—¿Victoria?
Estoy paralizada.
Sin aliento.
Todo se ha detenido.
Mi madre me habla nerviosa, apresurada. La observo, pero es como si yo no estuviera allí. Mi boca se encuentra seca.
Mía... Mía... Mía.
¿Es mi hija y de Troy?
¿Cuándo pasó esto?
Recuerdo cuando mi madre me dio la noticia de que tenía un bebé luego que despertara del coma… ¿Fue durante ese tiempo?
Ella no podría mentirme ni jugar con algo así. Mía es mi hija…
¡Por Dios, ella es nuestra!
Dios. Dios. Dios.
Ahora lo veo todo más claro. Mis pensamientos y sencillos detalles pareciera que ven luz por primera vez en la vida. Observo a Troy, que me observa fijamente con ojos desesperados, atónitos e incrédulos.
¡Mía tiene la misma sonrisa de él y el mismo color de ojos! Uno ojos que no paran de verme, unos ojos angustiados, temerosos, llenos de un miedo que nunca había visto antes.
Esto es mucho para mí. Siento rabia conmigo y con mis padres. Esto es tan difícil de entender, de procesar, es demasiado fuerte; mi corazón está a punto de salirse de mí pecho. Mis ojos me pican por las lágrimas que batallan por salir. Observo a mi padre; su rostro luce serio y a la vez temeroso. Troy ya no me mira. No mira a ninguno; su vista se encuentra fija en el enfermero frente a nosotros.
De repente, estallo al percatarme del miedo de Troy.
Es Mía, es lo que ocurre con ella en este momento.
Si algo... si algo le ocurriera..., apenas acabo de enterarme de que es mi hija... ¡No puedo perderla, no puedo!
—¿Por qué, mamá?, ¿por qué me lo ocultaron?, ¿por qué? Me privaron de mi hija durante dos años.
—Por favor, Tori, lo hicimos por ti. No queríamos que cuando reaccionaras del coma recayeras nuevamente con semejante noticia. No sabíamos en ese entonces quién era el padre de Mía. Cuando tú despertaste, tampoco mencionaste a Troy. Hija, fue un año sin ti, entiéndenos, por favor. No queríamos arriesgarnos a perderte nuevamente con semejante noticia.
—Lo siento, mamá, pero no puedo entenderte. Son dos años en los que ella y yo no hemos compartido la dicha de ser madre e hija. Además, se confundirá ahora. ¡Te ve a ti como su madre! ¡A ti! ¿Pensaron en eso? Yo tan solo he sido su hermana mayor... la que a veces sentía celos idiotas de ella, incluso había momentos en los que no quería cuidarla. Es injusto que callaras semejante verdad ¡Por Dios, esto me duele demasiado! ¡ES MI HIJA! Es mi hija. Era tu deber decírmelo después de cierto tiempo prudencial; no era ninguna niña y podía afrontarlo. Ustedes me conocen. ¿Creyeron que me iba a derrumbar por tener una hija y no recordar quién era el padre? ¡Todo lo contrario, maldita sea! No tenían el derecho a decidir sobre lo que es importante para mí.
Exploto en llanto y corro lejos de allí.
Escucho a Troy llamarme desesperado. No volteo hacia atrás; lo único que quiero es desaparecer. Apresuro mis pies porque estoy segura de que él viene detrás de mí. Atravieso pasillos hasta encontrarme con el ascensor, ingreso a este de inmediato, veo a Troy correr apresurado y, antes de que se cierren las puertas, me grita suplicante.
—¡No puedes marcharte y dejar a Mía! Por favor, amor...
Bajo la mirada.
No la estoy dejando, jamás lo haría.
La amo desde el primer día que mi madre me la presentó, justo a sus tres meses de edad, luego de despertar del maldito coma que duró un año.
No me siento buena madre justo ahora. Si se supone que uno tiene ya ese instinto desde el mismo instante en que se procrea, ¿por qué no sentí nada cuando la tuve entre mis brazos la primera vez?
El sonido del ascensor me indica que llegué a planta baja. Espero que Troy no se encuentre allí. Poso la mano en mi vientre, recordando el nuevo milagro creciendo en mis entrañas. Controlo la respiración, intentando calmarme por mi bebé. No puedo arriesgar lo que hemos avanzado para protegerlo.
