Esta es la historia que su primo narró, presionado por la necesidad, a Mr. Luker.
Mr. Luker consideró que la misma, en lo que concierne a los detalles principales, era auténtica, basándose en el hecho de que Mr. Godfrey Ablewhite era demasiado bruto para inventarla. Mr. Bruff y yo estamos de acuerdo con Mr. Luker respecto de la validez de ese argumento para demostrar la veracidad de la historia.
El próximo problema a resolver era el de determinar de qué manera procedería Mr. Luker en la cuestión de la Piedra Lunar. Propuso éste las siguientes condiciones, a las que consideraba como las únicas bajo las cuales se complicaría (aun teniendo en cuenta la índole de su trabajo) en esa dudosa y peligrosa operación.
Mr. Luker consentiría en otorgarle a Mr. Godfrey Ablewhite un préstamo por valor de dos mil libras, con la condición de que la Piedra Lunar le fuera entregada en calidad de prenda. Si al cumplirse un año a partir de esa fecha, Mr. Godfrey Ablewhite le abonaba a Mr. Luker tres mil libras, podría aquél retirar el diamante, en calidad de prenda rescatada. Si al cumplirse el año no lograba éste reunir la suma requerida, la prenda (por otro nombre, la Piedra Lunar) habría de pasar a poder definitivo de Mr. Luker, el cual, en este caso, habría de entregarle a Mr. Godfrey, en calidad de generoso presente, varias pólizas promisorias (relacionadas con operaciones anteriores) y que se hallaban en poder del prestamista.
Innecesario es que diga que Mr. Godfrey se rehusó indignado a aceptar tan monstruosas condiciones Mr. Luker le devolvió al punto el diamante y dio por terminada la entrevista.
Su primo se dirigió hacia la puerta y se volvió luego desde allí. ¿Cómo podía estar seguro de que la conversación que acababa de sostener esa noche con su amigo sería mantenida estrictamente en secreto por éste?
Mr. Luker no se comprometió a ello. De haber aceptado Mr. Godfrey sus condiciones, habría éste hecho de él su cómplice y hubiera podido contar, por lo tanto, con su silencio, sin lugar a dudas. Tal como se presentaban las cosas, Mr. Luker debía guiarse por lo que le aconsejara su interés personal. De hacérsele alguna pregunta embarazosa, ¿cómo podía esperarse que se comprometiera a sí mismo por hacerle un favor a un hombre que se había negado a negociar con él?
Al recibir esta réplica, Mr. Godfrey Ablewhite hizo lo que cualquier individuo (humano o de otra especie) hace siempre que descubre que ha caído en una trampa. Dirigió en torno suyo una mirada de impotente desesperación. La fecha del día, visible a través de una pequeña y elegante tarjeta que se hallaba en una caja situada sobre el delantero de la chimenea del prestamista, atrajo por casualidad su mirada. Era el veintitrés de junio. El veinticuatro debería pagarle trescientas libras al joven caballero de quien era el administrador y ninguna otra oportunidad de conseguir ese dinero se le ofrecía, como no fuera la que acababa de ofrecerle Mr. Luker. De no haber existido tan miserable obstáculo, habría podido llevar el diamante a Amsterdam, donde lo habría convertido en un artículo más negociable, luego de hacerlo fragmentar en varias piedras distintas. Tal como se presentaban las cosas, no contaba con otra alternativa que no fuera la de aceptar las condiciones de Mr. Luker. Después de todo, tenía todo un año por delante para reunir las tres mil libras... y un año es un lapso considerable.
Mr. Luker redactó al punto los documentos del caso. Una vez firmados, le entregó a Mr. Godfrey Ablewhite dos cheques. Uno fechado el 23 de junio, por trescientas libras. Y otro con una fecha posterior en una semana, por el resto de la suma..., esto es, por mil setecientas libras.
Cómo fue que la Piedra Lunar pasó a poder de los banqueros de Mr. Luker y de qué manera fueron tratados ambos por los hindúes, luego que se efectuó el traspaso, es algo que usted ya conoce.
