NUEVO MUNDO

PEREGRINOS DEL PIRINEO

LO encontramos de camino, tras cruzar la frontera.

Ahí de incógnito en mitad del prado

hormigón rugoso cubierto de azul oscuro

y en el centro un mural con esta escena: de tonos ocres,

agitados, los campos de trigo

como si la tramontana sacudiera la llanura;

las montañas alzándose detrás, engañosamente altas

bellas, casi alpinas y casi andinas (ay)

con grumos de piedra caliza y notas de nieve otoñal;

arriba, más arriba, salpicado de nubes,

un cielo bajo el cielo que llamamos real

tal vez más melancólico, con más ocaso

que el fugaz modelo y su efusión de luz.

Pero había un detalle perceptible de cerca:

cientos de pequeños caracoles pegados al muro

a lo ancho y lo largo, desde el prado a la cumbre,

expuestos al inclemente sol de verano.

La postal de bienvenida se reveló de pronto

como un incomprensible cementerio.

Y fue inevitable preguntarse ¿por qué?

¿Qué hacen aquí estos caracoles?

¿Estaban hibernando y los pilló de golpe el sol?

¿O es que acaso buscaban algo

un trocito de mundo más templado

con nubes, viento fresco y sombra húmeda?

¿Fueron engañados por la destreza del pintor

como los pájaros que picotearon las uvas del fresco?

¿O solo fue un obstáculo que no pudieron franquear

una valla insuperable, literalmente una montaña

para este pueblo de peregrinos sedientos?

No hay paraíso en el paraíso pintado:

murieron chupeteando el deslavado acrílico.

HORMIGAS

I

LAS hormigas trazan los nuevos senderos

del verano. Yo espero

a que suban a mi mano

y me señalen la ruta hacia el lugar.

Espero a que el calor ponga fin

a la amenaza: granos de azúcar

flotando en mínimos charcos

sobre la mesa, témpanos de otra era,

de otra escala en la cocina.

Las hormigas conocen bien el oficio

coordinadamente dispersas

surcan el territorio, las inmensas llanuras

y los montes, los valles,

las riberas dudosas de sus mares.

La hormiga ahogada en el trayecto, mírala

así flotando en una lágrima

tal vez solo sea una tragedia parcial

una apreciación dramática desmentida

por la hormiga misma

que carga con su hermana devuelta por las olas

su cuerpo reluciente

como un fósil en el centro nítido del grano.

Busco las palabras adecuadas

que no traicionen su fugaz empresa

su verano extremo, la búsqueda

del paraíso escondido

al interior de un azucarero de madera:

escalar, escalar, conquistar la cumbre

contemplar, al fin, la incógnita

el alimento y el lujo sin retorno

la tierra

de diamantes.

II

MALA fama la de las hormigas

leo en el diccionario de símbolos de Cirlot

su aparente multiplicidad les juega en contra

y su pequeñez –dice–

resulta imagen para el hombre

de una vida deleznable e impotente.

No hay mención alguna del trabajo

(ninguna referencia a la noción de fuerza)

lo cual resulta, bien visto, un alivio

un respeto mínimo a una ocupación

no impuesta y tan natural como escapar.

Y es quizá eso lo que no toleramos:

un ciclo entero dedicado al esfuerzo

que no manifiesta atisbo alguno de dolor

un visible, explícito servicio, un sacrificio completo

a la comunidad, a la gloria de una reina

que dedica sus días a comer y engendrar.

Los entomólogos se debaten en saber

por qué hay colonias enteras capaces de suicidarse

adictas a un manjar secreto o corriendo

en un frenético tránsito ciego.

Nuestra incomprensión no las perturba

ni parecen ver en nosotros

lo que al parecer nosotros vemos en ellas.

Van en masa las hormigas, a la intemperie,

como palabras por las grietas del pensamiento.

HÁBITAT

A Bruno Cuneo

anfitrión de la casa partida

PARA hacer propia una casa se necesita luz y sombra

más un poco de suerte, claro

por ejemplo que se vayan sin que las eches

todas esas presencias enquistadas

(inquilinos odiosos, abonados del Cáncer: hernias

en la espina dorsal del ánimo)

y que las cosas caigan por su propio peso

como caen repisas por ejemplo

aunque también es cierto que un golpe táctico

puntual y fuerza exacta, ayuda.

Para hacer propia una casa no se necesita demasiada paciencia

suerte sí –insisto–

y sobre todo ambiente, un mundo circundante

donde como la famosa garrapata cumplir tus dos o tres funciones vitales

(oler, saltar, chupar)

aunque para ello no sean indispensables geranios

ni bares en la cuadra, pero ayudan.

