Capítulo 15

 

Belle esperaba que él la mirara fríamente y le dijera que ya se había entrometido suficiente en su vida, y que saliera de ella.

—¿Por qué me cuentas esto?

Ella había ayudado a Lucy, y sabía que lo había hecho. Conscientemente o no, la niña se había quedado de pie sobre los dos pies y había dado un paso sin la ayuda de las muletas. Eso no significaba que todo el trabajo estuviera hecho, pero sí que Belle la había ayudado. Por fin alguien la ayudaba.

—¿Por qué, Belle? —insistió él.

Ella lo miró atentamente para memorizar su rostro, para grabárselo en la mente, porque en el corazón ya lo tenía.

—Porque… me estoy enamorando de ti —confesó ella, consciente de que con aquello ponía fin a cualquier posibilidad que hubiera podido existir entre ellos—. Y porque tienes derecho al menos a culpar a la persona correcta.

Se enjugó las mejillas y se dio la vuelta para marcharse. Pero él la agarró de la muñeca.

El dolor que sentía Belle en su interior era casi físico. Pero lo soportó, sabiendo que no era comparable al dolor que él había soportado, y que todavía soportaba, cada vez que acudía a aquella residencia.

—¿Lo dices en serio? ¿Me amas?

—Sí —afirmó ella, exponiéndose por completo a su desprecio.

Belle advirtió que él apretaba la mandíbula. Y entonces la soltó cuidadosamente y clavó la mirada en el suelo.

—Tal vez sea el momento de dejar atrás el pasado —admitió él, con voz grave.

—El pasado es lo que trae a Lucy aquí semana tras semana a visitar a su abuela —comentó ella.

Él dejó escapar un largo suspiro.

—Estoy de acuerdo, pero Lucy es feliz. Mi madre es feliz. No recuerda nada, pero es feliz. Así son las cosas.

Él la agarró por la nuca y Belle sintió un nudo en el corazón. Entonces él apoyó su frente sobre la de ella y cerró los ojos.

Belle comenzó a llorar y, con mucho cuidado, acarició los hombros y el cuello de Cage. No podía creerse que él no la estuviera apartando de sí.

—A lo mejor también es hora de permitirme ser feliz con las cosas tal como son —añadió él.

Belle no pudo reprimir un estremecimiento de pesar.

Entonces él le hizo elevar la barbilla y la besó.

—No llores —le rogó—. Se me parte el corazón.

Aquellas palabras lograron justo el efecto contrario. Belle hundió el rostro en el pecho de él y rompió a llorar desconsoladamente. Entonces él se sentó en la silla donde había estado su madre, colocó a Belle en su regazo y le tendió un pañuelo de papel.

—Llora entonces, sácalo todo —murmuró él.

Después de un buen rato, Belle comenzó a sentir una extraña paz. Se incorporó ligeramente y se limpió la cara. Luego miró a Cage a los ojos.

—¿Y ahora qué hacemos?

Él se quedó en silencio unos instantes, jugueteando con su pelo.

—Vamos a desayunar —respondió él por fin—, y luego regresaremos al rancho. Y ya veremos qué sucede después.

Ella asintió levemente. Irían poco a poco.

—¿Sigues queriendo que trabaje con Lucy? —preguntó ella con voz temblorosa.

—Sí. Y también quiero que trabajes conmigo.

—¿Cómo?

Él se inclinó sobre ella y la besó.

—Enseñándome a no ser un ogro.

—Pero si no eres ningún ogro —le aseguró ella, y lo besó.

Él la abrazó con más fuerza.

—¡Caray, ahora me explico que tardarais tanto!

Belle dio un respingo. Tenía los labios tan hinchados como los ojos, y la coleta medio deshecha.

—Sorprendidos con las manos en la masa… —murmuró Cage a Belle al oído.

Belle miró sonrojada a Lucy, que los observaba como si acabara de hacer un enorme descubrimiento.

—Vamos enseguida, Luce —dijo Cage.

