Informe horario n.º 6557266 / P 114
Cripto: 3 (se han descartado 86 subrutinas codificadas).
Asunto: Potente presencia Ur en la Frontera.
Extensión: 3001 Lymes; 0,743 segundos de anchura de canal (subvencionado por el Ministerio de Comunicación y Relaciones Panculturales de Ciudad de Cruces).
Adjunto: Audio y vídeo.
Remite: Zonógrafo elandi ARCHEOPTYX (grupo de intereses ScJ), ampliando la señal de algún enclave del sistema Panal. Su autenticidad ha sido confirmada por los analistas.
Texto: [Senda idiomática: capellán seis → graamil interlac (bajo cifrado) → estándar de la Rejilla.]
(Rogamos incluir la clave zonal APRA para limpiar de errores los grupos ping de respuesta en las repeticiones de este mensaje.)
Si estáis teniendo dificultades en recibir esta comunicación, sabréis que los urtianos han invadido los sectores M£30 al F£92 colindantes a la Alianza del Éxodom. Sus monstruosas naves de guerra han empezado a ocupar los planetas deshabitados próximos al Bolzai, instalando puestos avanzados y redes de suministros.
La cuestión subyacente es qué secuelas tendrán a nivel político estas maniobras. Barajando tendencias a largo plazo, los movimientos de los urtianos solían ser agresivos sólo a pequeña escala. ¿Es esto una declaración de guerra contra los Quince, una expansión unilateral de dominios?
El Consejo de Seguridad de la Rejilla se halla reunido en sesión de urgencia. Debido a nuestra cercanía a la zona del conflicto, la dudosa viabilidad de futuras transmisiones nos obliga a radiar este mensaje a todos los grupos de interés aerobio, sin distinción. Debemos unirnos para afrontar este problema. Todo puede resultar útil: medios técnicos, naves de guerra, líneas de código, espacio de conciencia IA, tecnología espiritual...
Los no afines al tratado serán llamados a su debido tiempo para efectuar canjes equitativos con quienes posean recursos. Nadie debe quedarse al margen de esta crisis, pues la amenaza urtiana afecta a la totalidad de las especies de la Variedad.
Lo que necesitamos saber con más urgencia —y rogamos a cualquiera que posea información que la comparta— es lo siguiente: ¿qué pretenden los urtianos al concentrar fuerzas masivas en el Bolzai? ¿Por qué gastan una cantidad enorme de recursos en acordonar una zona de varios pársecs cúbicos de vacío, sin interés estratégico ni económico...?
¿... O sí lo tiene, y ningún otro gobierno o jerarquía de la Variedad se ha dado cuenta todavía?
SEMRA
—La cirugía de memoria estocástica lleva tiempo. Trata de seguir el ritmo.
Semra cotejó los datos de los últimos informes en su Halo. La imagen logró formarse con la suficiente resolución como para darle una idea bastante clara del problema.
—No se trata de ningún tipo de astronave conocida. Lleva ahí fuera un tiempo —observó Runí desde el puente de mando, un kilómetro por encima de él.
—¿Cuánto?
—Yo diría que unos ocho mil años estándar. No se parece en absoluto a una nave-Λ. ¿Qué hacemos?
—Lánzame una predicción sombra.
Semra cerró ojos y esperó a que la cognoscitiva barajase cuantos en su cabeza. Trabajando en un entorno dominado por abanicos intelectuales de Krell, el intercambio de información permitía reducir el tiempo de procesamiento de las instrucciones hasta casi rozar el cero miliKelvin.
Sí, allí estaba. Vio el objeto, girando en lentas espirales. Los sentidos lo engañaban: en realidad no era una nave, al menos no en rigor; más bien parecía una madeja de hebras recolectoras de energía con cierta arquitectura lógica. Y decididamente, no era aerobio.
—Podría tratarse de algún artefacto Ur —aventuró Runí.
—Ya lo había pensado, pero si es así debe llevar milenios abandonado. ¿Cuándo dices que ha salido del hipervínculo?
—Hará unas cuatro horas. Hasta entonces ha permanecido invisible a nuestros centinelas.
—Acerquémonos.
Runí hizo ese sonido de raspar la lengua contra el paladar que tanto lo enervaba.
