—No son muchos datos —dijo Naomi, que se giró cuando llegó al fondo de la habitación y empezó a caminar de nuevo hacia él—. Pero es lo que hay. No podemos conseguir más.
—¿Eso es un problema? —preguntó Holden.
Naomi se detuvo para mirarlo y extendió las manos con brusquedad en ese gesto universal que significaba «claro que es un problema».
—Puede que no escale. Puede que haya que tener en cuenta otras variables que no entran en juego en los ejemplos de los que disponemos. Si me propusieras fabricar un motor con unas piezas equivalentes a los datos que tenemos, no lo haría. Qué motor, es que no fabricaría ni una escalera con tan poca cosa. Pero...
Empezó a caminar de nuevo y se mordió la uña de un pulgar. Fuese cual fuese la excepción, su mente ya había empezado a pensar en otra cosa. Holden se cruzó de brazos y esperó. La conocía lo bastante bien como para saber cuándo necesitaba tiempo para pensar. Miró los gráficos que había en la pantalla de Naomi. Le recordaron a los de una prueba cardíaca, pero las formas de las curvas eran muy diferentes. Estaba muy seguro de que el primer pico de un electrocardiograma bajaba por debajo del trazado central. En el gráfico que tenía delante, las curvas ascendían de repente y luego iban cayendo poco a poco hasta desaparecer.
Aún no había nadie más en la estación de seguridad. Seguro que todos seguían en la Rocinante y estaban desayunando en la cocina. O quizá se habían entretenido en uno de los pequeños puestos de los muelles donde los locales aún aceptaban divisas que no fuesen de la Armada Libre.
Naomi se colocó junto a él y contempló también la pantalla. Retorció los labios como si hablara para sí, una conversación intensa que no podía tener con nadie más. Ni siquiera con él. Luego agitó la cabeza para discrepar. Al principio parecía más calmada. Cuanto más hablaban sobre el tema, más nerviosa se ponía. Más asustada.
Pero Holden empezaba a atisbar la esperanza en sus gestos.
—Vale, tenemos esto. ¿Podemos usarlo?
—No sé lo que es. No sé si es un mecanismo o qué. No tengo ni idea. Lo único que he descubierto es que este patrón es muy consistente.
Holden volvió a intentarlo.
—¿Es un patrón consistente que podamos usar? Y más importante, ¿es algo que quizá nos dé una tercera alternativa que no sea «quedarnos aquí y que nos masacren o huir a través de una de las puertas y que nos masacren»?
Naomi soltó un suspiro largo y profundo muy despacio entre los dientes. Holden esperaba hacerla reír, pero no lo había conseguido. Ella se volvió a sentar en su puesto y abrió una ecuación muy compleja que él era incapaz de entender.
—Creo que podríamos llegar a simular un intervalo de mucho tráfico —explicó Naomi—. Cargar la Giambattista con tanta basura como podamos. Sobrecargar un poco el reactor para que genere más energía. Así, cuando cruce una puerta —tocó un pico que luego descendía con brusquedad en la pantalla— conseguiremos uno de estos. No uno grande, eso sí. Aunque la nave sea enorme no deja de ser solo una...
—¿Y qué es exactamente uno de esos?
—Es un obstáculo. Algo con lo que las naves de la Armada Libre podrían chocar. Si sus naves tienen la masa y la energía suficientes para que esa línea cruce la curva antes de que vuelva a aplanarse... creo que conseguiríamos detenerlas.
—O sea, ¿qué acabarían en el mismo lugar que el resto de las naves desaparecidas?
Naomi asintió.
—Podríamos cargar la Giambattista con masa adicional. Aún tenemos esas naves con las que atacamos, y algunas aún tendrán algo de combustible en sus motores. Incrementaríamos un poco la curva si las metiésemos en la puerta a la vez. Y sin duda Marco va a hacer que sus naves la atraviesen al mismo tiempo, por lo que nos ayudará a conseguirlo. Pero no sé si este mecanismo...
—Oye —dijo Holden—. ¿Sabes lo que es la constante de Planck?
—¿Seis coma seis dos seis por diez elevado a menos treinta y cuatro julios por segundo?