Ella tenía los ojos brillantes, pero a él le llamó la atención que no se sorprendiera más al descubrirlos. Lucy asintió y se dio la vuelta con una sonrisa.

Belle intentó ponerse en pie.

—Tal vez deberías ir a hablar con ella, o algo así.

—¿Sobre qué? ¿Crees que no sabe por qué se besa la gente? Ella me dijo que, después de haber tenido su primera menstruación, tú te aseguraste de que conociera el tema de la reproducción humana.

Belle se sintió un poco incómoda y apartó la mirada.

—Bueno, no estaba segura de que tú…

—Ya te lo dije. Luce me lo cuenta todo.

—Siempre te subestimo, ¿verdad? —dijo Belle en voz baja—. Lo siento.

—¿Sientes preocuparte por mi hija?

—Yo también la quiero.

Él dejó que aquella información le calara, pero en el fondo ya lo sabía.

—Vamos, a desayunar —dijo, asiéndola de la mano.

Ella se sujetó fuertemente. Y fueron a desayunar.

 

 

Por la tarde, Cage llevó a Belle a su casa de Weaver, ya que el todoterreno seguía en el mecánico. Lucy quiso ver la casa y Belle les hizo un pequeño recorrido a ambos.

Para cuando se hubieron marchado, Belle supo que Brenda Wyatt había prestado atención a toda la visita. Especialmente al beso que Cage le había dado antes de subir a su coche y marcharse.

Belle acababa de poner una lavadora y comprobar en qué estado estaba su todoterreno, cuando su madre llamó a su puerta y entró sin esperar la invitación.

—¿Y bien? ¿Tu teléfono móvil ha dejado de funcionar? ¿Dónde has estado el fin de semana? ¿Y qué le sucede a tu hermana? Está más difícil de localizar que tú.

Belle comenzó a doblar unas toallas que acababa de sacar de la secadora.

—He ido a Cheyenne.

Su madre enarcó una ceja.

—¿Y?

—Y nada. Bueno, he conocido a la madre de Cage Buchanan.

Belle se sentía como si fuera una niña de nuevo y quisiera que su madre no se enterara de alguna travesura suya.

—Oh, cielos. ¿Cómo está?

Belle no se había planteado cómo esperaba que reaccionara su madre.

—Tiene buen aspecto —contestó.

Se quedaron en silencio y su madre la miró atentamente.

—¿Qué es lo que sucede, Annabelle?

—¿Brenda Wyatt no te ha dado la noticia?

—Como si me importara lo que va diciendo por ahí esa fisgona. Por cierto, me he enterado de lo de tu coche —dijo Gloria Day, poniéndole una llave en las manos—. Puedes utilizar éste hasta que el tuyo funcione de nuevo.

—Pero, mamá…

—No me lo discutas. Ya sabes que en el Doble-C hay varios coches. Puedes devolverlo cuando te pases por la fiesta familiar. Así no estaremos preocupados de que tu viejo coche te deje tirada de nuevo. Cariño, está muy bien que quieras seguir con él porque era de tu padre, pero incluso él te diría que lo cambiaras.

Belle se encogió de hombros.

—Me gusta mi coche, mamá.

—Y ahora, dime, ¿ese hombre significa algo para ti, o simplemente lo estás empleando para olvidarte del tonto ése de Scott?

—No puedo creer que alguna vez pensara que estaba enamorada de él.

—¿Y ahora sí estás enamorada de verdad?

Belle terminó de doblar las toallas y las dejó sobre la mesa. Luego se levantó y empezó a pasearse.

—¿Qué pasó realmente aquella noche, mamá? ¿Quién tuvo la culpa del accidente?

Gloria la miró comprensiva.

—Los accidentes pueden no tener un culpable, cariño. Aquella noche había hielo en la carretera. Pero tu padre se sintió responsable. Por eso…

—¿Por eso qué?

Gloria sacudió la cabeza.

—Nada. Pertenece al pasado.

