El sol de primavera no sabe de discriminaciones. Naka no Kimi, aún profundamente dolorida, se admiraba de que, después de tantos días, no había ido a unirse todavía con su hermana. A lo largo de muchos años ambas habían compartido flores, árboles, músicas, pájaros, el paso de las estaciones… A veces una empezaba un poema y la otra lo concluía. Habían vivido períodos de tinieblas y de dolor, pero siempre compartiendo la inmensa suerte de estar juntas. Ahora, incluso cuando algo la divertía o interesaba, no tenía con quién comentarlo. Su vida era pura soledad ininterrumpida. Sentía, si cabe, una pena mayor que cuando murió su padre. La insatisfacción igualaba días y noches, pero no le quedaba más remedio que aceptar las cosas según venían, y parecía absurdo quejarse de que el fin no llegara a pesar de sus deseos.
Un día se recibió una carta del santón dirigida a una azafata que decía:
¿Cómo se presenta el año nuevo para la señora? No he dejado nunca de rogar por ella, pero en esta época venturosa del año he redoblado mis preces. No hay nadie en la tierra que me preocupe más. Uno de mis acólitos me ha traído estos helechos tempranos.
Acompañaba a la carta una elegante cesta arreglada con los primeros helechos del año. También había un poema, escrito con ruda caligrafía como corresponde a quien ha dejado el mundo atrás.
Mientras vivía su padre, todas las primaveras
le regalaba los primeros helechos.
Ahora que ya no está
quiero que ella los reciba.
Muéstraselos a la señora.
La carta emocionó a la joven, pues el monje no era aficionado a componer poemas de ocasión, y aquellas sílabas, redactadas seguramente con enorme esfuerzo, contenían mucho más sentimiento que todas las notas y cartas de cierta persona, que, aunque decía amarla ardientemente, no parecía muy preocupado por ella. Con lágrimas en los ojos compuso una respuesta que le envió a través de una criada tras recompensar generosamente al mensajero:
Esos helechos cortados
en memoria de un difunto amado,
¿a quién los voy a mostrar
en esta primavera?
En la flor de la juventud, había perdido algo de peso, y el efecto era soberbio. Cada día se parecía más a su hermana. Curiosamente, mientras vivió, la gente decía que eran muy diferentes, y, sin embargo, tras la muerte de Oigimi, el parecido se acentuó notablemente. Las sirvientas se preguntaban si Kaoru se había dado cuenta de aquel fenómeno. Si era así, ¿cómo no se consolaba con ella de su pérdida?
Algunos hombres del cortejo de Kaoru seguían visitando Uji, pues habían entablado algún tipo de relación con mujeres de la casa. A través de ellos Kaoru y Naka no Kimi seguían en contacto, y la joven se enteró de que el tiempo no había restañado su herida ni el año nuevo puesto fin a sus lágrimas. Su enamoramiento no fue en absoluto pasajero, y, cuando jurara amor a su hermana, habló con el corazón en la mano.
Niou se debatía bajo las restricciones que le habían sido impuestas y temía que éstas no harían sino aumentar. La idea de traer a Naka no Kimi a la capital se convirtió en una obsesión. Pasado el gran banquete de palacio y otras celebraciones propias de aquellos días, Kaoru, sintiéndose más triste e incomprendido que nunca, fue a visitar a Niou en un atardecer melancólico.
El joven príncipe miraba el jardín desde la galería (le encantaban los ciruelos en flor) y, de vez en cuando, tañía distraídamente su koto. Kaoru desgajó una rama florida y se la llevó. Niou encontró su fragancia tan acorde con su estado de ánimo, que improvisó:
—Esta rama de ciruelo
parece muy a tono con quien la ha cortado,
pues percibo entre sus pétalos
un secreto fragante.
Y el otro le contestó:
—Si sólo piensas en cubrir de reproches
a quien te ha traído la rama,
mejor hubiese hecho sin duda
guardándola para mí.