—Sí, claro. Eso —dijo Holden al tiempo que elevaba un dedo—. Pero ¿sabes por qué es ese número y no seis coma siete lo que sea?
Naomi agitó la cabeza.
—Ni tú ni nadie, pero no deja de ser ciencia. La mayoría de las cosas que sabemos no explican por qué son esas y no otras. Nos limitamos a ir descubriéndolas una a una para así predecir la siguiente. Eso es justo lo que tienes aquí: la información suficiente como para predecir la siguiente. Y si tú crees que tienes razón, yo también lo creo. Así que probémoslo.
Naomi agitó la cabeza, pero no por lo que acababa de decir Holden.
—Eso sería como un ensayo clínico N de 1 donde nuestra hipótesis nula es que nos maten a todos.
—No tiene por qué —dijo Holden—. Ellos solo tienen quince naves y nosotros una, pero aun así seguimos teniendo posibilidades porque tenemos a Bobbie y a Amos.
Esta vez sí que rio. Holden se acercó a ella y sintió cómo se apoyaba en él.
—Y si no funciona, no vamos a estar peor de lo que estamos ahora —dijo Naomi.
—No lo creo —dijo Holden—. A ver, una tecnología alienígena olvidada y extraña con efectos que no alcanzamos a comprender y que hace desaparecer naves enteras sin dejar ni rastro y sin motivo aparente. Yo creo que no tenemos nada que temer probándola, ¿no?
La Pella y sus catorce navíos de guerra, que era todo lo que quedaba de la Armada Libre, se acercó cada vez más al anillo. La maniobra de desaceleración ya no era una posibilidad. Iban a cruzar la puerta. Avasarala les había enviado una lista de las estrategias que habían seguido para intentar detener o frenar el ataque, pero su actitud denotaba que era inútil mucho antes de que lo dijese directamente. Había terminado el mensaje con un «Haré lo que pueda, pero puede que os tengáis que conformar con que os vengue cuando hayáis muerto. Lo siento mucho». Holden se preguntó lo que habría pensado la anciana sobre el descubrimiento y el plan de Naomi.
Las horas se le hicieron larguísimas. Sabía que Inaros y los suyos cada vez estaban un poco más cerca. Era como si alguien no dejase de respirarle en la nuca para decirle que tenía que darse prisa. Habría sido mucho más fácil si solo quedasen horas o días, pero no era el caso.
Al principio, el capitán de la Giambattista no entendió nada. Creyó que su nave terminaría destruida a causa de lo que quiera que hiciesen las puertas. Naomi tuvo que explicarle cuatro veces que, si todo iba bien, la Giambattista solo tendría que cruzar a otro sistema, quedarse por allí unos días y luego volver sin haber sufrido daño alguno. Las objeciones del hombre desaparecieron cuando también lo convenció de que aunque las cosas fuesen mal lo único que se perdería sería la batalla contra las naves de Inaros.
Naomi lo coordinó todo: colocó las naves en posición en la bodega, configuró el reactor para que tanto la botella como la reacción estuviesen al límite de su capacidad. Coordinó con Amos y Clarissa las modificaciones en la red eléctrica de la nave para que todo estuviese siempre al borde de la sobrecarga. A Holden le recordó a padre Tom contándole cosas sobre los osos cuando era joven. Si un oso negro empezaba a deambular cerca de la granja, tenías que abrirte la chaqueta, levantar los brazos por encima de la cabeza, gritar y hacer ruido. Si era un oso pardo, lo único que podías hacer era alejarte lo máximo posible y en silencio lo más rápido que pudieses. Lo que estaban haciendo ahora era como hacer ruido delante de un oso pardo con la esperanza de que se comiese a otra persona.
Intentó ser de utilidad mientras Naomi se preocupaba de prepararlo todo.
