17

Adam

Miré la expresión de la cara de Lucy con el corazón palpitando en el pecho y la polla dura como una roca en la mano. Cuando había dejado a Aiden en casa de su amigo, no esperaba recibir una visita de ella. No se me había ocurrido que se me acercaría, al menos durante unos días, sino que pensé que dejaría que su ira se consumiera. Pero había venido. Y se las había arreglado para hacer desaparecer cualquier pensamiento problemático de mi cabeza y lanzarme una bomba a los pies.

Embarazada. Había soltado que estaba embarazada. Y luego me había ordenado que le hiciera el amor. ¿Cómo podría alguien decir que no a eso? Más importante aún: a ella. Ciertamente, yo no podía, y menos si me miraba como si su mundo se fuera a desmoronar si la rechazaba. Y aún más importante: no quería decirle que no.

El embarazo… no cambiaba lo que sentía por ella. No cambiaba el hecho de que todavía la deseaba. Pero ¿en qué situación me dejaba eso? ¿Qué significaba para ella? ¿Pensaba volver con su ex? ¿Mudarse? En lugar de obtener respuestas a esas preguntas, había decidido darle algo que no olvidara nunca, algo que no pudiera poner a un lado con indiferencia.

Así que, quieto sobre ella con la polla en la mano, me acaricié unas cuantas veces con suavidad mientras ella me miraba atentamente. Después de haber probado su coño apretado, no quería acabar en mi mano. Pero por ella, por esa expresión con la que me miraba, no me importaba ofrecerle un pequeño espectáculo.

Me solté la polla y la dejé reposar un momento. Levantándome, le cogí la mano para que se pusiera también de pie.

—Agárrate al respaldo del sofá.

Levantó una ceja, pero no protestó. Unos segundos después, estaba de rodillas, arqueando la espalda para ofrecerme la mejor vista de su culo.

—¿Te has corrido? —preguntó.

Seguí la dirección de su mirada hasta el cojín del sofá. Entonces, llevé la mano sus nalgas perfectas y se las acaricié con suavidad antes de separárselas para poder ver su coño rosado y mojado. Deslicé la mano entre sus piernas y oí cómo gemía cuando introduje dos dedos en ella.

—¿Estás dolorida? —pregunté.

—Estoy bien. No me has contestado. ¿Te has corrido?

Miré la mancha húmeda del sofá y me acerqué a ella para poder apretar la polla contra la suave piel de su culo perfecto.

—¿Te da la impresión de que me he corrido? Eso de ahí es todo tuyo.

Me miró sorprendida por encima del hombro.

—¿Qué? —susurró.

Le metí los dedos más profundamente, y su espalda se arqueó como si quisiera más. No podía apartar la vista de sus labios rojos, de los dientes que hundía en la piel hinchada.

Saqué mis dedos para encontrar su clítoris y se lo apreté con suavidad.

—Todo tuyo, Lucy —repetí—. Ya te lo he dicho, tu coño está muy contento con mi polla de doce centímetros.

Me sonrió por encima del hombro mientras clavaba los dedos en el sofá hasta que se le pusieron blancos los nudillos.

—Gracias a Dios que no mide doce centímetros. Sería muy decepcionante y me darías mucha pena.

Le metí la polla entre las piernas y me arqueé despacio para que sintiera cómo se deslizaba contra su sensible clítoris. Eso le borró la sonrisa de su cara, y me fascinó el ceño fruncido que la reemplazó.

—¿Preparada para tu tercer orgasmo? —le pregunté sosteniendo sus caderas.

—Segundo.

—Lucy… —Señalé con la cabeza el punto húmedo del cojín—. Me has dejado empapado. Te has corrido por segunda vez antes de que terminara la primera. Ya van dos.

Apretó los labios y se quedó callada.

Apoyé las caderas contra su trasero y le tiré del pelo hasta que apoyó la espalda en mi frente.

—Te he preguntado si estás preparada.

Buscó mi polla con la mano, y me apretó la punta. Mi cuerpo se estremeció de placer, y le mordí el cuello, disfrutando de sus gemidos.