—Oye, Semra, ¿crees que es prudente salir ahí fuera?
Semra suspiró. Estaba convencido de que los Planificadores habían elegido a su compañera para esta misión debido al talante precavido del que tan orgullosa estaba, para que sirviera de contrapeso a su perfil más propenso a la acción directa. Pero había veces en que tanta prudencia lo exasperaba.
—Aún no estoy seguro de lo que significa «ahí fuera». Si no tomamos la iniciativa, esa cosa podría pasarse otros ocho mil años rotando tranquilamente. No me apetece esperar tanto.
—Como quieras —accedió la piloto—. Pero envía primero una simulación espejismo.
Semra estuvo de acuerdo. Una cosa era dejarse llevar por el espíritu aventurero, y otra ser tan estúpido como para ir en persona. Simplemente pensó en el plan de acción que deseaba seguir, y éste se tradujo en instrucciones en la nube estocástica.
Las sondas abandonaron la nave-Λ, seguidas por espejismos en forma de delfines. Alrededor del aparato Ur chisporroteaba un invisible tubo de flujo energético, un conductor bipolar que transportaba casi dos megaamperios de corriente en torno al ecuador de la nave. Esta energía era recogida por los colectores y almacenada en algún lugar de su oscuro vientre. Fuera lo que fuese aquello, se comportaba a todas luces como un gigantesco acumulador.
—¿Por qué ahora, Runí? —preguntó Semra, abstraído.
—¿Disculpa?
—Si tú fueses un aparato gigante alienígena, ¿por qué despertarías precisamente ahora?
Se la imaginó haciendo ese gesto gracioso con su naricilla en su propio tanque.
—Quién sabe. Puede que estuviera programada para hacerlo pasado un tiempo. O cuando se cumplieran ciertas condiciones en el exterior.
Semra compuso una mueca de disgusto. No lo intranquilizaba desconocer datos, ni tampoco navegar en la incertidumbre típica de las primeras fases del análisis científico. Lo que lo molestaba era que aquella cosa hubiese elegido el espacio privado de su familia, a apenas dos UAs de su planeta natal, Anthelia, para cumplir su misión.
Las sondas sobrevolaron la espinada superficie del leviatán. Alguien había grabado unos caracteres en el casco con un láser, en un idioma que Semra conocía.
—Confirmado —gruñó—. Es un aparato urtiano.
—¿Qué estará haciendo tan lejos de sus mundos?
—Repliega las sondas. Vamos a efectuar un análisis directo.
El Halo reconoció la orden como dirigida a él, no a la piloto. Semra proyectó su conciencia al puente de mando, encajando su cerebro entre los bloques de memoria 109725 y 603048 del ordenador.
—Esto no me gusta —dijo en binario.
—Espera, Ram. —Su compañera se intelectó junto a él, en el mismo bloque de memoria—. No hagas nada todavía. Recibo un aviso de prioridad desde Anthelia. Acaba de llegar un visitante.
—No tenemos tiempo para visitas. Eso de ahí fuera acaba de convertirse en una amenaza. Tenemos que...
—No, Ram, escucha. El mensaje proviene de la central: debemos bajar ahora mismo. El visitante posee información vital sobre el fenómeno.
—¿Y quién demonios es, si puede saberse? —se encrespó.
Cuando la imagen de Joviann Fust apareció en una fracción del área de trabajo de su mente, el piloto enmudeció. No tardó en concluir que realmente debía existir algo parecido al destino, a una fuerza caprichosa que controlaba el devenir del universo. Una fuerza capaz de cerrar los círculos vitales de los seres vivos, por más que éstos hubiesen rezado una y otra vez por no tener que enfrentarse a sus consecuencias.
El maldito Fust había vuelto a casa, tras tantos años.
El piloto se preparó para intelectarse a su propio cerebro, que descansaba plácidamente en el tanque.
Runí tenía razón. Aquello era más importante que todas las jodidas naves de la jodida flota urtiana que en ese momento pudieran materializarse sobre sus cabezas.
ZHINZ
Miedo / Pavor / Palabra que no conocía pero que representaba un estado superior de ansiedad.