El próximo acontecimiento en la vida de su primo se halla nuevamente vinculado con Miss Verinder. Por segunda vez le pidió que se casara con él... y, luego de haber sido aceptado, consintió, a pedido de ella, en romper el compromiso. Una de las razones que lo llevaron a hacer tal concesión ha sido puesta en evidencia por Mr. Cuff. Miss Verinder poseía tan sólo una renta vitalicia en lo que respecta a las propiedades dejadas por su madre, y a él no habría de serle posible sacar de allí las veinte mil libras disipadas.
Sin duda usted me dirá que él podría haber obtenido las tres mil libras necesarias para rescatar el diamante, de haberse casado con ella. Indudablemente podría haberlo hecho..., siempre que ni su esposa ni los tutores administradores de ella se hubieran opuesto a adelantarle más de la mitad de la renta a su disposición con vistas a un asunto desconocido, durante el primer año de su matrimonio. Pero, aunque hubiera logrado vencer tal obstáculo, otro escollo le estaba esperando más allá. La dama de la casa quinta había oído hablar de la boda en cierne. Se trata, Mr. Blake, de una mujer soberbia y perteneciente a esa categoría de mujeres de las cuales no puede uno burlarse..., una mujer de leve complexión y de nariz aguileña. Ella experimentó entonces el más profundo desprecio por la persona de Mr. Godfrey Ablewhite. Desprecio que habría de adquirir un carácter silencioso, siempre que él le hiciera un hermoso regalo. De lo contrario se haría lenguas de él. La renta vitalicia de Miss Verinder le ofrecía tantas probabilidades de adquirir ese "regalo” como de lograr reunir las veinte mil libras. No podía, por lo tanto, casarse..., no podía de ninguna manera desposarse con ella, en tales circunstancias.
Cómo fue que probó suerte nuevamente con otra dama y de qué manera este compromiso fue anulado por cuestiones de dinero, son cosas que usted ya conoce. También se halla usted al tanto del asunto del legado de cinco mil libras que le fue dejado poco tiempo después por una de las tantas admiradoras del sexo débil que este hombre tan agraciado y fascinador tuvo la habilidad de ganarse durante su existencia. Dicho legado (como ya ha sido probado) lo condujo a la muerte.
He averiguado que al partir al exterior, luego de entrar en posesión de las cinco mil libras, se dirigió a Amsterdam. Allí hizo todos los arreglos necesarios para dividir el diamante en varias piedras distintas. Regresó luego (disfrazado) y rescató la Piedra Lunar el día señalado. Después de dejar transcurrir varios días (precaución convenida por ambas partes), decidió retirar la gema, realmente, del banco. De haber logrado él arribar sano y salvo con la misma a Amsterdam, habría contado con el tiempo apenas suficiente (desde el mes de julio del cuarenta y nueve y hasta el mes de febrero del cincuenta, fecha esta última en que el joven caballero llegaría a la mayoría de edad) para hacer fragmentar el diamante y convertir en un artículo negociable (pulidas o no) a las distintas piedras obtenidas de él. Juzgue usted a través de esto si tuvo o no tuvo él motivos para correr el riesgo que realmente afrontó. En lo que a él respecta, se trata de una cuestión de "vida o muerte"..., como quizá ningún otro hombre haya afrontado jamás.
Sólo quiero recordarle, antes de dar término a este Informe, que existe la probabilidad de poder echarle el guante a los hindúes y de recuperar la Piedra Lunar. Estos se hallan actualmente en camino (según hay motivos para suponer) a Bombay, a bordo de un buque mercante de las Indias Orientales. El barco, de no mediar ningún accidente, no habrá de tocar otro puerto que ése durante su trayecto y las autoridades de Bombay (puestas sobre aviso mediante carta despachada por vía terrestre) se hallarán listas para abordar la nave en cuanto entre la misma a puerto.
Tengo el honor de suscribirme, mi querido señor, su más fiel servidor, Richard Cuff, ex Sargento de la División de Investigaciones, Scotland Yard, Londres.