»No me pones las cosas fáciles…
En cuanto empezaron a hablar en serio, sus pensamientos volaron hacia Uji. ¿Cómo estaban Naka no Kimi y sus mujeres?, preguntó Niou. Kaoru relató una vez más la historia de la muerte de Oigimi y habló del dolor que desde entonces no lo dejaba vivir. Ambos recordaron con profunda nostalgia los felices tiempos en que habían ido juntos. El que más lloraba era el irresponsable Niou: ¡justamente el compañero que Kaoru necesitaba!
El cielo se llenó de bruma como si quisiera confabularse con ellos. Por la noche sopló el huracán y parecía que el invierno iba a regresar. Las ráfagas del vendaval no paraban de apagar su lámpara y al fin decidieron permanecer a oscuras, pero, si las tinieblas dejaron a las flores sin color, no pusieron fin a su conversación. Les faltó tiempo para decirse todo lo que querían expresar.
—De modo que fue una relación absolutamente pura… —dijo Niou, refiriéndose a la de Kaoru con Oigimi, no poco asombrado—. ¿Pretendes que me lo crea?
O Kaoru era un ser excepcional o no le contaba toda la historia: he aquí lo que pensaba el príncipe, convencido de que su manera de ser era común a todos los hombres. De todos modos, era un joven simpático y comprensivo, de manera que fue llevando la conversación por caminos que, en alguna medida, pudiesen servir de consuelo a su amigo y lo ayudaran a olvidar. Debe reconocerse que consiguió mucho de cuanto se proponía. Poco a poco Kaoru fue dejando aflorar pensamientos y reflexiones que había ido encerrando en su interior y que habían contribuido a angustiarlo. Así, gracias a la ayuda de su amigo, se fue liberando de sus fantasmas hasta sentirse considerablemente aliviado. Finalmente Niou le confió sus planes para traer a Naka no Kimi a la capital.
—Los apruebo en su totalidad —dijo el otro—. Empezaba a temer que, al presentártela, había cometido el error más grave de mi vida. No debes, pues, tener celos de mí: lo que ocurre es que veo en ella un legado de aquélla que, por más que digas, jamás dejaré de llorar. Pero comprendo que es una situación que puede dar pie a numerosos malentendidos…
Le relató cómo Oigimi le había suplicado que no estableciera diferencias entre ambas y se casara con la menor. También él hubiese debido traer a la otra a la capital, pero ahora ya era demasiado tarde, y, de momento, más valía dejar las cosas tal como estaban. Hubiera querido tener a alguien a mano para confiarle el traslado de la joven a la ciudad y dejar de inmiscuirse de una vez por todas en su vida, pero no contaba con nadie adecuado. Aunque a veces se preguntaba si no se habría equivocado al no hacer caso a Oigimi, procuraba imaginarse como un segundo padre para Naka no Kimi y acabó ocupándose de los preparativos del viaje.
En Uji se procedió a la elección de las azafatas y las criaditas más atractivas para que formasen el cortejo de la muchacha, y las elegidas contaban los días que las separaban de la marcha. Sólo Naka no Kimi parecía no tener prisa. No había conocido otro hogar y la idea de abandonarlo —tan querido le resultaba, a pesar de sus inconvenientes— la llenaba de tristeza: estaba segura de que lo dejaba condenado a la ruina y a la desolación. Pero cuando insinuaba que estaba dispuesta a seguir viviendo allí por tiempo indefinido, Niou protestaba. Eso le decía en una de sus cartas:
No puedo quererte más de lo que te quiero, pero temo que mi afecto acabaría naufragando por culpa de las dificultades que supone ir a verte al lugar donde has estado viviendo hasta hoy. Tú no has hecho nunca el viaje, y, por tanto, desconoces cómo es. Es absurdo poner un sentimiento a prueba sin necesidad alguna.