Estaba inmóvil. Atrapado en la gigantesca telaraña Ur. Su cuerpo expulsaba tantas mezclas metabólicas de auxilio que en cualquier momento podía colapsarse y morir envenenado. Ahogado químicamente en su propio miedo.
Zhinz respiraba gracias a un tubo que le perforaba la garganta, penetrando directamente en su tráquea. El aire que lo envolvía fluctuó, espeso como un jarabe. No, no era aire, era líquido. Lo habían sumergido en algo saturado de compuestos que estaban haciendo cosas raras con su cuerpo. Las heridas de la batalla contra las mantis se le habrían infectado, seguro, porque dolían como el infierno.
Con infinito alivio, descubrió que podía mover los brazos. Alzó las manos para delimitar palpando el espacio que lo cobijaba. Era un tubo, un recinto estrecho, lo justo para permitirle cambiar de posición si forzaba hasta el extremo del dolor las articulaciones.
Se movió como un contorsionista. Al fin pudo colocar las manos en torno a su cabeza. Asqueado, apartó la máscara que lo cegaba. Estuvo a punto de vomitar cuando advirtió que la máscara en sí era un ser vivo, una especie de trébol de mar cuyos órganos, rojizos y con una inequívoca función sexual, se le habían anclado a la piel de la cara.
Lo dejó flotando en el líquido y continuó examinando el tubo. Esa cañería que partía de su garganta y desaparecía por una toma en el cristal era lo que le permitía respirar. Vale. No debía romperlo o se ahogaría. Tenía que tranquilizarse, pensar con detenimiento y claridad en una vía de escape. Como habría hecho Jules. Ninguna prisión era completamente inexpugnable si no había sido específicamente preparada para él y para su biología de marsupial. En circunstancias normales, el terror lo habría dejado abotargado, pero tal vez la experiencia de descender el río a bordo del Lazirian lo hubiese cambiado.
En la parte superior del tubo había una esclusa. Trató de bucear hacia ella, pero unas cintas de plástico le mantenían sujetos los pies. Cualquier otra especie de los aerobios habría tenido dificultades para salir de allí.
Pero él no era un aerobio común.
Si aquello era una nave urtiana y los ancianos de su tribu no mentían, tenía que haber zonas presurizadas ricas en hidrógeno, el compuesto que se suponía que ellos respiraban cuando conservaban su forma orgánica. Zhinz se había hecho instalar pulmones adicionales para poder realizar incursiones en los mundos dominados por los humanos, pero podía prescindir de ellos si volvía a un entorno rico en hidrógeno, como el de su mundo natal.
Se preparó. Aquello iba a doler.
Inspiró todo lo que pudo por el tubo negro y desconectó los pulmones. A través del orificio practicado en su traquea, introdujo los dedos y tocó las válvulas de la pleura bronquial. Eso le provocó arcadas, una tos que arrojó saliva y luego sangre y trozos de tejido alveolar. El líquido que lo rodeaba se empezó a teñir de un rojo grumoso.
Tardó cinco minutos en vomitar los pulmones, tiempo en que su organismo tuvo que absorber hidrógeno de la sangre. Cuando los tuvo en las manos —dos piezas aproximadamente cónicas de veinte centímetros de largo y esponjosas al tacto—, estiró lo que pudo los dedos hacia arriba, acercándolos a la esclusa. Los pulmones desechables no tardaron en vaciarse del gas, mezclado con soluciones altamente ácidas que servían para neutralizar ciertas bases, letales para los marsupiales.
Medio asfixiado, Zhinz invirtió el ángulo de sus rodillas, preparándolas para dar un potente impulso. Saltó hacia arriba, deshaciéndose de las ataduras que sujetaban sus tobillos. Usando ambas manos, estrelló los pulmones contra la esclusa, haciendo que los ácidos provocaran un cortocircuito en los cables. El ¡plom! sonó hueco y lejano en aquella sopa llena de coágulos de sangre.
El sistema automático de drenaje vació el tubo al instante, y Zhinz fue expulsado de la prisión arrastrado junto con el trébol de mar, por el sumidero.
El subsiguiente chillido de alegría no llegó a brotar de su garganta.
VALERIS
—¿Identificación? —preguntó la cognoscitiva.
—Doctora Valeris Adyanti. Código de acceso CP278A307-Æ. Cifrado raquídeo normal. Ejecutar.
