Capítulo 2. No entiendo nada

Kevin viene serpenteando en medio de la gente con nuestras bebidas. Arlet se apresura a brindarle ayuda. Compartimos una buena charla mientras repetimos la sexta ronda de tequilas y yo, como siempre, no dejo de saborear el limón que tengo en mi mano. Ya se encuentra seco y aún sigo chupándolo. Kevin ha bailado con mi amiga y conmigo también. El pobre se divide entre las dos. Los dos chicos con los cuales di un baile rápido cuando llegamos a la disco vienen hacia nuestra mesa, saludan de forma amistosa y me piden bailar de nuevo. Arlet se emociona y comienza a hacerme pucheros para que acceda. Yo realmente no quiero, me siento mareada y creo que voy a irme de bruces en cualquier instante.

—No seas aburrida, Tori. Anda..., vamos.

—Ari, deja que sea Tori quien decida. No la agobies —protesta su encantador novio. Ella le lanza una mirada asesina. Algunas veces Arlet es muy dominante.

—Vamos, linda, solo será una canción, tiene buen ritmo. —Me guiña un ojo uno de los chicos. Me rindo. Vine a divertirme y es lo que haré.

—Ok, está bien, tres contra uno... Vamos.

Me incorporo de la silla, mientras Ari grita como niña y comienza a moverse como solo ella sabe, da brincos como cabra loca y arrastra a Kevin con ella.

En la pista la adrenalina del baile y los cuerpos pegados es alucinante, o tal vez es el alcohol en mi cabeza que me hace sentir así. Alesso vs. OneRepublic cantan If I lose myself como si estuvieran presentes en ese sitio. Yo me muevo de una manera sensual, como suelo hacerlo, y de nuevo percibo la maldita corriente… ¿Será que ahora me volví loca? Decido ignorar lo que sea que está pasando en mi cuerpo y juro que mañana mismo voy al médico.

Sigo bailando; observo a Arlet, quien disfruta con mucha energía y le baila coquetamente a Kevin. Los dos chicos que tengo enfrente me sonríen mientras hacen extraños movimientos. Yo giro y giro para relajarme. De repente, veo a un hombre que está cerca de nosotros. Baila de manera sexy con una mujer, pero no es eso lo que llama mi atención, es él, creo conocerlo; de manera mecánica, me aproximo. Parece que mi cuerpo no obedece a mi mente mientras me encamino al desconocido y le toco el hombro como si nada. El tipo se gira totalmente hacia a mí y me observa serio. Sus ojos son negros y tiene una barba de días. Es apuesto, no lo niego. Su cabello es castaño medio, piel crema… y justo en ese instante muestra media sonrisa de adulador. Abruptamente, mi respiración comienza a faltarme y todo me da vueltas. La cabeza me va a estallar, punzadas de dolor la atraviesan, mi corazón siente miedo, ansiedad, rabia, junto con una mezcla de dolor. Quiero golpear a alguien en estos momentos...

Hay murmullos, alguien habla despacio, en susurros. Creo que son mis amigos. Abro los ojos, no tengo la menor idea de adónde me encuentro y ya no escucho la música. Trato de levantarme de la especie de camilla en donde estoy tendida.

—¡Tori! Gracias al Cielo. Maldición, nos diste un susto de muerte, zorra. —Mi amiga ríe de forma nerviosa.

—Supongo que estoy en la enfermería o algo así... —Me froto el rostro.

—La enfermería de la discoteca, al menos cuentan con una —dice apenado Kevin.

—Victoria, ¿de verdad estás bien? No entiendo por qué perdiste el conocimiento, si no hubiera sido por ese hombre, justo ahora tendrías un tremendo golpe en esa cabeza terca que te gastas.

«Ese hombre». No quiero pensar en él, no sé quién es ni me interesa, pero no me gustó sentirme de esa manera delante de él.

—Creo que es porque no he cenado, Ari. —Me encojo de hombros.

—No se hable más, vamos a comer entonces —dice mi amiga tomando una de mis manos.

—Pienso que sería mejor si nos marcharnos —protesta Kevin. Miro a Arlet, no tiene cara de querer irse. Al mirar la hora en mi reloj veo que apenas son las doce de la noche.

—Cenamos, bailamos otro rato y nos vamos —anunció con determinación.

Regresamos a la disco y a nuestra mesa, que, por fortuna nadie ha ocupado, ordenamos unas hamburguesas con papas fritas. Yo decido parar la bebida. Quiero estar fresquita en estos momentos. Decido ir al baño —emergencia femenina—, aprovecho mientras mis amigos bailan una canción ligera muy pegaditos. Lucen tiernos.