Al fin se fijó la partida para principios del segundo mes. A medida que la fecha se acercaba, la muchacha no cesaba de contemplar los cerezos en flor y las brumas matinales, y se decía cuánto le costaría acostumbrarse a vivir lejos de todo aquello. Se sentiría como una extraña en una posada, y quién sabe qué humillaciones y burlas le tocaría aguantar. No reveló a nadie sus temores, cada día más intensos.
Acababa de dejar los tres meses de luto atrás, y soportó la ceremonia de la purificación como un trámite más que las circunstancias le imponían. No llegó a conocer a su madre, y, por tanto, nunca llevó luto por ella. Pensó cuánto hubiese preferido vestir el atuendo más oscuro que correspondía al duelo por un progenitor, pero no dijo nada, pues iba en contra de la costumbre establecida. Kaoru envió un coche con escuderos para la ceremonia, y también unos cuantos adivinos. A través de ellos le hizo llegar este poema:
¡Qué rápido pasa el tiempo!
Te cosiste las ropas de luto,
las llevaste,
y ahora los capullos vuelven a estallar.
También le mandó conjuntos espléndidos, llenos de flores bordadas y estampadas, para la ceremonia y el traslado, que, aunque no podían describirse como llamativos ni ostentosos, se correspondían con el rango de la que, al fin y al cabo, era la hija del príncipe Hachi.
—Ya ves —le decían sus sirvientas más jóvenes—. Nunca deja pasar una ocasión de demostrarte que no te ha olvidado. ¡Cuán amable llega a ser! Ni un hermano podría competir con él… Ha estado acudiendo aquí durante años, y ahora somos nosotras las que nos vamos.… Seguro que lo echará de menos.
Las más ancianas, menos atentas a los colores de las ropas, decían que Kaoru era la ternura misma. La víspera de la marcha se presentó en Uji. Fue introducido en la estancia que desde siempre le acogiera, y pensó que, de haber vivido Oigimi, se habría ablandado por fuerza y lo hubiese aceptado, aunque sólo fuera para poner un ejemplo de marido ante los ojos de Niou. Por unos momentos regresó la imagen de la princesa muerta y el sonido de las palabras que le dijera…
No se le había entregado (de ello no cabía duda alguna), pero nunca lo había despedido de un modo que pudiera considerarse humillante u ofensivo, y sus propias excentricidades habían contribuido sin duda al fracaso de la relación. Se acercó a la pared, y buscó y halló el agujero a través del cual contemplara a las dos hermanas por vez primera, pero al otro lado habían puesto mamparas. En la habitación contigua se oían quedos lamentos por la dama desaparecida. Nadie parecía pensar en el traslado que se avecinaba.
Mientras Naka no Kimi contemplaba el jardín con la mirada perdida en el horizonte, le llegó este mensaje de Kaoru:
Los recuerdos de esos meses me embargan el alma desordenadamente, pero son más numerosos de los que soy capaz de guardar. Mucho me confortaría compartirlos contigo. No me trates, te lo ruego, con la frialdad que tantas veces has utilizado en el pasado, haciéndome sentir como un desterrado en una isla desierta…
Ella le contestó haciendo un gran esfuerzo:
No quisiera parecerte poco amable, pero en estos momentos no soy yo misma. Me siento tan descompuesta que temo a veces decir cosas estúpidas o groseras…
Pero sus mujeres abogaron por él, y ella acabó recibiéndolo, aunque en la puerta de su estancia. Su belleza y apostura la habían intimidado siempre un poco, y llegó a la conclusión de que habían aumentado y madurado desde la última vez que lo viera. Además de la gracia y la elegancia de siempre, se le notaba un dominio de sí mismo imposible de imitar. Si pensaba cuánto había significado su hermana para él…
—No es el momento de contar historias tristes —dijo él—. Y, si empiezo a hablar de cierta dama, me temo que ya no podré callar ni cambiar de tema… Sólo quiero decirte que estoy a punto de partir a mi mansión de Sanjo. Tú vivirás muy cerca, en Nijo, y, «cuando un vecino llama a cualquier hora»… ¡Supongo que conoces el proverbio! Quiero que me dejes visitarte. Envíame noticias de ti siempre que quieras, y recuerda que, mientras vivas, estaré a tu disposición. De todos modos, no hay dos personas que piensen igual, y quizás mi discurso te moleste. ¿Cuál es tu opinión?
