Tori
El neurólogo se marchó hace un par dos horas; mis padres, hace una, y mi amor inagotable se quedó dormido a mi lado. Ha sido muy chistoso ver la cara enfurruñada de la enfermera que vino hace media hora para retirarme la vía del tratamiento que se me suministró. Dijo con ceja amenazadora que la cama solo era para el paciente. Troy se levantó de un brinco y se disculpó, pero, apenas salió por la puerta la enfermera, mi amor regresó junto a mí; a los segundos la puerta se volvió a abrir y él se levantó tan rápido que sus pies se enredaron con las sábanas, ocasionando que se fuera de narices al piso. Su «¡Uy!» fue tan chistoso que solté una carcajada; él comenzó a reír conmigo. Al final era otra enfermera, una solidaria, que traía una cobija para él.
Lo observo dormir profundamente con sus labios entreabiertos, pegado a mí, abrazándome de manera protectora. Le acaricio su pelo. Le ha crecido un poco al igual que su barba, pero me encanta. Se ve mucho más sexy. Mis dedos se deslizan de manera suave por su cabellera. Me acerco a su rostro y mis labios les dan un toque suave a los suyos. Me insistía hace rato en que durmiera, incluso me cantó bajito esa canción que me dedicó hace tiempo con su exquisito español.
Enamorado de tu mirada.
Enamorado de esa forma en que me miras en silencio, mi amor eterno.
Finalmente, su cansancio lo venció; pobre, se encuentra al tope con tanto trabajo en la empresa, también cuidando de mí. Como me duele haberlo olvidado, y mucho. No encuentro palabras para decirle cuanto me pesa eso.
—Gracias por no cansarte de esperar durante tres años, mi ángel terrenal —le susurro bajito.
En nuestra relación, Troy me ha demostrado cuan fuerte y luchador es su amor por mí, si antes poseía dudas sobre él, todas han sido borradas, aniquiladas por él, por ese sentimiento que resguardó y cuidó tanto, por ese amor sincero que desde hace mucho siente por mí, mi príncipe hermoso. Me siento bendecida porque Dios me envió a este hombre a mi vida y ahora a nuestro hijo; mi fe ha crecido hasta el mismo cielo.
Llevo mi mano hasta mi vientre por inercia; aún no logro verme con una panza de embarazada, aunque seguro mi madre y nana Eva no van a parar de aconsejarme.
Por otro lado, mis padres están muy contentos con la noticia de que serán abuelos; papá dijo que debíamos hablar urgente sobre la última carrera en Qatar. Aun deseo ganar esa copa, pero tengo una enorme prioridad dentro de mí. Y qué decir sobre el hecho de que mis padres ya sabían que Troy había sido mi novio oculto antes de irme a Italia aquella vez, claro, tenía que ser este ángel a mi lado quien les contara todo. Estoy segura de que jamás se cansará de hacerme feliz.
Ahora entiendo mi reacción cuando lo vi la primera vez en la discoteca hace meses, esa sensación de ahogo y luego el desmayo cuando lo miré a la cara. Era lógico, mi cuerpo y corazón lo reconocieron de inmediato, mi estúpido cerebro no. Suelto un suspiro. Me recuesto sobre su pecho, absorbiendo su aroma, cierro mis ojos y mis pensamientos viajan cuatro años atrás cuando lo conocí.
—¡Deja de molestar, Bryan! No quiero bailar contigo —protestó Ari yo me encontraba a su lado junto a Theo, abrazándome.
Bryan era un chico pesado cuando tenía alcohol en su cuerpo, estaba encima de mi amiga desde que entramos a la mansión de los Bourke. Arlet lo miraba de manera asesina; yo estaba alerta, aunque ella sabía defenderse perfectamente.