Al dirigirme a los sanitarios, por uno de los pasillos, viene caminando él, con un porte varonil, vestido a la moda, chaqueta de cuero negra y jean oscuro. «No de nuevo». Parece que mi cuerpo lo quiere repeler y a la vez acercarlo. Trato de controlar los temblores y me paro derechita, cual soldado; él se detiene, me observa de manera extraña y niega con su cabeza.

—¿Te conozco? —pregunto de inmediato y a la defensiva. El extraño muestra media sonrisa y sus ojos brillan como los de un gato en la oscuridad.

—Depende... —responde neutro.

—Bien.

«Qué bonito, parece que se burla de mí el muy idiota». Me giro antes de que vuelva a desmayarme como una jodida enferma. Paso por su lado, empujándolo de manera brusca con el hombro y, antes de que siga mi camino, me toma por el codo y me pega a la pared. Mira a mis ojos largo rato y luego a mi boca. Parece que se debatiera con sus pensamientos. Creo que intenta darme un beso o… ¿Decirme algo? Le haré creer que quiero que me bese. Si eso es lo que desea, haré que se emocione y luego le doy una buena patada en las pelotas. Pero yo misma me traiciono y siento una conexión extraña entre él y yo; hay algo más gritando entre nosotros dos. Ahora soy yo la que quiero que me bese realmente. Y sin más, me suelta. ¡Qué cabrón!

—Que tengas una linda noche, trata de no estar desmayándote por allí —dice sin mirarme y se va.

Sí. Es un cabrón. Con toda la dignidad que poseo, me dirijo al baño, caminando como si estuviese en una famosa pasarela de modas en Nueva York. Soy plenamente consciente de que él me sigue mirando; puedo sentir sus ojos en mí espalda.

Son las tres de la mañana y no logro conciliar el sueño. Hace dos horas mis amigos me dejaron en casa; pese a mi estúpido desmayo y al cabrón en la disco, de verdad la pasé bien. Todavía no comprendo por qué mi reacción tan extraña hacia él; realmente, no entiendo nada. Mis pensamientos danzan en mi cabeza, jugando con mis emociones, la adrenalina por estar en las carreras me tiene a mil. Pienso que eso es lo que hace que mi cuerpo se encuentre a punto de explotar. Continúo divagando hasta que logro dormirme.

—Maestra Victoria.

Angy levanta su manita, una de mis niñas del preescolar. Hoy estoy enseñándoles unos pasos sencillos para el acto del día de las madres. En mi pequeño grupo de este año; los niños son del primer nivel, los más pequeños con edades entre tres y cuatro añitos. Son hermosos todos; se portan muy bien. No me quejo de ninguno.

—Dime, Angy. —Sonrío con confianza. Ella es una de las niñas más tímidas del grupo y el hecho de que haya levantado su mano me llena de orgullo. Me recuerda a mi hermana pequeña Mía, la cual es muy conversadora con la familia, pero con los extraños es callada. Estoy tratando de cambiar eso.

—¿Puedo cantar y no bailar? Me gusta más cantar. —Yo abro la boca de una manera exagerada, no puedo evitar la emoción que me embarga el hecho de que Angy haya dado ese gran paso. Estoy impactada. Junto mis manos y doy aplausos pequeños y muy seguidos por la emoción.

—¡Por supuesto! ¿Qué te gustaría cantar, cielo? —Ella sonríe con timidez, pero muy decidida. Veo como su pecho se mueve agitado.

—La canción Libre soy de Frozen.

—Perfecto, esa canción será entonces. ¿Deseas tener alguna coreografía?

—Sí, por favor.

—¿Voluntarios para bailar junto a Angy Libre Soy? —digo un poco alto, pero con voz suave.

Y hay muchas manitas levantadas, las de mis princesas en su mayoría. Observo a Angy, su gran sonrisa me dice que esa timidez se ha esfumado por completo. En total son seis niñas quienes la acompañarán en el baile. Practicamos algunos pasos, pensé que me tomaría una semana enseñarles algo, pero estas niñas ya tienen pasos y muy bien sincronizados. Eso me hace gratamente feliz.

Suena la campana de salida, ya mis pequeñines se encuentran listos para regresar a sus hogares. Yo estoy terminando de ordenar el aula de ensueño, aunque debo reconocer que el grupo de este año es lo suficientemente organizado. De uno en uno, los niños son recogidos por sus representantes, por ser los más pequeños del preescolar sus padres deben retirarlos directamente en el aula de clases.

—Buenas tardes —escucho una voz varonil.