—La idea de abandonar mi casa me confunde… —respondió la princesa, y la voz parecía fallarle a cada momento—. Me cuesta apreciar las ventajas de vivir cerca de ti en la ciudad… ¡Pero no me hagas caso! Sólo estoy diciendo bobadas…
Tanto le recordaba a su hermana, que Kaoru empezó a reñirse por haberla cedido a Niou con tanta generosidad. Pero todo ello pertenecía ya al pasado. No le habló de la noche que habían pasado juntos, pero se mostró tan directo que ella pensó que la había olvidado. El perfume y el color del ciruelo rosa que crecía al pie de la galería evocaba recuerdos inolvidables, y los ruiseñores parecían incapaces de surcar el cielo sin cantar a las primaveras pasadas…290 ¡Cuánto les había tocado compartir en los últimos tiempos!
La brisa les trajo la fragancia de las flores, y se mezcló con la que emanaba de Kaoru, en especial el aroma inconfundible de las del naranjo… Naka no Kimi recordó cuánto había amado su hermana el perfume de las flores del ciruelo, del cual había hecho uso liberal con frecuencia. También buscaba consuelo en él cuando las cosas no iban bien. Con un hilo de voz, recitó:
—No acudirán ya más visitantes,
salvo la tempestad.
El aroma de las flores
evoca recuerdos del pasado.
Y Kaoru murmuró a su vez:
—Los capullos del ciruelo
que acariciaron mi manga
huelen como antes. Arrancado del suelo,
¿podrá vivir el árbol en un lugar tan lejano?
Se secó el llanto de las mejillas y añadió para despedirse:
—Espero que no nos falten ocasiones para conversar tranquilamente.
A continuación marchó a impartir órdenes para el día siguiente. Su amigo, el guardián barbudo, y sus compañeros permanecerían en la casa y evitarían que se arruinase o la asaltasen los vagabundos. En cuanto a los campos que la rodeaban, cuidarían de ellos los hombres de su propia hacienda, que no estaba lejos.
Ben le había hecho saber que no se iría. Había vivido demasiados años, a su juicio, y se avergonzaba de ello. No quería que las otras mujeres, en el umbral de una nueva vida, vieran en ella un ave de mal agüero, de modo que no pensaba seguirlas a la capital, pues no se consideraba ya formando parte del mundo. Cuando Kaoru oyó hablar de la tonsura y el hábito, le entraron ganas de llorar. Hablaron largamente del pasado y le prometió que la visitaría de vez en cuando para ver «si todo seguía en orden».
—Temía que no encontraría nadie aquí —añadió—. Siento que hayas decidido quedarte atrás, pero me servirás de consuelo cuando venga.
—He vivido demasiados años … —se quejó la anciana—. Cuanto más detestas la vida, más testaruda se vuelve. Todavía no he sido capaz de perdonar a mi señora por dejarme atrás, y, aunque sé que está mal, guardo resentimiento contra el mundo entero.
No paraba de lamentarse ni de hilvanar reproches contra todos y contra todo, y Kaoru logró calmarla sólo hasta cierto punto. A pesar de su avanzada edad, había sido una mujer hermosa y distinguida y conservaba aún una espléndida mata de pelo, pero se había afeitado el flequillo al entrar en religión. Sea como fuere, la piel de la frente se mantenía tersa, y, en conjunto, parecía más joven que antes de tomar el hábito.
