Mía duerme plácidamente en medio de sus dos guardianes: su padre y yo. La sensación de tenerlos a los dos en mi cama es inexplicable. Siento el corazón lleno de miles de emociones en estos momentos. Él tiene su mano sobre la mía, que está sobre la pequeña espalda de nuestra hija, mi hadita mágica, la cual sube y baja entre sus respiraciones acompasadas, tranquilas, con su pequeña boquita roja en forma de corazón.
—Es idéntica a ti, mi amor, perfectamente hermosa. —Sonrío dulcemente, observándolo embobada, extasiada de amor.
—Sus ojos son los tuyos, al igual que tu encantadora sonrisa. —Ahora es él quien sonríe suavemente.
—¿Sabes qué? —pregunta entusiasta, pero en susurros para no despertar a nuestro ángel.
—¿Qué? —le respondo de igual manera.
—¡Te amo mucho, mucho, mucho! —exclama en susurros, sonriendo de oreja a oreja.
Me derrite su respuesta, así que me zafo de su mano y con sumo cuidado paso a través de nuestra pequeña para quedar encima de mi ángel terrenal y acurrucarme en su pecho, pero antes le pellizco la nariz despacito.
—¡Yo también te amo mucho, mucho, mucho, mi príncipe!
—Nunca me gustó que me llamaras de esa manera, pero, en este instante, realmente me siento de la realeza; tengo a mi lado a mis preciosas y mágicas princesas.
—¿Ves? Hasta te salió un verso sin esfuerzo. —Él se estremece por la risa contenida.
—No soy ningún poeta, amor, simplemente eres tú. Solo tú haces que mi corazón hable por mí y exprese lo que siente mi alma. —Levanto mi rostro hacia él, colocando mi mentón sobre su pecho.
—Sigo insistiendo, amor de mi vida, que eres un ángel escapado del cielo; ya quiero ser tu esposa. —Me inclino tan solo un poquito y lo beso lento.
—Mami...
Los dos damos un pequeño respingo y giramos hacia ella, al producto de nuestro amor, pero todavía permanece dormida, aunque una pequeña sonrisa se ha dibujado en su boquita. Le froto su espalda para que no despierte.
—¿Qué estará soñando? —pregunto curiosa.
—Contigo —expresa él como si nada.
—Ella no sabe que soy su madre todavía —digo cabizbaja. Él me levanta el mentón con sus dedos.
—Sí lo sabe, lo presiento; no me preguntes cómo, pero sé que ella sabe quiénes somos tú y yo.
Los días corren como agua entre los dedos y yo me encuentro ansiosa.
Mañana volamos finalmente a la isla de Puerto Rico, lugar donde mi ángel y yo uniremos nuestras vidas para siempre. Estoy terminando de empacar lo poco que falta, puesto que de lo demás se encargaron mi madre, nana Eva y Troy. Escucho un toque suave en la puerta.
—Adelante —respondo.
Poso mis manos a ambos lados de mi cintura y pienso en qué puede faltar por guardar en las maletas. Mi madre me abraza, pasando una mano por mis hombros.
—¿Faltan cosas todavía? —Me encojo de hombros.
—Creo que no, mamá.
—Quería decirte algo, aprovechar que estamos solas —dice con cariño.
—Claro, dime —La animo.
—Bueno, corazón, finalmente te casas y estoy un poco nostálgica.
—Ay, mamá...
—Para todo padre cuando llega este momento, cuando los hijos toman su camino, es muy importante; por eso quiero darte algunos consejos.
—¡Ya sé de dónde vienen los bebés! —bromeo, ella ríe como niña.
—¿No vas a saberlo? ¡Vas a tener el segundo ya! —Las dos reímos como tontas.
Adoro a mi madre; pese a lo sucedido, la adoro, es una gran mujer. Además, los hijos cometemos tantos errores en la vida y ellos siempre nos regañan, nos perdonan y nos guían, pero, sobre todo, son incondicionales con nosotros.
—A ver, mamá. Ya no te interrumpo. Prometido.