Hoy ha sido un día doloroso: la traición de mi amor y ahora el engaño de mis padres. Asimilar estos dos hechos me han derrumbado; sin embargo, tengo dos grandes prioridades, dos grandes motivos como el mismo universo para no decaer: mis dos hijos.
Salgo apresurada a la salida mientras me limpio las lágrimas que bañan mi rostro, encuentro a Brad —nuestro chofer— sentado en las sillas de espera leyendo la prensa. Al verme, se pone de pie rápidamente. Con rostro preocupado me observa alerta.
—Señorita, ¿Mía se encuentra bien?
Mi chiquita.
Controlo el temblor que genera mi cuerpo al pensar en... mi hija. Dios mío, dame fuerzas, por favor. Me llevo las manos al vientre, hacia mi otro hijo en camino.
—Estará bien, Brad. Necesito las llaves del auto.
—Yo la puedo llevar a donde desee.
—No te preocupes, Brad. No tardaré, debo hacer algo a solas.
Dudoso, nuestro chofer me tiende las llaves del coche y las tomo sin pensarlo. Me encamino al estacionamiento, ubico el auto —un Sonic Sedán color negro—, subo y lo enciendo. Sentir el ruido del motor me calma por unos segundos; han sido dos meses sin conducir y lo había extrañado. Avanzo por la calle principal buscando una salida rápida que me lleve al único sitio en el que puedo calmarme y pensar en todo esto que me está ocurriendo.
Media hora después, estoy entrando al autódromo. Estaciono el auto para ir en busca de mi Cruze. El móvil vuelve a sonar. Es él; no ha parado de llamar y tampoco mis padres. El llanto regresa.
Por favor, Dios, cuídala, te lo ruego, dame la oportunidad de escucharla decirme... «mamá».
Busco a Jhonny hasta que logro verlo. Conversa con otro de los trabajadores del sitio. Me acerco a ellos sin importarme una mierda el que me vean en semejante estado.
—¿Victoria, te encuentras bien? —pregunta asombrado.
—Sí, Jhonny..., necesito mi auto, por favor.
Asiente sin más; ya me ha visto así otra veces y sabe que si vengo hasta acá en este estado es para disipar mis temores, problemas o lo que sea. Lo veo ir en busca del coche y pienso en lo triste que se puso al enterarse de que me retiraba de la competencia. Siempre ha confiado en mí y en mis ansias por ganar, pero al saber que lo hacía por mi embarazo, eso lo hizo sonreír. Es padre; sabe que por los hijos hacemos lo que sea, aunque por Mía siento que no he hecho absolutamente nada. Soy su verdadera madre y la he tenido a mi lado durante dos años ignorando ese hecho, ajena a que era parte de mí.
Apenas Jhonny aparca frente a mí, baja para cederme el puesto de piloto. Me guiña un ojo y, sin preguntas, se aleja, trato de sonreírle. Eso es imposible ahora. Subo al auto y acelero a toda velocidad. El coche parece gritarme con el rugir del motor, justo como lo hago yo ahora.
¿¡POR QUÉ, MAMÁ?, ¿POR QUÉ ME OCULTARON ESA GRAN VERDAD!?
Manejo a toda velocidad por la pista con el corazón acelerado, llorando de rabia y dolor. Me avergüenza mi comportamiento con mi hija, por no cuidar mejor de ella, por no pasar más tiempo a su lado, por protestar las veces que debía cuidarla. Ya entiendo por qué mi madre quería que estuviera con ella casi todo el tiempo. Ella quería que viera más allá de mi amor de hermana; sin embargo, fui una total y estúpida ciega. Le fallé.
Observo la pista frente a mí; con el sol cayendo a lo lejos, la imagen del autódromo Nazionale Monza en Italia aparece en mi mente como un repentino e imprevisto flash; mi corazón siente un espasmo y aprieto el volante.
Estoy en los camerinos de ese autódromo con una prueba de embarazo en mis manos. Me veo nerviosa.
Y otro recuerdo se asoma en mi memoria.
