6

Holden

—Tengo la sensación de que deberíamos hablar entre susurros —comentó Holden—. Caminar de puntillas.

—Pero si estamos flotando —dijo Naomi.

—Puntillas metafóricas.

El centro de mando estaba a oscuras a excepción del brillo de sus monitores. Alex dormía en la cabina, y había dejado la supervisión en manos de Holden y de Naomi. La última vez que los habían visto, Bobbie y Amos recorrían la nave de cabo a rabo probando todo menos las comunicaciones: los CDP, los propulsores, el cañón de riel montado en la quilla, los sistemas de soporte vital. Bobbie se había preocupado por no hacer sentir a Holden que se estaba apropiando de la nave desde que había comenzado la misión, pero esa deferencia no era excusa para no volver a familiarizarse con cada centímetro de la Roci antes de que empezara la batalla. Holden y Naomi sentían que la marciana y el mecánico siempre hablaban de armas, aunque Amos le estuviese contando cómo había desviado las cañerías de agua a la cocina. Era una charla seria y profesional entre personas que sabían que hablaban de los entresijos de un lugar con el que se podían matar personas. Le hizo pensar que él siempre hablaba de la nave con demasiada afabilidad.

Clarissa... Holden no sabía dónde estaba Clarissa. Solo la había visto de refilón desde la última vez que habían acelerado, como si fuese un espíritu que hubiesen aceptado en la tripulación y que no fuese posible contemplar de manera directa. La mayoría de lo que había oído sobre ella, como que estaba recuperando la forma física, que sus implantes del mercado negro empezaban a afectarla menos y que había encontrado el acoplador defectuoso que atenuaba las luces del taller, eran cosas que le había contado el resto de la tripulación. No es que le gustase, pero al menos así no tenía que hablar con ella.

El plan era simple: la Dragón Cerúleo no era una cañonera, sino una topógrafa geológica. La única protección que tenía era la vastedad del espacio, era una nave pequeña y volaba en una órbita tan lejana de la Tierra y de la Luna que podía pegar un buen acelerón hacia el Cinturón o las lunas jovianas en cualquier momento si detectaba que alguien iba a por ella. Todos sus sistemas activos: el transpondedor, el radar, el radar láser y la radio, estaban desconectados para que pasase desapercibida. No podía evitar que la luz rebotase contra su casco ni ocultar su huella de calor, pero sí que podía volar tan en silencio como le resultaba posible. Eso solo le permitía usar los sensores pasivos y los mensajes láser. Era suficiente para coordinar el lanzamiento de las rocas a la Tierra, pero la convertía en una presa fácil.

Y Bobbie contaba con ello.

Habían programado una trayectoria que los dejaba cerca de la Dragón Cerúleo y también calculado un desplazamiento de la flota conjunta que los ayudaría a ocultar el penacho del motor de la Rocinante al acelerar. Era una maniobra que les permitiría acercarse al enemigo a buena velocidad pero sin depender del clásico giro brusco con acelerón. La velocidad sería la necesaria para abordarla, y luego la Roci se quedaría flotando a oscuras. La Dragón Cerúleo no tenía los sistemas activos, por lo que solo podría verlos de manera directa y si llamaban la atención, momento en el que no necesitarían ni un radar normal ni láser para identificarlos como amenaza.

Holden tenía claro que terminarían por descubrirlos, pero ya sería demasiado tarde si todo iba como Bobbie había planeado.

Era un acercamiento más lento que cualquiera de los que Holden era capaz de recordar desde que llevaba viajando en la Roci, y se había puesto ansioso e impaciente.

Oyó voces en el ascensor: Bobbie, seria, mordaz y profesional; Amos, animado y afable. Flotaban hacia el centro de mando, ella delante y él detrás. Bobbie se aferró a un asidero para detenerse. Amos tocó la cubierta con el tobillo al pasar y consiguió compensar el impulso plantando los pies en el techo y absorbiéndolo con las rodillas. Empezó a flotar bocabajo. La Roci solía volar a menos de un g para ahorrar masa eyectada y por el bien de Naomi, pero siempre tenía un lugar que se podía considerar el suelo. Flotar del todo le resultaba muy extraño.

