Miranda movía la mano sin cesar. Quería terminar de escribir las cartas antes de llegar a Liverpool desde donde las despacharían. Algunas irían a Londres, otra para Oxford y por supuesto a Stratford. Jack no le quitaba los ojos de encima mientras conversaba con un caballero sentado del otro lado del pasillo. Sin embargo, un comentario lejano y extraño puso en alerta al fotógrafo que, al igual que su mujer, era muy observador y estaba atento a lo que ocurría a su alrededor.
—Debemos movernos, cariño —le dijo mientras sacaba las valijas que descansaban debajo del asiento.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—No me hagas explicártelo ahora, por favor.
Miranda vio el terror en los ojos de él y enseguida hizo su parte. Guardó todo con rapidez y tomó su equipaje. Con un paso acelerado comenzaron a moverse a lo largo del tren, buscando algún escondite. Jack arrastraba a su mujer por el pasillo a la vez que giraba y controlaba que no los estuvieran siguiendo.
—Disculpe… ¿Sabe si falta mucho para llegar a Liverpool? —le preguntó a alguien al pasar.
—Media hora, aproximadamente —respondió el caballero.
—Gracias.
Encontraron unos asientos vacíos y se acomodaron a tomar aire. Jack giró el cuello y, al no ver a nadie, respiró tratando de tranquilizarse. Necesitaban hacer algo y rápido. En media hora llegarían a la ciudad y se perderían entre la multitud. Pero… ¿qué harían mientras tanto? ¿Dónde esconderse?
—Háblame, Jack. ¿Qué ocurre? ¿Qué has visto?
—No he visto nada. He oído un comentario de alguien cercano a donde estábamos ubicados. Han dicho algo así como «El señor sabe qué planean. Los encontraremos en este tren, ya lo verás». Saben que estamos aquí y debemos ganar tiempo hasta que lleguemos a Liverpool. —Volvió a sacar la cabeza al pasillo y vio que dos hombres se acercaban observando con atención a la gente, como buscando a alguien—. ¡Maldición! ¡Allí vienen!
—¡Ya sé lo que haremos! Siéntate en otro lado… vete al siguiente vagón.
—¡No te dejaré aquí, Miranda!
—Pues debes hacerlo. —Ella abrió su valija y sacó un vestido al que comenzó a darle forma de bollo—. ¡Vete, Jack! Hazte el dormido en algún lado… ¡Ve! Búscame cuando lleguemos a la estación. Si nos quedamos juntos nos encontrarán, y lo sabes.
—Pero…
Los hombres estaban dos vagones más atrás. Jack se puso de pie en el momento en el que Miranda metía su vestido por debajo de su falda y lo ubicaba a la altura del vientre, simulando un embarazo. Se alejó rogándole a Dios que no la reconocieran y que el plan funcionara. Mientras avanzaba se encontró con dos hombres conversando acaloradamente sobre las expediciones militares enviadas a Afganistán. Se acomodó junto a ellos y acotó un comentario sobre Disraeli y su política internacional. Enseguida, los caballeros sumaron al extraño a la discusión. Mientras hablaba y opinaba sobre las decisiones de la Corona, esperaba a que los perseguidores llegaran a su vagón. Su corazón estaba a punto de estallar. ¿Y si los enfrentaba? Estaba seguro de que podría con ellos. Movió la cabeza en el momento exacto en el que uno de ellos pasaba a su lado. Unos segundos después, el otro.
No lo habían reconocido. Su cabeza se preguntaba si habría más. Los minutos hasta Liverpool pasaban lentos. Quería regresar atrás y buscarla. ¿Estaría bien? ¿Y si los hombres regresaban? Se puso de pie y decidió pasar junto a ella para verla. Necesitaba saberla fuera de peligro. Los pasos que lo separaban del vagón donde se encontraba Miranda se volvieron interminables. Sin embargo, cuando divisó la cabellera de su mujer y la oyó hablar, su pulso volvió a la normalidad.
—James. Se llamará James.
—¡Qué bonito nombre! ¿Y el padre? —comentaba otra voz femenina.
—Nos encontraremos en Liverpool. Debe estar esperando por nosotros. ¿Y usted también viaja a Nueva York?
—Así es. Mi hija acaba de ser madre y quisiera pasar una temporada allí con ella. Mi yerno ha enviado por mí. Los hombres, querida, no entienden nada de niños…
—Cuánto me alegro, señora. Espero que podamos volver a vernos en el barco o directamente en aquella ciudad. Quizás podamos ser amigas con su hija. ¿No lo cree?
—Eso sería maravilloso. Mi Sophie no conoce a nadie en aquel país. Será una bendición frecuentarnos.
Jack regresó y sonrió complacido. Miranda era única. No podía esperar a tenerla solo para él y consumar el matrimonio de una vez. Pensarla en sus brazos hizo que su entrepierna se tensara. Decidió volver al vagón e intentar distraerse con la conversación lo que quedaba del viaje.
—¿Y usted qué opina del viejo Gladstone? —le preguntó uno.
—Tiene sus narices metidos entre las tetas de la reina —se burló otro.
Efectivamente, se divertiría un poco hasta Liverpool.
Jack prácticamente se arrojó del vagón al llegar a la estación. Corrió hacia adelante intentando dar con ella antes de que el tren se detuviera por completo. La vio tomar sus valijas, ayudada por la señora con la que había estado conversando. Sonrió divertido al notarla completamente entregada a su papel de madre. Se preguntó cuánto tiempo pasaría hasta que le diera hijos…
—¡Jack! ¡Jack! —La voz de su mujer lo despabiló
—¡Aquí estoy, cariño! —Tomó las valijas y la ayudó a descender—. ¡Bienvenida! ¿Cómo está mi pequeño James? —preguntó hablándole al bulto en el vientre de Miranda, que, incapaz de esconder su risa, se cubrió la boca con la mano.
—Muy bien —respondió, y enseguida se despidió de la dama que la observaba con atención—. La señora…
—Thompson.
—La señora Thompson viaja a Nueva York también a visitar a su hija, que acaba de ser madre. Podríamos buscarla al llegar, ¿No crees, cariño?
—Sí, claro. Lo haremos. Ahora debemos irnos. El coche nos espera.
—Sí, sí. ¡Un gusto, señora!
—Igualmente, querida. ¡Buen viaje!