Lucy
Me desperté en los brazos de Adam Connor antes del amanecer, antes de que las estrellas hubieran desaparecido por completo. Había conseguido que me corriera más veces que nunca antes en una sola noche. Me había destrozado la vagina, y no lograba estar enfadada con él. No recordaba haberme dormido de su mano, pero en cuanto me di cuenta de que teníamos los dedos entrelazados, se la solté de inmediato.
Moví los dedos, al tiempo que abrí y cerré el puño para deshacerme de aquella sensación extraña. Calor. Vacío repentino. Me sentía deliciosamente dolorida, algo que habría celebrado haciendo sentir vergüenza a Olive si se hubiera tratado de otro momento, pero estaba demasiado enfadada conmigo misma por haberme quedado dormida en la cama de Adam como para pensar en correr a despertar a Olive.
Cuando me levanté, me permití una última mirada a la perfección que había en medio de la cama.
Ese pecho.
Esa polla.
Esos dedos.
Oh, esa boca…
Esa boca sucia que me había susurrado deliciosas guarradas durante toda la noche.
Sin hacer ruido, recorrí el camino de vuelta al salón, me vestí y salí de su casa.
—Buenos días, Lucy —me saludó Jason, que apareció detrás de Olive.
Olive parecía tranquila, aunque tenía los ojos concentrados en mí.
—Buenos días. He hecho tortitas. —Empujé el plato donde había dejado unas veinte tortitas hacia delante y le di la vuelta a otra en la sartén—. ¿Has dormido bien esta noche?
—No me has despertado.
Miré a Olive por encima del hombro y abrí la nevera para sacar el zumo de manzana.
—Yo también te deseo buenos días, solete. Y de nada.
—¿Por qué no me has despertado?
—Porque das golpes a cualquiera que intente despertarte.
—Eso es cierto —murmuró Jason mientras le besaba la sien y alargaba la mano para coger una tortita.
Con la ayuda de Jason, Olive se subió en uno de los taburetes y se puso a vigilarme como un halcón.
Le pasé a Jason el jarabe de arce y saqué de la nevera el plato de fruta que había cortado antes de empezar a hacer tortitas. Puse la que acababa de hacer en el plato de Olive y vertí de nuevo un poco de mezcla en la sartén.
—Voy a ir a ver el apartamento del que te hablé. ¿Vas a venir conmigo?
—Porque esa es la cuestión más importante en este momento, ¿verdad? Ver apartamentos para que te mudes.
La mano de Jason se detuvo en el aire cuando estaba a punto de coger un trozo de plátano.
Suspiré y le di la vuelta a la tortita.
—Os dejo solas para que habléis —murmuró Jason antes de besar el cuello de Olive. Rodeó la isla, sacó una botella de agua de la nevera y me sorprendió al agarrarme el brazo con una mano y apretarme contra su pecho.
—Sé amable con nuestra hija adoptiva, Olive —dijo bajito, acariciándome el brazo.
Le sonreí y arqueé las cejas en dirección a Olive. Como respuesta, ella le lanzó a Jason una mirada airada.
—¿Por qué andas tan rara?
Mi sonrisa se hizo enorme.
—Porque Adam Connor me ha estado follando durante horas.
—Vale —dijo Jason—. Me voy a dar una ducha antes de reunirme con Tom. Portaos bien —nos recordó al salir de la cocina.
—No has venido a dormir a casa.
Apagué la cocina y me apoyé en la isla.
—Es verdad, mamá.
Asintió con la cabeza y se puso a jugar con la taza que tenía delante.
—¿Quieres un café?
—No.
—¿Zumo de manzana?
Una leve vacilación…
—Sí.
Serví dos vasos y le ofrecí uno. Era el zumo favorito de las dos.
—¿Has hablado con Jameson?
—Todavía no. Quería que estuvieras a mi lado cuando hiciera la llamada.
Sus hombros se relajaron, y supe que le había dado la respuesta correcta. Tomó un sorbo de zumo y luego se metió un pedazo de mango en la boca. Yo hice lo mismo y luego me serví una tortita.
—¿Vamos a tener un bebé, Lucy?
Vertí una buena cantidad de jarabe de arce en mi plato y di unos cuantos mordiscos antes de poder responder.
—Vamos a tener un bebé.
Olive se sirvió una tortita y puso encima unos cuantos trozos de fruta.
—Antes deberíamos ver al médico. Tenemos que estar seguras.
—Sí. ¿Te acuerdas de Karla?
Ella asintió.