—Hija, los años han pasado tan rápido… Hasta no hace poco eras mi bebé, mi pequeñita, ahora ya eres toda una mujer, eres madre y estás a punto de casarte con ese hombre que escogiste para caminar a tu lado y transitar por esta vida; has escogido muy bien. Troy es un hombre excepcional, como él pocos, por ese lado estoy tranquila, porque sé que él te va a cuidar mucho más que tu padre y yo. Tú y Troy van a asumir un gran compromiso; sé que se aman, me consta, pero todo no es color de rosa, tendrán momentos de malentendidos y discusiones, aunque han sorteado tantos problemas desde que se conocen que pienso que ya superaron su cuota de problemas en este mundo como pareja. Estoy orgullosa de ustedes... y eso era lo que quería decirte. —Me guiña un ojo y me sonríe.
—Mamá, gracias, te lo digo con todo mi corazón; muchas gracias siempre por tus consejos, por todo, te amo. Y gracias por quedarte con Mía los días que estaremos de luna de miel.
—Encantada de cuidar de mi nieta; no sabes lo rico que se siente decirlo finalmente.
Abrazo a mi madre con fuerza pensando en que Troy y yo queríamos llevarnos a Mía a nuestra luna de miel, pero hubiese sido una total locura tenerla pululando a nuestro alrededor y querer hacer el amor, porque mi pequeña no se despega de su padre. Juegan y se divierten como dos niños; yo los acompaño cuando puedo porque últimamente quiero dormir, aunque hace una hora atrás me invitaron a tomar té al cuarto de nuestra hija y al ver a mi futuro esposo sentado en las pequeñas sillas del comedor de madera color pastel que se encuentra allí, fue muy gracioso. Se veía enorme ante el diminuto comedor; sin embargo, al notar las risitas traviesas de Mía mientras servía el dichoso té, que no es más que jugo de manzana, patrocinado por nuestra querida nana, me enterneció el corazón.
—Buenas, futura señora Bourke. —Se anuncia Arlet. Saludando alegremente, entrando a la habitación, puesto que mi madre había dejado la puerta abierta.
Le dije que viniera a casa luego de que terminara su prueba para el vestido que usará en mi boda; ella junto a Mario serán los padrinos de boda y Fiorella será mi dama de honor.
—¿Y Fiore? —pregunto dudosa. Mi rubia amiga nos saluda a mi madre y a mí con un beso en la mejilla. Mi amada española estaba con ella.
—Se fue a reunir con su nuevo galán —dice traviesa.
—Las dejo, chicas, soy la nueva invitada a tomar el té con mi nieta y yerno; tu padre ya se encuentra con ellos —expresa mamá tan seria como si de verdad se dirigiera a una importante reunión, sonrío. Me concentro de nuevo en Ari, empacando las últimas cosas en las maletas.
—¿Así que Fiore se fue con el nuevo novio? Espero lo podamos conocer pronto.
—¿Por qué no lo invitas a la boda? —inquiere entusiasta.
—Eso hice, al parecer, él no puede —respondo apenada.
—Ya lo conoceremos y seremos sus inquisidoras. Es que hasta le voy a preguntar cuánto calza. —Arlet debería trabajar en algún show cómico para tv.
—¡Qué bárbara eres, Ari! —la acuso fingiendo asombro.
—Mi talento natural. Y cuéntame, ¿para qué soy buena? —dice dudosa.
—Te debo algo... —Camino a mi armario para buscar la pequeña caja.
—¿A mí?, ¿qué será?
Consigo mi objetivo. Lo tomo y regreso de nuevo a ella. Le coloco la caja blanca con un lazo rojo frente a esos ojos azulitos llenos de vida; observa la caja y luego a mí, da un aplauso y chilla como niña.
—¡HERBIE! —Toma la caja y me abraza con energía.
—Sí, amiga, Herbie. Es un poco tarde porque ya sabes de sobra que me caso, pero una promesa es una promesa. Y ya ves, te debía a tu Herbie.
—Aww... voy a... llorar. Te quiero tanto, Tori. Eres mi amiga, hermana. Te veo con tu nueva familia y estoy que exploto de felicidad por ustedes; han pasado miles de problemas y aquí están, a pocos días de unirse en matrimonio ante Dios y el mundo.