Introdujo su tarjeta en la ranura y esperó.
—Interfaz Alma en línea —informó la máquina—. Sistemas listos. ¿Qué desea saber?
—Llévame hasta la matriz de archivos de la Rejilla Pancultural. Solicito acceso de máxima prioridad a las bibliotecas ARN del fondo de emergencia.
El espacio virtual estalló frente a sus ojos, transportándola al instante a un mundo distinto, un universo de información donde casi cualquier misterio podía ser revelado con sólo formular las preguntas adecuadas. Cayó hasta las fraguas de código, donde las inteligencias que ejercían de dioses tuvieron la amabilidad de reconstruir sus sinapsis en microtiempo. Ya no estaba en la estación científica, aunque tampoco en los anillos de conexiones Alma, sino en un limbo intermedio donde los penitentes buscaban tesoros de información que los ayudaran a salir de algún apuro.
—Muéstrame las observaciones relativas al confín del universo realizadas durante las últimas doscientas horas —pidió—. Quiero ver sólo las de los observatorios de alcance lejano.
Y allí estaban. Pronósticos hechos por astrónomos en cuyo criterio ella confiaba sobre el desplome de galaxias situadas a cinco mil millones de años luz, el límite del universo observable. La luz del desastre estaba a punto de barrer los sistemas periféricos de la Variedad, y no tardaría en alcanzar el núcleo.
Los habitantes de los mundos interiores, sin embargo, no tendrían que esperar a que esa luz llegara hasta ellos para ver el fenómeno con sus propios ojos: en cuanto un observador civil lo supiera, lo sabrían todos. Las imágenes surcarían las redes de datos a una velocidad cegadora, inmensamente mayor que la de la luz. Mientras tanto, ésta proseguiría su camino por el espacio, visitando un sol tras otro, saltando con tranquilidad de un enclave habitado al siguiente, hasta que el fenómeno fuera visible con sólo mirar al cielo.
Entonces se desataría el caos. Absoluto. Incontenible. El mayor desastre que ni siquiera Valeris, con su portentosa mente puesta al servicio del análisis heurístico de datos, podía llegar a imaginar.
Actualizó los informes con los de otros observatorios no aerobios. Como temía, el fenómeno no abarcaba una región aislada del cielo, sino que se extendía en todas direcciones. Daba igual hacia dónde mirase, por doquier había signos de aquel desplome. Era como si la Variedad estuviera situada en el centro de una burbuja cuya periferia se quebrase a ojos vista.
Acongojada, la doctora siguió abriéndose paso entre los códigos, buceando como un escualo hambriento en las inmensas moles de bits sólidos. Por primera vez experimentó algo parecido al miedo, un temor casi cerval de seguir indagando en busca de respuestas, no fuera a llegar demasiado lejos y encontrar una prueba irrefutable de que no estaba loca. De que todo aquello no era una broma de mal gusto de los dioses a los que adoraban los Quince, hastiados como estaban en sus panteones. Jamás en toda una vida dedicada a la ciencia le había ocurrido algo semejante.
Abandonó por unos momentos la Rejilla y accedió a sus propios archivos. En concreto, a las lecturas tomadas por los aparatos de la estación sobre el grotesco incidente con la Eurídice. Había un archivo de vídeo.
—Quiero saber exactamente qué ocurrió cuando el contenedor liberado por el balandro colisionó con la Anomalía —ordenó.
La memoria avanzó a saltos hasta el momento en que, volando a velocidad suicida entre los cañones, la nave de Lina huía del leviatán que la perseguía. La grabación mostró el instante crítico en que el contenedor abandonaba la bodega de la Eurídice. En apenas medio segundo, voló unos cien metros en caída libre y colisionó contra la Anomalía.
—¡Ahí! —Valeris congeló la imagen.
Una instantánea del caos: el blindaje rompiéndose, el calor expandiéndose, la energía lloviendo en forma de alas de mariposa...
... Y un agujero, una abertura en la realidad por la que penetraba el cuerpo de Jan. Una puerta a otro universo.
Valeris amplió la imagen. La luz también penetraba por aquel agujero. Luz de otras estrellas, de soles tan lejanos como para enfriar su combustión en la membrana que separa las realidades.