Una vez más pensó en Oigimi: ¿por qué no se hizo monja y se quedó a su lado? Hubiesen podido seguir conversando tranquilamente, aunque ciertas cosas hubieran quedado vedadas para siempre. Envidió a la anciana y, apartando un poco la cortina que los separaba, comprobó que era realmente muy vieja, aunque su forma de hablar y maneras no lo diesen a entender.
La mujer recitó, llorando a lágrima viva:
—Si me ahogara en la corriente
de las lágrimas que la edad me hace verter,
me ahorraría el dolor
de haber vivido más que ella.
—¡Pero sería un grave pecado! —dijo Kaoru—. El que fallece puede llegar a la otra orilla, pero el que se quita la vida se hunde fatalmente en los infiernos. Debes recordar que nada en la tierra tiene valor alguno, y no desear nada.
Por más que te hundieras
hasta el fondo en la corriente de tus lágrimas,
jamás lograrías olvidar
a la que tanto amaste.
»¿En qué mundo hallaremos consuelo a nuestras penas?
Aunque hubiese preferido quedarse, acabó partiendo para evitar habladurías. La anciana contó a las otras mujeres lo que Kaoru le había dicho, pero su dolor permanecía tan vivo como antes de hablar con él. Las otras sirvientas, jóvenes o viejas, sólo pensaban en su próxima marcha, y las ropas de monja de Ben parecían aún más sombrías por el contraste.
Recitó:
—Mientras todas se preparan
para partir y cosen ropas nuevas,
sólo la monja humedece
de llanto sus mangas.
Naka no Kimi le contestó en tono sumamente afectuoso:
—A punto de lanzarme
entre las olas, pronto mis mangas
estarán tan empapadas como las tuyas
de agua salada.
»Dudo que llegue a acostumbrarme a un nuevo estilo de vi da, y no me extrañaría que acabara regresando aquí después de probarla… Por eso tengo la impresión de que mi partida no será definitiva. Volveremos a encontrarnos: no te quepa duda. De todos modos, siento mucho que te quedes. ¿Por qué no me acompañas con las demás? En la ciudad también podremos vernos.
Repasaron juntas los objetos de Oigimi, y la joven le regaló algunos peines y cepillos que le parecieron adecuados para una monja.
—Pareces mucho más afectada que las demás —dijo la joven—. A veces he pensado que existió algún vínculo entre nosotras en una vida anterior…
La anciana, incapaz de serenarse, seguía derramando lágrimas como un niño que acaba de perder a su madre, mientras las sirvientas barrían los aposentos y guardaban los muebles y los enseres para llevarlos al carruaje. Entre los acompañantes de Kaoru había cortesanos de rango medio.
Niou hubiera deseado ir a buscarla en persona, pero al fin renunció a la idea y recomendó suma discreción a los encargados del traslado. Mientras, él los esperaría en el palacio de Nijo. También Kaoru había enviado numerosos escuderos. En realidad, el príncipe se había encargado de trazar las líneas generales del plan y su amigo de su ejecución y detalles.
Tanto los hombres que tenían la misión de acompañarla como sus mujeres recordaban sin cesar a Naka no Kimi que la noche se acercaba. Confusa a más no poder, pues ni siquiera sabía en qué dirección se hallaba la capital, acabó por subir a uno de los carruajes. Se sentía muy sola e indefensa, pero a su lado una criada llamada Tayu sonreía como si aquél fuese el día más feliz de su vida.
Recitó:
—¡Gracias a que seguía con vida,
he podido ser testigo de este día afortunado!
¿No sería terrible
haberse arrojado al río?
El poema disgustó a Naka no Kimi: ¡qué distintas eran Tayu y Ben!
Otra mujer improvisó:
—Jamás he dejado de guardar
un recuerdo afectuoso para los muertos,
pero hoy me siento muy feliz
de partir de este lugar.
