acelerón no había sido tan brusco como Michio esperaba. No habían tenido ocasión de repostar, y ella siempre había tenido la funesta sensación de que terminarían por perder la batalla en Titán y no serían capaces de retirarse. En ese lugar había atracadas quince naves de la Armada Libre. Durante gran parte de su vida no habría considerado que quince fuese un número demasiado imponente, pero después de tanta guerra y de ver cómo tanta gente se llevaba sus naves a nuevos sistemas al otro lado de los anillos, se podía decir que sí que era un número respetable. Eran más que las nueve con las que los había atacado la flota conjunta. Pero no lo hacían para vencer, sino para evitar que Marco se fijase en los dos navíos que iban en dirección a Medina.
La Armada de la República Congresual de Marte había tenido ventaja en la refriega gracias al ataque sorpresa, y luego se habían dedicado a descolocar a las naves de la Armada Libre con la esperanza de que el ataque que iban a realizar en la zona lenta pillara por sorpresa a los que se encontraban en Medina. Michio recordó que Oksana le había pasado los datos de la pantalla táctica. Quince naves enemigas y nueve amigas. La mujer había hecho la broma de que era muy probable que las veinticuatro naves que participaban en la batalla casi seguro que se habían montado en los mismos astilleros. Evans se había reído, y luego se había puesto muy serio al anunciar que los acababan de bañar con los láseres de objetivo.
Después de ese momento, la memoria de Michio empezaba a ser un poco menos fiable. Había tenido que recordar lo ocurrido a través de los registros. Las cosas no se le habían puesto en contra demasiado pronto, pero llegado el momento había sido un golpe muy duro que recordaría toda la vida. Uno cuyas consecuencias habían viajado hacia delante y atrás en el tiempo para destrozarla más aún. Recordaba dar la orden de retirarse, y también que Josep había dicho que el núcleo había perdido contención. Pero no recordaba el impacto que los había obligado a escapar. Los momentos horribles e interminables en los que habían detectado el torpedo que terminaría por destruir la Connaught y el impacto en sí habían desaparecido por completo de su memoria.
En los registros había descubierto que la Serrio Mal y la Connaught habían disparado hacia la formación de naves de la Armada Libre y obligado al enemigo a devolverles los tiros y a desperdigarse hacia posiciones más abiertas y puntos ciegos en los que no se podían apoyar con los CDP. Las naves marcianas habían disparado una enorme andanada de torpedos al acercarse y conseguido así destruir dos de la Armada Libre. Michio no sabía si el proyectil que les había hecho perder contención era de la Armada Libre o una bala perdida de la ARCM, pero luego un torpedo enemigo había conseguido atravesar sus defensas para dejarla inconsciente durante horas.
Recordaba a duras penas la figura de un hombre corpulento con la cabeza rapada y la piel negra diciéndole que iba a ayudarla a no sentir dolor, pero poco más. No se acordaba de cuándo había ocurrido eso, pero sí despertar en una habitación de hospital, varias veces, y sin la sensación de haberse quedado dormida entre ellas.
El principio de lo que había decidido llamar «el después» fue cuando volvió a despertar y vio a Bertold sentado en un extremo de su camilla, masajeándole los pies y cantando una melodía deprimente entre susurros con voz grave. La primera persona por la que le preguntó fue por Laura, y ahora que lo pensaba en retrospectiva seguro que significaba que se temía que le había pasado algo malo.
Bertold le dijo que Laura había resultado herida y estaba en coma. Tenían que reconstruirle parte del hígado y uno de los riñones, pero era la mujer de la reina pirata, por lo que los doctores les habían asegurado que dentro de un tiempo volvería a estar perfecta.
Luego Bertold le había contado lo ocurrido con Evans y Oksana, y habían llorado juntos hasta que Michio volvió a quedarse dormida.