Bufé de aburrimiento. No deseaba estar en esa fiesta, pero mi grupo de clases era demasiado alegre y por todo hacían una celebración. Estábamos a un año de graduarnos de secundaria. En aquella fiesta supe que no quería a Theo como hombre, sino como amigo. Me gustaba porque era alegre, nunca nada lo molestaba y por todo bromeaba. Era amigo de todos, y cuando digo todos, iba desde los chicos nerds hasta los locos del instituto, tal cual como el pesado de Bryan. No podía negar que Theodore era hermoso, y aún lo es, pero su corazón no hizo ese clic con el mío. Ya maquinaba alguna idea para terminar con él de la mejor manera posible, una en la que él no saliera lastimado. Él tarareaba la canción que sonaba de fondo. Todos se divertían en aquel sitio y yo solo pensaba en autos y carreras. Theo llamó mi atención, parándose frente a mí.
—Vamos a bailar, nena —dijo guiñándome un ojo, con su linda sonrisa. Decidí divertirme esa vez, otro día terminaría mi relación con él.
—¡Bailemos!
Él me arrastró a la pista y yo arrastré a Ari conmigo para que no se quedara con el perro de Bryan, que al parecer se había metido en su papel, porque le olisqueaba el pelo a mi amiga de manera perturbadora. Tipo loco.
Bailamos al son del cantante brasileño Michel Telo, Ai se eu te pego. Yo me movía de manera sensual, disfrutando la noche con mis amigos de clases. Mi pronto exnovio y mi querida Chilindrina. Hice los pasos tal cual lo hacia el cantante en sus videos y Ari hacía lo mismo a mi lado. Theo trató de seguirnos el paso hasta que lo logró, y vaya que se movía el chico.
Inmediatamente, al terminar esa canción, el DJ colocó a David Guetta feat. Sia con Titanium.
Nos movíamos sin parar, saltando, bailando y cantando la canción. Sonreí de oreja a oreja. Ya me encontraba más animada y con ganas de seguir disfrutando. Theodore me tomó de la mano de repente y susurró a mi oído para que lo escuchara, ya que el sonido alto de la música lo impedía.
—Ven conmigo, Tori, quiero presentarte a uno de mis hermanos.
En el año que habíamos tenido como novios no conocía a sus otros dos hermanos. A sus padres solo los había visto un par de veces. Recuerdo que cuando mi padre se enteró aquella vez de que salía con uno de los hijos de Bernardo solo añadió riendo:
«Tenía que ser con uno de los hijos de mi competencia».
De repente, Troy se mueve intranquilo a mi lado, pero no suelta su agarre. Parece que su cuerpo supiera que estoy recordando cómo lo conocí. Regreso a mis pensamientos, a la fiesta.
Theo me pasó una mano por el hombro y caminamos, pasando entre nuestros compañeros que no paraban de bailar. Nos detuvimos frente a un chico que lucía un poco mayor que nosotros, aunque no tanto. Era hermoso y, ahora que lo veo dormido aquí a mi lado, cuatro años después, luce más apuesto que nunca. Esa vez, Troy me quemó con su mirada, así lo sentí. Tanto fuego percibí a través de sus ojos color negro que mi respiración se cortó por segundos, me dejó impactada aquella mirada, y qué decir cuando su mano tocó la mía en el momento exacto en que Theodore nos presentó. Luego de eso no supe más de él.
Mi vida siguió, mi relación con Theodore, también. No entendía por qué no terminaba con él si las cosas se habían vuelto tan frías para mí. Incluso él lo sabía, pero Theo era así: vivía el día a día y nada lo mortificaba.
De esa manera, transcurrió un año más. Y cada vez que visitaba la casa de los padres de Theo deseaba intensamente que su hermano Troy apareciera por la puerta. Solo sabía que trabaja en Tokio y que pasaba algunas temporadas con ellos durante sus vacaciones, pero durante un año no volvió a casa. Hasta exactamente el día de nuestra fiesta de graduación. Nuevamente, era en la mansión de los Bourke, lo volví a ver. Por lo general allí celebrábamos cualquier evento, ya que a todos les encantaba aquel lugar por lo espacioso y Theo era feliz por eso.