Ambas habían servido durante mucho tiempo en la casa de Uji y habían amado a Oigimi. Y ahora la dejaban atrás. Pero estaban tan excitadas ante el «brillante» futuro que les esperaba (o, al menos, eso creían ellas), que ni siquiera pronunciaron su nombre. «¡Qué insensible es la gente!», pensó Naka no Kimi, y evitó dirigirles la palabra.
El camino era mucho más largo de lo que ella imaginara y discurría entre montañas y precipicios. Por primera vez entendió las razones por las que Niou se quejaba cada vez que iba a verla y por qué lo hacía con tan poca frecuencia. Un retazo de bruma difuminaba los contornos de la media luna. Viajar resultaba una experiencia completamente nueva para ella, y muy pronto se sintió exhausta.
Recitó:
—Basta mirar a las nubes
para ver que la luna que surge de las montañas
no quiere permanecer en este mundo
y regresa a su hogar.
El futuro era incierto. ¿Qué sería de ella si las cosas no salían como había previsto? A veces hubiese querido regresar a días pasados en que, equivocadamente, se había considerado desgraciada…
Cuando llegaron a la mansión de Nijo estaba ya muy entrada la noche, pero el lujo la dejó estupefacta. Un impaciente Niou salió a recibirla y, colocándose al lado del carruaje, la tomó de la mano. Tanto los aposentos de la princesa como los de su servicio habían sido cuidadosamente preparados, y se notaba la intervención personal de Niou. Nada había sido pasado por alto. Todos daban ya por seguro que el joven príncipe había hallado al fin la esposa que buscaba y que iba a asegurarle un lugar de privilegio en su casa, de modo que dieron la bienvenida a la recién llegada con muestras de sincero entusiasmo. Los más curiosos se morían por verla.
Mientras, Kaoru se preparaba para trasladarse a su palacio de Sanjo, cuya reconstrucción estaba a punto de terminar. Iba todos los días a comprobar el curso de los trabajos, y, como Nijo no estaba lejos, se dejaba caer por allí para obtener noticias de Naka no Kimi. Los hombres que había enviado a Uji regresaron y le hicieron saber que Niou parecía muy enamorado de la dama, noticia que lo alegró sobremanera. Y, sin embargo, en los recovecos de su alma conservaba cierto resentimiento, difícil de explicar, puesto que él había sido el responsable de todo lo acontecido. ¡Cuánto hubiera deseado poder empezar la historia de nuevo!
Se recitó:
—¡No fui capaz
de atarme a ella por toda la eternidad,
pero pasó a mi lado
una noche entera!
Yugiri había decidido que la boda de su hija Roku no Kimi con Niou se celebraría aquel mes, y, cuando todo parecía ya a punto, Niou se había traído una extraña a su mansión, dejando de ir a visitar a los que vivían en Sanjo. Se puso furioso, y el príncipe, temiendo las consecuencias de la cólera de un ministro de la derecha, enviaba de vez en cuando una cartita a su «prometida» oficiosa.
Todos sabían que se preparaba la iniciación de la joven, y posponerla hubiese significado el colmo del ridículo, de manera que se celebró a finales del mes. Yugiri llegó a pensar en casarla con Kaoru, aunque un matrimonio dentro de la propia familia imperial no gustaba a nadie. En todo lo demás, parecía el yerno perfecto, y era una lástima que acabara casándose con otra.
Aunque se decía que estaba muy afectado por la pérdida de una dama que había estado amando en secreto durante los últimos años, Yugiri no se desanimó y trató de averiguar a través de un tercero cómo reaccionaría ante una proposición formal. La respuesta lo llenó de desánimo.
—Conozco cuán inútiles y carentes de sustancia son las cosas de este mundo… —contestó Kaoru al ser interrogado—. Hace poco lo he experimentado tan de cerca que mi propia vida me parece absurda y repelente.