Me encuentro de espaldas limpiando la pizarra llena con dibujos de colores realizados con marcadores acrílicos. Los pocos niños que quedan están jugando; sus risas tiernas resuenan por todo el lugar. Me giro y lo veo parado en la puerta, cruzado de brazos y recostado al marco de esta. Su presencia hace que todo quede en total silencio, pero solo a mis estúpidos oídos.

Es él, el cabrón. ¡Demonios, es casado! ¿Y eso te duele o te molesta?, grita una voz en mi cabeza.

—¿Esta es el aula del primer nivel? —inquiere entrando, con un andar relajado. Hoy viste con traje azul oscuro, corbata vino tinto y camisa blanca. Muy sexy. Le doy la puntuación máxima.

Se detiene junto a mí, con las manos dentro de su pantalón. Su rostro se encuentra neutro, parece que me analiza y yo aprovecho para echarle un ojo y detallarlo: es alto, me lleva más de una cabeza y media en tamaño.

—¿Ahora eres muda? Y, fíjate, una coincidencia encontrarte aquí.

Yo reacciono antes de que se siga burlando por mi idiotez.

—Buenas tardes, en efecto, se encuentra en el aula del primer nivel —explico con una sonrisita de suficiencia.

Muda su madre.

Me mira de nuevo. Parece que quisiera leer mis pensamientos. Por fortuna, no es Edward Cullen, sino se enteraría de las cosas que pienso sobre él justo ahora. Mi corazón hace un sonido algo extraño.

Mierda.

Me tiende su mano de manera educada y no despega sus ojos de mi rostro.

—Ya que no me presenté como se debe dos días atrás, lo hago ahora. Soy Troy Bourke, un placer. —Le tiendo mi mano derecha lo más controlada posible, me molesta la reacción que tengo ante su presencia. Me estrecha la mano y siento algo.

—Un gusto, señor Bourke, soy Victoria Ackerman.

—Tienes la mano helada. ¿Te sientes mal de nuevo? —pregunta con algo de tensión en la voz.

Retiro mi mano como si me hubiese picado algún animal ponzoñoso; no sé por qué algo me dice que lo aleje de mí. Respiro profundo.

—Todo bien... y... ¿quién es su hijo o hija? —pregunto esto último casi en susurro. Parezco bipolar con este hombre frente a mí.

De repente, el muy pero muy cabrón estalla en risas estrepitosas. Parece temblar del ataque de hilaridad que tiene en estos momentos. Yo me cruzo de brazos. Estoy seria por su actitud; él lo nota y va relajando su postura.

—Disculpa... no vengo por mi hijo ni hija mucho menos. Mi estado civil aún es la soltería, más bien, es mi sobrina por quien estoy acá. Mi cuñada se encuentra en una cita médica y no llegará a tiempo y mi hermano está fuera de la ciudad por trabajo, así que solo queda el tío Troy al rescate.

Y, en efecto, una de mis princesas corre hasta él muy entusiasta. Es Angy. Claro, la señora Amanda Bourke es su madre, ahora caigo en la cuenta de los apellidos en común. Es su cuñada.

Bien, yupi, es soltero.

—Necesito un psicólogo...

—¿Cómo dices?

¡Ay, no! ¿Dije eso en voz alta? Mejor me hago la desentendida.

El cabrón o, mejor dicho, el soltero Troy, me observa extraño mientras se agacha a la altura de su sobrina para darle un beso en ambas mejillas. Ella lo abraza con ternura. No puedo negarlo, se ve adorable.

—¡Hola, Tori! ¿Aún te quedan niños? —Mi compañera de trabajo y amiga, Susana, asoma su rostro al aula de clases. Al percatarse de que hay un representante, saluda educadamente—. Oh, disculpe —dice mirando a Troy—, Victoria, te espero en la recepción. —Asiento y le guiño un ojo. Es una chica agradable, pese al poco tiempo que llevo trabajando en este lugar me ha hecho tener un círculo muy especial y unido; he formado gratas amistades.

—Tori —repite en un suspiro y de nuevo sus ojos me penetran, desvío la mirada y acomodo mi cabello de manera distraída detrás de mis orejas y comienzo a enrollarme este con los dedos, un tic nervioso.

—Sí. Diminutivo de... —No me deja terminar, clava sus ojos en mis dedos y observa con ternura lo que estos hacen.

—De tu nombre. Hermoso nombre: Victoria. Sinónimo de triunfadora: eres sensible, generosa y muy directa. ¿Te puedo confesar algo?