Todos celebraban en grande, los chicos vestidos de etiqueta, las chicas con los vestidos más glamorosos de aquel año, así que, mientras yo ojeaba el lugar con ganas de irme a casa, lo vi a lo lejos. Su mirada abrasadora de nuevo me quemó. Mi corazón latió tan deprisa cuando su mirada chocó con la mía que a partir de ese momento me sentí otra; sin embargo, también sentí rabia, molestia por no saber de él durante tanto tiempo. Me sentí abandonada.
Aparté la mirada antes de que corriera a sus brazos, porque eso era lo que mi cuerpo deseaba hacer. Observé a Theo a mi lado. Por fortuna, no se percató de la mirada que le había dado a su hermano. No habría sido correcto. En ese instante, me sentí una mala persona. Decidí sacar a Troy de mi mente y disfrutar la fiesta de graduación.
Se presentaron varios cantantes como invitados aquella noche: Pitbull, Marc Anthony, Ke$ha y Lorde. Todos ellos regalos de nuestros padres por la graduación. Había sido una noche linda, pero yo estaba al borde; Theo buscaba estar encima de mí o quería besarme y yo lo rechazaba; ya me encontraba decidida a terminarlo. Era suficiente, ya ni sus besos quería. Se cansó de rogarme y se fue a bailar con Ari.
Pasé parte de la noche buscando con la mirada a Troy. Si era pecado sentir lo que sentía por el hermano de mi actual novio, no me importaba un carajo. Era algo mucho más fuerte que yo. Era como una gran bola de nieve rodando cuesta abajo. Decidí buscarlo, no daba con su paradero, hasta que un puto pensamiento cruzó por mi mente: tal vez estaba follándose a alguna de mis compañeras de clase. Un calor recorrió todo mi cuerpo y sentí un dolor espantoso. Deseé que Troy no estuviese con otra teniendo sexo, ese pensamiento me ocasionó unas náuseas terribles.
El alcohol en nuestro organismo comenzaba a hacer efecto hasta el punto de que Theo se acercó a mí y me besó de manera forzada. Eso fue la gota que rebasó el vaso; lo empujé con rabia, lo aparté de mi vista. Quería despejar la mente con un poco de agua en la cara y me marché en busca de un baño. Subí las escaleras de a poco fijándome en cada escalón, ya que me encontraba mareada. Observé a varias parejitas besuqueándose en los rincones y otras metiéndose mano. Total, la mansión era solo para nosotros. Los padres de Theo prefirieron darnos espacio; según ellos, cada quien era consciente de su cuerpo y tenían toda la razón del mundo.
Intenté abrir varias puertas, pero todas estaban cerradas, hasta que una cedió y entré a una habitación en penumbras, tanteaba con la mano en la pared, cerca de la puerta, para encontrar algún interruptor y encender las luces. No lo conseguía hasta que un gemido me hizo dar un respingo, a la vez que encontraba de repente el jodido encendido. El cuarto se iluminó con una luz tenue, mostrándome a alguien recostado en una gran cama. Esa persona, al ver la habitación iluminada, se sentó sobre el colchón de sábanas de seda color gris. Era él: Troy. Sus ojos estaban rojos a causa del llanto, su mirada se clavó en la mía y me partió el alma verlo llorar de esa manera. Se notaba afligido, dolido y yo deseé abrazarlo.
—Por favor, deja de llorar, sea lo que sea debe tener solución —dije mientras me acercaba a su cama hasta quedar frente a esta; él clavó sus ojos en los míos.
—Puede que detenga el llanto, más no mi sufrimiento. Ese siempre se quedará conmigo, ya lo hace desde hace un año. —No entendía qué le sucedía ni menos lo que decía. Sus ojos me observaban con demasiada ternura y a la vez suplicio.