—No llores, Chili... que ya he llorado lo suficiente, voy a vomitar si vuelvo a derramar otra lágrima estos días.
—Entendido, cero lágrimas, a menos que me pise el pie un gran elefante.
Las risas más divertidas, risas que suenan por altas por toda la habitación, las ocasionan frases como esas y hacen que tu vida sea mucho más bonita.
Días después
En quince minutos estaremos aterrizando en el Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, en San Juan, Puerto Rico.
Leidy —la simpática azafata— anuncia sonriente nuestra pronta llegada a la hermosa Isla de Puerto Rico. Troy aprieta mi mano y la besa justo donde se encuentra mi anillo de compromiso. Le sonrío feliz.
No puedo creer que estemos a pocos días para la tan esperada boda. Los demás pasajeros en el jet de papá lanzan aplausos y silbidos. Mis padres, nana Eva, Gineta, Arthur, Brad, Jhonny y su familia, mis amigas, Mario, Kevin, las madres de Ari y Kevin, mi nueva amiga Carolina y nuestra pequeña hija, que al parecer se volverá costumbre, se ha quedado dormida en los brazos de su padre. La familia de mi novio y amigos vienen en el jet de la familia de él.
—Te quedan pocos días para dejar la soltería —digo recostada a su hombro.
—Estoy ansioso por ello, princesa —responde besando de nuevo mi mano.
Minutos después las ruedas del jet tocan finalmente tierra boricua. Observo a mi madre, irradia felicidad por los poros; estar en su tierra natal luego de varios años es maravilloso. El jet se detiene y comenzamos a descender poco a poco. La brisa cálida y húmeda golpea mi rostro; me agrada sentir por fin el calor de mi segunda tierra. Caminamos conversando entre todos amenamente, disfrutando de cada segundo. Entramos a la sala privada del aeropuerto y sentimos el grito entusiasta de mi tía favorita.
—¡Emilia, Tori, Santiago! ¡Bienvenidos! —Sonrío emocionada.
Es ella, tan bella y hermosa como siempre; cada vez luce mejor, con su precioso cabello negro y piel crema. Se parece a mamá; es mi grandiosa y querida tía María Mercedes, una de las hermanas menores de mi madre.
Mamá y yo nos apresuramos hasta mi tía, aunque ella ya se dirige hacia a nosotras llena de energía y felicidad, por fin al estar frente a frente nos abrazamos las tres. Han pasado tantos años que voy a comenzar a llorar.
—¡Cómo las he extrañado! —exclama mi encantadora tía Mari.
—¡Y nosotras a ti, tía! Pero qué guapa estás; pareces hermana mía. —Mi tía da un giro de forma coqueta, sonriendo.
—Nuestros genes boricuas —afirma con alegría.
—Yo creo que sí, hermana —responde mamá, dichosa—. ¿Y mamá y Arellys? —pregunta por el resto de la familia mi progenitora.
—Nuestra hermana Are con los preparativos para la cena de esta noche con ustedes, está feliz. Y mamá también al pendiente, ya sabes como es.
—¡Alerta! Se han reunido las hermanas Vega. Hola, cuñada, que gusto verte de nuevo —saluda papá, acercándose a nosotras.
—Santi, hola, si mi sobrina no hubiera decidido casarse acá, no habrías venido. —Finge enojo, pero finalmente abraza a mi padre con cariño.
—Tal vez nos veas más a menudo porque tengo planeado abrir una de mis sedes acá. Me vas a ver tan seguido que me vas a querer echar. —Mi progenitor comienza a reír; él y mi tía siempre bromean de esa manera.
—Hola, señora María. Un gusto, Troy Bourke. —La cara se me cae por la emoción del reencuentro; abandoné a mi amor por unos segundos.
Veo que Mía aun duerme en uno de sus brazos, con el otro saluda a mi tía.
—¡Sobrino, por fin te conozco! Ven acá, regálame un abrazo y deja de llamarme señora. Puedes llamarme María o, si gustas, tía. —Troy fascinado le regala un abrazo cariñoso a su nueva tía; por cierto, luce algo incómodo por tener a nuestra hija encima.