Estoy paralizada. Escuchar el significado de mi nombre a través de su voz me ha dejado sin palabras; cuento mis respiraciones mientras mi cabeza da vueltas. Definitivo, debo ir con el médico de la familia. ¿Y qué rayos debe confesarme? ¡Qué no sea gay, Dios! Ay, no, eso no, todo menos eso, aunque yo podría hacerlo cambiar de opinión. Intenta acercarse y yo retrocedo, por fortuna, Angy regresa a jugar con sus compañeritas.

—Dime —lo animo, en vista de que mi alejamiento lo ha dejado neutro y parece dolido. Y, en efecto lo hace; se acerca un poquito hacia mí y habla bajo.

—Cuando era niño, me aterraba la oscuridad; no lograba dormir sin la luz apagada. Mis padres luchaban con esa parte vulnerable de mí hasta que un día mi madre trajo un dije con una cadenita de acero con la letra V, me dijo que era la V de Victoria y que yo la obtendría si enfrentaba mi miedo a la oscuridad, que la palabra victoria era sinónimo de ganador, triunfador, éxito y eso… me gustó. Tomé el dije de su mano y me lo coloqué... desde ese día, el miedo se fue a la mierda y supe que esa palabra permanecería en mi vida cada día de mi existencia.

Las últimas palabras me descolocan. Estoy taciturna.

—Hola, Victoria. Disculpa, hay mucho tráfico en esta ciudad hoy.

Otra de las representantes viene a recoger a sus niños; en este caso, a un par de gemelos adorables. Yo salgo de mi letargo y la saludo atenta. Los niños se despiden y Troy, junto con su sobrina, también.

—Hasta otro día, Victoria —dice él en tono serio. Angy quiere darme un abrazo y me agacho para quedar a su altura.

—Hasta mañana, preciosa. —Me levanto y miro a su tío—. Un placer, señor Bourke.

Él asiente y sale del aula con su sobrina de la mano; todo fue tan raro. Me quedo viendo la puerta. Su historia de cuando era niño fue especial y emotiva. Un estruendo me hace dar un respingo y regreso a la realidad; varias risitas traviesas se escuchan, ya solo quedan tres niños conmigo y acaban de tropezar el cubo de legos y este ha caído al piso, esparciéndolos por todos lados.

—A ver, angelitos, si me ayudan a recoger esto en menos de un minuto, hay premio.

Mis tres encantos, los últimos que aún esperan por sus padres, se apresuran a recoger el reguero de piezas mientras yo vuelvo a pensar en un niño pequeño con un dije en sus pequeñas manos.

—La primera carrera es el 3 de abril en Francia, hija.

Estoy con mi padre en su oficina de la casa. Se encuentra atento al itinerario de la gran competencia del Campeonato Mundial de Turismos 2016, que nos enviaron por mail los organizadores del evento hace semanas.

Apreciada Srta. Victoria Ackerman, le anexamos el itinerario de la competencia de este año.

Francia: 3 de abril

Eslovaquia: 17 de abril

Hungría: 24 de abril

Marruecos: 8 de mayo

Alemania: 28 de mayo

Rusia: 12 de junio

Portugal: 26 de junio

Argentina: 7 de agosto

Japón: 4 de septiembre

China: 25 de septiembre

Tailandia: 06 de noviembre

Qatar: 25 de noviembre

Ya me lo sé de memoria y cada una de esas pistas las conozco como la palma de mi mano. Estoy nerviosa y ansiosa. Papá tiene miedo al igual que mi madre; ninguno lo dice, pero lo percibo. Observo el gran reloj en la pared, quince minutos para las once de la noche, mamá y Mía ya duermen, yo suelto un bostezo sin querer.

—Ve a dormir, cariño —pide mi padre.

—Ya lo haré... Solo quiero decirte que confíes en mí, ¿sí? Yo les agradezco a ti y a mamá la confianza por apoyarme en esto. Luego de ese accidente, sé que nos es fácil para ustedes ni para mí tampoco, créeme, casi... pierdo la vida. Pero, papá, te prometo que, si a la hora de entrar a la competencia no me siento cien por ciento segura, me retiro; te doy mi palabra.

—Él me mira a través de sus lentes de vista, con esos hermosos ojos azules que me transmiten tranquilidad.

—Confió en ti, hija. Mientras tú estés feliz haciendo lo que te gusta, te vamos a apoyar siempre. Solo te pido que permitas al personal de seguridad acompañarte durante los viajes. Estaría más tranquilo sabiendo que ellos cuidarán de ti las veces que deba ausentarme yo; por otro lado, tu madre y tu hermana estarán presentes en la medida que les sea posible en algunas de las carreras.

Me levanto del mueble y me acurruco en su regazo. Esto lo toma por sorpresa, aunque ya sea una mujer, amo que mis padres me mimen de vez en cuando. Mi padre me besa la frente.