—Me tomaré eso como un sí.

La empujé hacia delante, me agarré la polla y después de unos cuantos envites fuertes, la empujé despacio con un movimiento lento, sin detenerme hasta que cada centímetro de mí estuvo dentro de ella.

Al oír que soltaba el aire y al ver que separaba las piernas, mi polla se puso todavía más dura dentro de ella, así que cuando intentó escapar y alejarse, le apreté una nalga con la palma de mi mano en una orden silenciosa para que se quedara quieta mientras me adentraba más en ella.

—Joder… —gimió cuando me introduje hasta el fondo—. Te siento en lo más profundo —murmuró casi para sí misma, dejando caer la cabeza.

—Qué culo tienes —susurré en voz baja, con mi voz demasiado ronca incluso para mis oídos mientras le masajeaba aquella parte de su anatomía, acariciándola y admirándola—. Menudo culo…

Mientras mi polla palpitaba dentro de ella, no pude evitar acariciar con suavidad otra entrada más pequeña y estrecha. ¿Me dejaría entrar allí?

Con los dedos todavía resbaladizos por su humedad, introduje despacio un dedo, y gimió. Levantó la cabeza tratando de alejarse de la intrusión.

—Quizá hoy no… —concedí, pero aun así le metí el dedo más profundamente hasta que me miró por encima del hombro.

—No tientes a la suerte, Connor.

Retiré el dedo y lo metí de nuevo, asegurándome de que movía la polla dentro y fuera de su calor resbaladizo con el mismo ritmo. Movió la cabeza de nuevo, y soltó otro gemido.

—Quizá hoy no… —me rendí. Le agarré las caderas y me permití quedarme quieto en su interior durante un buen rato. Luego combiné envites superficiales con otros más profundos y duros.

—Sí, sí, Adam, joder, justo ahí, justo ahí.

Sus gritos de placer me impulsaron a acelerar mientras le apretaba las caderas con las manos. Aproximándola a mí, empujando en su interior…, penetrándola con todo lo que tenía para ella.

Deslicé una mano por su espalda y acaricié la cálida piel entre sus omóplatos. Era preciosa, y estaba muy receptiva en ese momento. A mi polla. A mí. Pero también la sentía demasiado lejos; sus labios, su piel… Quería que su mirada sostuviera la mía.

Curvé los dedos en su garganta y la volví a apretar contra mi pecho. Percibí la piel de gallina en sus brazos, el pulso errático en su cuello, su respiración temblorosa.

«Podría tenerla así todos los días —pensé para mí mismo—. Podría tenerla así todos los días y aun así no sería suficiente».

—Mírate —le susurré al oído, con la mano todavía en su garganta y mi polla entrando y saliendo de ella.

Empujó el trasero hacia atrás, y yo cerré los ojos.

—Eres preciosa —dije con reverencia—. Jodidamente preciosa. ¿Te gusta mi polla, Lucy? —pregunté, y sentí que se estremecía.

Me retiré y me sumergí en ella. Con fuerza.

Jadeó, subió la mano para ponerla encima de la mía, que seguía en su garganta, y curvó los dedos alrededor de mi muñeca.

—Es jodidamente buena —susurró con la voz ronca—. ¿Me empotrarás? ¿Hasta que me duela?

Retiré la otra mano de su cadera y la subí su pecho.

—¿Quieres que te haga daño?

—Me gusta que me duela cuando tú…

Separé las piernas más detrás de ella, me levanté y gemí cuando sus músculos se ciñeron a mi alrededor. Se le aceleró la respiración y curvó los labios casi perezosamente hasta brindarme una sonrisa. Mi sudor goteaba sobre su piel mientras se disolvía alrededor de mi polla. Le sujeté la barbilla y le giré la cabeza para mirarla a los ojos; en ellos no había nada más que un placer salvaje y un hambre profunda.

—Quieres que me corra en lo más profundo… —No era una pregunta—. ¿Te ha gustado cuando te has corrido en mi polla, Lucy? Te ha gustado lo que has sentido, ¿verdad?

Asintió con la cabeza mientras se mordía el labio inferior.