—¿Qué tal? —preguntó Bobbie.

Holden señaló su pantalla.

—Sin novedad. Nada parece indicar que nos hayan visto aún.

—¿Los reactores siguen desconectados?

—Las señales térmicas parecen estables.

Bobbie apretó los labios y asintió.

—No creo que sea por mucho tiempo.

—Podríamos dispararles —aventuró Amos—. No es mi decisión, pero la experiencia me ha enseñado que quien pega el primer puñetazo suele tener las de ganar.

—¿Cuál es la distancia objetiva? —preguntó Bobbie. Holden abrió la batería de sensores pasivos. La Dragón Cerúleo se encontraba a unos cinco millones de klicks, unas diez veces más de la distancia que había de la Luna a la Tierra. Lo más seguro era que estuviese tripulada por menos de una docena de personas. En un campo de estrellas infinito como aquel, la Rocinante era invisible para ellos. Y aunque empezasen a acelerar, el penacho del motor no sería más que un punto de luz entre miles de millones—. ¿Es preciso?

—No estoy seguro —respondió Holden—. Solemos usar el radar láser para estas cosas.

—Dale un diez por ciento de margen —comentó Naomi—. A esta escala y a una distancia así, los errores de muestreo de los sensores pasivos suelen dar error.

—¿Y con el radar láser?

—Un margen de un metro —respondió Naomi.

—¿Habéis pensado alguna vez la cantidad de munición que tiene que haber flotando por el espacio? —preguntó Amos, que se impulsó hacia arriba y tocó el suelo con los dedos extendidos. El contacto había empezado a llevarlo de vuelta al techo de manera casi imperceptible, y al mismo tiempo a hacerlo rotar para dejarlo poco a poco en la misma orientación que los demás—. Imaginad todas esas balas de los CDP que no impactan en un objetivo o los proyectiles de los cañones de riel atraviesen una nave o no. Ahí fuera, volando a la misma velocidad que tenían cuando salieron disparados del cañón.

—Si les disparamos, se pondrán a buscar de dónde ha salido el tiro —aseguró Naomi.

—Puede que no —dijo Amos.

Naomi miró a Bobbie.

—Tenemos que empezar pronto la maniobra de desaceleración o los pasaremos de largo.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Bobbie.

—Tres horas —respondió Naomi—. Si tardamos más, tendremos que usar el zumo para frenar a más velocidad y arriesgar un puñado de vasos sanguíneos que preferiría no tener que perder.

Bobbie unió las puntas del pulgar y del dedo corazón de la mano derecha y empezó a tamborilear. Al cabo asintió, pero más para sí que para los demás.

—A la mierda. Estoy cansada de esperar. Iré a despertar a Alex. Vamos a ello.

—Muy bien, niños y niñas —dijo Alex arrastrando las palabras con su acento del Valles Marineris—. ¿Estamos todos listos y bien amarrados?

—Listo —confirmó Holden por el canal general.

Luego se quedó en silencio para oír cómo lo hacían los demás. También Clarissa Mao. Era una ilusión causada por la expectación, pero Holden sintió que las luces brillaban un poco más, como si después de pasar semanas en el embarcadero, la Rocinante también estuviese emocionada por tener una misión importante que cumplir.

—Reactores en verde —informó Amos desde la sala de máquinas.

Alex carraspeó.

—Bien. Desaceleración en diez, nueve...

—Nos han visto —informó Naomi—. Han activado los propulsores de maniobra.

—Perfecto. Tres, dos, uno —continuó Alex.

Holden sintió cómo se quedaba aplastado contra el asiento de colisión. El gel le envolvió, y el motor empezó a emitir un zumbido grave mientras la nave desaceleraba. Para la Dragón Cerúleo no sería más que una nueva estrella que acabase de aparecer en el firmamento. Una supernova a años luz. O algo menos peligroso pero muchísimo más cercano.

—Han activado el radar láser —anunció Naomi—. Y también... nos apuntan.

—¿Han encendido el reactor? —preguntó Holden.

—Dadme el control de las armas —dijo Bobbie al mismo tiempo.

Naomi respondió a ambos:

—El motor empieza a calentarse. Es probable que nos queden treinta segundos. Bobbie, ya tienes el control.