—Te ayudo, mi amor —le digo intentando tomar a Mía; como lo presentí, él no lo permite. Nuestra hija es pequeña, pero pesa casi trece kilos. Noto como mi tía la mira risueña, la toma en brazos y Troy se la entrega gustoso.
—Que hermosa chiquitina, hasta que la tengo junto a mí. —Le da un beso cargado de ternura en su frente y le acaricia sus cachetitos sonrojados. Nos lanza una mirada brillosa a Troy y a mí—. Parece un cuento de hadas: ella es producto de un milagro y una bendición. Fue creada con un amor que esperó pacientemente y sobrevivió a un accidente de coche, permaneció nueve meses dentro del vientre de su madre en coma y luchó contra una fuerte enfermedad. Ella será alguien importante en esta vida.
No sabía que lloraba hasta que ese ángel terrenal en mi vida limpia con la yema de sus dedos mis mejillas. Lo miro apretando los labios y le beso los dedos con los que ha limpiado mi rostro húmedo.
—Creo que será la presidenta de nuestro país; mira que organiza unas reuniones de té mejor que mis reuniones con los socios —dice mi padre con orgullo y con una sonrisa divertida en sus labios.
—¡Que cuente desde ya con mi voto! —expresa Mario con rostro serio. Todos reímos. Sabemos que él habla de verdad.
Luego de presentar a mi tía al resto de los amigos, nos dirigimos al hotel Condado Vanderbilt, sitio donde será la recepción de la boda y lugar para nuestra estadía, situación a la que mi querida tía objetó, puesto que deseaba que nos quedáramos con ella en su casa. Tanto ella como mi tía Are y mi abuela Mercedes tuvieron la misma petición; sin embargo, en vista de que quiero estar al tanto de todo lo que concierne a la boda, es mejor quedarme cerca del área. No quiero estar en un ir y venir en coche de aquí para allá durante cuatro días, puede que me encuentre bien y dada de alta con respecto a mi estado, pero más vale no abusar; por otro lado, mamá estará con ellas, compartiendo lo más que pueda; tienen mucho de qué hablar.
Arribamos al precioso hotel, impresionante como el gran paisaje que rodea la isla del encanto. Nos rodean colores vivos, el verde intenso de los árboles, el cielo cargado de nubes puramente blancas y el mar de un azul vehemente. Me siento en otro mundo totalmente opuesto a la realidad; parece todo de fantasía en esta mágica isla.
Con mis padres y mi novio, somos los primeros en llegar; el grupo era grande, nos han trasladado en varias camionetas 4Runner. Mía ha despertado rascándose sus ojitos adormilados y bostezando de manera escandalosa. Observa todo a su alrededor, a las personas que estamos cerca y sonríe. Se queda mirando a su padre y le regala un beso sonoro en una de sus mejillas. Algo que he notado en nuestra pequeña estos últimos días de tenerla más a nuestro lado, de compartir con ella, jugar, darle de comer, ver sus dibujos animados, es que no ha se ha sentido extraña con nosotros ni tampoco ha pedido estar con mis padres. Si los ve les sonríe, saluda y pasa ratitos con ellos, pero luego regresa a donde nos encontremos Troy y yo. Estamos haciendo justo lo que nos aconsejó mamá, adaptarnos a ella. No la forzamos a nada, estamos dejando que ella misma nos vaya acogiendo. No hay apuro. En este caso, al amor no se le hostiga; hay que dejar que llegue solito por su cuenta.
Mientras dos de los botones del hotel proceden a bajar el equipaje de la camioneta, nos encaminamos a entrar a la recepción para registrarnos. Alguien detrás de nosotros me llama.
—¡Hola, Tori! —Giro y mi cara se ilumina; es Cici, quien me está ayudando con toda esta locura de organizar una boda.
Nada fácil, las dos últimas semanas solo nos hemos comunicado por teléfono o a través de Skype. Mis padres la saludan y siguen para confirmar el registro mientras Troy me acompaña; nuestra hija ha pedido bajarse de su “mula de carga” y camina agarradita de mi mano y la de su padre.