Los aposentos que asignaron a esa versión nueva y reducida de su familia eran maravillosos. Contaban con tres habitaciones amplias y con camas cómodas, tan diferentes a los asientos de colisión a los que estaban acostumbrados que les hicieron sentir que eran todo un lujo. Tenían un terminal de comida con menos opciones de las que habían tenido en la Connaught, pero de un metal más reluciente. Contaban también con una zona que los sistemas denominaban «el rincón de las charlas» y que era un sillón curvado y alargado que quedaba encajado en una pared. Había ventanales por los que se proyectaba la luz natural de la cúpula del exterior. También una bañera lo bastante grande para dos personas. Bertold, Nadia y Josep serían los únicos que la compartirían con ella. El lugar parecía demasiado grande y demasiado pequeño al mismo tiempo.
Esperó a que su nueva piel artificial hubiese absorbido del todo la pomada y luego se puso lo que llamaba su «uniforme de capitana», que no era más que una camisa formal y una chaqueta de corte ligeramente militar. Luego siguió con los pantalones y las botas, aunque no se iban a ver en el mensaje que estaba a punto de grabar. Aún tenía la mente abotargada por los analgésicos y no sabía muy bien por qué vestirse de manera tan formal para grabar el mensaje era tan importante para ella. Pero luego se sentó, se colocó frente a la cámara y todo cobró sentido cuando empezó a grabar.
Era tan importante porque se trataba de una rendición.
—Señora secretaria general. Siento mucho decir que no puedo prestarles ninguna ayuda. Las naves que solía dirigir han quedado destruidas, inservibles o desperdigadas tan lejos de la puerta anular que les sería imposible alcanzar a la Pella sin acelerar a una velocidad que resultaría mortal para la tripulación.
La versión de sí misma que veía en la pantalla tenía aspecto cansado. Bertold le había cortado el pelo para disimular las partes que se le habían quemado. No tenía muy claro cómo se le había quedado después de la batalla. Sintió una punzada de aflicción, algo que ahora solía pasarle a menudo y que suponía que iba a sentir durante toda su vida.
—Gracias por las bellas palabras que les ha dedicado a nuestros fallecidos. Sabían los riesgos a los que se enfrentaban cuando aceptaron el trabajo. Estaban dispuestos a morir por el Cinturón. Ojalá no hubiese tenido que ser así. Me gustaría que estuvieran aquí conmigo. Me gustaría poder haber hecho más por ellos.
No había nada más que decir, por lo que envió el mensaje. Luego abrió la pantalla táctica, que era como meter el dedo en la llaga. Vio frente a ella el sistema al completo. La Panshin y algunas más que aún no habían quedado destruidas. El nakliye en Eugenia. Y también los vectores que salían desde el sistema joviano y se extendían de camino al anillo. La Pella. Los restos de la Armada Libre. Otros dos puntos más pequeños iban en la misma dirección, y lo confirmó al comprobar la ruta estimada. Marco y los que aún le eran leales atravesarían juntos la puerta. Una fuerza imparable. Habría sido una batalla muy complicada aunque las defensas de los cañones de riel no hubiesen quedado destruidas. Sin esos cañones, sería una masacre en toda regla.
Luego empezó a revisar el sistema nave a nave y estación por estación para hacer un listado de cosas que necesitaba la gente. Era el equivalente al esquema que había dibujado con el lápiz de cera en lo que ahora le parecía otra vida, en una nave de la que ahora solo quedaban pecios y malos recuerdos. Filtros de aire. Suministros hidropónicos. Piezas para los recicladores. Centrifugadoras para refinar minerales. Centrifugadoras para el agua. Suministros médicos.
Se preguntó si habría naves coloniales ocultas en algún lugar del vacío, desconectadas y contemplando horrorizadas cómo la humanidad se mataba entre sí. Recordó la Doctrina de la Nave. Recordó pensar en todos los navíos del Cinturón como células de un único ser. Ahora le resultaba imposible verlo de esa manera. Como mucho, podría decirse que eran bacterias que flotaban en el mar del espacio y que daba igual si vivían o morían.