Sostuve su cuerpo contra el mío y empecé a acelerar el ritmo, chocando contra ella.

Cerró los ojos, y apareció de nuevo ese ceño fruncido.

—Bésame —ordené—. Bésame y lo sentirás de nuevo.

Para mi sorpresa, la expresión de sus ojos parecía de desconcierto cuando los abrió. ¿No veía lo que me pasaba?

—Bésame, Lucy —repetí, más suave esta vez. Le agarré los brazos y los puse alrededor de mi cuello. Le mordisqueé la barbilla mientras movía las caderas lentamente para que ninguno de los dos perdiera el control y se corriera—. Bésame, nena, para que pueda conseguir que te corras alrededor de mi polla otra vez. ¿No quieres eso, Lucy? De verdad, necesito sentir tu coño apretándome. ¿Me dejas sentirlo? ¿Me dejas correrme dentro de ti? —Busqué su clítoris con la punta de los dedos y la acaricié despacio, haciendo que sus músculos vibraran a mi alrededor.

Gimió y me ofreció sus labios. Sosteniendo su barbilla con una mano y sus caderas con la otra, la penetré con empujones firmes y veloces. Durante un segundo su boca se separó de la mía, y gimió desde el fondo de su garganta mientras apoyaba la cabeza en mi pecho.

La besé y me tragué cada sonido que hacía mientras aceleraba el ritmo. Sus brazos se cerraron en torno a mi cuello, y me tiró del pelo con fuerza hasta que tuve que cerrar los ojos y concentrarme en cualquier otra cosa que no fuera cómo me llevaba a una completa locura. Gemí dentro de su boca, y succioné su dulce lengua.

Se separó de mis labios y se inclinó sobre el sofá, lo que hizo que viera cómo empujaba su trasero hacia atrás para meterme más dentro todavía.

—Oh, Dios…, Adam. Oh, Dios…

Me limpié el sudor de la frente y le sujeté las caderas para poder clavarme con más fuerza.

—Sí. Sí. Más fuerte. Justo ahí, Adam. ¡Sí!

—Separa más las piernas, Lucy.

Noté que le temblaban las rodillas, que sus brazos apenas aguantaban más, pero aun así se abrió más a mí.

—La tienes tan gruesa… Tan larga… Me encanta —murmuró, y tuve que esforzarme para no hinchar el pecho mientras escuchaba sus gemidos de placer—. Por favor, no te detengas. Estoy a punto, Adam. A punto.

Le aferré la cintura, y me hundí hasta el fondo. Nunca me había sentido tan grande en toda mi vida como cuando veía que mi polla desaparecía en su coño y mis pelotas impactaban contra su piel. Nunca me había sentido tan completo, nunca había estado tan bien.

«Así es, ¡joder!».

Mi pareja perfecta.

—Dime algo, Adam. Estoy a punto, por favor, dime algo…

Cogí aire con el hilo de cordura que me quedaba. Estaba en el borde, a unos segundos de correrme con ella. Ella era una bola de placer esperando a estallar bajo mis manos, justo alrededor de mi polla.

—Vamos, Lucy —jadeé sin aliento, poniéndole la mano en la espalda y acariciándosela con suavidad—. Apriétame dentro. ¿Sientes lo duro que estoy? —Me incliné sobre su cuerpo, cambiando ligeramente el ángulo, y eso la estimuló más—. Eso es, Lucy. Eso es. Córrete, cariño.

Tomó aire y se corrió en silencio frente a mis ojos. Se le puso la piel de gallina, su coño se ciñó a mi polla hasta casi la muerte, temblando de pies a cabeza. No quería hacerle daño por ser demasiado brusco, no más de lo que ya había sido, así que me moví con fuerza pero conteniendo mi propia liberación.

Cuando se empujó contra mi polla y soltó un fuerte gemido, perdí el control. Me clavé más profundamente en ella y me dejé llevar mientras ella vibraba debajo de mí. Le cedieron los brazos y su cara acabó contra el sofá, lo que me permitió empujar profundamente en su interior mientras me corría con fuertes pulsaciones dentro de ella. Mientras sus paredes me dejaban seco, casi me desplomé sobre su cuerpo, pero, en vez de eso, respiré hondo e intenté reducir el ritmo salvaje de mi corazón. No iba a permitir que se alejara de mí, y menos después de esa noche, después de lo que acababa de darme.