La respuesta ofendió gravemente a Yugiri: ¿acaso no se daba cuenta aquel jovenzuelo de cuánto le había costado decidirse a hacerle llegar su proposición? Pero Kaoru infundía respeto a todos, empezando por su hermano mayor, y el ministro prefirió tragarse el insulto y dejar de insistir en el tema.
Kaoru solía contemplar los cerezos de Nijo, cuyas flores estaban a la sazón en el apogeo de su esplendor, y se preguntaba por los cerezos, ahora sin dueño, que crecían junto a la casita de Uji. Hubiese querido ir a preguntar cómo les habían afectado los vientos,291 pero los versos del viejo poema ya no le brindaban consuelo alguno.
Un día fue a visitar a Niou, que casi no salía de Nijo, donde vivía felizmente unido a la princesa. A primera vista, Kaoru sólo tenía motivos para sentirse satisfecho y en paz consigo mismo, pero algo en su interior se revolvía contra aquella situación y hubiese querido que la historia hubiera acabado de otro modo. Él se esforzaba por acallar aquella voz insidiosa que le reprochaba haber unido a los otros dos, y felicitó una vez más a su amigo por su elección. Hablaron luego de varias cosas hasta que se presentó el carruaje que había de llevar a Niou a la corte imperial.
Acudieron los escuderos que iban a acompañar al príncipe, y el otro aprovechó el momento para introducirse en las estancias de Naka no Kimi. ¡Qué vida tan distinta a la de Uji se desarrollaba detrás de aquellos biombos! Por todas partes niñas-paje, magníficamente ataviadas, iban de un lado a otro. Habló con una de ellas y le pidió que lo anunciara. Inmediatamente se le instaló un cojín para que se sentase y se presentó una mujer a transmitirle la venia de Naka no Kimi.
—Estoy tan cerca de ti —le dijo el joven, en cuanto estuvo delante de la cortina del kichó— que es como si viviera a tu lado todas las horas del día y de la noche, pero hasta ahora no he querido molestarte. Aunque no tenía ocupaciones apremiantes, he tratado de permanecer al margen. Pienso a veces que todo ha cambiado… Desde mi jardín observo a través de la bruma los árboles del tuyo, y me traen recuerdos imborrables…
Kaoru calló, hundido en sus recuerdos. Tenía razón, pensó Naka no Kimi, compadeciéndolo: necesitaba una compañera. De haberse unido a Oigimi, ambas habrían seguido visitándose en la ciudad mientras las estaciones se sucedían unas a otras… De momento se sentía más sola entre aquellos lujos y esplendores que le habían tocado en suerte que en la mansión desolada de Uji.
Sus damas le decían:
—Señora, no es un huésped como los demás. Ha hecho cuanto ha podido por verte feliz y debes mostrarle tu agradecimiento…
La dama se preguntaba si debía salir de detrás de la cortina cuando llegó Niou, espléndidamente ataviado en traje de corte, para decirle adiós.
—¡No seas demasiado dura con él! —le dijo el príncipe al oído—. Me he sentido muy incómodo viendo cuánto hacía por ti (¡otro amante no se lo hubiera permitido!) pero, teniendo en cuenta el fin de la historia, reconozco que debemos estarle profundamente agradecidos. No hay nada malo en que lo recibas sin tantas formalidades para hablar de los «viejos tiempos»… con tal de que evites dar pie a excesivas confianzas. ¿Quién sabe cuáles son sus auténticos sentimientos?
Niou partió a la corte dejando a la joven sin saber qué hacer. ¿Cómo obedecer unas instrucciones tan contradictorias? Debía mucho a Kaoru, sin duda, y se alegraba de poder mostrarle al fin su gratitud, de modo que no lo despidió, pero el joven esperaba que la princesa cubriera en alguna medida el vacío que había dejado Oigimi en su vida. Ella quería darle a entender que lo comprendía sin que el otro malinterpretara su buena disposición. Por otra parte, las recientes observaciones de Niou dejaban entrever una ansiedad indudable y sólo sirvieron para complicar la situación.