—Holden —espetó Bobbie—, llámalos. Alex, maniobra de asalto. Preparo los CDP.

—Recibido —dijo Alex.

Holden activó los mensajes láser, y la Roci no tardó en fijar el objetivo.

Dragón Cerúleo, aquí la Rocinante. Puede que hayan oído hablar de nosotros. Nos estamos acercando. Ríndanse...

La gravedad de la aceleración se interrumpió de improviso y los asientos de colisión sisearon mientras la nave giraba en dos ejes de rotación.

—Ríndanse de inmediato y prepárense para el abordaje.

Naomi habló con tono calmado y centrado.

—El reactor enemigo está preparado.

La nave se agitó como si hubiera tropezado y lanzó a Holden y a Naomi contra los amarres. El cañón de riel montado en la quilla había lanzado a la Rocinante hacia atrás debido a la esperable relación matemática provocada por la masa del proyectil de wolframio moviéndose a una medible fracción de c. La tercera ley de Newton expresada con violencia. Holden sintió que se le hacía un nudo en el estómago mientras se inclinaba hacia delante. Los segundos se hicieron eternos.

Naomi emitió un breve chasquido de satisfacción con la garganta.

—Bien. Reactor apagándose. Están perdiendo contención en el núcleo. No hay nitrógeno en el penacho. No parece que hayan perdido aire.

—Buen tiro —felicitó Amos por el canal general.

—Joder —dijo Bobbie mientras la Roci volvía a su posición anterior—. Cómo he echado de menos esto.

Volvieron a sentir la gravedad de la aceleración, que estrujó a Holden contra el asiento mientras desaceleraban hacia la nave científica. Ahora era mayor: dos g que sentía perfectamente en la mandíbula y en la base del cráneo.

Dragón Cerúleo, respondan o volveremos a disparar —dijo.

—Esto no me parece bien —dijo Naomi.

—Empezaron ellos —justificó Alex desde la cubierta del piloto—. En parte son responsables de todas y cada una de las rocas que han lanzado.

Holden no tenía muy claro que Naomi lo hubiese dicho por eso, pero ella no insistió, así que supuso que en realidad sí.

—No recibimos respuesta, Bobbie —informó Holden—. ¿Cómo quieres hacerlo?

La exmarine de Marte se bajó del puesto de armas impulsándose con las manos debido a la gravedad. Los músculos de los brazos se le tensaron como cuerdas y tenía en el rostro un gesto propio del dolor y el esfuerzo, pero también de la satisfacción.

—Hazles saber que si se enfrentan a nosotros no tendrán asientos de colisión en los que sentarse cuando los llevemos de camino a la cárcel —dijo al bajar hacia la esclusa de aire—. Voy a ponerme algo más cómodo.

Los asientos de colisión se agitaron un poco cuando Alex cambió de trayectoria para no convertir a la Dragón Cerúleo en un amasijo de metal fundido con el penacho del motor. Bobbie gruñó y volvió a agarrarse a los asideros.

—Sabes que hay un ascensor, ¿verdad? —le preguntó Holden.

—¿Y perderme toda la diversión? —respondió ella antes de seguir descendiendo.

Naomi se movió a pesar de la gravedad para que Holden pudiese verle la cara. Le dedicaba una sonrisa compleja, una a caballo entre la incomodidad, el regocijo y la sospecha.

—Así que esa es Bobbie cuando no tiene ninguna correa que la contenga.

Tardaron en librarse por completo de la velocidad e igualar la órbita de la nave. Holden oyó de fondo cómo Alex, Amos y Naomi se coordinaban con los sistemas de la Roci para conseguirlo. Bobbie comentaba algo cuando el montaje de la servoarmadura le dejaba un respiro y no estaba comprobando los sistemas. La atención de Holden estaba mayormente centrada en el enemigo. La Dragón Cerúleo flotaba en silencio. La nube expansiva de gas radioactivo que antes era su núcleo de fusión se empezó a disipar poco a poco detrás de ella hasta que llegó a ser menos densa que el vacío que la rodeaba. No lanzaron ninguna baliza de emergencia. No los desafiaron ni tampoco anunciaron su rendición. No respondieron a los mensajes ni a las llamadas. Era un silencio muy inquietante.