Llevaba tres días de retraso y había vomitado varias veces. Eso me asustó y alertó. Tenía algunos días ya en aquel país y cuatro días de retraso y decidí comprar entonces una prueba de embarazo en una farmacia de camino a la competencia. Alegué a mis acompañantes que necesitaba unas pastillas para el dolor de cabeza y, justo media hora antes de la carrera, me realicé el pequeño test, que dio el resultado positivo. Ese panorama me dio temor y nervios; tan solo tenía un mes de relación con Troy. No podía estar embarazada. Era muy pronto; tuve mucho miedo ante la reacción que tendrían mis padres, Theo y Troy.
Los nervios salieron a la superficie, y eso, eso fue lo que me descontroló en aquella carrera, perdí concentración y, en la primera vuelta, no supe maniobrar una de las curvas en la pista, ocasionando el desequilibrio del auto. Intenté frenar, pero fue peor. Una de las llantas explotó, hice un derrape y no pude evitar el choque de frente con una pared de concreto.
No recuerdo nada más hasta ese día que desperté un año después. Ante la mirada aterradora de mi madre, papá había ido a una reunión de emergencia del trabajo.
Ni Troy ni mi hija aparecieron en mi mente en ese entonces.
Perdónenme.
Fuerzo a mi memoria, escarbando por más información. Necesito recordar todo de una buena vez y no dejar ningún cabo suelto.
Sé que estuve una semana más hospitalizada después de despertar, con pruebas, chequeos y terapias. Mi cuerpo había estado inmovilizado por doce meses y necesitaba recuperar fuerzas. Durante esa semana, mi madre me hizo varias preguntas a las cuales no obtuvo respuesta alguna. Ahora comprendo por qué me insistía en que si no recordaba algún novio en mi vida. Era lógico. Mía estaba de por medio y yo no lo sabía; no imagino sus dudas y temores. Cuando regresé a casa, lo primero que vi fue a mi supuesta “hermana” en brazos de nana Eva. Esa imagen permanece intacta en mis recuerdos. Su cabello color chocolate, cortito, lleno de pequeños rizos pegaditos a su cabeza, sus cachetes sonrojados y piel crema.
¡Oh, Dios! Por su puesto. Recuerdo que, cuando me quedé viéndola como boba largo rato, mi corazón sintió una extraña sensación.
Era eso, tiene que ser eso, ¿cierto? Sí, sí, sí te reconocí, pequeña mía, mi ángel travieso.
—Te doy un minuto para detener ese coche, Victoria. Nuestra… hija... te necesita.
La voz fuerte, concisa y exigente de Troy rezumba en mi auto a través del intercomunicador. Si no tengo puesto el auricular, se puede escuchar en los altavoces. No dudo y detengo el auto. Llevo conduciendo más de veinte minutos. Debo regresar por ella, por nuestra hija, no por él. Piso de a poco el freno para comenzar a bajar la velocidad. Dos minutos después me estaciono frente a Troy. Me observo en el espejo retrovisor, mis ojos se encuentran totalmente rojos e hinchados a causa del llanto imparable; siento las emociones a punto de rebasarme.
Bajo del coche dando un portazo que va dirigido con toda la intención del mundo a él. Paso por su lado sin mirarlo. Que no crea que será un mandón conmigo en estos momentos cruciales, porque así sea el padre de mis hijos, me mintió con la tipeja aquella. En segundos, me retiene por un brazo. De nuevo, el llanto regresa; mi vulnerabilidad se fue al piso. Lo amo, siempre va a ser así, es mi todo.
—Por favor, suéltame —pido de manera calmada, sin mirarlo. Lo hace de inmediato. Estoy dándole la espalda porque es mejor para mí. Si lo veo a los ojos, me voy a quebrar.
—Victoria, necesito que me escuches.
—Ahora lo único importante es... nuestra hija —musito incrédula. Pronunciar esas dos palabras me parece sorprendente.
Él se queda callado durante unos segundos; me abraza por detrás y pega sus labios a mi oído. Intento zafarme, pero me retiene con fuerza.