—Le he contado a Cage por qué papá y yo estábamos en la carretera aquella noche —dijo Belle, y se dejó caer en el sofá—. Me estoy enamorando de él, mamá. Y de Lucy. Y de esa casa, con su mobiliario anticuado y todo.

—¿Y Cage qué siente por ti?

—Parece que no me odia.

Era un milagro que no terminaba de creerse.

Gloria enarcó una ceja.

—¿Eso es todo? Me imagino que no, pero no quiero que me cuentes los detalles —le aseguró—. Escucha, vamos a juntarnos toda la familia a cenar en el restaurante de Colby. Vendrás con nosotros.

No era una proposición, sino una orden.

Después de pasar algunas horas en compañía de la familia Clay, Belle se sentía como si hubiera recargado sus pilas. Ésa era la magia de la familia.

Cuando ya todo el mundo se estaba despidiendo, Belle decidió que no iba a esperar hasta la mañana para regresar al Lazy-B, independientemente de en qué habitación durmiera allí.

Pero Cage se había adelantado a sus planes y la esperaba sentado en el porche de su casa. Se puso en pie al verla llegar. Belle estaba a unos cuantos metros de distancia, pero podía sentir la intensidad de su mirada.

Se puso nerviosa, se quedó sin aliento y con la boca seca. Sus pies tampoco parecían dispuestos a ayudarla.

Entonces él dio un paso hacia ella, y otro, con determinación.

Belle sintió que el corazón se le aceleraba.

Cage llegó a su lado.

—Luce está en casa de Emmy —le anunció él—. Va a pasar allí la noche.

—Oh.

—¿Vas a quedarte ahí para siempre?

—Tal vez —respondió ella, nerviosa—. Los pies no me responden.

—¿Dónde estabas?

—En el restaurante de Colby, toda mi familia se ha reunido allí. Iba a ir al rancho esta noche —le informó a toda velocidad.

—¿Con ese coche? —preguntó él, señalando el pequeño descapotable a la entrada de la casa.

—Es un préstamo de mamá y Squire.

—Me alegro de saberlo —dijo él, acercándose a ella—. Me estaba preguntando de dónde habría salido. Igual que la camisa blanca.

—Tú eres el único hombre de mi vida.

Aquella confesión fue como lanzar un guijarro en un estanque tranquilo. Ella no sabía qué tipo de ondas provocaría. Ni siquiera sabía si tenía el valor suficiente para averiguarlo.

—Hoy has conducido mucho —añadió—. Debes de estar cansado.

—¿Entramos en tu casa?

Ella asintió y se dirigió hacia la casa. Abrió la puerta con cierta torpeza. Él entró después de ella y cerró de un portazo, apoyando a Belle contra la puerta y apoyándose él en ella.

El deseo se apoderó de Belle. En aquella ocasión no había límites ni tenían que esperar por nada.

—Parece que no estás nada cansado —bromeó.

—Te has dado cuenta… —dijo él mientras le desabrochaba la camisa y metía la mano dentro, descubriendo con deleite que no llevaba sujetador.

El tiempo se detuvo.

Belle gimió de placer.

—Oh, sí, qué bueno —murmuró.

Abrió parcialmente la camisa de él, lo suficiente para sentir el vello de su pecho contra su piel. Era un contraste muy excitante.

Él jugueteó con sus labios y por fin la besó.

El mundo comenzó a girar, lleno de colores. Belle se estremeció y se abrazó a él con fuerza.

Estaban casi sin aliento cuando separaron sus bocas.

—No esperaba que tú aparecieras en mi vida—dijo él, recorriendo sus sienes y su mandíbula con la boca.

—Yo tampoco —coincidió ella.

—No hables —murmuró él—. Sólo bésame.

Y así lo hizo. Lo besó hasta sentir que no podía más, que se derretía, hasta que desapareció todo salvo él, su forma, su sabor.

Las manos de Cage recorrieron su espalda y su abdomen, volviéndola loca. Luego descendieron hasta sus senos y comenzaron a rodearlos, hasta acariciar los pezones. Si no fuera porque con el otro brazo la tenía sujeta por la cintura, Belle se hubiera desmayado ante tanto placer, que la hacía gemir a gritos.