—Siento... escuchar eso, Troy. —Al oírme pronunciar su nombre, él se levantó de inmediato de la cama para quedar cerca de mí; yo retrocedí temerosa hasta chocar con la pared colocando ambas manos a mis costados por sobre mi cabeza, y lo que dijo a continuación hizo dar un giro de 360 grados a mi corazón temeroso, cauteloso.
—Perdóname por lo que te voy a decir: te amo, Victoria, desde el mismo día que te conocí. Y estoy seguro de que será para toda la eternidad. Esa es la razón de mi llanto y el motivo de mi sufrimiento, porque le perteneces a mi hermano y no a mí. Vas a tener que enseñarme a vivir sin ti. No tenerte en mi vida me está matando poco a poco.
¡No podía ser! Me amaba. Me amaba desde hacía un año. Si él no lo hubiese confesado, yo no habría tenido el valor de decirle lo que presentía desde hacía meses. En ese preciso y justo instante, mi corazón se quebró al tiempo que se unían sus piezas; su suplicio era el mío, y su amor también. Por fin sentía que todo encajaba entre él y yo y me animé a decirle lo que sentía. De ello estaba tan segura como mi mismo nombre.
—No va a ser necesario enseñarte a vivir sin mí porque… —Aproximé mi rostro hasta él para quedar a la altura de su pecho, por lo que tuve que levantar mi vista y mi piel se erizó—, yo también, sin querer, me he enamorado de ti, Troy. Te pienso a diario y siento que me estoy muriendo de amor por ti. Ya no puedo seguir engañando a mi corazón. —Nada más escuchar lo que le dije, me tomó por el cuello con ternura, miró mis ojos y luego mis labios, alternando entre ambos.
—¿Puedo?
—Por favor, bésame de una vez que muero porque lo hagas.
Apenas me escuchó, obedeció mi pedido. Pegó de inmediato sus labios a los míos y los succionó por completo, tanto que solté un gemido de placer. Yo me colgué de su cuello, entregándome de manera casi demente y con ansias a su boca. Entre beso y beso, comencé a soltarle los botones de su camisa. Quería su boca, su cuerpo, a él por completo. Me había vuelto loca de amor y no podía evitarlo. Deseaba demostrarle a cada parte de su anatomía lo que mi alma sentía por él aquel bendito día. Logré sacarle su camisa mientras que él me giraba para pegar su pecho a mi espalda y comenzar a bajar el cierre de mi vestido suavemente, lo cual me hizo estremecer al tiempo que se erizaban los vellos de mi piel. Al ver mi espalda desnuda, comenzó a besarla delicadamente. Con cada toque de sus manos, yo temblaba de placer, el vestido cayó a mis pies como espuma de mar y mis pechos quedaron desnudos de inmediato. Ya que al ser un vestido escotado no necesitaba de un sujetador que lo opacara. Me giró de nuevo a él; su mirada cargada de pasión y lujuria me hicieron tragar grueso. Me observó de arriba abajo, con calma, yo disfrutaba de sus ojos en mí. De repente me cargó en sus brazos fuertes y musculosos, un cuerpo perfecto, me recostó sobre la cama y se colocó encima de mí. Acarició mis labios con la yema de sus dedos observándome con ternura y comenzó a besarme de nuevo, despacito, lentamente, mientras yo lo tenía abrazado por el cuello. Me sentía dichosa, feliz como nunca antes en toda mi vida. Mi corazón comenzó a palpitar de manera estrepitosa cuando una de sus manos se posó en uno de mis pechos. Lo frotó suave, despacio; luego prosiguió con el otro. No se detuvo hasta que su otra mano descendió hasta mi tanga logrando sacarla por mis pies. Quedé sin nada de ropa ante sus ojos y entonces noté su erección sobre sus pantalones. Se me hizo agua la boca, un temblor me recorrió desde la punta de mi cabeza hasta los dedos de mis pies. Debía decirle la verdad antes de que siguiera; no quería que se preocupara.
—Troy, detente. Espera... Yo no... Yo no he estado con nadie... jamás. —Él se sentó a mi lado de inmediato.