—¿Cómo crees que me siento yo ante esta situación?, ¿no confías en mí? Tú me conoces, Victoria. Esperé pacientemente por ti durante tres años luchando contra el maldito tiempo, viviendo en la soledad de aquel departamento en Tokio, viviendo con el dolor de tenerte lejos. Te he demostrado mi amor verdadero. Si realmente no te hubiese amado como lo hago, me hubiese ido con otra. Total, no me recordabas. —Mi llanto empeora. Escucharlo decir esas últimas palabras me aterran; no tenerlo en mi vida es como no poder respirar.
—No dudo de tu amor, pero estabas con ella en tu puta cama —le reprocho gimiendo. Me gira hacia él para quedar cerca de su rostro, porque aún me mantiene entre sus brazos. Sus ojos se encuentran apagados y enrojecidos, también ha llorado; puedo notar la angustia y dolor que tiene.
—No crees que, si hubiese querido engañarte con Michelle, el último lugar a donde la llevaría sería a donde vivo, ¡por Dios! —Me quedo callada porque tiene razón, él vuelve hablar —Theodore. —Cuando pronuncia ese nombre, su rostro cambia de angustiado a rabioso; sin embargo, con sus dedos pulgares trata de limpiar la humedad de mis mejillas, por más que lo intenta continuó llorando.
—¿Qué? —balbuceo, ya no logro hablar. Me duele el alma entera. No entiendo qué tiene que ver Theodore con nuestra conversación.
—Te juro que entre Michelle y yo no ocurrió absolutamente nada. ¡Nada! Ayer, antes de marcharme de mi departamento, llegó Theo. Verlo parado frente a la puerta cuando me disponía a irme a tu casa me dejó impactado. Lucía tranquilo; se portó amable y dijo que necesitaba hablar conmigo, que quería aclarar las cosas. Qué estúpido fui, no pensé jamás que Theodore sería capaz de jugarme sucio. —Aprieto los ojos con fuerza, negando y tratando de controlar lo mal que me estoy sintiendo con el torbellino de emociones removiéndose dentro de mí. Lo dejo terminar; estoy intrigada—. Me sentí feliz porque, si arreglaba esa estúpida situación con él, sería la tranquilidad para todos. Lo invité a pasar y me pidió algo de tomar. Fui por dos copas y una botella de vino; no quería tomar algo fuerte porque debía manejar de vuelta a tu casa; al regresar con las cosas para iniciar la conversación, me pidió que le prestara el teléfono local. Giré por la sala sin dar con este y me dirigí al cuarto a buscarlo. Supongo que ese fue el momento en el que Theodore aprovechó para colocar lo que creo que fue una droga en mi copa de vino, la cual me hizo perder el conocimiento y estoy seguro de que hizo lo mismo con Michelle. Alguna treta inventó para hacer que ella llegara al sitio. No te estoy mintiendo, te lo juro, mi amor. Cuanto siento que hubieses pasado por esto.
Lo miro aterrada.
¿Theo fue capaz de eso?, ¿pero por qué?
Razono el panorama.
Oh, Dios ¡Obvio! ¡Qué estúpida soy! Es su forma de hacerle pagar a su hermano esa supuesta traición y engaño. No fue tonto. Supo mover el juego a su favor. Estuvo estudiando todo esto de manera macabra y estoy segura de que vigilaba nuestros movimientos. Esperó el momento perfecto para su gran estocada. Desgraciado, y yo de idiota iba a caer en su maldito juego al creer que Troy me había engañado con la ridícula de Michelle. Troy me habla.
—Sé que no es el mejor momento, pero te conozco, Victoria. Por eso era mejor que aclarara esta situación de mierda antes de que empeorara, antes de que la tormenta nos atrapara, antes de que renuncies a lo que nos hemos prometido, antes de que el miedo y la desconfianza nos hagan presos. Nada más te pido que nunca dejes de confiar en mí, en nuestro amor. Te tengo aquí. —Se coloca la mano en el pecho—. Escúchame bien, no voy a dejarte de amar, jamás.