—No creo que los hayamos matado —dijo Holden—. Lo más seguro es que no los hayamos matado, ¿verdad?

—No tiene pinta —aseguró Naomi—, pero supongo que terminaremos por descubrirlo. En el peor de los casos, lo habremos hecho y será más fácil evitar que las rocas sigan cayendo a la Tierra.

Había algo en su tono de voz que le llamó la atención. Tenía la mirada fija en el monitor, pero no parecía estar haciendo caso a la pantalla. Tenía la mente a millones de kilómetros de distancia.

—¿Estás bien?

Naomi parpadeó, agitó la cabeza como si intentase despejársela y le dedicó una sonrisa un tanto forzada.

—Es que se me hace raro volver a estar aquí fuera. Y no puedo evitar preguntarme si conozco a alguno de los tripulantes de esa nave. No es algo a lo que soliera darle muchas vueltas en el pasado.

—Las cosas han cambiado —dijo Holden.

—Sí, todos los ojos solían estar puestos en ti —dijo al tiempo que su sonrisa parecía perder parte de su rigidez—. Ahora con quien se quieren sentar los mejores interrogadores es conmigo.

Alex anunció que tenían fijada la esclusa de aire de la Dragón Cerúleo y no tardarían en anular los sistemas. Bobbie acusó recibo de la información y confirmó que estaba preparada para el abordaje y que volvería cuando hubiese controlado a los efectivos del enemigo. Todo sonaba muy militar, muy marciano. Las voces de ambos estaban llenas de emoción. Parte de esa sensación era el miedo que había empezado a afectarles, pero había algo más. Por primera vez que recordara, Holden empezó a preguntarse qué sentiría Naomi al oírlos, al ver que sus amigos se preparaban para atacar y puede que hasta matar a personas que habían crecido en las mismas condiciones que ella. Era algo que solo ella podía llegar a comprender del todo.

La tripulación de la Rocinante había trabajado con todos los bandos que habían resultado de la confusión provocada por el Cinturón y las colonias que habían empezado a formarse más allá. Se habían enfrentado a piratas de la APE y también aceptado contratos con la Tierra, con Marte y otros que los beneficiaban a nivel individual. Ver a Naomi así, no solo como individuo, sino como resultado de la vida que había vivido y de la que aún le ocultaba cosas, había cambiado el punto de vista de Holden e incluso cómo se veía a sí mismo.

—Teníamos que detenerlos —anunció Holden.

Naomi se giró hacia él con gesto confundido.

—¿A quién? ¿A estos imbéciles? Pues claro que sí.

Se oyó un chasquido grave por toda la nave que anunciaba que se habían conectado las dos esclusas de aire. Se activó una alarma en la pantalla de Holden, pero la ignoró. Naomi ladeó la cabeza como si él fuese un rompecabezas que aún no hubiera conseguido resolver.

—¿Crees que me siento mal por ellos?

—No —respondió Holden—. O sí, pero no exactamente. Los que se encuentran en esa nave también creen que están haciendo lo correcto. Cuando tiran rocas a la Tierra, lo hacen para... para proteger a los niños que se encuentran en esas naves que casi no tienen aire o que cuentan con filtros de aire paupérrimos. O a las personas que han perdido sus naves porque la ONU ha subido los impuestos.

—O porque creen que es divertido matar gente —apuntilló Naomi—. No los idealices solo porque algunas de las justificaciones que usan sean...

Oyeron un segundo chasquido más grave que el primero. Naomi abrió los ojos como platos en el mismo instante en el que Holden sentía un nudo en la garganta.

—¿Alex? ¿Qué ha sido eso?

—Creo que tenemos un pequeño problema, gente.

—Yo estoy bien —anunció Bobbie, con un tono que evidenciaba que sí que pasaba algo.

Naomi se giró hacia el monitor, nerviosa y con los labios apretados.

—¿Qué tenemos, Alex?

—Una trampa —explicó el piloto—. Parece que tenían un cepo magnético. Todos quietos. Bobbie...