—Joder... ¿Jamás has estado con Theo?
Me muerdo los labios, no queriendo que el recuerdo se detuviera. El recordar esa parte me hace querer golpearme. Mi falta de memoria me mostraba otra realidad, una en la que creía haber perdido mi virginidad con Theodore. Estúpida mente.
Cierro los ojos y me concentro de nuevo en el pasado.
—No.
—Eres virgen —asimiló.
—Lo dices como si fuera un pecado.
—No es eso, hermosa, sino que esta sería tu primera vez. Victoria, te amo y tú me acabas de confesar el mismo sentimiento por mí, pero no quiero que te arrepientas de nada conmigo. No quiero que te sientas forzada por lo que te he confesado. Podemos esperar; nos queda tiempo.
Al escuchar sus palabras, eso era lo que temía. Siempre estaría preocupado por mí. Me levanté con resolución del colchón, empujándolo para colocarme a horcajadas sobre él. Luego me acosté sobre su cuerpo, lo miré directo a los ojos que aún ardían en deseo. Mis senos rozaban su dorso desnudo y lo vi morderse los labios con fuerza. Era su tentación.
—Contigo no me cabe la menor duda; nunca me arrepentiré de nada en esta vida, así que hazme el amor, que tus manos toquen cada rincón de mi piel. Deja tu huella sobre mí.
—Si me lo pides de esa manera, voy a amarte hasta lo más profundo de tu alma.
Esa vez fui yo quien lo besó. Lo amaba y lo amaré por siempre. Estaba tan segura de eso que quería pasar el resto de mi vida a su lado.
Él me tumbó de nuevo sobre mi espalda al mullido colchón sin dejar de besarme. Sentí uno de sus dedos separar los pliegues de mi vagina e introdujo uno de ellos lentamente, mientras yo soltaba un gritito ahogado. Lo deseaba tanto que me dolía el cuerpo por completo, pero era dolor placentero.
—Si te lastimo, dímelo, mi amor.
—No, sigue... no pares... no me sueltes —le supliqué a la vez que me arqueaba. Él sonrió de manera tierna y pícara. Era una mezcla entre amor y lujuria.
Introdujo otro dedo más en mí y comencé a sentir mi cuerpo encenderse. No paraba sus besos, sus toques; yo me sentía extasiada a morir. Inició una danza con sus dedos traviesos logrando sacar varios jadeos de mi garganta. Sentía mi centro húmedo a más no poder y él lo sabía. Sacó sus dedos y ante mis ojos se quitó el resto de su ropa, vi como rebuscaba en las gavetas a un lado de su cama hasta dar con su objetivo: un condón. Encantada vi cómo se lo colocaba, para entonces posarse sobre mí otra vez, separando mis piernas con suavidad mientras me miraba y acariciaba las mejillas.
—Te amo.
Yo estaba muda, a la espera de recibirlo. Era mi primera vez y con el hombre del que me había enamorado.
Unos pequeños nervios florecieron cuando Troy poco a poco se fue introduciendo en mí. Al comienzo fue un poco incómodo, luego sentí algo de ardor, hasta que mi cuerpo se acostumbró a su invasión, a su intromisión, entonces él se detuvo.
—¿Estás bien?
Solo pude asentir mientras me mordía los labios, tenerlo de esa manera conmigo no se le compara a nada en este mundo. Por lo general, escuchas de sexo, ves imágenes, hasta películas atrevidas, pero vivirlo como lo hacía yo, y enamorada, eso era la gloria. Troy comenzó sus arremetidas deliciosas y yo me movía a la par. Mi cuerpo quería explotar. Ambos nos encontrábamos sudados pese al aire acondicionado. Nuestros cuerpos exhalaban lo que nuestros corazones sentían desde hacía un año. Era una entrega total cargada de adoración de parte y parte, una entrega llena de amor, la cual marcaba el principio de un sentimiento que estaba segura permanecería inquebrantable por siempre.