Mi pecho baja y sube, mis manos sudan sin parar y mi estómago se encuentra revuelto. Me suelto de él con fuerza o le vomitaré encima. Apenas me termino de girar cuando comienzan las arcadas, doblo mi cuerpo y vació lo poco que me queda. Troy, sin embargo, no me suelta, me acaricia la espalda. Puedo sentir que mi boca se encuentra seca. Toco mi vientre preocupada; esto también lo está viviendo mi pequeñito, enderezo mi cuerpo y, al hacerlo, me mareo un poco. Es lógico, debo estar deshidratada. Mi amor me sostiene fuerte.
—¡Te tengo, princesa!
—Gracias..., mi amor —respondo con voz pastosa, un poco calmada, solo un poco—. Nunca vas a cansarte de mis berrinches y rabietas, ¿eh? —Lo abrazo con fuerza, enterrándome en mi lugar favorito del mundo: su pecho.
—Nunca, eres tú quien me mantiene vivo, y ahora también… vaya, nuestros dos hijos. Todavía no lo asimilo. Mía… es nuestra pequeña princesita. Es idéntica a ti; es sencillamente hermosa. Gracias, amor mío, ya me hiciste padre hace dos años. Esta vida no será suficiente para regalarles todo el amor que siento por ustedes tres.
—Recordé hace un momento cuando me enteré del embarazo de Mía…
—¿Cuándo?
—Justo antes de la carrera en la que casi muero.
—Dios. No quiero recordar ese día más nunca en mi vida.
—Ni yo. Ahora solo tengo miedo.
—¿Qué te preocupa?
—Mía lleva dos años viendo como sus padres reales a los míos; no quiero que esto la afecte y confunda.
—Estoy seguro de que tus padres nos van a ayudar.
—Reconozco que fui fuerte en mi reclamo hacia ellos; en mi defensa, no debían ocultarme que ella es mi hija.
—Perdóname por esto amor, los comprendo. Ellos hicieron lo que hice yo, evitarte dolor, confusión. No tenemos excusa; la única defensa sería el gran amor que sentimos por ti.
—Lo sé, lo sé. Todo esto es tan confuso, me siento extraña, ya soy madre desde hace dos años; por un lado, estoy molesta de que no me dijeran la verdad; sin embargo, no me quejo de todo lo que he vivido a lo largo de este tiempo a su lado. ¿Sabes? La conozco demasiado, lo que le gusta comer, lo que le encanta jugar, el terror que le tiene a los truenos durante la lluvia y adora peinarme y hacer cosas divertidas en mi cabello. He compartido con ella cada instante y fue gracias a mi madre; ella era quien me pedía al principio ser más que una hermana para Mía, sin que lo imagine. No me percataba de que ella me preparaba para ser la madre de mi propia hija.
—La quiero desde que la conocí hace meses en Eslovaquia. Es una preciosidad, igual a ti.
—¿Sabes que le ocurre? Estoy asustada.
—Meningitis. Regresemos al hospital, mi amor; será mejor que te examinen. Te veo muy pálida. Además, debemos estar cerca de nuestra hija; ya tendremos tiempo de aclarar esta situación, de enfrentar a Theodore. Por ahora nuestra prioridad es Mía.
—No vas a impedir que golpee a Theodore con todas mis fuerzas llegado el momento. Te juro que lo voy a matar.
—Es todo tuyo, amor mío. —Me le quedo mirando fijamente.
—Te admiro, eres mucho más fuerte que yo, gracias por no dejar de luchar por mí.
—Te prometo no dejar de luchar por nosotros cuando se presente algún estúpido plan del destino para querer separarnos.
Fiorella
Estoy durmiendo más que Tori con su embarazo, aunque me levanté tarde hoy, no me provocó salir de la cama. Por otro lado, parece extraño tanto silencio en casa. El móvil suena en una de mis manos y respondo.
—¿Sí?
—Hola, guapa.
Ay. Es él. El tipo sexy, el niñato rico.
Pienso en sus hermosos ojos azules como el cielo mismo y en su barba rubia; me derrito como la mantequilla sobre pan caliente.
—Hola, ¿te acordaste de mí?
—Quiero verte.
Vaya, que directo.
—Claro... eh, ¿puede ser mañana? Dime el lugar y la hora.
—Mañana no, quiero verte ahora, en este momento.
No puedo negarme, al escuchar su voz caigo como un insecto ante la luz.
—Al menos deja que me arregle un poco, ¿sí?