—¡Hola, Cici! Que gusto, por fin logro verte. —Le doy un abrazo caluroso y un beso en la mejilla. Ella corresponde encantada.
—He tenido trabajo arduo, pero ya casi terminamos. Espero que te guste el resultado final. —Me sonríe guiñándome un ojo; saluda a mi futuro esposo y se agacha para saludar a mi pequeña. Ella la saluda moviendo efusivamente su manita izquierda. Es la que más usa; al parecer, será zurda como yo.
—Estamos seguros de que has hecho un trabajo extraordinario, Cici —expresa Troy con media sonrisa.
—Cuando estén descansados pueden venir al salón para que vean parte de lo que hemos logrado, las flores las colocaremos la noche antes de la boda para mantenerlas lo más frescas posibles.
—¡Por supuesto, vendremos al caer la tarde! Muchas gracias, Cici, te vemos al rato.
Nos despedimos y nos dirigimos finalmente hasta la recepción.
Troy ha pedido la suite nupcial para nosotros y yo no sé por qué rayos me he puesto colorada. Creo que debe ser porque lo hizo delante de mis padres; ellos solo soltaron una pequeña carcajada al ver mi cara y Troy negó divertido.
A dos días para la boda
—La vista es impresionante —suspira Fiore, quien está justo a mi lado izquierdo y Ari del lado derecho.
Nos encontramos recostadas en las sillas extensibles del hotel, decoradas en azul marino, con la brisa salina golpeando nuestros rostros. Observo el azul del cielo que juega travieso con el azul del mar. Disfrutamos de nuestras piñas coladas, la mía sin alcohol. Nos deleitamos con las creaciones de Dios para el ojo humano. Son un poco más de las cuatro de la tarde y mis amigas y yo nos hemos enamorado de esta isla, tanto que decidimos venir frecuentemente a visitarla en un futuro.
—Vamos a prometernos algo, chicas —propongo risueña.
—Nosotras y nuestras promesas —acota Ari.
—¿De qué se trata esta vez? —me apresura Fiore.
—Es algo sencillo, aunque antes quiero darles las gracias por tanto y por todo, igual le agradezco a Dios por ponerlas en mi camino. Sería una chica aburrida sin sus locuras. —Ellas ríen y expresan lo mucho que me quieren también—. Ahora sí, a lo que iba: que, pase lo que pase, no dejemos de sonreír jamás, que no nos rindamos ante los problemas, que les demos batalla, que sigamos juntas, apoyándonos. Nuestra amistad va más allá de una simple palabra. Las siento mis hermanas de verdad; no solo han estado conmigo en los mejores momentos de mi vida. También en los peores, han sido incondicionales. Con ustedes he llorado y reído, incluso me he enfurecido, y allí sus brazos han estado abiertos de par en par para mí. Con ustedes he vivido incontables momentos sin importar la distancia, allí han estado mis amigas, hermanas, siempre unidas, para siempre. Las amo, chicas. Nada ni nadie podrá separarnos nunca así estemos casadas, con una docena de hijos, incluso ya viejitas, las quiero a mi lado. —Sí, las lágrimas desde que estoy embarazada se hacen presentes.
Arlet y Fiorella me abrazan fuerte; las he contagiado y ahora las tres lloramos sin parar. Me separo un poco de ellas y extiendo mi mano derecha esperando por las de ellas.
—Lo prometo —Jura Ari, posando su mano sobre la mía.
—Lo prometo —repite solemne Fiore, colocando su mano sobre la de Ari.
—Lo prometo —concluyo, colocando mi mano izquierda sobre las demás para sellar nuestra promesa del día de hoy y de la cual estoy segura de que se mantendrá eternamente porque ellas desde siempre han estado en mi corazón.
Las dos me miran fijamente diciéndome y transmitiéndome tantas cosas a la vez con sus ojos. No hacen falta palabras para lo que se encuentra a la vista.
Una ráfaga de viento nos alborota el cabello, cierro los ojos y juro que puedo sentir la magia en estos instantes.
¿Qué cómo lo sé? Porque se siente bonito.