—¿Quieres ser mi novia? —susurró mi amor a mi oído. Había transcurrido una hora de nuestra entrega cuerpo a cuerpo. Permanecíamos desnudos en su cama, muy juntos el uno del otro. Yo estaba de espaldas a él, pegada a su pecho con nuestras manos entrelazadas; él me besaba el cuello, el hombro, el cabello. Me tensé al pensar en Theo y en su reacción cuando supiera que su hermano era quien sería mi nuevo novio; tuve miedo de que se pelaran, de enfrentarlos.
—Sabes que sí... Sin embargo, no quiero lastimar a tu hermano y menos que se peleen por mi causa. —Giré, ver sus ojos apagados me dolió. Le acaricié su frente, nariz y boca con un dedo.
—Victoria, conozco a Theodore. Estoy seguro de que no te ama como tal. Le gustas, no lo niego, pero no está enamorado realmente de ti como él cree. No creo que suceda nada entre ambos cuando se entere.
—No lo sé. Por favor, dame tiempo para hablar con él, ¿sí?
—Te puedo dar todo el tiempo que desees, preciosa, pero no te quiero lejos; ya tuve un año de difícil prueba, sobreviviendo cada día por no tenerte a mi lado.
—No estaré lejos de ti, te lo prometo, pero prométeme algo tú también. —Sonrió de lado y eso me enamoró mucho más.
—Todo lo que quieras.
—Acepto ser tu novia desde hoy, pero no digamos nada por ahora de nuestro noviazgo, por favor. Yo hoy mismo termino con Theo, pero no me parece correcto que de buenas a primeras le diga que estoy contigo.
Él asintió esa vez con una enorme sonrisa; sabía qué diría que sí.
Luego de esa hermosa noche de nuestra primera vez juntos, al siguiente día terminé con Theo. Me pidió que le diera otra oportunidad, pero ya era tarde. Mi corazón ya tenía dueño. Por fortuna, Theo no insistió en lo nuestro, hasta accedió a que fuéramos amigos y se concentró en su viaje a Alemania.
Yo seguí con mi vida, las prácticas en el autódromo, viviendo un noviazgo a medias con mi amor porque lo ocultaba, escapándonos a los hoteles para amarnos; ya nos habíamos probado y no podíamos evitar sentirnos piel a piel.
Cada vez lo deseaba más. Eran unas ansias locas, las cuales noto que hoy continúan intactas luego de tantos años, Troy me enciende con solo un toque.
Después llegó mi viaje a Italia y ocurrió ese maldito accidente que lo cambió todo de manera abrupta para mi ángel terrenal; él ha sido quien ha cargado con ese peso y eso siempre me va a doler.
—¿Qué haces despierta, princesa? Son más de las dos de la mañana —dice mi amor hermoso a mi lado, devolviéndome al presente—. Debes descansar, eso no le hace bien a nuestro bebé. —Sonrío al escucharlo hablar de nuestro producto de amor.
—Recordando, amor mío. El pasado y como te conocí. —Le tomo una de sus manos y la beso—. Naciste para ser mi pareja de vida. —Él asiente con admiración.
—Y también para hacerte feliz —dice tierno.
—Eso lo he sabido desde hace tiempo. —Me acerco a él y lo beso largo rato.
—Pórtate bien —me reprende con sus labios sobre los míos—, mira que si viene la enfermera militar me bota de acá como perro callejero. —Suelto una risita divertida.
—Está bien, me porto bien. ¡Caray, ya ni besos puedo darle a mi novio!
—Prometo que cuando estemos fuera de este sitio, te como a besos y sabes que siempre cumplo mis promesas.
—Lo sé —musito con un bostezo y me acurruco a él.
—Duerme ya, princesa, ¿quieres que te cante de nuevo?
—¡Sí! —respondo alegre, ahora también amo la manera en cómo me canta.