Él la miró a los ojos mientras repetía el movimiento. Belle se estremeció, gritando el nombre de Cage.

Él respiró hondo y la besó profundamente. Luego, le quitó la blusa.

Comenzó a recorrerla con las palmas de las manos y Belle ahogó un grito ante las sensaciones que le llegaban de todas partes: sus besos, sus caricias, su pecho contra el suyo…

Entonces él la levantó en brazos y ella se abrazó a él y acercó el rostro a su cuello. Olía y sabía a hombre. Al sentir la lengua de ella jugueteando sobre su cuello, él la agarró con más fuerza y caminó a pasos más grandes.

—¿Dónde? —preguntó a Belle, en un susurro.

—Al final del pasillo —respondió ella.

Él la besó de nuevo y la llevó hasta su dormitorio. Y, aunque estaban solos en la casa, cerró la puerta cuando estuvieron dentro.

Belle se estremeció al oír el portazo. ¿Cómo era posible que una acción tan sencilla dotara de tanta intimidad a aquel momento?

Él tomó el rostro de ella entre sus manos. La luz de la luna entraba y los bañaba de reflejos plateados.

—Si has cambiado de opinión, di que no ahora, Belle. Porque si lo haces después… —dijo él, con voz ronca.

Ella le acarició la nuca.

—¿Tú quieres que lo diga? ¿Te estás arrepintiendo de esto? Porque yo no he cambiado de opinión —le aseguró, y le susurró al oído—. Ni ahora, ni más tarde.

Ni nunca, se temía ella.

Cage exhaló profundamente y, al momento, depositó a Belle sobre la cama. Le besó el abdomen mientras le quitaba los pantalones. Belle sintió que un fuego se apoderaba de ella. Se agarró a los hombros de él, pero él apartó sus manos y entrelazó sus dedos con los de ella.

—Déjame a mí, por favor —le pidió, y acarició su parte más íntima con la boca.

Belle sintió que se encendía aún más. Sólo cuando estaba a punto de perder el sentido, comenzó él a subir hacia su abdomen. Belle estaba temblando, había perdido el control de sí misma. En aquel momento, para ella no existía nada más que él.

Cage comenzó a mordisquear sus pezones suavemente. Belle sintió su entrepierna sobre ella. ¿Cuándo se había quitado él la ropa? Se arqueó hacia él y gimió suavemente, quería más.

Entonces Cage siguió besándola por el cuello. Belle sentía el latido acelerado de su corazón junto al suyo.

—Te deseo —susurró ella.

—¿En serio? —preguntó él, ansioso de que fuera verdad.

Belle recorrió el rostro de él con las manos.

—Sí —respondió, y el corazón se le aceleró cuando él se colocó encima de ella y la penetró.

—Recuérdalo —le dijo él, mientras le soltaba el pelo.

Y la besó. Belle se entregó a las nuevas sensaciones que le provocaba, deseando que aquello no terminara nunca.

Abrió los ojos y se encontró con la mirada de él. Vio el deseo en el brillo de sus ojos, en la tensión de su cuello, de sus hombros. Una ola de placer la inundó y se estremeció salvajemente, a punto de saltar a un vacío que nunca había sospechado que existía.

—La próxima vez —le prometió él con voz ronca—, voy a hacer que esto dure todo el día.

Ella rió, pero a la vez las lágrimas le inundaron las mejillas.

Él se las enjugó con las manos, suavemente.

—¿Qué ha sucedido? ¿Te he hecho daño?

Ella negó con la cabeza.

—Te siento… en mi corazón —dijo ella con voz temblorosa, y se apretó contra él—. Por favor, no pares.

—Eso no sería posible —le aseguró él, besándola de nuevo, conquistando su boca mientras conquistaba el resto de su cuerpo y la llevaba al orgasmo.

Él también llegó al clímax.