Y, si Sanjrani estaba en lo cierto, no tardarían en sufrir una crisis aún peor dentro de muy poco.
Josep entró en la estancia cuando se abrió la puerta que daba al pasillo exterior. Nadia le dio un beso de camino a la cama. Se estaban turnando. Uno se sentaba con Laura, otro con ella y otro se iba a dormir. Un ciclo de aflicción que compartían entre todos. Josep se acercó al terminal de comida, abrió un panel que Michio no recordaba que estuviese ahí y sacó un vaso de whisky antes de acercarse para sentarse frente a ella.
—Skol —dijo al tiempo que lo levantaba. El borde tintineó contra sus dientes mientras bebía. Se quedaron juntos y en silencio durante un rato.
—Ups —dijo ella.
—Josep arqueó las cejas.
—La palabra mágica, sa sa?
—Fue culpa mía —dijo al tiempo que se enjugaba las lágrimas en el puño de la camisa—. Hice lo de siempre y nos metí de cabeza en el infierno.
Josep tenía los ojos hundidos. Estaba agotado, y se reflejaba tanto en su piel como en la manera en la que se le desplomaban los hombros.
—No te entiendo, moi.
—Lo de siempre. Encuentro a alguien, confío en él con todo mi ser y hago todo lo que me ordena. Y luego todo se va al carajo. Johnson, Ashford e Inaros. Y ahora también Holden. No sé cómo no me di cuenta antes, pero me ha vuelto a pasar. Y ahora...
—Sí, ahora. Seguimos aquí —dijo Josep.
—Lo peor de todo es que echo un vistazo a lo que me rodea, a todo lo que pretendía hacer, y no he conseguido nada —continuó Michio en voz cada vez más baja y aguda, como el susurro de un violín—. Quería que el Cinturón fuese para los cinturianos, y no lo será. Quería crear un lugar en el que pudiésemos vivir y considerar nuestro hogar, pero no lo habrá. De ninguna manera. Ahora ni siquiera recuerdo por qué acepté unirme al bando de Holden. ¿Para volver a abrir las puertas? ¿Para facilitar el éxodo de las naves coloniales? ¿Para asegurarme de que todas las personas que me importan no van a sobrevivir?
Josep asintió, con gesto pensativo y distante.
—¿Qué hubieses pensado de haber soñado con esto? —preguntó.
—¿Con qué? —preguntó Michio al tiempo que se movía para colocarse mejor y que dejase de dolerle la espada.
—Con esto —respondió él—. Que ibas a luchar en el bando de Inaros y luego en el de Holden. Que ibas a perder a personas muy importantes para ti y terminar en un lugar rodeada de lujos mientras sanas.
—Pensaría que es una pesadilla horrible.
Josep gruñó.
—Habría sido toda una profecía.
—Sí, pero al universo le importamos una mierda nosotros y todo lo que hagamos. Y esas tonterías místicas tuyas solo son una forma de convencernos de lo contrario.
—Podría ser —convino Josep con una calma que hizo que Michio se sintiese mal por la manera en la que le había respondido.
El hombre le dio otro sorbo al whisky, puso el vaso en el suelo, se tumbó del todo en el sillón curvado y apoyó la cabeza en el regazo de Michio. Le dedicó una sonrisa bonita y cariñosa, una cargada de amor y dulzura que hizo que se le constriñese el pecho.
—No seguimos a Holden, nous. Es cierto que ponerte en contra de Marco te obligó a aliarte con él, pero nunca has estado a sus órdenes. No luchamos contra Marco porque lo haya dicho él. Lo hacemos porque Marco aseguró que era el campeón que necesitaba el Cinturón y no resultó ser así.
—Cierto —dijo ella, que había empezado a acariciarle el pelo.
Josep cerró los ojos, agotado.
—Aber está claro que seguimos necesitando un campeón.