Estuve por dos días en el hospital, me practicaron varios exámenes más a fondo, algunas placas y resonancias. Encontraron todo en perfecta normalidad, gracias al cielo. Decidieron darme de alta, no sin antes sugerirme controlar pronto el embarazo.
Pienso en el Campeonato Mundial de Turismos. Estoy a una semana de la última carrera; ya debería estar allá. He logrado tanto y estoy a un paso de la meta. Me llevo la mano a mi vientre. Allí está mi nueva personita favorita; ahora mi prioridad es él o ella. Por sugerencia de Troy, tengo cita con la ginecóloga de Amanda, mañana viernes. Esa doctora tendrá la última palabra; me dirá si debo o no continuar en la competencia. Observo la hora en la pantalla digital de mí móvil: 7:07 am.
Mi amor, como es su costumbre, llamó temprano para saludarme y decirme cosas lindas por partida doble, porque en sus frases bonitas estuvo incluido nuestro nuevo angelito. Suelto un bostezo. Creo que dormiré otro rato más antes de que llegue Ari; hoy le daré la noticia a Fiorella de mi estado de gravidez a través de Skype y Arlet no quiere perderse esto. No imaginamos su reacción.
Después de dormir durante una hora, algo me hace despertar. Me duele el vientre, es una extraña sensación.
Abro los ojos lentamente. Estaba profundamente dormida, pero el pequeño dolor me hizo despertar. Será mejor que le diga a mi madre, no sé cómo es esto de los embarazos. Me siento en la cama, aún es de mañana, exactamente las diez. Decido ir primero al baño a hacer pis y luego buscar a la futura abuela.
Aún eres una cosita y ya comienzas a hacerte notar, ¿eh?
Le hablo a mi personita dentro de mí mientras me froto el vientre. Me siento en el retrete entre bostezo y bostezo; me estiro un poco y mi vista baja a mi ropa interior, me percato de una pequeña mancha roja encima del protector diario y es una mancha notable. Mi corazón se contrae. Me levanto de inmediato para secar mi parte íntima y veo más sangre, esto no puede ser normal. Termino de asearme y salgo a toda prisa del baño para buscar a mi madre.
—¡Mamá! —grito mientras atravieso la sala con dirección a la cocina. Debe estar allá con la merienda de Mía.
—Estoy en la cocina, cariño.
Me responde mientras escucho a Mía reír graciosamente. Entro y las localizo; mi progenitora se encuentra con mi hermana sentada en uno de los taburetes que rodean la isla, Mía en su silla de comer, observo como mi traviesa come una ensalada de frutas, nana Eva pulula por el lugar tras Gineta —nuestra cocinera—, aunque solo debe hacerse cargo de mi hermana, Eva no puede estar tranquila.
—Mamá... —digo con voz entre cortada. Ella de inmediato posa sus ojos en mí, nerviosa—, estoy... sangrando. —Esas dos palabras me derrumban porque siento miedo por mi pedacito de cielo; no quiero que nada malo le suceda.
Mi madre no espera a que diga más nada. Entra en acción; yo me he paralizado porque si ella ha reaccionado de esa manera el panorama por venir no es bonito. Escucho a nana Eva decirme algo, pero no logro concentrarme en nada, salvo en mi pequeñito. No puedo quitar las manos de mi vientre y me repito mentalmente: «Todo estará bien, pedacito de cielo, mami está contigo».
—¡Victoria! —El grito de mamá hace que reaccione. Me sostiene por ambos brazos con su mirada neutra.
—Quiero que estés tranquila, que controles tus emociones. Vamos a tu habitación, ponte ropa cómoda y nos vamos de inmediato al hospital.
La doctora me examina y me observa seria.