—Te quiero, papá, y está bien, acepto a los Kevin Costner conmigo, al menos me voy a sentir Whitney Houston por varios meses. —Se ríe fuerte por mi loco comentario. Se calma y vuelve a besar mi frente.

—Y yo también te quiero, hija. Ya vamos a dormir, mañana hay que trabajar.

La semana pasa como rayo a toda velocidad. Estoy en el autódromo: la competencia se aproxima y debo estar impecable en mis circuitos. Hoy decidí venir sola; Arlet ya no podía con tanto madrugón los fines de semana. Por otro lado, mi agenda ya se encuentra organizada, lo triste de irme a las carreras fuera del país es que debo partir a finales de marzo. No estaré presente en los últimos ensayos de mis niños para el acto del día de las madres, al menos intentaré acompañarlos ese día y, apenas termine el acto, debo partir de inmediato a Marruecos, donde se llevará a cabo la tercera carrera. Lo sé, prácticamente voy a estar todo el año fuera de casa; en el preescolar, los pequeños ya tienen quien se encargará de ellos durante mi ausencia. La directora se ha mostrado amable y comprensiva, incluso emocionada; quiere que me traiga esa gran copa a casa y yo deseo complacerla.

—Tienes compañía, Tori —anuncia el mecánico de mi coche, Jhonny. Sin mi amiga llevando el cronómetro del tiempo, recurrí a su ayuda; por lo general, se mantiene en este sitio, ama más a un auto que a su propia esposa. Mi padre insiste en que tenga una especie de entrenador o guía, pero no lo necesito. Conozco a la perfección lo que debo hacer. Mi única falla es que al tomar las curvas me abro demasiado; estoy a solo un poco de controlar esa parte.

En ese momento, otro Cruze color negro me rebasa a gran velocidad.

Lo siento, a esta hora esta pista es mía.

Muevo la palanca con las velocidades y aprieto el coche, luego acelero y el auto aúlla cual león con furia tras su presa. Al cabo de un minuto, paso por un lado de ese coche negro y me siento victoriosa. Pero el otro auto no se quiere rendir y parece que el conductor quiere competencia.

Mal por ti.

Mi mañana tranquila se esfuma y mi buen humor también, estaba por completar el circuito con buen tiempo y este idiota me lo acaba de arruinar ¡Joder! Golpeo el volante molesta.

—Jhonny, ¿cómo va mi tiempo?

—Victoria, lo acabas de perder. Te aconsejo que ya salgas de la pista; por hoy has terminado.

Un solo minuto, incluso segundos, pueden cambiar tu final, así de sencillo, de esto se trata todo. Suelto un suspiro de frustración.

—Entendido, Johnny. Me dirijo hacia allá; el auto lo llevaré directo al garaje.

—Bien. Allí te espero.

Bajo la velocidad, pero un ruuuun pasa a mi lado, el Cruze negro. Mi vista se va más allá; puedo ver que estoy a poco de la raya final. Esto se pone divertido. Acelero de nuevo, el auto parece que va a despegar del piso y la adrenalina se apodera de mí. Esa sensación me llena e invade mi cuerpo. Paso como un bólido al lado del otro coche y llego a la meta; le gané a quien sea que conduce el otro Cruze.

Cumplida “mi buena acción” del día me dirijo al garaje. Cuando veo que el auto negro se estaciona de repente frente al mío impidiéndome el paso, tengo que frenar con fuerza o, de lo contrario, podría haber chocado con este. Me bajo como poseída; de mi boca van a salir unas cuantas palabritas nada educativas. Le toco como loca la ventana al piloto, los vidrios son polarizados y no veo quien es el estúpido conductor. La puerta se acciona hacia arriba y retrocedo, antes de que salga el muy pendejo suelto mi monólogo.

—¡Eres un maldito idiotaaaa! ¡Por tu culpa perdí el circuito de hoy y mi buen tiempo, además, a esta hora el autódromo es para mí!

Lo primero que veo son unas botas marrones desgastadas, luego el conductor desciende, lleva un jean negro, franela de cuello redondo gris y chaqueta de cuero vino tinto, luce unos RayBan de última moda y su barbita de días. ¡Santos Dioses de los solteros, es él! Es Troy Bourke y me sonríe de lado. Parece que veo un comercial de ropa para hombres en cámara lenta.

Inhala, exhala…

Siento un leve mareo.

—Victoria, grata sorpresa. Adoro tus cariñosas palabras de saludo. Buenos días para ti también.

Se cruza de brazos y se recuesta sobre su coche como si nada.