No entiendo por qué le pido permiso; solo siento que debo hacerlo.
—Solo media hora, no más. Te envío la dirección al móvil.
Termino por ceder a sus peticiones. Me indica el hotel donde se está hospedando. ¿Será que vive en otra ciudad? Me apresuro a la ducha y me doy el baño más rápido de mi vida. Me cambio apresurada y mientras pido un taxi observo el reloj, van diez minutos, media hora es muy poco para que una mujer se embellezca. Santo Dios, opto por maquillarme en el taxi.
Antes de salir, me observo en el espejo: jean de tubo color negro, blusa blanca con una chaqueta azul marino y zapatos de tacón aguja color rojo, me coloco un collar largo con un dije de corazón y unos zarcillos a juego. Rocío varias gotas de perfume en los lugares indicados y estoy lista.
Le envío un mensaje a Tori a su móvil, avisándole que saldré con un amigo.
En el recorrido hacia el hotel a mi encuentro con el extraño sin nombre, porque hasta los momentos no lo sé, pienso en que esta no es mi manera de comportarme. Siempre soy muy desconfiada, incluso de un gatito callejero, pero es él, algo en ese hombre me tiene hechizada y estoy curiosa por saber más de su vida, de su forma de ser, de quien es realmente. Le pido al taxista que acelere un poco y, como por arte de magia, logro maquillarme de manera impecable pese al movimiento del auto. Un hurra por mí, esto de maquillarse dentro de un coche andando es todo un reto.
El coche se detiene frente a un hotel de lujo. Pago al amable taxista y bajo como un bólido. Voy derechita a los ascensores, marcando el botón de la suite presidencial. Este hombre y sus gustos ostentosos. Ni mi querido Troy es tan pomposo cuando él puede darse esos lujos. Llegó al último piso y camino por el elegante pasillo alfombrado e iluminado, me siento en otra dimensión. Me detengo por fin frente a la suite y toco suavemente la puerta. No ha pasado un segundo cuando me abre el ojitos azules, parece que estaba pegado a la puerta esperando por mí.
Luce perfectamente sexy y su perfume lo puedo percibir de inmediato; además, está recién duchado porque su cabello rubio se encuentra mojado haciéndolo ver un poco oscuro.
—Hola —digo con un hilo de voz.
Él me observa de arriba abajo y, sin preverlo, me hala hacia a él, cerrando la puerta tras nosotros. Me empuja a esta y mi espalda queda pegada a la madera fría, atrapa mi boca besándome de manera arrebatadora y yo lo dejo hacerlo; besa delicioso, con ansias, desespero. Y yo no puedo negarme a su boca. Este hombre me está haciendo hacer cosas que no había hecho jamás. Una de sus manos se adueña de mi centro por encima de la ropa y lo aprieta con tal fuerza ocasionando que de un respingo acompañado de un jadeo. Suelto su boca por acto reflejo; su intromisión a esa parte tan íntima me descoloca y a la vez hace que lo desee de manera desquiciada. Esto no me puede estar pasando, tan solo lo he visto un par veces. Él me taladra con rostro serio. Toma mi mentón con fuerza sin hacerme daño.
—¿Por qué demonios paraste el beso? —Su actitud hace que mi corazón sienta temor. Soy una mensa total; no puedo ni moverme. Estoy a su merced—. Dime algo, ¿acaso me tienes miedo? —inquiere cauteloso, mis labios se han sellado. Me suelta y se aleja—. Pensé que eras una mujer hecha y derecha, no una estúpida niña llena de miedos ante un hombre como yo.
Abro la boca ante su respuesta; no soy ninguna niña, aunque en estos momentos deseo serlo para dejar de pensar tanto en que me haga suya. Vuelve a iniciar su andar alejándose más de mí.
—No tienes por qué decir eso, no soy ninguna niña. Comprende, eres un extraño, ¿cómo quieres que reaccione? —Se detiene girando hacia mí de nuevo, quedando demasiado cerca. Ya estoy adorando esos ojos azules como el cielo en día de playa; coloca de lado su rostro y sonríe a medias. Tiene una sonrisa preciosa. Es la primera vez que lo veo sonreír. Las veces que nos hemos visto siempre luce como si hubiese tragado una docena de limones. Suelta un suspiro.