La cognoscitiva aumentó cien veces la imagen, la limpió de ruido y mostró dos detalles sorprendentes:
El primero, que un objeto masivo se hallaba al otro lado, detrás de Jan. Valeris había visto muchas naves de guerra en su vida como para reconocer una, aunque el diseño no se pareciera en nada a las usadas por las armadas de la Variedad. El navío —de dimensiones espectaculares, tan gigantesco que rivalizaba en tamaño con los mismísimos acorazados biocidas urtianos— se encontraba detrás y a su izquierda. Lo que veía era la popa, con la antorcha de fusión encendida y, aunque pareciera disparatado, proyectando calor directamente sobre el soldado.
La postura de Jan era igual de chocante. Mantenía con evidente esfuerzo un brazo inmerso en el interior del monstruo, de la mancha solar hecha de mercurio. Una expresión de agonía deformaba sus rasgos mientras los dedos rozaban una superficie esférica, tal vez alguna clase de corazón.
Y reflejado en este corazón había algo. Un rostro, pero no era el de Jan.
Valeris amplió todo lo que pudo la imagen, que se desenfocaba con cada orden de magnitud. Dos abanicos de arrugas se formaron en torno a sus ojos cuando los entrecerró para ver mejor aquello. Pidió a la cognoscitiva que hiciera lo posible por darle una imagen más nítida, aunque tuviese que inventar información y colocar píxeles donde no los había, en base a la estadística predictiva.
Y allí estaba.
Se trataba del rostro de una joven. Una humana de no más de quince años, con una larga melena rubicunda que partía de una frente amplia y egregia. Sus ojos verdes denotaban una infinita tristeza.
¿Qué hacía aquel rostro de niña derramado sobre el corazón del monstruo? ¿Por qué Jan trataba de tocarlo? ¿Cómo encajaba aquella chiquilla rubia y triste en aquel puzle que abarcaba varias realidades?
Demasiadas preguntas. Tendría que hablar con él de nuevo, pero el soldado debía encontrarse ya a medio camino de la Rejilla Pancultural. Ahora era asunto de los militares.
Maldijo entre dientes.
Se le ocurrió probar una cosa.
—Computadora, quiero ver los informes sobre las galaxias en desplome. Necesito saber a qué distancia exacta se encuentran de nosotros.
Era una tontería, claro. Lo había solicitado simplemente por capricho, para comprobar la velocidad relativa de sus...
Los datos bailaron ante sus ojos. Valeris dejó de respirar.
Se levantó del asiento, desconectando de golpe la interfaz Alma. Incluso puso unos metros entre la mesa y ella. Tras la breve desorientación clásica del retorno a su propio cerebro, la doctora experimentó unos segundos de absoluta angustia, de pavor sin límites; su mente estaba paralizada, anulada, incapaz de tomar ninguna decisión.
No. Se negaba a admitir lo que había visto. Aquellos datos tenían que estar equivocados. Pero habían sido tomados por diferentes observatorios, en lugares muy distantes de la Variedad, y por profesionales muy competentes. El sentido común sugería que eran correctos, y aun así...
Sudando, se conectó de nuevo. Esta vez consultó directamente con sus colegas en el puesto avanzado de Fentarry. A ellos tampoco se les había ocurrido realizar una medición tan sencilla como la que ella había propuesto; era de locos tan sólo planteárselo. De estudiantes de primer curso que aún no saben nada del cosmos y tienen la cabeza repleta de ideas descabelladas.
Los elandis casi se desmayaron cuando leyeron los datos. Valeris los tranquilizó y prometió seguir en contacto con ellos. Encriptó la información bajo el epígrafe de máxima seguridad y la reenvió a otros laboratorios. Realizó el proceso de manera automática, sin solicitar los permisos militares pertinentes. Aquello había dejado de ser un suceso simplemente inquietante: acababa de trascender a la categoría de desastre inminente, de paradoja científica inexplicable, y no había tiempo para formulismos.
Iba a solicitar un enlace de máxima prioridad con el almirante Rodel cuando oyó las alarmas. No provenían de la conexión Alma, sino de los altavoces colocados en las paredes de la sala.
Algo grave pasaba en la estación.