—Lucy —murmuré en voz baja. Me temblaban las manos cuando le acaricié la espalda, y ella se estremeció, por lo que imaginé que tenía la piel demasiado sensible. Estaba tan empapada en sudor como yo. Le pasé la mano por la espalda hasta darle un suave masaje en la base del cuello mientras me retiraba lentamente para deshacerme del condón.

—Tengo que… —No terminé, porque elegí escuchar su dura respiración cuando interrumpí nuestra conexión. Até el extremo del preservativo y lo tiré al suelo.

Aún de rodillas, Lucy se enderezó, y vi que su mano desaparecía entre sus piernas.

—¡Joder!

—¿Qué pasa? —pregunté, acercándome a ella otra vez.

—Nada.

Ignorando sus protestas, deslicé la mano entre sus pliegues resbaladizos y acaricié la carne hinchada. Ella se movió entre mis brazos.

—¿Qué te pasa?

—Estoy demasiado mojada —respondió, casi molesta.

—Eso no existe. —Metí los dedos dentro de ella, solo en la abertura, y luego me los llevé a la boca para limpiármelos mientras me miraba por encima del hombro.

—No sabes cómo te odio… —susurró mirándome los labios.

La besé. No podía hacer otra cosa cuando estaba tan cerca, tan desnuda.

Cuando era tan mía.

Le agarré la barbilla y la besé con más fuerza.

—Tengo que irme.

Claro que quería irse…

—No saldrás de esta casa esta noche.

—Intenta detenerme.

—Todavía no nos hemos probado el uno al otro, Lucy. —Le agarré la mano y la puse alrededor de mi polla medio dura. Me acarició y se detuvo en la base para apretar.

—Con suavidad —susurré, besándole el cuello.

—Acabas de probarme, lo he visto.

—Eso no es suficiente. Quiero devorarte. Y tú aún no me has probado.

—¿Estás insinuando que hagamos un sesenta y nueve, Adam Connor?

—Estoy insinuando que lo hagamos todo —dije, rozando con la nariz la piel de detrás de su oreja.

Dejó de respirar durante unos segundos, y me temí que iba a tener que llevarla a mi habitación y cerrar la puerta con llave.

—Un sesenta y nueve es una buena oferta, y quiero sentir esa hermosa polla en la boca.

—Vale —murmuré, pasando la mano arriba y abajo por su estómago.

La ayudé a bajar del sofá y agarré su reacia mano con la mía. Miró su ropa y se agachó para recogerla. La levanté abrazándola por detrás.

—No —le susurré al oído—. No lo hagas. Quiero verte en mi cama, con las piernas abiertas de par en par.

¿Acaso pensaba que no podía sentir que temblaba contra mí? ¿Cuánto tiempo creía que podía esconderse de mí?

Se rio con suavidad.

—Eso no hará que te odie menos.

—Creo que es demasiado tarde para eso, Lucy. Ya te gusto demasiado —aseguré con la voz ronca—. Tal vez te gusto más de lo que te ha gustado tener mi polla dentro.

Le clavé los dedos las caderas, deseando dejarle mi marca impresa para que me recordara, para que supiera quién la había tocado, quién la había sostenido temblorosa, en brazos de quién había rogado cuánto necesitaba ser abrazada por alguien que le importara. No me sorprendió querer ser eso para ella, aunque sabía que me gritaría por sugerir que necesitaba a alguien que la abrazara. Supongo que eso era lo que me había atraído de ella desde el primer día que la sostuve contra mí y nuestros ojos no mostraban nada más que odio por el otro, unos minutos antes de que la policía la sacara de mi propiedad.

Cuanto más la miraba, cuanto más la oía, cuanto más escuchaba lo que decía aunque ni siquiera moviera los labios, más profundamente atraído por ella me sentía.