Para hacer propia una casa se necesita

lápices, cuadernos, un plano no cuadriculado

una mesa y una lámpara tipo espiga que arroje cálida luz vertical

un refrigerador mínimo de contenido barroco

una pequeña ventana donde muro y cielo se combinen.

Nada espectacular: plantas, música, Schopenhauer,

buenas conversaciones, algún orgasmo

suyo o tuyo o mío por la noche

despejado el pasillo hacia el sueño y visibles las plumas

del edredón.

Para hacer propia una casa no se necesita en absoluto una casa propia.

CEMENTERIO DEL SUDOESTE

SUBIR al monte un domingo, atravesar el bosque

con cuidado de no caer por grietas,

desviarse de la ruta principal, evadiendo

el rumor, pero no su rumbo, hasta llegar

finalmente a destino: un portón con candado,

una palabra atragantada en la boca de los muertos.

Y así como el cielo va mezclando sus colores

opacos a esta hora, atravesado de gaviotas

indecisas, círculos que no terminan de cerrarse,

tránsitos que no pueden acabar, si acaso comenzaron

en un punto que podamos llamar el principio.

«No era lo que esperaba», y de pronto

te descubres esperando algo, si no una puerta

al menos algo así como un portal, un paso abierto

entre cipreses que aguardan, como el guardián de Kafka,

a que hagas tu pregunta y que nunca te atrevas.

Diferir la decisión, el punto aparte:

la marcha podría continuar, si no fuera

porque una culebra bastarda se enrosca

en la rejilla oblonga del resumidero, incitando

peregrinos pensamientos acerca de los ríos

que llegan a dar al desagüe.

Pueden venir a verla,

saltar el muro y recitar viejas coplas

sobre la vida y la muerte: quedarse aquí,

a plena luz menguante, bajo una estatua

que guarda algo irreconocible entre las manos,

corroído por la sal y la humedad.

REGINA

Dos serpientes se enroscan en un árbol

¿será real si solo ellas lo saben?

ELLA forja con su lengua ritmos nuevos

pulsa cuerdas que cruzan la frontera, vivo el énfasis

vocales que nacen desde abajo

y dejan muda la ciudad.

Su voz dialoga con el clamor repentino de la lluvia en verano

mitad lamento, mitad celebración

razón de alumbramiento y señal de cosecha

con el cuerpo embarrado.

Como un planeta

rodeado de satélites

de metales sin nombre

y sedimentos desprendidos de otra esfera

en la rotonda de Tetuán

o allá en Tartaria

ella parla bajo estatuas carcomidas

y modula con sus manos

una idea sonora.

VISIÓN DEL PUERTO

LATEN lentas grúas en nuestras cabezas

con la memoria hecha un tetris de contenedores

rojos, azules y amarillos.

Hablas del movimiento de los barcos anclados

del deseo de partir sin dar un paso

a lo más ir al balcón, sentarse

rellenar de a poco el papel

inhalar hasta el fondo escuchando el canto de gorriones medievales

el súbito grito de una vieja que advierte:

¡agua va!

rociado el callejón de antiguas voces.

La orquesta de metal es instructiva, con el favor del eco: claves y timbres

y chirridos, la partitura de un vaivén sin destino aparente.

La vista desde el cerro: una fortaleza donde buscamos

un lugar oculto, indocumentado, de contrabando

para hacer, al fin, nada.

Piensas en el cabeceo de los agaves floridos frente al mar

las piernas de jamón que cuelgan en las charcuterías

el baile de reflejos en la fuente, hermanándose, rechazándose,

los giros de las grúas que se arriman, el jadeo

quebradizo, al agarrar.

CUÍDATE DEL AGUA MANSA

ROMPE en esta ola la memoria

tuya, mía, el mar ausente

en esta ola que no es ola

en este mar que es mar dormido

agua mansa, estela de veleros

en este mar testigo del tercer día

rompe la ola que no es ola

rompe lentamente, sin espuma

quieta, y solo rompe

en la memoria, al otro lado.

Rompe en un abrazo aquí

acariciando los tobillos

esta lenta lonja de agua

con piedrecillas de colores

sube la marea en la memoria

mía, tuya, el mar que vuelve

olas que son pliegos que son velos

que esconden una escena cautiva

que brillan de sol en retirada

que callan de foco a medio cielo.

Rompe en el azul y son de plata

como una moneda intercambiable

ni mía, ni tuya, ni nuestra

de ellos, mar, tú mismo ¿tuyo?

bien quisiera yo sumergirme

como un buzo táctico en la hondura

silencioso, resonando

a negro la visión, con solo el pulso

tras un relámpago imprevisto

nube, ni tuyo ni mío, del mar.