—No voy a irme con rodeos, voy directo al grano, Victoria. Tienes un embarazo de cuatro semanas. Te encuentras a las puertas de un aborto espontáneo, en tus manos está si deseas salvar a tu bebé o no. A partir de hoy, deberás tener total y absoluto reposo, incluso no podrás ni moverte al baño. Te dejaré hoy en observación. Cuidar de tu salud será una de tus máximas prioridades a lo largo de este embarazo. Si tú estás bien, tu bebé también lo estará y se desarrollará adecuadamente. —Me encuentro en uno de los cubículos del área de emergencia. Mis lágrimas ruedan silenciosas sobre mi rostro; mi madre me sostiene una mano con fuerza—. Debo atender otras pacientes; te dejaré el tratamiento con una de las enfermeras. Ya tienes mis números de contacto, Victoria, no dudes en llamarme a la hora que sea por cualquier imprevisto. Te veo en dos semanas.
La amable doctora, Liria Crow, se despide. Mamá y yo le agradecemos y sale en silencio del cubículo.
—Vamos a cuidar de ese pequeño travieso desde ya, que no crea que se va a librar de nosotros —dice mi madre tratando de mejorar mi ánimo. Y lo consigue, sonrío entre lágrimas.
—Ni modo, mi pedacito de cielo, bienvenido a la familia. Así que ya sabes, agárrate bien fuerte mi pequeña luz. Te necesitamos dentro de ocho meses en nuestras vidas —susurro bajo, con mis manos en mi vientre plano.
—¿Ya podemos avisarle al futuro padre? —sugiere mamá, mirándome con media sonrisa. Mi amor hermoso hoy tenía una reunión importante, puesto que ya es mediodía, debería haber finalizado su trabajo. No quería asustarlo como lo estoy yo ahora; necesita estar concentrado en sus negocios.
—Sí —digo soltando un suspiro—, ya mismo lo llamo, gracias, mamá.
Observo la foto en mi pantalla de bloqueo, somos Troy y yo en Buriram, Tailandia. Ese país en donde tuvo lugar mi última carrera de este año y en el cual procreamos a nuestro hijo. Ya obtuve la respuesta a la interrogante de si debía regresar o no a la competencia. Desbloqueo mi móvil y marco su número. Responde de inmediato.
—¡Princesa! Ya extrañaba tu voz. —Sonrío como mensa nada más de escucharlo.
—Son solo cinco horas, mi amor.
—Para mí es demasiado tiempo. Me convierto en un total idiota sin ti; quiero tenerte todo el día a mi lado.
—Te confieso que yo me siento igual. —Mi madre niega sonriendo de manera tierna.
—¿Cómo se porta nuestro ángel?, ¿han continuado las náuseas?
—Un poco... Escucha, amor, no te vas a preocupar… me encuentro en el hospital.
—¿Qué sucede? —pregunta alterado.
—Amor, calma, mejor vienes y acá te explico la situación. —Trato de sonar tranquila aunque por dentro estoy muerta de miedo.
—Salgo de inmediato. Los amo.
—Te amamos.
El ser humano posee sueños, metas, ganas de comerse el mundo y demostrarse a sí mismo lo valiente, fuerte, capaz y tenaz que puede llegar a ser; por otro lado, somos nosotros mismos quienes nos impedimos de muchas maneras lograr cada uno de esos propósitos, y al final no conseguir lo anhelado o puede que sí, todo depende de qué tipo de persona seamos.
Yo he luchado con disciplina, constancia, garras y dientes por cada uno de mis objetivos. Sé que he obtenido mi recompensa, de eso estoy orgullosa. Uno de mis mayores sueños era y es ganar el Campeonato Mundial de Turismo, luego la Fórmula 1, pero tengo una nueva meta y sueño: tener a este bebé en mis brazos sano y salvo.
Por ahora debo posponer un sueño porque una personita viene en camino y necesita de mi total atención. Cuando todo se encuentre en orden, retomaré de nuevo mi meta. Las carreras son mi objetivo y mi plan.
Jamás de los jamases debemos detener nuestros sueños, tal vez suspenderlos por un breve momento, y ya luego seguir luchando por ellos y no olvidar que la única manera de lograrlos es creyendo en uno mismo.