Había varios registros de comunicaciones de los mundos colonizados. Informes de estado, amenazas y súplicas. Le resultó tranquilizador comprobar la cantidad de planetas que la humanidad había colonizado ya. Las semillas que habrían plantado en tierra extraña. Muchos de esos mundos empezaban a comprender por qué se les había abandonado desde el otro lado de las puertas, ahora que Naomi les había enviado toda la información disponible y habían tenido tiempo de examinarla. Se acababan de enterar de lo que le había ocurrido a la Tierra y al Sistema Solar. Los mensajes que llegaban desde todos esos mundos abarrotaron los sistemas de comunicaciones de rabia y de pesadumbre, de amenazas de venganza y también de promesas de apoyo.
Esos últimos mensajes eran los más complicados. Eran nuevas colonias que seguían intentando abrirse camino en los ecosistemas locales, que eran tan exóticos que casi no reconocían a los humanos como seres vivos; estaban aislados, agotados y en ocasiones al borde del desastre. Pero lo único que querían era enviar ayuda. Oyó sus voces y vio la angustia de sus miradas. No pudo evitar sentirse conmovido.
Era algo propio de las plagas y de los desastres, pero no generalizado. Siempre había acaparadores y aprovechados, gente que cerraba sus puertas a los refugiados y los dejaba a la intemperie muertos de hambre. A pesar de todo, Holden descubrió que ese impulso de ayudar al prójimo también estaba presente en las colonias. La voluntad de superar las adversidades juntos aunque significase quedarte con menos. La humanidad había llegado muy lejos a pesar de las guerras, la violencia y los genocidios. La historia estaba bañada de sangre. Pero también estaba llena de cooperación, amabilidad, generosidad y uniones interraciales. Holden se alegró de que ambos extremos siempre estuviesen presentes, de que por muchos errores que cometiese la humanidad siempre habría resquicios para sentirse orgulloso de ella.
Hizo lo que pudo para responder a los mensajes más apremiantes y ofrecer la mayor cantidad de mensajes esperanzadores. Era la voz de la estación Medina, aunque no fuese a serlo por mucho tiempo. Coordinar suministros para todas las colonias era más trabajo del que podía gestionar. Era uno a tiempo completo para una docena de empleados al menos, y él solo era una persona con una radio. No obstante, percatarse de las necesidades y asomar la nariz a esa tarea colosal de convertirse en el nexo de unión de miles de sistemas planetarios diferentes le dio esperanza de lo útil que podría llegar a ser la estación en el futuro.
Tenía razón. Había mucho trabajo que hacer en Medina.
Si el plan salía bien. Si no morían. Si el millón de cosas en las que ni siquiera había pensado no conseguían destruir todo lo que aún tenían pendiente por hacer y planear. Siempre había un punto ciego, algo inesperado. Y, con suerte, sería algo para lo que Marco Inaros tampoco estaría preparado.
Bueno, entonces ¿cuánto tiempo tenemos para hacer lo que quiera que vayamos a hacer? —preguntó Amos.
Ya casi había llegado la hora. La pregunta en ese momento era la velocidad a la que Inaros iba a cruzar la puerta. Si apagaba los motores y dejaba a medias la maniobra de desaceleración, todo el plan se vendría abajo. Si la Giambattista atravesaba la puerta de Arcadia demasiado tarde, sería la que se vería afectada y terminaría por desaparecer. Si la atravesaba demasiado pronto, la curva de Naomi ya habría vuelto a la normalidad cuando cruzasen las naves de la Armada Libre, y Marco y los suyos llegarían a la zona lenta sin problema alguno.
Habían vuelto a la Rocinante. Alex y Bobbie estaban en la cabina, listos para la batalla que podía llegar en cualquier momento. Holden y Naomi estaban amarrados en los asientos del centro de mando. Amos estaba a flote y se había quedado por el lugar para tener algo de compañía. Aún no se habían colocado cada uno en sus puestos. Puede que esa fuese la última vez que veía al mecánico en carne y hueso. Holden no intentó darle muchas vueltas al tema.
—Unos cinco minutos —dijo Naomi—. Dependerá en parte de la masa y la energía de las naves con las que ellos atraviesen el anillo. Puede que sean como mucho... Diez minutos si tenemos suerte.
—No es mucho —aseguró Amos con una sonrisa amistosa. Se apoyó en la escalerilla que llevaba a la cabina para dejar de flotar—. ¿Todo bien por ahí arriba?