—Me puse en contacto con ella el otro día para ver si quería ser mi compañera de piso; sabía que tenía problemas con la suya. —Olive se puso tensa de nuevo—. De todas formas, su padre es médico, así que se me ocurrió que podía pedirle cita.
—¿Hablarás a Jameson antes o después de ver al médico?
Me encogí de hombros y terminé el contenido del plato.
—¿Estás bien?
—No hay nada que pueda hacer ahora, mi olivita.
Durante un rato desayunamos en silencio. No pudimos dar cuenta de todas las tortitas el montón, pero hicimos que bajara mucho.
—¿Y Adam?
Cómo responder a esa pregunta…
—Estás sonriendo —comentó Olive, evitando mi mirada cuando giré la cabeza—. Aunque eres demasiado terca para admitirlo, se nota que te gusta.
Separé los labios para hacer un chiste, pero ella intervino antes.
—Me alegro, Lucy. Me alegro de que te fuera bien anoche. Mereces ser feliz, aunque sea solo durante una noche muy larga.
Terminó el zumo de manzana y se bajó del taburete.
—Oh, y sí…, me gustaría ir a ver tu apartamento… Si todavía estás pensando en conseguir uno, por supuesto.
Con esas crípticas palabras me dejó sola en la cocina.
Unos minutos más tarde Jason regresó.
—¿Estás bien, hija mía?
—¿Está enfadada conmigo?
Suspiró.
—No está enfadada contigo. Es que… anoche se dio cuenta de que podrías acabar viviendo en Pittsburgh.
—¡Oh, por el amor de Dios! ¿En Pittsburgh? ¿Para estar con Jameson?
—Por el bebé…
Empujé el plato con las tortitas restantes hacia Jason y les eché un poco de jarabe de arce.
—Tengo una reunión con Tom, Lucy. No tengo tiempo…
—Come —ordené—. Ahora estoy embarazada, así que no me alteres. Me he partido la espalda delante de los fogones para hacerlas. Come.
Y como buen chico obediente que era, tomó un bocado.
—¡Olive! —me puse a gritar mientras salía de la cocina—. ¡Mi olivita! Todavía no me has preguntado por el tamaño de la polla de Adam. ¡Creo que la tiene más gorda que Jason!
Oí que Jason se atragantaba con las tortitas mientras me dirigía a la habitación de Olive.
—¡Y tengo que contarte lo que me hizo con esa polla enorme en el sofá, contra la pared y en la cama!
Contesta al teléfono, Lucy.
Déjame en paz.
No puedes irte de mi cama así.
No volveré a estar en tu cama otra vez.
Regresaré de París dentro dos días con Aiden.
No te equivoques, Lucy. Vamos a hablar.
Y créeme: volverás a estar en mi cama.
Sigue soñando.
Sueña tú, conmigo.
Capullo.
—¿Hola? ¿Lucy?
—Hola, Jameson. ¿Cómo estás?
Un profundo suspiro hizo eco en la línea.
—Pensaba que ya no me llamarías; has ignorado todos mis mensajes.
Olive estaba sentada a mi lado en el coche, y por fin estábamos llamando a Jameson. Olive apretaba la oreja contra el otro lado del teléfono y me dirigió una sonrisa reconfortante cuando fruncí el ceño. Suspirando, conecté el altavoz.
Cambié el teléfono a mi otra mano y equilibré la izquierda en el aire, tratando de controlar el temblor. Me estaba convirtiendo en una cobardica.
—No los he ignorado —respondí cuando Jameson dijo mi nombre otra vez.
—Pues tampoco los has respondido, Lucy.
—No teníamos nada más que decirnos.
—Te equivocas. Todavía hay algo que decir. Te echo de menos.
Miré a Olive de reojo.
—Ya, bueno. Ahora sí que tengo algo que decirte. Por eso te he llamado.
—Tú también me echas de menos —susurró en ese sedoso y seductor tono suyo.
Me mantuve en silencio y, por un segundo, solo escuché mi corazón…, y me di cuenta de que este no se estremecía cuando escuchaba esa voz familiar que tanto me gustaba. Le faltaba algo, no tenía ese tono burlón que mi corazón reconocía.
—Lo siento, Jameson, pero esa no es la razón por la que estoy llamándote. Es que yo… Te llamo luego.
Puse fin a la llamada y dejé caer la cabeza en el reposacabezas.
—¿Qué haces? —preguntó Olive.
Encendí la radio, pensando que quizá un poco de música me ayudaría a tranquilizarme.
Olive la apagó.