—Estoy atrapada entre la puerta exterior de su esclusa y la nuestra —anunció la marciana—. Estoy bien, pero voy a tener que abrirme paso por las malas y...

—No —espetó Naomi mientras la atención de Holden volvía a centrarse en la alerta que aún seguía brillando en su pantalla—. Podrías romper ambas esclusas. Quédate a la espera y veremos lo que podemos hacer para abrir las puertas.

—Una cosa —interrumpió Holden—. ¿Alguien sabe por qué acabamos de perder una batería de sensores? —Vio que se activaba otra alarma en la pantalla y se imaginó el sonido de las alarmas resonando en su cabeza—. ¿O ese CDP?

El resto se quedó un momento en silencio y sintieron que la situación se alargaba durante horas, aunque lo más probable era que hubiese durado cinco o seis segundos. Solo se oyó el tamborileo de los dedos en los paneles de control y los gorjeos de la Rocinante al responder a las solicitudes de información. Sabía lo que había ocurrido antes de que la nave se lo confirmara. La cámara exterior recorrió el casco de la nave. La Dragón Cerúleo está pegada a ella y parecía más un parásito que un prisionero. Vio un resplandor de chispas y el atisbo de un amarillo fosforescente. Holden movió la cámara. Tres mechas de construcción con forma de araña se encontraban en mitad del casco de la Rocinante y lo iluminaban con sus soldadores mientras se aferraban a él con las garras de sus extremidades.

—Nos están desmontando —anunció Holden.

La educación fingida de Alex no fue suficiente para ocultar su rabia al hablar:

—Podría acelerar un poco si quieres. No me costaría mucho dirigir el penacho de motor hacia ellos y...

—Se retorcerían las esclusas de aire —interrumpió Holden—. Y aplastarías a Bobbie.

—Tienes razón —convino Alex—. Sí. Ha sido una mala idea.

Holden se hizo con el control de un CDP y los desplazó en arco hacia abajo para apuntar a uno de los mechas, pero estaban demasiado cerca. Se activó otra alarma. Un conducto de energía había dejado de funcionar y no dejaba de provocar errores. No tardarían mucho en sufrir las consecuencias. Y si los mechas conseguían abrirse paso entre los cascos...

—¿Qué pasaría si Bobbie rompiese el conducto de abordaje? —preguntó Holden.

—En el mejor de los casos, que no podríamos usarlo hasta que estuviese reparado —respondió Naomi—. En el peor, que haya otra trampa en los enganches, explote, mate a Bobbie y nos provoque una fisura por la que se nos escape el aire de la nave.

—No es para tanto —comentó Bobbie—. Puedo arriesgar. Dadme un segundo para colocarme en posición...

—No —dijo Holden—. No. Un momento. Tiene que haber otra manera. No tiene por qué morir nadie. Aún hay tiempo.

Pero lo cierto es que no tenían mucho. La llama de un soldador volvió a relucir.

El siguiente en hablar fue Amos, pero su voz sonaba extraña. Demasiado baja y demasiado cercana.

—Capi, sabes que tenemos otra esclusa de aire, ¿verdad? La de la bodega está por aquí abajo, cerca del taller.

A Holden se le iluminó la bombilla. Sonaba así porque Amos ya se había puesto el traje espacial y le hablaba a través del micrófono.

—¿Qué tienes pensado, Amos?

—Pues no es que sea muy sutil. ¿Qué te parece si salgo ahí fuera, mato a un par de imbéciles que se la están ganando y arreglo el casco para terminar?

Naomi miró a Holden y asintió. Los años y las situaciones desesperadas que habían pasado juntos habían terminado por crear una especie de telepatía entre ellos. Naomi se quedaría allí para conseguir que Bobbie escapase sin problema de la trampa. Holden saldría con Amos para enfrentarse al enemigo.

—De acuerdo —dijo Holden al tiempo que empezaba a desamarrarse—. Prepárame un traje. Bajo.

—Hecho —dijo Amos—, pero creo que vamos a tener que empezar sin ti.

—Un momento. ¿Cómo que «vamos»?

—Ya hemos activado el ciclo de apertura de la esclusa —dijo Clarissa Mao—. Deséanos suerte.