—Niquelado —respondió Alex.
—¿Crees que podremos con ellos si el plan de Naomi no funciona? —preguntó Amos.
—Con todos no —respondió Bobbie a voz en grito—, pero seguro que nos llevamos a unos cuantos por delante.
Clarissa ascendió por el hueco del ascensor con una sonrisa en los labios. Ya había pasado el tiempo suficiente en ingravidez como para haberse acostumbrado a ello. Se movía de asidero en asidero como si fuera una cinturiana de pura cepa. Se acercó a Holden y le tendió una de las burbujas de la cocina.
—Dijiste que no habías podido dormir —dijo Clarissa—. Pensé que te apetecería un café.
Holden lo cogió y su sonrisa se ensanchó un poco. Sintió la burbuja caliente en la palma de la mano. No creía que estuviese envenenada. Clarissa había dejado de ser esa clase de persona, pero no pudo evitar envararse un poco antes de darle el primer sorbo.
La estación Medina estaba en manos de los cazas de la APE que habían viajado en la Giambattista. La mayor parte de la munición de torpedos y proyectiles de los CDP se había gastado durante la batalla contra Holden. Lo que quedaba no era una cantidad significativa a tenor de la escala de la batalla que tendrían que librar contra Inaros. La Roci esperaba cubierta casi al completo por la estación azul que había en el centro de la zona lenta. De haber apuntado hacia ella con las cámaras de la nave, hubiese visto los restos de los cañones de riel como si los tuviese al lado.
—¿Ha salido algo de la puerta de Laconia? —preguntó.
—No tenemos un repetidor al otro lado de ese anillo, pero no se ve nada a través de él —comentó Naomi—. Tampoco hay señal alguna ni rastro de ningún motor que se acerque.
La Roci emitió un sonido de alarma, y Holden abrió el aviso.
—¿Ocurre algo, capi? —preguntó Amos.
—Las naves han variado un poco la velocidad. Atravesarán el anillo muy rápido.
—Y un poco antes —dijo Naomi con tono que denotaba cierta angustia.
La cuenta atrás de la Roci se ajustó y pasó a estimar que el enemigo cruzaría la puerta anular de camino a la zona lenta en veinte minutos. Holden intentó usar el café que le había traído Clarissa para tragarse el nudo que se le había formado en la garganta.
Clarissa se impulsó hacia el asiento de Naomi con el gesto fruncido. Naomi alzó la vista y se enjugó los ojos. Una lágrima flotó entre ellas y se dirigió hacia la toma de los recicladores de aire.
—Estoy bien —dijo Naomi—. Soy incapaz de olvidar que mi hijo está en una de esas naves.
Los ojos de Clarissa también empezaron a brillar, y le puso una mano sobre el brazo a Naomi.
—Lo sé —dijo—. Aquí estoy para cualquier cosa que necesites.
—Tranquila, Bombón —aseguró Amos—. El capitán y yo ya hemos hablado del tema. Todo solucionado.
Luego levantó el pulgar hacia Holden con gesto afable y demasiada efusividad.
La cuenta atrás no dejaba de bajar. Holden respiró hondo y muy despacio antes de abrir un canal con la Giambattista.
—Bien —dijo—. Aquí el capitán James Holden de la Rocinante. Por favor, empiecen a acelerar para cruzar la puerta ahora mismo. Necesito que la atraviesen en... —Miró la cuenta atrás—. Dieciocho minutos.
—Tchuss, røvul —dijo el capitán de la Giambattista—. Vamos allá, ou non?
Se desconectó en ese momento. Holden vio en la pantalla que la Giambattista empezaba a acelerar a toda máquina. Movió las cámaras para verla. Era poco más que una estrella reluciente en la oscuridad. Un penacho de motor más amplio que el carguero de hielo del que surgía. Le dio la ligera impresión de que el color de la luz del motor era diferente, como si fuese capaz de distinguir los cambios que había realizado Naomi para sobrecargar el reactor, pero en el fondo sabía que no era más que una alucinación. Apareció un nuevo contador en la pantalla. El tiempo estimado para que la Giambattista cruzase el anillo de Arcadia había bajado de diecisiete a dieciséis minutos. La llegada de la Armada Libre a través de la puerta del Sistema Solar, si no alteraba su trayectoria, tendría lugar en diecinueve minutos. Dieciocho.