—¿Qué te pasa?
—¿Tengo que decírselo? Es decir, ¿ahora? ¿Tengo que decírselo ahora? Estamos a punto de entrar en la consulta. ¿No podemos llamarlo después de conocer los resultados?
Por lo visto, Olive estaba mucho más tranquila que yo; aunque normalmente era al revés. Me agarró la mano y me la apretó con fuerza.
—Respira, Lucy.
Respiré hondo.
—¿Quieres ser el viento hoy?
Sonreí.
—¿Qué serás? ¿Un pájaro que vuele conmigo?
—Si eso es lo que quieres…
—Serías un pajarito precioso. Siendo el viento, te haré caer, y Jason vendrá a rescatarte y entonces podrás tener sexo con su pajarito y…
—Otra vez. Respira, Lucy.
Solté el aire.
—¡Oh, Dios, Olive! —gemí, y miré sus ojos comprensivos—. ¿Qué he hecho?
—Nada. No has hecho nada. Solo ocurrió. Y eso está bien. Todo va a salir bien. Sean cuales sean los resultados, estate segura de que todo irá bien. Así que vamos a tener un niño. Será muy afortunado por tenerte como madre, y va a tener una tía estupenda.
—No lo creo. La maldición debería haber terminado conmigo. Y ahora…
—Ahora, nada. No hay ninguna maldición, Lucy. —Me apretó otra vez la mano—. Llámalo otra vez. Dile lo que está pasando y ya está. Saldremos del coche e iremos juntas a la consulta del médico. Paso a paso.
Tenía razón. Sabía que tenía razón, y no debía estar asustada, pero entonces ¿por qué me parecía que el corazón se me había caído al estómago?
«¿Es el bebé?».
—Vale, estoy volviéndome loca —Señalé lo obvio.
—¿Quieres que se lo diga yo?
—No. No. —Respiré hondo y llamé a Jameson.
—¿Lucy? ¿Estás bien?
No se me pasó por alto, ni tampoco a Olive, que no me había devuelto la llamada tan pronto como terminé. Si me echaba de menos tanto como decía, ¿no me debería haber devuelto la llamada? Jason habría llamado a Olive en un santiamén para asegurarse de que estaba bien. Así que Jameson era sin duda un error.
—Lo siento —dije al teléfono—. Lo siento, me he asustado.
Su tono fue más agudo cuando me exigió saber lo que estaba pasando.
Le di la noticia lo más directamente posible.
—He pensado que querrías saberlo —dije del tirón—. Me he hecho un test de embarazo. —Completo silencio. Cerré los ojos—. Me ha dado positivo, pero no siempre son exactos, así que voy al médico dentro unos minutos, y te diré los resultados cuando los sepa.
Silencio total.
—¿Jameson? ¿Estás ahí?
Miré a Olive y vi que se estaba mordiendo el labio, esperando ansiosamente a que Jameson dijera algo. Lo que fuera. Arqueó las cejas. Acerqué el teléfono a mis labios.
—James…
—Sí. Sí. Estoy aquí. Lo siento. Así que estás embarazada. De un niño. Mi hijo, para ser exactos. Eso no lo esperaba.
Preferí creer que no estaba tratando de insinuar que el bebé no era suyo.
—Ya. Yo tampoco.
—Estabas tomando la píldora. —No había ni rastro de acusación en su tono.
—Es cierto.
—Guau. Lucy… , guau.
La comisura de mi boca se curvó hacia arriba y me toqué el estómago.
—Ya.
—¿Qué vas a hacer? ¿Qué has decidido? Me refiero, con el bebé.
«Bien —pensé—. Muy bien».
Eso me borró la sonrisa de la cara. Una rápida mirada a Olive me dijo que estaba a punto de hablar.
—Vale —dije rápidamente—. Te comunicaré los resultados. Tengo que irme. Adiós, Jameson.
—Menudo capullo —escupió Olive tan pronto como puse fin a la llamada.
—Estoy de acuerdo.
—No creía que pudiera odiarlo más. Dame el teléfono, luego lo llamaré yo.
Sostuve el teléfono con más fuerza en la mano y lo alejé de Olive.
—¿Y hacer qué exactamente? —Negué con la cabeza y me desabroché el cinturón de seguridad—. Venga, vamos… a mear en un vaso o lo que sea.
—He decidido que cuando escriba tu historia, voy a matar a Jameson. Voy a hacer que te cases con Adam Connor y luego mataré a Jameson.
Le di una palmadita en el brazo.
—Ese es el espíritu.