—Eres hermosa, pero parece que tu infantilismo no me dejará hacer lo que deseo con tu cuerpo.
Vuelve a alejarse; su ridícula frase me impacta y hace pedazos mi ego.
—Definitivamente, eres un gilipollas. —Le digo esa frase en español.
Doy la vuelta para marcharme y no lo consigo, lo tengo pegado a mi espalda.
Coloca ambas manos en la puerta, sobre mi cabeza, hace presión en mi cuerpo pegándose de manera provocativa. En ese preciso instante, siento su erección encima de mis nalgas, trago grueso y cierro los ojos. Esta noche seré pecadora porque he decidido tener sexo con este hombre misterioso. Ya luego rezaré diez avemarías por mi alma lujuriosa. Me vuelvo hacia él antes de que me lo impida, puedo darme cuenta de que le gusta dominarme y, sinceramente, a mí no me incomoda. Me lo quedo mirando fijamente al igual que él a mí y eso me hace estremecer.
—Nunca me he comportado así; para que lo sepas, no quiero que tengas ideas extrañas sobre mí. Por lo general soy desconfiada y por...
Su dedo índice y pulgar, actúan como una pinza para mis labios haciéndolos callar, ocasionando que mi fuerza de voluntad quede aniquilada. Me besa de nuevo con la misma intensidad, introduciendo su lengua en mi boca de manera impulsiva. Pareciera que estaba muriendo por un beso. Deja mi boca para besar y lamer mi cuello con furia y una de sus manos de nuevo se posa en mi centro, tomándolo como un fruto deseado que quieres quitar de un árbol, mientras yo me siento su esclava. No tengo voluntad sobre mí; quiero dejar que haga lo que le dé la gana conmigo. Sin previo permiso, mete una mano en mi jean sin ningún problema, introduciendo sus dedos índice y medio en mis partes. Yo pierdo el equilibrio soltando el aire entrecortadamente; él se apresura a sostenerme con su brazo libre porque ni mi desestabilización corporal hizo que él sacara la mano del sitio donde, al parecer, se siente a gusto. La humedad me invade de a poco y esto le hace más fácil los movimientos pervertidos con sus dedos. Miro al techo contando mis respiraciones. Creo que voy a desfallecer en cualquier momento.
—No quiero que dejes de mirarme. —Me ordena en tono autoritario.
Y de inmediato lo hago. Entonces, me toma por el cuello y su boca impacta contra la mía, la muerde, la chupa y lame sin piedad a la vez que mueve deprisa sus dedos dentro de mí, siento como el vientre se ha comenzado a tensar. El asomo de lo que creo es un orgasmo se aproxima y no puedo evitarlo y, a decir verdad, nunca he experimentado uno. Al sentir la electricidad dentro de mí, no puedo eludir el jadeo estrepitoso que se me escapa. Puedo sentir como ríe aun con sus labios sobre los míos. Empleo toda mi fuerza para no caer como tonta al piso. Al parecer, él puede notar que no puedo mantenerme en pie, sacando de repente su mano dentro de mi pantalón, no quiero eso, por mí que deje eternamente su mano perversa allí, porque al descubrir lo que es un orgasmo, se siente divino.
El ojitos azules no deja de mirarme y siento que mis mejillas están coloradas. Se ha vuelto a poner serio; sin embargo, me carga. No presto atención a más nada salvo a su rostro. Me recuesta sobre la gran cama de esa elegante suite y soy despojada de mi ropa en segundos. Como boba, cubro mis senos, siento pudor. No había estado con nadie desde Horacio —mi último y patán novio—, el que me dejó porque, según él, era aburrida. Sacudo mis pensamientos y me concentro de nuevo en este hombre. No deja de devorarme con esos ojazos de cielo que ahora lucen más oscuros por el deseo. Se muerde sus labios y se frota su prominente barba.
—No quiero que te cubras, quiero ver a detalle cada parte de tu cuerpo. Es sencillamente perfecto —dice con voz ronca y yo trago grueso.