Holden tenía el estómago en un puño y la respiración entrecortada. Le dio un sorbo al café y abrió una segunda ventana con los sensores que tenía apuntando hacia el Sistema Solar. Las naves de la Armada Libre no eran visibles desde donde se encontraban. Aún no. El ángulo era demasiado pronunciado y las ocultaba.
—¿Tenemos preparado el cañón de riel por si atraviesan la puerta?
—Sí, señor —respondió Bobbie al momento.
—Perfecto —dijo Amos—. Bombón y yo vamos a bajar a amarrarnos. Por si acaso, ya sabéis.
Clarissa volvió a tocarle el hombro a Naomi por última vez, luego se dio la vuelta y se impulsó para seguir a Amos por el hueco del ascensor hacia la cubierta de ingeniería. Holden le dio un sorbo largo y definitivo a la burbuja de café y la guardó. Quería que se acabase todo. También que ese momento durara para siempre por si se trataba de la última vez que iba a estar cerca de Naomi. De Alex y Amos. De Bobbie. Joder, hasta de Clarissa. Dentro de la Rocinante. Era imposible haber pasado tanto tiempo dentro de la nave y no haberle cogido cariño. No haberla convertido en su hogar.
Oyó que Naomi carraspeaba y pensó que iba a hablar con él.
—Giambattista —saludó Naomi—. Aquí la Rocinante. No veo que el gasto energético de la nave esté por encima de lo habitual.
—Pardon —dijo la voz de una mujer—. Lo arreglaré en un momento.
—Gracias, Giambattista —dijo Naomi antes de desconectarse. Miró a Holden y le dedicó una sonrisa. El miedo provocado por la situación solo se le reflejaba en las comisuras de los labios, pero él no pudo evitar sentirse desesperanzado al verlo—. Principiantes. Como si no lo hubiesen hecho antes.
Holden rio, y Naomi hizo lo propio. Las cuentas atrás no dejaban de bajar. La de la Giambattista llegó a cero. El resplandor del penacho del motor del carguero desapareció, oculto detrás de la curva del anillo de Arcadia y la intensa extrañeza de la nada que había a su alrededor. Naomi abrió una pantalla con el modelo matemático que había creado y la colocó en el lugar que antes ocupaba la cuenta atrás de la Giambattista. El pico de energía creado por el carguero al cruzar la puerta había empezado a descender a medida que la cuenta atrás para la llegada de Marco se quedaba en segundos. Bobbie dijo algo y Alex respondió. No entendió las palabras. Naomi empezó a jadear y a respirar cada vez más rápido. Holden quería acercarse a ella. Cogerle la mano. Pero para eso hubiese tenido que apartar la mirada de la pantalla. Imposible.
La puerta del Sistema Solar parpadeó. Holden amplió la imagen hasta que el anillo llenó por completo la pantalla. Las estructuras extrañas y casi biológicas del anillo parecieron agitarse y estremecerse, una ilusión provocada por la luz. Los penachos de los motores de la Armada Libre avanzaban tan juntos que parecían un resplandor enorme de llamas que había aparecido por un extremo del anillo y se dirigía hacia el centro.
—¿Quieres que les pegue un tiro? —preguntó Bobbie—. Es muy posible que ya estén al alcance del cañón de riel.
—No —espetó Naomi antes de que Holden llegara a responder—. No sé qué podría ocurrir si se envía más masa a través de los anillos.
Una línea apareció por la parte baja del gráfico de Naomi y empezó a avanzar hacia la curva descendente. La puerta anular brilló aún más debido a las maniobras de desaceleración del enemigo, hasta parecerse a la imagen en negativo de un ojo: una esclerótica negra y moteada de estrellas con un iris de un blanco intenso y refulgente. La cuenta atrás llegó a cero, y las luces se intensificaron.