Sin preámbulos, se quita la ropa, se protege y se trepa a la cama despacio como un tigre tras su presa. Mi corazón acelerado parece un tren sin frenos. Veo como coloca cada una de sus manos en mis piernas para separarlas, colocándose sobre mi e introduciéndose por completo. Vuelvo a soltar un jadeo apretando su espalda. Mi hombre misterioso arranca sus embestidas con dureza, ardiente pasión, ansias y desespero. Se mueve de manera deliciosa y yo lo sigo. Esta vez no me besa. Se ha concentrado en mis senos. No para de chuparlos perversamente y yo estoy a punto de colapso; sus movimientos me tienen al borde de una gran montaña y estoy a punto de caer, siento un segundo orgasmo, el cual me hace temblar entera. Este hombre merece un premio por llevarme a la gloria. Segundos después, él también ha alcanzado el clímax, recuesta su cabeza sobre mi pecho y yo me encuentro agotada y sonriente.
Puedo percibir la luz del sol aunque me encuentre con los ojos cerrados. Los abro de a poco, aún tengo sueño. Estiro mi cuerpo desnudo y siento algo de dolor en mi anatomía. Sonrío al recordar la causa, él y las dos veces que me hizo suya apasionadamente.
Ay, virgencita, hoy rezaré para pedir clemencia, que barbaridad, pasar la noche con un total desconocido y, para colmo, entregarme como si nada; las chicas van a degollarme cuando les cuente.
Me giro para encarar al ojitos azules y no está. A lo mejor se encuentra en la ducha. Pienso en abordarlo sorpresivamente, pero no creo que sea buena idea; aún no tengo mucha confianza con él. Es tan raro, algo me dice que tiene problemas, a lo mejor es eso lo que hace que se comporte de esa manera. Decido dejar de pensar sentándome en la cama y es entonces cuando me percato de la nota a mi lado, donde él durmió.
Gracias por la linda noche. Puedes pedir lo que desees en la recepción haciendo una simple llamada. Ya ellos están al tanto.
Tal vez, vuelva a verte, hermosa.
La decepción envuelve mi corazón. No me arrepiento de lo sucedido anoche; sin embargo, esperaba que tal vez él y yo pudiéramos conocernos un poquito más, comenzar a salir o qué sé yo. Me gusta, con esos ojos azules, su rostro perfecto, su cuerpo de infarto, sin duda es hermoso, bello. ¿Tendrá novia? o peor aún, ¿esposa?
Se me escapa un suspiro, nada más pensar en él ya babeo. Observo de nuevo la nota. Suelto un suspiro. Supongo son las iniciales de su nombre. Me hubiese gustado que me dijera como se llama. Vuelvo a recostarme en la cama, pero esta vez sobre su almohada que huele a él.
Me gustas un montón, ojitos azules, ojalá volvamos a vernos y, si es así, no te dejaré escabullir tan fácilmente.
Mi móvil se escucha a lo lejos. Salto de la cama porque no recuerdo a donde fue a parar mi bolso cuando entré a la habitación. Lo ubico. Se encuentra encima del gran sofá frente a mí. Busco dentro de este hasta que lo consigo. Es Tori.
—¡Hola, nena! ¿A que no adivinas quien se portó mal la noche de ayer?
—Hola, Fiore..., amiga, te necesito. —La alegría con la que contesté la llamada se ha esfumado. Tori tiene la voz descompuesta y apagada.
—¿Qué sucede?
—Estoy en el hospital... Mía se ha puesto mal.
—Ay, por Dios, salgo de inmediato. Envíame la dirección por WhatsApp, por favor. Y Tori, cálmate, tu madre te necesita, no imagino lo angustiada que debe estar.
Tori no responde o tal vez se cayó la llamada.
—¿Tori?
—Aquí sigo. Cuando estés acá te pondré al tanto; Ari también viene en camino. —Su voz suena extraña. Sé que le preocupa su hermana y sé lo mucho que la adora.
—Está bien, recuerda enviarme la dirección, me visto y salgo para allá.
Algo sucede con Mía.
Confió en Dios que no sea nada grave. De solo pensar que le pueda ocurrir algo, siento miedo. El móvil suena de nuevo con un mensaje y la dirección del hospital. Es hora de apoyar a mi gran amiga.